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Asia Pacífico | Observatorio Parlamentario

Las emisiones que deja el coronavirus en la realidad urbana de Nueva Zelandia y Australia

06 enero 2021

El Covid-19 no solo ha mostrado debilidades en los sistemas de salud, también en las diversas acciones que emprenden los gobiernos para la adaptación y mitigación del cambio climático. Si bien ambos países durante el primer trimestre de 2020 mostraron números azules en la reducción de emisiones de gases efecto invernadero, mantienen desafíos importantes para encarar la década siguiente en la lucha por superar la crisis climática global.

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Al igual que sucedió durante 2020 con los llamados países industrializados, entre ellos Nueva Zelandia y Australia vieron una reducción significativa de las emisiones de carbono durante los meses más estrictos del confinamiento. A pesar de que esta realidad demostró que medidas de mitigación en el sector del transporte y en el sector energético son fundamentales para descontaminar significativamente el ambiente, el caso neozelandés aún necesita ordenar sus inversiones en investigación ambiental, mientras que en Sydney se discute sobre la necesidad de mayor inversión en energías renovables. Más detalles de ambas realidades, en la siguiente nota.

La importancia de trabajar en el largo plazo

A pesar de la vacunación masiva en ciernes y la posibilidad de que varios países industrializados puedan salir indefinidamente de los confinamientos durante el primer semestre de 2021, los efectos de la pandemia han sido catastróficos en la economía y el medioambiente. Ello porque cambiaron los patrones de consumo durante los meses de cuarentena, principalmente en el ámbito de la energía.

Un artículo de Yuli Shan de la Universidad de Groningen, publicado en diciembre de 2020 en la revista Nature, reveló que durante los meses de confinamiento, es decir, durante el primer trimestre, las demanda mundial de energía cayó en un 3,8 por ciento en comparación con el año anterior. Asimismo, al mismo tiempo de producirse un incremento en la demanda de electricidad residencial, el consumo de carbón paradójicamente disminuyó en un ocho por ciento. Posiblemente explicado por una reducción en las emisiones industriales.

La publicación, más allá de dar cuenta de las cifras que demuestran esta disminución en la demanda de energía proveniente de los combustibles fósiles, advierte que en la búsqueda de los países por lograr mayores estímulos fiscales -que a su vez estimulen el consumo de los hogares y mejore las condiciones de infraestructura de las familias- aumente considerablemente las emisiones. De tal manera, los planes de rescate deberían considerar a su vez objetivos climáticos concretos que impidan un ascenso de los agentes contaminantes y condicionen las metas globales suscritas durante el Acuerdo de París.

Reducción de emisiones en Nueva Zelandia por la disminución de viajes en carretera

Algo de lo que comenta Shan en su artículo se explicaría en la realidad medioambiental de las principales ciudades de Nueva Zelandia, donde las emisiones también presentaron importantes descensos durante el primer trimestre de 2020 debido a las medidas adoptadas para controlar los contagios. Para Simon Kingham de la Universidad de Canterbury en una publicación en The Conversation, tanto en el país oceánico como sucede a nivel mundial, la disminución de las emisiones responde a una caída de la actividad de las aerolíneas, pero también a la menor cantidad de flujos en carreteras.

Sin embargo, señala Kingham, esta reducción expresada en un siete por ciento al cerrar 2020 a nivel mundial está lejos de los niveles óptimos. “Son las mismas que en 2011, por lo que el impacto a largo plazo de la pandemia en el cambio climático depende de las acciones que tomen los gobiernos en la medida que sus economías se recuperen. Estas acciones influyen en la trayectoria de las emisiones globales de dióxido de carbono durante las próximas décadas”, señala en la publicación.

Es por ello que plantea que, a pesar de la necesidad de restablecer vuelos desde y hacia Nueva Zelandia para la reactivación del turismo, se hagan esfuerzos en la infraestructura pública como, por ejemplo, el establecimiento de vías exclusivas, espacios en carreteras o áreas peatonales que permita a los ciudadanos descender de los automóviles basados en combustibles fósiles y optar por alternativas verdes, como bicicletas o autos eléctricos.

