Labor Parlamentaria
Diario de sesiones
- Alto contraste
Disponemos de documentos desde el año 1965 a la fecha
Índice
- DOCUMENTO
- PORTADA
- OTROS DOCUMENTOS DE LA CUENTA
- I. ASISTENCIA
- II. APERTURA DE LA SESIÓN
- III. ACTAS
- IV. CUENTA
- ALCANCE SOBRE LA CUENTA.
- PERMISO CONSTITUCIONAL.
- PERMISO CONSTITUCIONAL PARA INASISTENCIA
- Maria Antonieta Saa Diaz
- PERMISO CONSTITUCIONAL PARA INASISTENCIA
- PRÓRROGA DE PLAZO A COMISIÓN.
- V. ORDEN DEL DÍA
- HOMENAJE EN MEMORIA DEL CARDENAL RAÚL SILVA HENRÍQUEZ.
- ANTECEDENTE
- HOMENAJE : Enrique Krauss Rusque
- HOMENAJE : Alejandro Garcia Huidobro Sanfuentes
- HOMENAJE : Victor Perez Varela
- HOMENAJE : Arturo Longton Guerrero
- HOMENAJE : Laura Soto Gonzalez
- HOMENAJE : Fanny Pollarolo Villa
- HOMENAJE : Alberto Espina Otero
- HOMENAJE : Eduardo Diaz Del Rio
- HOMENAJE : Ivan Mesias Lehu
- HOMENAJE : Manuel Antonio Bustos Huerta
- HOMENAJE EN MEMORIA DEL CARDENAL RAÚL SILVA HENRÍQUEZ.
- CIERRE DE LA SESIÓN
Notas aclaratorias
- Debido a que muchos de estos documentos han sido adquiridos desde un ejemplar en papel, procesados por digitalización y posterior reconocimiento óptico de caracteres (OCR), es que pueden presentar errores tipográficos menores que no dificultan la correcta comprensión de su contenido.
- Para priorizar la vizualización del contenido relevante, y dada su extensión, se ha omitido la sección "Indice" de los documentos.
REPÚBLICA DE CHILE
CÁMARA DE DIPUTADOS
LEGISLATURA 339ª, EXTRAORDINARIA
Sesión 52ª, en miércoles 14 de abril de 1999
(Ordinaria, de 16.04 a 17.52 horas)
Presidencia del señor Montes Cisternas, don Carlos.
Secretario, el señor Loyola Opazo, don Carlos.
Prosecretario accidental , el señor Álvarez Álvarez, don Adrián.
ÍNDICE
I.- ASISTENCIA
II.- APERTURA DE LA SESIÓN
III.- ACTAS
IV.- CUENTA
V.- ORDEN DEL DÍA
VI.- OTROS DOCUMENTOS DE LA CUENTA
ÍNDICE GENERAL
Pág.
I. Asistencia 5
II. Apertura de la sesión 8
III. Actas 8
IV. Cuenta 8
-o-
- Alcance sobre la Cuenta 8
- Permiso constitucional 8
- Prórroga de plazo a Comisión 8
-o-
V.Orden del Día.
Homenaje en memoria del Cardenal Raúl Silva Henríquez 8
VI.Otros Documentos de la Cuenta.
Ministerio de Obras Públicas
-De los Diputados señores Velasco, Villouta, Acuña, Delmastro, Ortiz, Fossa, Jiménez y Kuschel, obligatoriedad de vías alternativas a la tarificación vial.
-Del Diputado señor Encina, obras especiales para la localidad de Salala, Concesión Ruta 5, tramo Los Vilos-La Serena.
-Del Diputado señor Navarro, contaminación de las aguas de la Bahía de Concepción; construcción de embarcaderos privados en playas de Coliumo y Los Morros, comuna de Tomé.
Ministerio de Bienes Nacionales
-De los Diputados señores Rojas, Delmastro, Ibáñez, Jarpa, García-Huidobro, Juan Pablo Letelier y Diputada señora Laura Soto, asignaciones de terrenos fiscales ubicados en sector La Chimba y Sur del Puerto de Mejillones, Segunda Región.
-Del Diputado señor Juan Pablo Letelier, solicitudes de concesión de uso en Doñihue.
-Del Diputado señor Navarro, monto de arriendo Sitio F Quebrada Encantada, Arica.
Ministerio de Vivienda y Urbanismo
-Del Diputado señor Aldo Cornejo, deudores habitacionales cesantes.
-Del Diputado señor Kuschel, viviendas construidas años 1996 a 1998; mecanismos de ahorro privado.
-Del Diputado señor Alvarado, causa Millapani y otros con Serviu.
-Del Diputado señor Fossa, inversiones de comunas de la Octava Región.
-De los Diputados señores Urrutia y Ortiz, invierno altiplánico de provincias Arica y Parinacota.
-Del Diputado señor García-Huidobro, uso de anticipo a empresa constructora Domingo Awad Yasigi.
-De la Corporación, razones de la demora de publicación de beneficiados Serviu Décima Región.
Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones
-Del Diputado señor García-Huidobro y Comités parlamentarios de los Partidos Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional, servicio buzón de voz gratuito ofrecido por CTC S.A.
Servicio Nacional de la Mujer
-Del Diputado señor Fossa, transferencias de recursos en dominio año 1998-1999.
Servicio Electoral
-Boletín Nº 1 de 1999 sobre Partidos Políticos.
I. ASISTENCIA
-Asistieron los siguientes señores Diputados: (99)
NOMBRE (Partido* Región Distrito)
Acuña Cisternas, Mario PDC IX 52
Alessandri Valdés, Gustavo RN RM 20
Álvarez-Salamanca Büchi, Pedro RN VII 38
Álvarez Zenteno, Rodrigo IND XII 60
Allende Bussi, Isabel PS RM 29
Arratia Valdebenito, Rafael PDC VI 35
Ascencio Mansilla, Gabriel PDC X 58
Ávila Contreras, Nelson PPD V 11
Bartolucci Johnston, Francisco UDI V 13
Bertolino Rendic, Mario RN IV 7
Bustos Huerta, Manuel PDC RM 17
Bustos Ramírez, Juan PS V 12
Caminondo Sáez, Carlos RN X 54
Cardemil Herrera, Alberto RN RM 22
Ceroni Fuentes, Guillermo PPD VII 40
Cornejo González, Aldo PDC V 13
Correa De la Cerda, Sergio UDI VII 36
Cristi Marfil, María Angélica RN RM 24
Delmastro Naso, Roberto IND X 53
Díaz Del Río, Eduardo DEL SUR IX 51
Dittborn Cordua, Julio UDI RM 23
Elgueta Barrientos, Sergio PDC X 57
Errázuriz Eguiguren, Maximiano RN RM 29
Espina Otero, Alberto RN RM 21
Fossa Rojas, Haroldo RN VIII 46
Galilea Vidaurre, José Antonio RN IX 49
García García, René Manuel RN IX 52
García Ruminot, José RN IX 50
García-Huidobro Sanfuentes, Alejandro UCCP VI 32
Girardi Lavín, Guido PPD RM 18
González Román, Rosa IND I 1
Gutiérrez Román, Homero PDC VII 37
Guzmán Mena, Pía RN RM 23
Hales Dib, Patricio PPD RM 19
Hernández Saffirio, Miguel PDC IX 49
Huenchumilla Jaramillo, Francisco PDC IX 50
Jaramillo Becker, Enrique PPD X 54
Jeame Barrueto, Víctor PPD VIII 43
Jiménez Villavicencio, Jaime PDC RM 31
Jocelyn-Holt Letelier, Tomás PDC RM 24
Krauss Rusque, Enrique PDC RM 22
Kuschel Silva, Carlos Ignacio RN X 57
Leay Morán, Cristián UDI RM 19
León Ramírez, Roberto PDC VII 36
Letelier Norambuena, Felipe PPD VIII 42
Longton Guerrero, Arturo RN V 12
Longueira Montes, Pablo UDI RM 30
Lorenzini Basso, Pablo PDC VII 38
Luksic Sandoval, Zarko PDC RM 16
Martínez Ocamica, Gutenberg PDC RM 21
Masferrer Pellizzari, Juan UDI VI 34
Melero Abaroa, Patricio UDI RM 16
Mesías Lehu, Iván PRSD VIII 42
Molina Sanhueza, Darío UDI IV 9
Monge Sánchez, Luis IND IX 48
Montes Cisternas, Carlos PS RM 26
Mora Longa, Waldo PDC II 3
Moreira Barros, Iván UDI RM 27
Mulet Martínez, Jaime PDC III 6
Muñoz Aburto, Pedro PS XII 60
Naranjo Ortiz, Jaime PS VII 39
Navarro Brain, Alejandro PS VIII 45
Núñez Valenzuela, Juan PDC VI 34
Ojeda Uribe, Sergio PDC X 55
Olivares Zepeda, Carlos PDC RM 18
Orpis Bouchón, Jaime UDI RM 25
Ortiz Novoa, José Miguel PDC VIII 44
Palma Flores, Osvaldo RN VII 39
Palma Irarrázaval, Andrés PDC RM 25
Palma Irarrázaval, Joaquín PDC IV 7
Pareto González, Luis PDC RM 20
Paya Mira, Darío UDI RM 28
Pérez Arriagada, José PRSD VIII 47
Pérez Lobos, Aníbal PS VI 32
Pérez San Martín, Lily RN RM 26
Pérez Varela, Víctor UDI VIII 47
Pollarolo Villa, Fanny PS II 3
Prochelle Aguilar, Marina RN X 55
Prokurica Prokurica, Baldo RN III 6
Recondo Lavanderos, Carlos UDI X 56
Reyes Alvarado, Víctor PDC X 56
Rincón González, Ricardo PDC VI 33
Rocha Manrique, Jaime PRSD VIII 46
Rojas Molina, Manuel UDI II 4
Sciaraffia Estrada, Antonella PDC I 2
Seguel Molina, Rodolfo PDC RM 28
Silva Ortiz, Exequiel PDC X 53
Soto González, Laura PPD V 14
Tuma Zedan, Eugenio PPD IX 51
Ulloa Aguillón, Jorge UDI VIII 43
Urrutia Cárdenas, Salvador PPD I 1
Valenzuela Herrera, Felipe PS II 4
Van Rysselberghe Varela, Enrique UDI VIII 44
Vargas Lyng, Alfonso RN V 10
Vega Vera, Osvaldo RN VII 40
Velasco De la Cerda, Sergio PDC V 15
Venegas Rubio, Samuel IND V 15
Vilches Guzmán, Carlos RN III 5
Villouta Concha, Edmundo PDC IX 48
-Con permiso constitucional estuvieron ausentes la Diputada señora María Antonieta Saa y los Diputados señores Edmundo Salas e Ignacio Walker.
II. APERTURA DE LA SESIÓN
-Se abrió la sesión a las 16.04 horas.
El señor MONTES (Presidente).-
En el nombre de Dios y de la Patria, se abre la sesión.
III. ACTAS
El señor MONTES (Presidente).-
El acta de la sesión 45ª se declara aprobada.
El acta de la sesión 46ª está a disposición de los señores diputados y señoras diputadas.
IV. CUENTA
El señor MONTES (Presidente).-
El señor Prosecretario va a dar lectura a la Cuenta.
-El señor ÁLVAREZ (Prosecretario accidental) da lectura a los documentos recibidos en la Secretaría.
ALCANCE SOBRE LA CUENTA.
El señor PÉREZ (don Víctor).-
Pido la palabra para referirme a la Cuenta.
El señor MONTES (Presidente).-
Tiene la palabra su Señoría.
El señor PÉREZ (don Víctor).-
Señor Presidente , Secretaría debe de haber recibido dos oficios -que no figuran en la Cuenta- de parte de la Diputada de nuestro Comité , señora Rosa González , ambos dirigidos a usted: uno en que le solicita audiencia, y otro, en que le explicita los bochornosos hechos que ella sufrió en la ciudad de Arica la semana recién pasada.
Nosotros, como Comité, requerimos un pronunciamiento de su parte ante estas dos solicitudes.
He dicho.
El señor MONTES ( Presidente ).-
Señor diputado , esos oficios no han llegado todavía a Secretaría; por tal razón, no han sido considerados en la Cuenta.
PERMISO CONSTITUCIONAL.
El señor MONTES (Presidente).-
Solicito el acuerdo de la Sala para otorgar el permiso constitucional pedido por la Diputada señora María Antonieta Saa para ausentarse del país por un plazo superior a 30 días, a contar del 14 de abril en curso, a fin de dirigirse a Alemania.
¿Habría acuerdo?
Acordado.
PRÓRROGA DE PLAZO A COMISIÓN.
El señor MONTES (Presidente).-
Si le parece a la Sala, se accederá a la petición de prórroga de plazo solicitada por la Comisión de Gobierno Interior para informar el proyecto que modifica la ley Nº 18.556, sobre sistema de inscripciones electorales y Servicio Electoral.
¿Habría acuerdo?
Acordado.
V. ORDEN DEL DÍA
HOMENAJE EN MEMORIA DEL CARDENAL RAÚL SILVA HENRÍQUEZ.
El señor MONTES (Presidente).-
En el Orden del Día, corresponde rendir homenaje en memoria de su Eminencia Reverendísima el Cardenal Raúl Silva Henríquez, al término del cual se levantará en señal de duelo.
Éste será un homenaje al Cardenal de los pobres, al Cardenal de la solidaridad, al Pastor de los sin voz, al Cardenal de los derechos humanos, al Cardenal de la paz.
Un hombre de gran estatura ética y moral, que marcó profundamente a muchas generaciones y al país entero durante el siglo que está llegando a su fin.
Este homenaje es una oportunidad para efectuar una profunda reflexión sobre lo que en vida le preocupó a don Raúl, y una forma de abordar, con su legado valórico, con su valentía y voluntad, problemas nacionales decisivos, como el de las violaciones de los derechos humanos, que tan gravemente afectan la convivencia nacional y que no podemos seguir postergando.
Se encuentran presentes en la tribuna de honor el obispo diocesano de Valparaíso, monseñor Gonzalo Duarte; el obispo auxiliar de la misma ciudad, monseñor Juan Barros; la señora Clementina Silva Henríquez y familiares de don Raúl.
En nombre de la bancada de la Democracia Cristiana, tiene la palabra el Diputado señor Enrique Krauss.
El señor KRAUSS (de pie).-
Señor Presidente, estimados colegas, distinguidas visitas, ocupo esta tribuna parlamentaria, el más alto sitial democrático del país, en nombre del Partido Demócrata Cristiano y de sus diputados, acongojado, como lo ha estado Chile, por la sensible pérdida que ha experimentado con la muerte de ese notable hombre público y excepcional ser humano, este “cura de mi pueblo”, amable y sencillo, que a Dios siempre rogó por todos nosotros, como fue en vida el Cardenal Silva Henríquez.
Él, que durante tantos años puso toda su atractiva humanidad y condición de hombre de Dios en la entrega desinteresada por los otros; él, que nos legara tantas obras de bienestar social, especialmente dedicadas a los pobres; él, que guiara a la Iglesia de Santiago por casi 22 años y, antes, a la Diócesis de Valparaíso, hoy nos asombra no sólo con su muerte ejemplar y redentora, sino, además, con un legado maravilloso que lo retrata una vez más en toda su valía.
Él nos ha donado -difundido por el señor Arzobispo de Santiago- un testamento espiritual que constituye una pieza magistralmente escrita con el alma y que representa un mandato que a quienes nos llamamos cristianos, nos interpela y compele a dar cumplimiento a compromisos actuales y futuros.
“Mi palabra -dice el Cardenal-, es una palabra de amor”. Y no podía ser de otra manera. Él amó a Chile y a su pueblo de una forma tan singular como entrañable. Lo amó como nadie ama: con desinterés, sin pedir ni buscar recompensas y sabiendo muchas veces que ese excesivo cariño le acarrearía incomprensiones y aun sufrimientos; pero él, que siempre estuvo pronto para auxiliar al desvalido, en la hora trascendente de su muerte, sólo tiene palabras de comprensión para aquellos que lo atacaron y aun lo difamaron con apodos y dichos que ocultaban su verdadera identidad de hombre bondadoso e íntegro. A ellos, en un gesto de reconciliación total, les dice: “Mi palabra es una palabra de amor a todos, a los que me quisieron y a los que no me comprendieron”, y agrega, en un gesto de indulgencia cristiana: “No tengo rencor; sólo palabras para pedir perdón y para perdonar”. Sin embargo, el homenaje que se le debe rendir al hombre bueno, al hombre santo, al hombre de Dios, no sólo se justifica porque ocupó un lugar destacado en nuestra historia de los últimos años: se le tributa porque con su accionar y con su vida, dio ejemplo de servicio y amor entrañable.
Nacido en un hogar cristiano, típico hogar campesino de la ciudad de Talca, fue el penúltimo hijo de un matrimonio ejemplar, formado por el agricultor don Ricardo Silva y doña Mercedes Henríquez. Desde niño sintió la vocación religiosa, pero antes -por insinuación de su padre- se forma profesionalmente y se recibe de abogado, luego de cursar estudios en la Universidad Católica. Sólo entonces, cuando alcanzó la meta que se había propuesto y que le había ofertado a sus progenitores, optó por el sacerdocio, escogiendo para su vida el modelo de servicio que había promovido San Juan Bosco , el venerable clérigo de Becchi.
Impulsado por el ardiente fuego del servicio a los jóvenes que Don Bosco había practicado en la Italia del siglo XIX, ingresó en la Congregación Salesiana, y luego de estudiar filosofía en Chile, y Teología y Derecho Canónico en Turín, se ordenó sacerdote el 4 de julio de 1938, consagrado por el arzobispo de esa ciudad, Cardenal Mauricio Fossatti. Y entonces elige como lema de su acción apostólica una frase que lo marcaría el resto de su vida: “ Caritas Christi urget nos” (La caridad de Cristo nos urge). Por eso, la generosa y hermosa vida del Cardenal Silva está marcada por su compromiso de caridad, porque, de regreso a la Patria, se vuelca a los trabajos de carácter pedagógico, típicos de la Congregación Salesiana, y prácticamente desarrolla en plenitud el colegio que, desde hace muchos años, mantiene esa congregación en La Cisterna, el populoso y popular barrio santiaguino, y a punta de esfuerzo, de impulso prácticamente personal, construye alrededor de ese colegio un magnífico templo, que en su época fue la admiración del Santiago de esos años.
Luego, los superiores salesianos le encomendaron la rectoría del prestigioso colegio Patrocinio San José y allí, una vez más, desplegó su actividad en beneficio de los jóvenes, reformando programas, integrando esa comunidad educacional, que era cerrada, a la comunidad nacional; mejorando la calidad de la docencia que se impartía; y en la perspectiva del trabajo pedagógico, organizó con otros colegios católicos la Federación de Institutos de Educación, FIDE, de la cual fue su primer presidente, y que hoy todavía funciona realizando un aporte importante a las tareas de la educación.
En su afán pedagógico, creó la revista “Rumbos” y, más tarde, la “Revista de Educación”. Como sus actividades incansables fueron apreciadas por la Nunciatura, el Episcopado le encomendó la creación del Instituto Católico de Migraciones, tarea que realizó con notable éxito y que todavía hoy sigue vinculada a la orden salesiana.
Ese mismo espíritu de superación lleva a la autoridad eclesiástica a encomendarle la instalación, en Chile, de Cáritas. A instancias del entonces Arzobispo de Talca , Monseñor Manuel Larraín , el Nuncio apostólico de su Santidad en Chile, Monseñor Sebastiano Baggio , le nombra presidente nacional de la organización. Era ésta una misión difícil pero estimulante para una persona como don Raúl , quien, repartiendo dádivas -contribución mínimamente alimentaria para los pobres-, remarcó su conocimiento a fondo de la realidad chilena, y constató y denunció sus lacras sociales y sus oprobiosas injusticias. En ese papel, en el compromiso con los pobres -opción preferencial que desde los inicios del Evangelio, del mensaje bíblico, es un requerimiento para todos los cristianos-, se le confió, en 1962, el mando mundial de la organización.
Por sus merecimientos, Su Santidad Juan XXIII , en octubre de 1959, le designa obispo de Valparaíso, y luego, en mayo de 1961, arzobispo de Santiago ; en febrero de 1962, fue honrado por el mismo Papa Juan , el Papa bueno, con el capelo cardenalicio. Era el segundo chileno que alcanzaba ese honor, luego de monseñor José María Caro.
Desde su sitial de arzobispo de Santiago y de Cardenal de la Iglesia , llevó adelante una monumental e imperecedera obra. A él se deben iniciativas como la reforma agraria, inspirada en el propósito del “destino común de los bienes” de que habla la encíclica Laborem Exercens , aplicada en los predios que tenía la Iglesia en esa época.
A él se le debe la creación de diversas vicarías que tenían por objeto ayudar a los pobres, a los perseguidos y preocuparse de determinados sectores, tanto territoriales como de la organización social.
Largo sería hablar de cada una de las obras de este realizador incansable. Creó universidades, como la Academia de Humanismo Cristiano y la Universidad Católica Blas Cañas, que hoy, orgullosa, poco antes de la muerte de don Raúl, con el acuerdo del Comité Permanente del Episcopado y de la Congregación Salesiana de Chile, y con el permiso del Ministerio de Educación, ha trocado su nombre por el de “Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez”.
Fundó bancos como un medio de contar con recursos para su importante labor pastoral -prueba de ello es el Banco del Desarrollo- y accedió a medios de comunicación, como la Radio Chilena; pero a los grandes hombres no se les recuerda sólo por sus grandes obras; se les recuerda por su ejemplo, por su accionar consistente, por su pensamiento consecuente con la prédica que se realiza.
El Cardenal será recordado siempre como el Cardenal de los pobres, como lo mencionó el señor Presidente , porque verdaderamente los amó y socorrió en sus aflicciones. Muy temprano, en su vida, don Raúl sintió un profundo amor por los pobres, traduciendo en conductas concretas el significado peculiar y esencial que tiene la justicia en el mensaje bíblico, en cuanto a protección de los más débiles y de tutela de sus derechos que les permitan gozar, en cuanto hijos de Dios, de las riquezas de la Creación.
Frente a ellos, desplegaba una caridad sin limitaciones. Junto a ellos, parecía transportarse y aun su ceño -aparentemente adusto- se relajaba y se llenaba de risas cuando los niños pobres y abandonados de las aldeas SOS, que mantuvo y guió durante todo su Episcopado, se acercaban cariñosamente a él, como se acerca alguien al padre que no ha tenido.
Los pobres le dolían profundamente a don Raúl , y sentía que su misión sacerdotal debía ser para ellos. Por allá por 1970, declaraba: “Nos van a juzgar, somos ya juzgados, por los servicios a la persona del pobre, del enfermo, del peregrino, incluso del encarcelado. Nuestro amor y fidelidad a Dios se prueban, en primer lugar, en nuestro amor y fidelidad hacia el hombre que nos necesita”.
Mortificado por la realidad de creciente pobreza y por la injusticia social reinante, exclamaba entonces: “Nuestra voz se levanta para orar por los que son indignamente explotados, con ultrajes encarnecidos en su cuerpo y en su alma, envilecidos por un trabajo degradante sistemáticamente organizado e impuesto... Debemos orar -reclamaba a sus feligreses- por los que no tienen casa, el albergue de una morada que proteja la intimidad de su familia y les permita conocerse y amarse”. Ese amor explotó más de una vez en palabras que reflejan su pesar y voluntad de servirlos.
En alguna oportunidad, conmemorando con los trabajadores el Día del Trabajo, decía: “Hay otras cargas que no son livianas; otros yugos que no son suaves. Ustedes lo saben y lo sufren más que otros. También Jesús, también la Iglesia lo sabe y lo sufre, y no descansará en su lucha por mitigarlos y, finalmente, suprimirlos. Pero para eso, precisamente para eso, para acelerar la lucha y asegurar su triunfo, es necesario venir a Jesús.
“Nuestros hacinamientos humanos, con su cortejo de insalubridad, promiscuidad, atenuación y pérdida del sentido moral, son un factor degradante. Los más privilegiados no sospechan el proceso de acumulada frustración que deviene en resentimiento y rencor y desemboca en el odio y la violencia cuando se ve que tantos tienen tan poco y tan pocos tienen tanto”.
El Cardenal Raúl será recordado como el Cardenal de la paz y de la justicia, porque luchó por conseguirlas siempre que vio reflejada la injusticia en el accionar de los hombres. Creía que el remedio de la pobreza se encontraba en la justicia social, que sólo era posible de lograrse por medio de la paz, y ésta sólo alcanzable en libertad.
Estos conceptos tan necesarios de enarbolar hoy, hacen que en la actualidad las palabras del Cardenal Raúl cobren plena validez, no porque las entendamos en la perspectiva del tiempo y en el respeto que nos merecen, sino porque la pobreza sigue agobiando a miles de nuestros compatriotas y, lo que es peor, ella se vuelve lacerante y mortificante, al punto que a su sola vista debiéramos avergonzarnos.
Sostenía don Raúl : “No habrá paz allí donde no haya justicia, y no habrá justicia sin una educación sistemática a amar los derechos de los otros”. Y agregaba al respecto que “nunca nuestros derechos están mejor garantidos que cuando amamos los derechos de los otros”. Por eso, para él “la libertad sólo es auténtica y duradera cuando es para todos y no cuando es patrimonio de los que poseen dinero y cultura”.
Don Raúl será recordado como el Cardenal demócrata y pluralista, porque respetaba verdaderamente al otro como una muestra más de su notable caridad. Para él la pluralidad y las libertades del otro eran una cuestión de la máxima importancia, porque no sólo significaban la valorización del otro, sino, sobre todo, porque era de la esencia de la caridad el aceptar la existencia del que pensaba distinto.
Recalcaba lo positivo que se podía encontrar en los pensamientos disímiles, y por eso, al aceptar una invitación que le hiciera en 1965 la colectividad judía de Santiago, habló, y sus palabras despertaron, como era de suponer, críticas acerbas y punzantes. Dijo entonces: “Es necesario que todos los hombres, y sobre todo los cristianos, nos abstengamos de toda discriminación, o de todo vejamen a causa de raza, de color, de condición o de religión de cualquier hombre”.
Sería fácil entender ese acercamiento si se piensa que en la Iglesia existían ya aires de sano ecumenismo. Pero se magnifica su gesto cuando, en junio de 1969, la Universidad Católica confiere el doctorado Honoris Causa al poeta Pablo Neruda , militante del Partido Comunista. Para explicar el hecho, don Raúl señaló: “La Iglesia aprecia la verdad, el bien y la belleza, aunque estén representados en quienes no participan de su convicción religiosa. En otras palabras, la Iglesia Católica por su naturaleza, el cristianismo por su naturaleza, no pueden ser sectarios, pues el sectarismo está reñido con nuestra esencia profunda”. Allí se arraiga la existencia de su sano pluralismo.
Su postura no tenía variación; creía en la democracia y sentía que ella era, por sobre todo, pluralista; y por eso había señalado que “sería una falta de cristianismo y una ausencia de democracia el no aceptar que otra persona piense distinto de uno”.
Don Raúl será recordado como quien creía en una economía social, porque su deseo de cambiar el rostro pobre de Chile le movió a señalar agudamente que los cristianos debían ver la economía como una actividad al servicio del hombre para su bienestar y mejor calidad de vida, conceptos que otorgan impulso ético importante a la economía de la solidaridad de que habla el actual Santo Padre.
Don Raúl será recordado como el Pastor de la no violencia, a la que combatió incansablemente en todas sus formas. Señaló que la violencia no era “el único ni el mejor camino. Ni siquiera -agregó- es un camino. Los pueblos no cambian ni progresan, ni se ponen en marcha sustituyendo una violencia por otra. La violencia liquida las libertades, suscita odios y rencor de venganza, impide la participación del pueblo o la desnaturaliza... Nuestro pueblo chileno no ama la violencia y no cree en ella”.
Coincidente con lo dicho, cuando el peligro de una confrontación civil se cernía sobre los espíritus en 1973, abogó por la paz y la reconciliación. En esas circunstancias dirigió cartas, formuló declaraciones y ofreció mediar entre los bandos, porque creía que Chile merecía una nueva oportunidad.
No dudó jamás en juntar en su casa y en sentar a su mesa a los líderes políticos que se contrastaban, a fin de encontrar la solución a los conflictos.
Cuando la democracia sucumbió y se produjo el golpe militar que derrocó al gobierno constitucional con su secuela de persecución y muerte, oró en público por los caídos y por la reconciliación. Ofreció mediar, visitó a los presos e intentó liberar a los detenidos. Habló entonces de deponer las actitudes violentistas y denunció las violaciones a los derechos humanos.
Dijo en 1974: “Hemos presenciado las vicisitudes de nuestra historia, los dolores de nuestro pueblo, las luchas de nuestros hijos. Sentimos dolorosamente que nuestro pueblo, que estos hijos de Dios, no sean capaces de comprenderse, de respetarse y amarse y que, por el contrario, los odios fratricidas se despierten entre nosotros. Hemos presenciado la lucha y hemos vivido la muerte de nuestros hermanos. Hemos visto el dolor de una situación sangrienta en nuestra patria y de una guerra entre compatriotas”.
Predicó, insistiendo en que la violencia no genera sino violencia: “Lo hemos dicho en todos los tonos; no se nos ha oído, y por eso hoy día lloramos el dolor del padre que presencia el desgarramiento de su familia, la lucha entre sus hijos, la muerte de algunos de ellos, la prisión y el dolor de muchos”.
No claudicó en la defensa de los oprimidos, de los perseguidos, de los ignorados. Víctima él mismo de la violencia, amenazado de muerte, debió ser protegido y escoltado. Y reaccionó asombrosamente diciendo: “Yo no puedo creer que alguien pretenda levantar su mano contra un pobre hombre que no es nadie, pero que tiene sobre sus hombros la cruz de Cristo y que su cabeza ha sido ungida por la gracia del Pontificado. Tengo una esperanza, amo a mi gente y realmente si fuera necesario morir por ella, le pediría al Señor que me diera fuerzas para cargar con su cruz hasta el extremo”.
Incontables fueron las actitudes del Cardenal en relación con esta postura. Esas palabras de don Raúl, este ejemplo, adquieren dramática vigencia en el escenario que, lamentablemente, con cierta periodicidad, se levanta entre nosotros, en que los extremismos pretenden estimular las polarizaciones, reabrir heridas, profundizar brechas.
Don Rául se ha ido en el despuntar del otoño, en medio del reconocimiento y del afecto del pueblo al que sirvió y con la tranquilidad del que ha cumplido lealmente con su Señor, cierto de pasar sobradamente la prueba de los talentos y sabiendo que, como el Apóstol, ha librado la buena batalla.
La Democracia Cristiana, que tanto le debe, que estima en él a uno de sus preclaros ejemplos a seguir, ante la majestad de su muerte, solemnemente se compromete a tratar de cumplir como nos enseña “Populorum Progressio”, sin esperar pasivamente consignas y directrices, nos comprometemos a tratar de cumplir el hermoso legado de la vida y obra del Cardenal Silva Henríquez , alegría de la luz, alegría de la fe, que nos interpela para la predicación del mensaje renovado del humanismo cristiano en Chile y en el continente latinoamericano.
En la hora solemne de su muerte, el Cardenal, cura de nuestro pueblo, amable y sencillo que a Dios siempre rogó por todos nosotros, ha hablado una vez más. Esta vez lo ha hecho desde la eternidad. Y por eso, los que creemos en Dios por amor a Dios, todos nosotros, porque queremos y creemos en Chile, no desoigamos su voz.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
El Diputado Alejandro García-Huidobro rendirá homenaje en nombre de la Unión de Centro Centro.
El señor GARCÍA-HUIDOBRO (de pie).-
Señor Presidente , honorables colegas, familia del Cardenal Silva Henríquez , estimados obispos, en el día de hoy rindo sentido homenaje y me sumo a los millones de chilenos que hoy lamentan el fallecimiento de este gran emisario de Dios: el Cardenal Raúl Silva Henríquez , quien con su buen criterio y gran sentido de la justicia y comprensión hacia todo ser humano, nos dejó un gran legado: la necesidad de perdonar y de ser perdonados.
Fiel a su Iglesia y al magisterio, entregó lo mejor de sí por sobre sus evidentes preferencias, abriendo un camino fundado en la fe para el diálogo y la paz tan necesaria en estos tiempos que vivimos. Un diálogo no con el fin de promover un discurso, sino con una actitud de humildad, sin distingo de credos, ideas políticas o sociales, como un signo de tendencia a la unidad nacional, creando entre todos los chilenos una corriente de generosidad y de solidaridad.
En su testamento espiritual, el Cardenal manifiesta su amor a Cristo, su amor a la Iglesia, a la que sirvió durante toda su vida, y el profundo amor a nuestra patria, y pide a quienes tenemos la vocación y la responsabilidad de servicio público que sirvamos a nuestro Chile con especial dedicación. Eso es lo que nos pide en su gran legado y testamento espiritual.
El Cardenal Silva Henríquez tuvo una preferencia especial por los jóvenes, a quienes les pidió que escucharan a la Iglesia; y a quienes tenemos vocación de servicio público, nos pidió que escucháramos a los jóvenes y lo cuidáramos, porque son no sólo el presente, sino también el futuro de Chile.
Se preocupó de los campesinos y de todos los más necesitados, material y espiritualmente, y a quienes más amó fue justamente a los más pobres, para los cuales nos pidió que actuáramos con solidaridad, porque son justamente los que más la necesitan, y quienes más tienen son los que precisamente deben preocuparse de los que menos tienen, como lo manifiesta en una frase que es histórica para nuestro país: que la miseria no es humana ni es cristiana.
En resumen, en este valioso legado que deja a todos los chilenos, señala la importancia del respeto y el valor que merecen todos los seres humanos, de cualquier condición social, de cualquier pensamiento político, de cualquier credo religioso.
Nos ha dejado un gran desafío: buscar acuerdos y soluciones para enfrentar juntos, como chilenos, como una gran familia, el futuro, sin divisiones y sobre todo sin tratar de imponer nuestros puntos de vista. Dejar los orgullos a un lado, ya que sólo logran distanciar y alejar el único objetivo que tenemos: engrandecer a nuestra patria y a nuestros hijos.
Confío en que este importante legado que nos ha dejado el Cardenal a su partida, nos lleve a reflexionar en lo más íntimo de nuestro ser, no cambiando el eje de la vida de una realización integral, espiritual y moral a otro meramente material. Intentar aprender de la grandeza de este fiel servidor de la Iglesia, que hasta sus últimos días logró reunir en torno de sí a miles de compatriotas en su lecho de enfermo, y que más allá de cualquier connotación cumplió con su deber y la misión propia de la Iglesia: la búsqueda de la paz y la unidad de todos los chilenos.
Creo que esta sana reflexión nos debe llevar a trabajar en la unidad, sorteando las innumerables dificultades que se han suscitado, ya sea por intereses partidistas u otros, sin abandonar la verdadera misión que debemos cumplir, esto es, aunar esfuerzos con humildad, intentar poner fin a los odios y rencores que a nada conducen. Miremos unidos el futuro porque nos queda mucho por hacer.
No quiero terminar estas palabras sin recordar lo que decía el padre Hurtado: “¿Qué sentido tiene la vida, para qué está el hombre en este mundo? El hombre está en este mundo porque alguien lo amó: Dios. El hombre está en este mundo para amar y ser amado”.
Desde esta tribuna, hago llegar mis condolencias a la familia del Cardenal Silva Henríquez, como también a la Iglesia chilena.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
Por la Unión Demócrata Independiente, rinde homenaje el Diputado Víctor Pérez Varela.
El señor PÉREZ, don Víctor (de pie).-
Señor Presidente , la bancada de la UDI adhiere al homenaje que nuestra Corporación rinde hoy al Cardenal Raúl Silva Henríquez.
En un estudio extraordinario, titulado “El Otoño de la Edad Media”, Johan Huizinga se refiere a esa época diciendo: “Cuando el mundo era medio milenio más joven, tenían todos los sucesos formas externas mucho más pronunciadas que ahora. Entre el dolor y la alegría, entre la desgracia y la dicha, parecía la distancia mayor de la que nos parece a todos nosotros”. Estas palabras perfectamente pueden aplicarse a lo que ha sido la historia de nuestro país en los últimos treinta años. Una época que, mirada retrospectivamente, nos parece intensa desde todos los ángulos: de grandes cambios, de grandes dolores, de grandes divisiones; pero, al mismo tiempo, de grandes progresos y modernizaciones.
Hay dos formas de rendir homenaje al Cardenal Silva Henríquez. Una fácil, consistente en resaltar aspectos formales, y otra más difícil, pero más honesta, que consiste en recordarlo en todas sus facetas: intelectualmente brillante, públicamente en la primera línea, pastoralmente fecundo y controvertido; un hombre, un sacerdote y un pastor que siempre tomó un camino definido para conducir a su rebaño. Cuando las personas viven tan intensamente como lo hizo el Cardenal Silva Henríquez es imposible evitar el juicio de la historia, es imposible evitar convertirse en una referencia respecto de la que se tiene necesariamente una opinión, porque nadie que haya seguido la vida de Chile en los últimos treinta años puede dejar de tener una opinión sobre lo que él hizo, sobre aquello en lo que creyó y sobre la forma en que lo defendió.
No sería honesto si no reconociera, como católico y como persona dedicada al servicio público, que muchas veces al interior de mi conciencia discrepé del Cardenal. No sería honesto si no reconociera que el desconcierto fue un estado de ánimo causado en mí por algunas opiniones y acciones del Cardenal. Reconozco todo esto hoy por dos razones: primero, porque nada de ello disminuye la importancia y el lugar destacado que en nuestra historia ocupa ya el Cardenal Silva Henríquez y, segundo, porque hombres como él, especialmente cuando han sido nuestros pastores, merecen siempre recibir el respeto y la honestidad de sus fieles.
Pero tampoco sería justo detenernos sólo en el Cardenal Silva Henríquez y centrarnos exclusivamente en su vida pública, dejando de lado toda la inmensa obra silenciosa, anterior a aquella etapa, de estudio, de trabajo por los más pobres, por los desposeídos, por los jóvenes, fundando colegios, educando. El Cardenal Raúl Silva Henríquez fue toda su vida un sacerdote y, especialmente, un salesiano, orden en la que consagró sus esfuerzos y dedicación.
Más aún, luego de dejar el primer plano de la opinión pública volvió a esa vida tan alejada de ese primer plano, pero en la primera fila de lo que la vocación le mandaba. Es el momento de colocar la vida del Cardenal Silva Henríquez en todas sus dimensiones, en su fe, en su actuación pública, en sus grandes tareas, en sus pequeños gestos, como un tema de reflexión, para extraer de él todas las enseñanzas que nos permitan construir un país más unido, y a los católicos, una Iglesia cada vez más entregada a los grandes valores que la caracterizan, al respeto a los seres humanos, al rechazo al aborto, al apoyo a la unidad de la familia, al trabajo para superar la pobreza, en fin, aquello que conforma en toda su dimensión el legado de un Cardenal como Monseñor Silva Henríquez , en toda la riqueza del magisterio que él sirvió.
Al final de su vida, el Cardenal nos dejó un testamento espiritual extraordinariamente importante, en el que revela y expresa aquello que era su esencia: su calidad de pastor, su condición de hombre de Dios, su vocación religiosa superior y anterior a toda otra consideración.
El Cardenal Silva Henríquez nos dejó un testamento con una frase central, que conduce todo su texto: una palabra de amor.
Por ello, no puedo dejar de sentir la necesidad de responderle de la misma manera: con una palabra de amor. De amor al pastor de la fe que profeso, de amor al hombre público que hizo siempre lo que creyó mejor, con honestidad y valentía; de amor a quien vivió una vida entregada a la juventud y a los pobres, siguiendo en el centro el mensaje de Cristo. Su último deseo fue que Chile viviera en la unidad que él contempló destruirse. Por ello, creo en la importancia de recordar al Cardenal con este espíritu, sin tratar de incorporar su figura y su legado como un activo contable en el balance político de algunos y de imputarlo como un pasivo de otros. La figura del Cardenal merece mucho más, si no de todos, al menos de los católicos. Puede ser que para aquellos que se sintieron junto a él en tareas específicas, pero que nunca compartieron su gran y única tarea que era vivir su fe, esto les resulte extraño y no puedan ir más allá de algunas consecuencias políticas que pueden haber tenido sus actos pastorales; pero para quienes vivimos como cristianos, lo importante, lo trascendente está en el inicio y el final de la vida sacerdotal de Monseñor Silva Henríquez, cuando eligió a Jesucristo como meta y a Don Bosco como modelo para alcanzarlo y, finalmente, cuando pasadas todas las batallas de esta vida terrenal y llega el momento de despedirse, lo hace pura y simplemente como un hombre de Dios: con una palabra de amor.
El Cardenal nos ha dejado tarea, porque eso es lo que corresponde a un pastor: alcanzar la unidad y la reconciliación. Ojalá que con honestidad y prudencia todos hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para lograrlo. Ése será nuestro mejor y más duradero homenaje.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
Por la bancada de Renovación Nacional, rendirá homenaje el Diputado señor Arturo Longton.
El señor LONGTON (de pie).-
Señor Presidente , señores diputados, señoras diputadas, señor Obispo de Valparaíso , estimados amigos que nos acompañan:
En nombre de Renovación Nacional, adherimos al homenaje que hoy rinde esta Cámara y al pesar de muchos chilenos por el fallecimiento del Cardenal Raúl Silva Henríquez.
En esta Sala se han expresado ya innumerables aspectos y episodios que reflejan una fuerte personalidad y una incuestionable consecuencia de su fe e ideales, dejando en claro la gran admiración y reconocimiento de todos los chilenos que, de una u otra forma, fuimos influidos por sus obras y pensamiento.
En todos los momentos de su larga trayectoria demostró una enorme facilidad para trascender por sobre las diferencias, las divisiones y los prejuicios estériles, enfrentando los problemas de fondo, los asuntos cruciales de nuestra búsqueda de reconciliación y armonía que, sin duda, fueron, son y, lamentablemente, seguirán siendo los ineludibles desafíos de nuestra Patria.
El desamparo que viven miles de niños, la pobreza que arrastran muchos chilenos y la violencia que enfrenta a los débiles con los poderosos fueron siempre los puntos cardinales en sus palabras, sus acciones y su legado. La melancólica mirada de un niño, el desesperanzado andar de un mendigo o el sufrimiento de un detenido se transformaron ante el Cardenal Silva Henríquez en una fuerza incontenible de rechazo, condena y defensa y, por último, de reivindicación del ser humano como figura central en la vida de nuestro pueblo.
No obstante su profundo amor por la Iglesia Católica, el Cardenal Silva Henríquez siempre entendió que lo anterior no era una tarea exclusiva o excluyente de su credo religioso. Para perseguir fines esenciales, no cerró nunca las puertas; por el contrario, las abrió para todo el mundo y tuvo siempre la disposición para incorporar y dialogar con otras confesiones e instituciones, impulsando el ecumenismo y respetando el laicismo. Así, desarrolló actos que propendían, finalmente, a combatir el sufrimiento de muchas personas, por medio de organismos como el Comité de Cooperación por la Paz en Chile, Pro Paz, o la Vicaría de la Solidaridad.
También llevó a cabo variadas iniciativas educacionales, en complemento y entendimiento con autoridades que no adherían a la fe católica. Para él, lo realmente valioso era aumentar las posibilidades de que miles de jóvenes recibieran mejor educación.
En todo su trabajo quedó en evidencia el cariño que entregó al país. En su testamento espiritual, el Cardenal nos habló de la lealtad, generosidad y nobleza del pueblo chileno, y nos llamó especialmente a quienes estamos en el servicio público para que velemos siempre por el bien de Chile y para que sigamos teniendo una ruta de justicia y libertad.
Ésta no es la única lección y tarea que nos ha encomendado el Cardenal a los chilenos: también nos ha pedido que, con solidaridad y generosidad, hagamos todo lo posible por erradicar la pobreza por la que él tanto sufrió y trabajó, que nos respetemos y valoremos por sobre cualquier tema religioso, condición social, pensamiento político o edad, tal como él lo hizo; que trabajemos por conseguir que cada niño tenga una escuela, que cada familia tenga una casa, que cada enfermo reciba la atención digna que se merece, y que el ser humano, por sobre todas las cosas, sea respetado.
Pero, por sobre todo, también nos pidió que desterremos egoísmos y ambiciones y construyamos un país donde se pueda vivir en amor, en paz, en tranquilidad, en solidaridad. Él mismo nos dijo que no sentía rencor y que sólo tenía palabras para pedir perdón y perdonar. ¿Quiénes somos nosotros para no seguir este ejemplo?
Admiro el tremendo coraje que tuvo el Cardenal Silva Henríquez para defender sus principios, para defender a quienes no tenían voz y a quienes fueron perseguidos. Admiro tremendamente la fuerza que tuvo para defender todo aquello en que creía.
Al terminar, quiero recordar que en la década de los sesenta, cuando fue nombrado Cardenal, yo estaba en el Colegio Salesiano, y en aquella ocasión tuve el honor, sólo con 12 años de edad, de hacer el discurso de bienvenida y de felicitaciones al Colegio Salesiano. Hoy, por estos destinos de la vida, me ha correspondido, aquí en Valparaíso, decirle el último adiós y rendirle homenaje en nombre del Partido Renovación Nacional.
Creo que el mejor homenaje que podemos hacer al Cardenal Silva Henríquez es continuar su tarea, para que nuestros jóvenes, a quienes tanto quiso, reciban un país reconciliado y en paz. Ése es nuestro deber.
Muchas gracias.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
La Diputada señora Laura Soto rendirá homenaje en nombre de la bancada del Partido por la Democracia.
La señora SOTO, doña Laura (de pie).-
Señor Presidente, estimados colegas, familia del Cardenal, familia de la Iglesia:
Rindo este homenaje en nombre de nuestra bancada del Partido por la Democracia y en el mío propio, porque tuve el privilegio de conocerlo y de trabajar con él como abogada colaboradora de la Vicaría.
Sólo ayer le dijimos adiós, y aún nos conmueve el amor que la gente de la calle -la mujer sencilla, el joven rebelde- le brindó a raudales.
Despojado de su coraza terrenal, él se prepara a trascender en su viaje hacia el encuentro del Padre y a dejarnos encendida en las pupilas la luz de su ejemplo y su mensaje; a mostrarnos que, a partir de su vida, podremos recorrer también las páginas recientes de nuestra historia nacional, con sus momentos de pasión y de razón, con sus experimentos y experiencias, con sus grandes amores y sus terribles dolores, con sus separaciones y reencuentros, con sus tradiciones y revoluciones, porque en la vida que nos deja se resumen y expresan, como en un libro abierto, los tiempos y los espacios del pasado, cuatro décadas de un Cardenal y cuatro Presidentes de la República , el latifundio, la reforma agraria, “la revolución en libertad” y “la vía chilena al socialismo”, “la revolución silenciosa” y “los silencios de la revolución”; dos constituciones políticas y una transición inconclusa, y, en todas las etapas mencionadas, el hombre que muere, como protagonista y actor, con su palabra de amor, con su esperanza de unión, con su alma de nación.
Entonces, no es extraño que en las calles y avenidas se abalancen sobre el paso del cortejo; no es extraño que el féretro que transporta el automóvil del Hogar de Cristo reciba la ovación y la oración de una ciudad entristecida; no es extraño que los unos y los otros caminen con el mismo paso para acompañarlo a su morada terrenal; no es extraño, entonces, como lo dijo tantas veces, que a partir de este nuevo dolor, Chile vuelva a crecer y a creer en la reconciliación de los hermanos.
Y entre tanto discurso y ceremonia, entre tanta liturgia y rito, entre tanta declaración y reacción, pasa la figura de un hombre que fue llamado Raúl , que nació o, mejor aún, que floreció en la vida en zona campesina, al interior de una familia con raíces afincadas al comienzo de la nación. Raúl, campesino y abogado, estudiante y sacerdote, confesor y protector; Raúl , el Cardenal de la mirada suave y certera, de la palabra fuerte y amigable, del discurso sencillo y verdadero. No es posible no reconocerlo con su espíritu de niño, su esperanza de joven y su fortaleza de hombre, porque fue el refugio y solar del perseguido, la fuente del sediento y la paz del oprimido. A su vez, fue el que predicó con el ejemplo, el que usó la ternura con el desvalido y la fuerza del espíritu contra la tiranía.
De ahí que el pueblo de Chile, que según sus palabras es noble, generoso y leal, salió a porfía de todo reglamento, más allá de leyes y recursos, arrasando con toda diferencia, para manifestarse, una y otra vez, con pañuelos al viento y el corazón encogido por el dolor, pero con los ojos abiertos a la luz y la esperanza.
El Cardenal de los perseguidos, de los humillados, a quien Dios le entregó una misión que iluminó nuestras vidas; que supo, con ternura de padre, enjugar las lágrimas y luchar con la fuerza del espíritu, con la fe encendida, y triunfar con los valores del ser humano, a despecho de los que querían mancillar el alma de la nación.
El abogado de los imposibles, en un mundo de violencia, en que era fácil caer en la cobardía, en la comodidad, en “el traicionero equilibrio de la racionalidad”, él se atrevería a condenar en términos claros las desolaciones, las muertes, las torturas y a cobijar a las víctimas, a amparar a los vencidos, aun a costa de sí mismo, de su fragilidad de hombre desarmado.
¿Quién se atrevería sino él, a exigir verdad y justicia en un mundo en que la crueldad campeaba; a exigir libertad y dignidad en un mundo en que la servidumbre era el pan nuestro de cada día?
¿Quién se atrevería sino él, que sufrió todos los dolores, los propios y los ajenos, a hablar de perdón, de “perdonar a los que nos ofenden”, y a ser perdonados, si hemos pecado en vano en contra de nuestros semejantes?
¡Ay! ¿Quién se atrevería sino él, a tener un sueño: el de la Patria reconciliada, la Patria que hoy le debemos, la que nos urge en su testamento espiritual, la que nos llama desde su amor y su bondad?
Porque aun los que en el ayer no le quisieron bien y persiguieron su obra, le vituperaron y anatematizaron, hoy le reconocen su grandeza, su testimonio de vida y de esperanza, la llama de la historia que lo ilumina.
Por ello, estamos ciertos de que se hallarán dispuestos a abrir sus corazones al mensaje de paz y de amor con que el pastor de los humildes nos demanda desde la diestra de Dios Todopoderoso.
El Cardenal Silva Henríquez ya no está con nosotros, y mientras al momento de su partida el camino se va bordando de pétalos de flores, el silencio retoña en las mejillas brillantes, en donde las lágrimas manifiestan el sentir y la congoja de un pueblo agradecido, al cual, con su sabia reflexión y su certera acción, condujo y al que le guardó, como a un tesoro, aquella esencia ciudadana que él llamaba “el alma nacional”, libertaria, solidaria, amante de la justicia y, por sobre todo, unificada en su fe en Dios y en los valores cristianos.
Señor Presidente , en la solemnidad de este momento quiero elevar mi oración por el alma de nuestro Cardenal, por la unidad de nuestra patria y por todos aquellos hombres de buena voluntad que, como don Raúl Silva Henríquez , seguirán luchando para construir un mundo en que dé a luz la justicia, la paz y la dignidad de todas las personas.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
En nombre de la bancada del Partido Socialista, rinde homenaje la Diputada señora Fanny Pollarolo.
La señora POLLAROLO, doña Fanny (de pie).-
Señor Presidente , colegas y funcionarios, autoridades eclesiales, jóvenes estudiantes, familiares de don Raúl:
En nombre de la bancada socialista, vengo en rendir con emoción nuestro homenaje en memoria de su eminencia el Cardenal Raúl Silva Henríquez.
Nuestro país ha expresado de manera conmovedora el dolor de su partida y los sentimientos que se experimentan ante su figura y su legado.
Los socialistas compartimos ese dolor y esos sentimientos.
Somos parte de ese pueblo que escribió en las ventanas de los microbuses su adiós “al Cardenal de los Pobres”; de esos miles de mujeres, hombres, jóvenes y ancianos, creyentes y no creyentes, que con emoción y razón despidieron a su Cardenal, repitiendo ese grito que tantas veces él escuchara y lo hiciera sonreír con ternura: “Raúl, amigo, el pueblo está contigo”.
Los socialistas le rendimos aquí un homenaje de cariño y de profunda gratitud, porque él fue, en los tiempos tan largos y tan duros que vivimos, el mayor referente de defensa ante la barbarie, el mejor amparo y la mayor protección ante el miedo y la amenaza. Él fue el pastor que salvó vidas, el que denunció la tortura y las desapariciones, el que supo defender a su rebaño.
Aquí le expresamos nuestra gratitud por la lección de vida que nos entregó, por su legado de coraje y consecuencia, por su forma de amar, porque, como lo muestra su testamento espiritual, él supo amar intensamente: a su Iglesia, a los jóvenes, en especial a los pobres y a los desamparados; a los campesinos, a los sin tierra; a los pobladores, a los sin casa; a los trabajadores, a los sin trabajo; a los niños, a los sin amparo, a la juventud, a los sin esperanza.
Pero el amor de don Raúl no fue contemplativo ni se limitaba a decir o a acompañar.
Fue un amor de entrega efectiva, de acción y de organización.
Un amor decidido y valiente.
Un amor transformador y eficaz.
El que se muestra en el Concilio Vaticano II, donde junto a Juan XXIII, el Papa Bueno, impulsó la apertura de la Iglesia a los dolores y demandas de su tiempo.
Un amor que lo hizo estar presente en Medellín y Puebla, cimentando su “opción por los pobres”.
Una forma de amar que lo hizo receptivo y abierto a lo nuevo, respetuoso de lo diverso y de lo plural.
Un amor que en los complejos años del gobierno del Presidente Allende lo alentó a defender la democracia, a jugarse por detener el golpe militar, a intentar acercar a quienes, según él pensaba, podían impedir el quiebre que él temía y buscó evitar.
Y es que la vida de don Raúl fue un permanente ejemplo de amor decidido, de amor valiente y arriesgado.
Ese amor adquirió su forma más intensa y generosa cuando ocurrió lo que tanto temió y buscó evitar: la herida profunda en nuestra patria, la ruptura de nuestra continuidad histórica, la catástrofe de los derechos humanos violados. Y, entonces, desde el primer día, estuvo allí el pastor, el buen samaritano, atreviéndose a todo, defendiendo la vida y la dignidad de tantos.
Son lecciones muy hondas de una vida siempre coherente; de una vida capaz de asumir como propia la vida y la dignidad del otro, del que se hace responsable del dolor y de la suerte del hermano, del que habla y reclama por él, por la injusticia de su pobreza, por la inaceptable violación de sus derechos. Y lo hace con la verdad a fondo, sin atenuantes, con audacia y con atrevimiento.
Y quizás esa forma de amar solidaria, sincera y valerosa de nuestro Cardenal, es la que hoy anhelamos y necesitamos tanto como ayer.
Quizás por eso se produjo esa tan extraordinaria expresión de cariño y de dolor en su despedida, en la que estábamos despidiendo al padre bueno, al padre protector, al padre inolvidable.
Por eso, también en este homenaje, me atrevo y siento la necesidad de responder a su legado, diciendo lo que consideramos necesario expresar hoy para intentar avanzar en caminos de sanidad y reparación de las profundas heridas aún abiertas en nuestra patria, esos caminos que don Raúl siempre buscó; esos caminos cuya meta sintetizó en la frase evangélica tomada del profeta Isaías , que estableció como lema de su Vicaría de la Solidaridad: “La paz es la obra de la justicia”. Ese camino que, para que pudiéramos transitarlo como pueblo, él sabía que necesitaba de mucha sinceridad, sin autoengaños, sin falsas soluciones; caminos de verdad y también de la justicia; caminos de reparación que poseen exigencias y requisitos: no ignorar a los partícipes más directos, los familiares de las víctimas; reconocer la cualidad particular de los delitos, la naturaleza específica de los crímenes de lesa humanidad, los delitos horrendos que comete el Estado y que no se amnistían ni prescriben por eso mismo, de los cuales la Vicaría de nuestro Cardenal fue testigo y registró ampliamente; delitos que el mundo conoce y condena.
Y, por último, la exigencia ligada a la ética de la responsabilidad que nos legara don Raúl , esa ética que nos exige descartar cualquier irreal “solución” que sólo encubriría un inaceptable punto final, porque la violación a los derechos humanos -él lo sabía muy bien- “no es un problema a resolver”. Es, antes que todo y por sobre todo, una demanda profunda a responder, una herida por sanar, un proceso por el que debemos saber transitar como pueblo, en el que sólo se puede intentar avanzar, ensanchando el camino de la verdad, ampliando los instrumentos de la justicia, abriendo el corazón y la mente para reconocer el horror ocurrido, y para hacer la necesaria repulsa moral por ello. Sólo así es posible asumir desde allí, claramente, el nunca más.
Ése es -creemos nosotros- su principal legado: el del amor valiente. De esa forma de amar con que don Raúl agradeciera a Jesús en su última homilía como Arzobispo de Santiago , cuando le dice: “Gracias, Señor,... porque más de una vez sentí a mi lado tu voz que me daba ánimo, que me decía 'No tengas miedo; no seas cobarde, sigue'.”.
Esas gracias se las damos hoy aquí, en este postrer homenaje, a nuestro querido Cardenal Raúl Silva Henríquez , Arzobispo de Santiago , símbolo y enseñanza de justicia y de amor.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
En nombre del Partido Renovación Nacional, rendirá el homenaje su presidente , Diputado señor Alberto Espina.
El señor ESPINA (de pie).-
Señor Presidente , distinguidos representantes de la Iglesia, distinguidos miembros de la familia del Cardenal don Raúl Silva Henríquez , honorable Cámara:
Nuestra Corporación se reúne hoy solemnemente para rendir homenaje en memoria del Cardenal, Arzobispo de la Iglesia Católica, don Raúl Silva Henríquez.
Atendida la naturaleza de nuestra Cámara, puede decirse que no existe dentro del orden de nuestra República un lugar más apropiado que el nuestro para permitir que la voz de todos los ciudadanos, de todas las condiciones, idearios o creencias sin distinción alguna, expresen sus sentimientos a través de sus legítimos representantes.
Esta es la tribuna democrática del pueblo de Chile que ayer, con sincera gratitud, silencioso y anónimo, colmó las calles de Santiago y las iglesias de todo el país para rendir un humilde tributo de afecto y admiración al Cardenal Silva Henríquez , y que hoy, por intermedio de sus parlamentarios, necesita solemnizar esa expresión de sentimientos para que se incorpore adecuadamente en los anales de nuestra República.
Tengo el honor de intervenir en esta sesión especial en mi carácter de presidente del Partido Renovación Nacional y, por lo mismo, en representación de todos los parlamentarios y de todos los ciudadanos que forman parte de nuestra colectividad o acompañan nuestro ideario político a través del país.
Hay una forma clásica de tributar homenaje a los grandes hombres que han forjado una parte importante de nuestra historia. Una consiste en dar a conocer la biografía y las obras decisivas de las que han sido autores aquellos cuya memoria se quiere perpetuar. Esta forma tradicional es, en sí misma, hermosa, porque responde al antiguo principio que señala “por sus obras los conoceréis”, más aún cuando estas obras -como en el caso del Cardenal Silva Henríquez- son la defensa de los derechos de las personas y la dignidad de nuestros compatriotas más pobres.
No obstante, también hay otro modo de efectuar homenajes a las personas cuyo ejemplo de vida el pueblo percibe como decisivo en el curso de los acontecimientos históricos de una nación. Ella consiste en procurar extraer de esas vidas y de esas obras magníficas los mensajes trascendentes, los ejemplos, las lecciones superiores que emanan como luces rectoras de ciertas existencias y que, al fin, cuando las obras materiales perecen obedeciendo con ello a las inexorables leyes de la naturaleza, son y serán todavía luces que servirán de guía a las generaciones venideras.
Esta segunda forma de reflexionar y de rendir homenaje a los grandes hombres de nuestra patria apunta a concebir la historia como algo más que la narración puramente externa de los acontecimientos y de las cosas.
Siguiendo esta línea de reflexión, procuraré, desde mi perspectiva, y con las limitaciones que ello representa, aproximarme a identificar las luces trascendentes que, seguramente, se reconocerán como las que más genuinamente emanen del ejemplo de vida que nos deja el Cardenal Silva Henríquez.
Desde luego, es necesario precisar que en la personalidad y ejemplo de vida del señor Cardenal se reconoce una figura que desborda ampliamente su condición de autoridad de una iglesia determinada.
Nuestra Cámara no rinde homenaje hoy sólo al Pastor de la Iglesia Católica, aunque muchos consideremos su obra decisiva y trascendente en la formación espiritual de los hombres y mujeres de nuestra nación.
En el Cardenal Silva Henríquez reconocemos una personalidad que, desde su natural posición religiosa, alcanza, por la proyección de su obra y de su vida, una condición indudable de hombre de Estado.
No es cierto que a la Nación se le sirva únicamente desde la actividad pública política -como se cree generalmente con grave equivocación-, sino desde muchas posiciones sociales distintas y relevantes, a condición de que tal servicio alcance, por su mismo valor y trascendencia, el carácter de un aporte fundamental al desarrollo de nuestra nacionalidad y la unidad de nuestra patria.
Se alcanza la condición de hombre de Estado desde las artes, desde la cultura, desde las profesiones, desde la política, desde la universidad o desde la magistratura y, por supuesto, desde las religiones que enseñan cada día a conservar, engrandecer y enaltecer el alma y el espíritu de la nación.
El Cardenal Silva Henríquez se alza entre nosotros, en la historia de los difíciles cuarenta últimos años, como un hombre de Estado, cuyo aporte esencial, más allá aún de la enorme importancia de sus obras, consiste en haberse constituido, con la fuerza de su espíritu, en un líder moral de los chilenos, quienes así mayoritariamente lo recuerdan, mostrándose capaz de defender los derechos humanos de las personas, de orientar, conducir y preservar el patrimonio espiritual de nuestra sociedad a través de largos momentos y episodios de zozobra y dolor colectivo.
Los espíritus superiores tienen una especie de don profético para visualizar el porvenir y orientar a sus pueblos en los momentos de mayores contradicciones y a pesar de las adversidades que durante esos períodos deben enfrentar.
Otra condición que se observa en las personalidades públicas que sobresalen por sus convicciones y la claridad con que las expresan, es la que con certeza identifica Spengler cuando dice: “Son ellos educadores en un sentido superior; no sólo por representar una determinada moral o una doctrina, sino por ofrecer un ejemplo en su acción, el sentido del honor, el sentimiento del deber, la disciplina, la decisión, no se aprende en libros, sino que despiertan en el curso vital por medio de un modelo vivo...”.
Es preciso declararlo: en el Cardenal Silva Henríquez cabe admirar al educador superior, que ofrece un modelo vivo en su acción, en el sentido del honor, en el cumplimiento del deber, en su disciplina, en su capacidad de decisión para actuar en medio de las más difíciles circunstancias históricas y para defender, contra viento y marea, los derechos de todos los hombres, siempre fiel a las verdaderas tradiciones valóricas, uniendo en los principios las profundas y más decisivas lecciones del pasado con la búsqueda del bien común que siempre anheló para Chile, especialmente en los momentos de duras divisiones, impulsado por su profundo amor por nuestra nación y por los hombres y mujeres humildes de nuestra tierra.
El Papa Pío XII hizo célebre una sentencia que dice: “la fe es la substancia de lo que se espera”.
Hace pocos días, en la Catedral de Santiago, hemos oído, de boca del propio sucesor actual del Cardenal Silva, la lectura de lo que se ha llamado su testamento espiritual.
El texto resume todas sus esperanzas respecto de Chile y de nuestra sociedad. Esperanzas que brotan todas de una fe inconmovible en las personas y su dignidad natural en sus derechos fundamentales e irrenunciables en la patria que posee una historia, tradiciones, principios compartidos sobre los cuales es y será siempre posible identificar caminos de auténtico progreso humano y, por sobre todo, de fe en que hay un Dios al cual volver siempre la mirada y encontrar respuestas para transformar con generosidad los días de confrontación en un futuro de reconciliación y unidad.
Por múltiples razones de muy variado origen y de naturaleza diversa, el mundo y nuestra patria ya han vivido medio siglo lleno de problemas, desafíos, conflictos, violencias, guerras, mentiras y errores trágicos para la humanidad.
Aun el mismo progreso material y científico, con todo lo asombroso que puede encontrarse en él, ha contribuido en esta jornada de la historia de la humanidad a hacer más y más difícil la sobrevivencia del espíritu.
Muchos, por todas partes, hablan de nuestro tiempo como del tiempo de una profunda crisis moral, en el sentido de demostrar que, quizás nunca como ahora, el espíritu del ser humano había enfrentado tantas corrientes adversas a su más libre y sana manifestación y desarrollo.
Por donde se quiera ver, en el mundo contemporáneo las pruebas de esta crisis moral saltan a la vista y nos obligan a ver actos de miseria humana conmovedores. Se dice, con razón, que son tantas las heridas que ha recibido el alma humana en este tiempo, que las personas han terminado por perder aun la capacidad de asombro.
Mas, en medio de estas fuerzas aparentemente irresistibles, hay personalidades que, como rocas inconmovibles a causa de la grandeza de su fe, emergen con decisión, convicción y claridad para marcar los caminos del bien, del respeto al hombre, a sus derechos esenciales, incluso a sus propios errores y debilidades y que nos permiten construir, como sociedad unida, un futuro promisorio en donde el valor del hombre, como ser trascendente, está siempre por sobre toda consideración estratégica o de supuesto bienestar material.
Monseñor Silva Henríquez fue siempre un hombre que marcó los caminos del bien y defendió los principios y valores que provienen de la naturaleza humana por sobre cualquier otra prioridad.
Es la hora,... todos sabemos que es, o se acerca a pasos agigantados, la hora... en que todos los chilenos, en un acto cuyos perfiles no son fáciles todavía de visualizar en todas sus dimensiones, deberemos inevitablemente reencontrarnos y enjuiciar nuestros días y nuestras conductas con el veredicto de la verdad moral.
Éste es un trance pendiente... un trance que se podrá postergar, suspender, tramitar por algún tiempo, que cada día será más corto, porque la tarea resulta inevitable.
El examen del espíritu de todos los chilenos está pendiente desde hace mucho, y todo hace ver que nadie podrá excusarse al fin de tal certamen.
Todos los chilenos debiéramos saber y tener viva conciencia de este imperativo que tenemos por delante. Los dirigentes políticos, quizás porque sentimos los alcances de este compromiso, sabemos que éste es probablemente el desafío más importante que nos tocará enfrentar y respecto del cual deberemos asumir nuestras propias responsabilidades.
Acostumbramos todos nosotros, casi sin excepción, a ver con más facilidad -unos y otros- las responsabilidades ajenas por adelante o encima de las propias. Pero la justicia histórica impone, tarde o temprano, su veredicto: el tiempo es un juez incorruptible.
El ejemplo del Cardenal Silva Henríquez, que hoy ya se advierte grande, se convierte ante esta reflexión en aún más decidor y decisivo.
Los hombres y mujeres que lideren la paz social en nuestra patria serán aquellos capaces de comprender la magnitud del legado del Cardenal Silva Henríquez , y deberán asumir que está pendiente la tarea de acercar a los chilenos a nuestra historia real para construir sobre su base un futuro de reencuentro, entendimiento, comprensión y respeto recíproco.
Bajo su complexión fuerte y enérgica, casi ajena al carácter que se tiene por modelo de la personalidad religiosa, se anidaba en el Cardenal Silva Henríquez un espíritu de vitalidad extraordinaria, característica de nuestros hombres de campo; una vitalidad que se desbordaba en muchas direcciones diferentes.
Se ha dicho en estos días, con razón, que un antiguo campesino chileno habitaba en el interior de la figura del señor Cardenal, y ésta es, sin duda, una gran verdad. Sus costumbres, sus hábitos, su sobriedad y su temperamento dibujaban con fidelidad el retrato de quien se identifica con los hombres de nuestro campo y tienen la sabiduría de privilegiar siempre las decisiones del espíritu.
Un líder espiritual, ejemplo de fe, fuerte frente a la adversidad, defensor de los principios sobre los que reposará siempre la dignidad humana, un luchador de la noble causa de los pobres y sus derechos, un chileno antiguo y nuevo a la vez, un chileno de siempre, educador concebido como modelo vivo en la acción, son los principales caracteres en virtud de los cuales el Cardenal Silva Henríquez ha ingresado a la galería superior de los hombres de Estado de nuestra patria.
Condiciones tales habrán de merecer siempre la admiración sincera de todos los ciudadanos chilenos, y nuestro partido, Renovación Nacional, al expresar este testimonio, recoge un sentimiento que hoy cruza a todos nuestros compatriotas, de todos los pensamientos y de todas las direcciones.
Gracias.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
Rinde homenaje el Diputado señor Eduardo Díaz.
El señor DÍAZ (de pie).-
Señor Obispo de Valparaíso , monseñor Gonzalo Duarte ; autoridades eclesiásticas, familiares de don Raúl , comunidad salesiana, honorable Cámara:
En el homenaje que hoy se rinde en esta Corporación en memoria del Cardenal Raúl Silva Henríquez , ante todo quiero hacer presente la opinión de un joven, que no vivió gran parte de su administración de la Iglesia de Santiago y que en los años finales de ésta, era todavía un niño.
Por tanto, no hablo desde una perspectiva testimonial. Tampoco recurriré al común expediente de aludir a una suerte de currículum de su vida. Más bien, me referiré al perfil del Cardenal Silva Henríquez, que se proyecta en la historia de la Iglesia Católica y de otras iglesias cristianas a través de su ecumenismo, y en nuestro país en las décadas recientes, a esos rasgos que trascienden la coyuntura y que pueden ser entendidos por los jóvenes; a ese perfil que podrá ser comprendido mañana sin perderse en los detalles del entorno temporal.
El Cardenal, antes que todo, fue un hombre de fe, de profunda fe en Dios, y ella se constituyó en el motor de una acción social concreta que no se puede explicar sino a la luz de lo que él consideraba las expresiones concretas del mandato evangélico.
¿Dónde estaba su secreto? Creo vislumbrarlo en algo que escuché de quien fue su secretario, el sacerdote Luis Antonio Díaz Herrera , mi tío.
Él relata que cuando asumió ese cargo y pasó a vivir en la casa del Cardenal, al día siguiente concurrió a la eucaristía en la capilla, a las siete de la mañana, y, para sorpresa suya, el Cardenal ya se encontraba orando. Al día siguiente, se esmeró y llegó a la capilla a las seis y media de la mañana, y encontró al Cardenal orando. Por último, al día subsiguiente, llegó a la capilla a las seis de la mañana, pero el Cardenal ya estaba en oración.
¡Ahí estaba el secreto del Cardenal!
Entrar a caminar por cada día de su vida siguiendo los pasos del Señor, dándole a cada día un sentido de Dios, entendiendo la vida con los ojos del Señor.
Éste es el secreto de los grandes siervos de Dios. Por ejemplo, David , en sus salmos, frecuentemente habla de buscar al Señor temprano en la mañana, para luego hacer su voluntad durante el día.
Eso hizo que David evolucionara desde un humilde pastor de ovejas a pastor de todo su pueblo, el pueblo de Israel.
Jesús se levantaba temprano, antes que todos sus apóstoles. Buscaba un lugar apartado -generalmente un monte- y allí recibía de su Padre la fuerza adecuada, que luego, al bajar al bullicioso valle, le permitía poner en acciones concretas las palabras que predicaba.
Eso, el Cardenal lo descubrió y lo puso en práctica.
Esa visión es la que permitió al Cardenal Silva Henríquez entender la verdad como algo objetivo, como un todo, como algo perteneciente a todo un pueblo. Mirar la verdad no sólo como un dolor personal que le aflige a cada quien; mirar la verdad no como una fotografía del dolor propio, sino como un largometraje fluido y con todos los matices.
No hay en el Cardenal Silva Henríquez un condicionamiento de tipo contingente que vaya articulando decisiones y gestos. Por el contrario, sus posturas contingentes hay que entenderlas a partir de su definición de principios y valores, a los cuales él sirvió de manera permanente.
En segundo lugar, fue un hombre con una característica que se ve excepcionalmente en los hombres públicos: reunir a la vez una brillante condición intelectual, la que puede advertirse fácilmente en sus escritos y homilías, y ser un hombre de acción, que se manejaba con singular claridad y voluntad en el ámbito de lo concreto. Eso se llama consecuencia.
Para él, la pobreza no sólo era un estado de postración humana que demandaba ser superada en el plano del deber ser, sino que, además, constituía una exigencia perentoria de determinados comportamientos en el plano de la acción.
En el recordatorio de sus obras se ha citado a Cáritas, a las aldeas SOS, al Banco del Desarrollo , al Instituto de la Vivienda , a la Vicaría de la Solidaridad , etcétera. Todas son manifestaciones de esta conjunción entre el deber ser intelectual y el imperativo de la acción contingente, que emana del Evangelio.
En tercer lugar, el Cardenal Silva Henríquez fue un hijo de su tiempo. Este no es un lugar común, sino un reconocimiento de que su acción, su discurso y su estilo se correspondió con una época específica de nuestra historia.
Encabezó la Iglesia Católica en un tiempo de profundas transformaciones, tanto a nivel nacional como internacional; un tiempo de cambios radicales, de conflictos que se agudizaban en todos los planos; un tiempo de confrontación y de polarización no solamente en el plano político.
La Iglesia Católica se ve sacudida por el significado y los alcances de Vaticano II, un concilio que no sólo reforma la liturgia ni limita el uso del latín, sino que replantea, con su espíritu ecuménico, la relación de la Iglesia Católica con las otras iglesias cristianas, con el hombre y con la sociedad.
Es el tiempo en que, como lo decía Paulo VI , la Iglesia asume la tarea de participar en la construcción de un orden social que signifique para el hombre el paso de condiciones de vida más humanas y que, por lo tanto, vinculó la acción eclesiástica a cuestiones más temporales, más sociales e, incluso, más políticas.
Fueron, sin duda, tiempos turbulentos, en que la Iglesia soportó tensiones y escisiones; tiempos turbulentos, como ocurre en todos los procesos de cambios profundos, y en los cuales al Cardenal le correspondió ejercer un notable liderazgo.
Los años sesenta no eran tiempos de consenso. Incluso, esto era mal mirado: aparecía como un signo de debilidad, de renunciamiento, de desdibujamiento de posiciones.
El Cardenal Silva Henríquez no fue ajeno a ese contexto, como, por lo demás, ocurrió con todos los grandes liderazgos sociales y políticos de la época.
La polarización de la sociedad chilena que comienza a estructurarse por aquellos años y que hará crisis en el comienzo de los setenta no lo sorprende como a un actor social desprevenido. Muestra de ello son sus palabras en la Catedral de Santiago, en junio de 1971, cuando despide los restos de su amigo Edmundo Pérez Zujovic. En esa ocasión, señaló que “tenemos que matar el odio antes que el odio envenene y mate el alma de nuestro Chile. Tememos, y ojalá nos equivoquemos, que por el camino del odio y de los asesinatos, en lugar de construir una patria más justa y más acogedora para todos, nos encaminemos a la destrucción de los valores más nobles de Chile y al fracaso de las más anheladas y esperanzadas expectativas de nuestro pueblo: la justicia social”.
Él participa en ese proceso y sufre, como otros actores, de la imposibilidad de detener el colapso, en un diálogo político-institucional que se presenta como tardío, lo que lo hizo fracasar.
Sin embargo, a diferencia de otros actores, el Cardenal Silva Henríquez asume con prontitud el dolor que significa ese colapso.
La declaración que emite con ocasión de la intervención militar de 1973 da cuenta, en su perspectiva histórica, del fracaso de los enfoques confrontacionales que habían provocado el colapso.
Temprano en el gobierno militar, expresa su preocupación por la vigencia de los derechos humanos. Esto lo lleva, como ya había ocurrido en otras expresiones de su quehacer, a conjugar principios con acción, dando vida al Comité ecuménico Pro Paz y, posteriormente, a la Vicaría de la Solidaridad.
Más allá de los estilos, que son reflejos de una personalidad fuerte y, por lo tanto, polémica, lo medular es que la Iglesia, en un tiempo de excepción y de conflictos, asume la defensa de los derechos de la persona considerada en un sentido cristiano y dotada de una dignidad esencial que nadie puede desconocer y que trasciende a sus definiciones ideológicas, políticas y religiosas.
Probablemente, en esta defensa, el Cardenal incursionó alguna vez en el ámbito político-contingente más allá de lo que algunos estiman como prudencial. Esto, en su oportunidad, fue recogido por la crónica. Para la historia, sin embargo, quedará lo central, y eso es la defensa de derechos trascendentes.
En esta acción, a mi modesto juicio, el Cardenal Silva comienza a mostrar una faceta muy importante, que en él predominó con igual fuerza que la propensión al cambio social que impulsó en los años sesenta.
Ahora su preocupación central comienza a ser la reconciliación nacional, el construir un Chile de todos y para todos, sin el cual el desarrollo político y el crecimiento económico se tornan insuficientes.
Hoy, en medio de un ambiente de consensos en los aspectos sustantivos de la convivencia social, podemos entenderlo, pero ello no era tan claro en años en que aún persistía una polarización social.
La reconciliación nacional, como tarea, sin duda, es uno de los legados más significativos de esta personalidad a la que hoy rendimos homenaje.
Somos los jóvenes, recogiendo este legado, quienes debemos dejar de lado la mochila del pasado, y avanzar sin temor al encuentro de un Chile distinto.
Los jóvenes no queremos caminar hacia el futuro mirando de reojo el pasado o cargando mochilas ajenas.
El Cardenal caminó por la vida en todas las coyunturas de esa difícil historia llevando la paz en el alma, esa paz que sólo nace de la oración cristiana que él practicaba tan profundamente en forma diaria, como señalé con anterioridad. Esa paz que le ha permitido dejarnos, como especial legado, una tarea de reconciliación con sentido de perdón cristiano.
No se trata aquí de arrodillar a unos o a otros. El perdón debe nacer del alma de cada cual, de unos para con los otros, especialmente el perdón para con la gente joven, que no se merece vivir en una país dividido.
La reconciliación la podremos lograr los jóvenes sólo con la paz de Jesús en el alma, mirando la verdad total y completa, de frente, sin temor, y haciendo de esta verdad total, no sesgada, y del perdón de todos, una actitud permanente, un modo de ser, creando así una cultura de paz.
Todos debemos pedir perdón a todos por haber llevado a Chile a un doloroso conflicto. Marchemos, entonces, con alegría a abrir de par en par las puertas del tercer milenio, con fe cristiana y patriotismo, sabiendo que Chile será para Jesús, y pidiéndole a Él que cumpla en nosotros esa promesa que le dejó a los apóstoles, que dice: “Mi paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, sino como yo la doy”.
Te pedimos, Señor Jesús , que otorgues al Cardenal Raúl Silva Henríquez el descanso eterno, y a nosotros, los jóvenes, nos niegues dicho descanso hasta que hayamos alcanzado la paz y reconciliación verdadera para esta Patria que tanto amamos.
Señor, danos de tu paz; de ésa que sólo Tú sabes dar.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
En nombre del Partido Radical Social Demócrata, rinde homenaje el Diputado señor Iván Mesías.
El señor MESÍAS (de pie).-
Señor Presidente , estimados colegas, distinguida familia y distinguidos miembros de la Iglesia.
Todo cuanto se diga en homenaje al Cardenal don Raúl Silva Henríquez parece ser mezquino, en el sentido de pobre, que carece de lo necesario. Es que su obra es tan amplia, tan omniabarcante, dilatada y fecunda, que los elogios que podamos hacer de ella no logran ilustrarla a cabalidad. No es sólo su labor durante las dos décadas que dirigió a la Iglesia chilena, sino toda su vida ofrendada a la educación y a los pobres. Vida generosamente vivida y maravillosamente resumida en su expresión de amor a todos. Amor a su Creador, amor a su Iglesia, amor a su Chile: “ese país hermoso en su geografía y en su historia. Hermoso por sus montañas y sus mares, pero mucho más hermoso por su gente”.
Su testamento espiritual es una manifestación de ese amor preferente. Sin embargo, coloca en un mismo plano su amor por los pobres y los campesinos, los jóvenes y sus hermanos de iglesia, a quienes agradece su colaboración y su bondad.
A un alma sensible y sencilla como la del Cardenal, le conmovió enormemente el dolor y la miseria en que viven tantos chilenos. “La miseria no es humana ni es cristiana”, dice, y suplica con humildad “que se hagan todos los esfuerzos posibles e imposibles para erradicar la extrema pobreza en Chile”. Lo cree factible “si en todos los habitantes de este país se promueve una corriente de solidaridad y de generosidad”.
Esta expresión de amor de don Raúl, esta preocupación por el sufrimiento de su pueblo, nos revela su noble corazón y la fuerza de su esperanza de que ésta puede ser erradicada si ponemos real empeño en ello. ¡Que así sea!
En nombre de los diputados radicales socialdemócratas, transmito a la Iglesia Católica y a sus familiares nuestro profundo dolor por la irreparable pérdida de un hombre tan santo, un verdadero apóstol del amor, de la paz y la justicia.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
Por último, tiene la palabra el Diputado señor Manuel Bustos.
El señor BUSTOS, don Manuel (de pie).-
Señor Presidente , estimados colegas, señor Arzobispo de Valparaíso , estimada familia del Cardenal.
Es para mí un motivo de honda emoción y congoja el volver a hablar de nuestro pastor, nuestro guía: el Cardenal Raúl Silva Henríquez.
Doy gracias a Dios porque me permitió conocer al Cardenal don Raúl Silva Henríquez. Él fue como mi segundo padre. Me favoreció con su amistad, su afecto y su consideración. Como a muchos chilenos, me ayudó en momentos muy difíciles. Su apoyo y su calurosa sensibilidad nos permitieron mantener la fe y la esperanza en medio de las tinieblas de la violencia y la muerte. Él fue un signo de vida para los chilenos perseguidos.
Se me vienen a la memoria muchas anécdotas que retratan su personalidad. Quiero relatar una de ellas. Pocos días después del golpe militar, muchos estábamos confundidos con la verdadera naturaleza de la dictadura que se iniciaba, y otros estaban paralizados por el temor. Don Raúl fue a visitar a quienes estábamos presos en el Estadio Nacional. Celebró una eucaristía para nosotros. Al terminar, dijo: “Entre ustedes hay un amigo mío, el dirigente sindical Manuel Bustos. Quiero decirle a mi amigo que el Señor está con nosotros, está entre ustedes”. Entonces, sentí que volvía a vivir.
Así fue la vida de don Raúl. Con sus acciones y su palabra fue un permanente símbolo de esperanza. Una luz en las tinieblas.
La Vicaría de la Solidaridad y la Vicaría Pastoral Obrera fueron nuestro refugio cuando éramos perseguidos. Fueron nuestro lugar de encuentro. No digo un lugar para realizar reuniones. No. Digo más que eso. Hablo de un lugar de encuentro humano, afectuoso y solidario.
El aporte de don Raúl fue un factor decisivo para recuperar la libertad en nuestra patria. El alma nacional ya no está quebrantada por la ausencia de libertad, aunque todavía sangra por las injusticias que permanecen y las desigualdades que, sin duda, a don Raúl todavía le duelen.
Nuestro compromiso es seguir luchando y trabajando hasta lograr construir una sociedad de plena integración en que todos seamos iguales en dignidad como hijos del mismo Padre.
Gracias, don Raúl , por su amistad, su afecto y su consideración. Gracias, Señor, por haberme regalado la bendición de haber conocido a don Raúl. Un hombre santo, un hombre bueno. Gracias, Señor, por haber llamado a tu hijo Raúl a gozar contigo en la vida.
¡Cuánto me gustaría, como trabajador, dirigente social y hoy como parlamentario, que todos los que aquí han hablado lleven a la práctica tu legado! Ciertamente, don Raúl se sentirá feliz si somos capaces de desterrar las odiosidades y las incapacidades de entendimiento, y que todo lo que hemos hablado esta tarde, más allá del homenaje a un hombre santo, se transforme en realidad. Chile necesita menos discursos y más acción por los pobres. Quiero que todos hagamos lo que tú tantas veces nos dijiste: “Trabajen por los que más necesitan”, y que estas intervenciones se transformen en una realidad y un homenaje constante en su memoria y a su legado.
Cardenal, no nos cabe duda de que estás sentado a la diestra de Dios Padre, no sólo porque lo mereces, sino porque tú ya eres un hombre santo.
Cardenal, agradezco tu amistad. Me comprometo, junto a mis compañeros trabajadores de Chile, a seguir impulsando la justicia, la equidad, la bondad en función de la unidad del pueblo chileno, para que nunca más se desangre, como dijiste en algún momento, el alma de Chile. Este pueblo no merece más violencia; este pueblo no merece más división. Merece lo que tú dijiste: paz, amor, justicia con entendimiento.
He dicho.
(Aplausos).
El señor MONTES (Presidente).-
Concluye así el homenaje de la Cámara de Diputados al Cardenal Raúl Silva Henríquez.
Esperamos seguir rindiéndole muchos otros en nuestra práctica como parlamentarios, recoger su legado y transformarlo en acción en nuestras vidas.
Saludamos con mucho afecto a la señora Clementina y a su familia, a todos los obispos de Chile, en especial al Obispo Gonzalo Duarte, aquí presente, y al Colegio Salesiano de Valparaíso, que nos acompañó esta tarde.
Se levanta la sesión.
-Se levantó la sesión a las 17.52 horas.
JORGE VERDUGO NARANJO,
Jefe de la Redacción de Sesiones.