Desafíos para la investigación científica sobre medioambiente y cambio climático

A pesar de los avances en la reducción de emisiones por consumo energético durante 2020 en Nueva Zelandia, la crisis climática mundial es un tema controversial en la política interna de ese país, pues el contexto económico post Covid-19 presenta una oportunidad de replantear políticas relacionadas con el medioambiente y, más aún, superar problemas estructurales que inciden negativamente en los esfuerzos para superar los patrones erráticos de la población en la protección del ambiente.

Precisamente, uno de estos problemas fue advertido por el Comisionado del Medioambiente del Parlamento. En un informe publicado en diciembre de 2020, señalan que existe un desajuste entre los desafíos más urgentes en materia climática y las inversiones en investigación ambiental. El informe, detalla que anualmente se invierten más de 500 millones de dólares neozelandeses sin una estrategia que guíe las iniciativas, evite la fragmentación y oriente la investigación a objetivos de largo plazo.

De tal manera, en el contexto de una realidad post Covid-19, el comisionado propone el diseño de una estrategia de investigación ambiental que sea liderada por el Ministerio de Medioambiente. Asimismo, establece la necesidad de un Consejo de Investigación Medioambiental que tenga incidencia sobre los fondos a disposición. Cabe destacar que el origen de los recursos es público y privado.

Lo de Australia fue solo un suspiro durante la cuarentena

Al igual que en Nueva Zelandia, Australia vio un descenso en las emisiones de gases efecto invernadero durante los primeros meses de confinamiento, esto motivado principalmente por, hasta ese entonces, decreciente movilidad de los servicios de transporte público. Sin embargo, al cerrar 2020 los niveles fueron iguales que durante los meses anteriores a la pandemia.

Una nota en The Guardian muestra esta realidad. Hasta el mes de junio de 2020 se registró un descenso explicado por un menor uso de diesel y combustible para la aviación, expresado en 5,4 millones de toneladas de CO2 menos en comparación con el mismo período del año anterior. No obstante lo anterior y que aún la economía ni el turismo se han reactivado totalmente, durante el segundo semestre las emisiones recuperaron su tendencia al alza.

Tal embestida no sólo se explicaría por la reanudación de la actividad del transporte, sino también por la ausencia de una política que durante 2020 haya estimulado el desarrollo de energías limpias para la movilidad. Aunque cada vez más australianos están adquiriendo autos eléctricos -0,6 por ciento del total de las compras de automóviles nuevos- en otros países esta cifra puede aumentar el 5 por ciento.

A pesar de lo anterior, la publicación de The Guardian reconoce que el gobierno australiano ha hecho esfuerzos para desarrollar las energías renovables en la generación de electricidad y esto se vio reflejado en un descenso en el uso de energías fósiles. Incluso, para octubre de 2021 las energías renovables representaron un 31,5 por ciento de la generación de electricidad en territorios como Queensland, Nueva Gales del Sur, Victoria o Tasmania.

Proyección de las emisiones en la realidad post Covid-19

Como una manera de proyectar las emisiones y tomar medidas oportunas que permitan frenar los agentes contaminantes, el Departamento de Industria, Ciencia, Energía y Recursos de Australia publicó un reporte que entrega detalles sobre algunas de las tendencias que muestran el aumento o disminución de las emisiones de gases efecto invernadero. Asimismo, hace un análisis desde distintos sectores de la economía y proyecta su crecimiento en función de las políticas de inversión, investigación y desarrollo, para el año 2030.

Entre las conclusiones presentadas por el informe, Australia está bien encaminada para cumplir con sus objetivos de 2030 de reducir sus emisiones de carbono por debajo de los niveles de 2005, o superar la disminución de 400 millones de toneladas de CO2. Esta tarea es considerada posible pues el país oceánico cuenta con un presupuesto anual de emisiones que prevé su reducción sostenida, incluso al punto de lograr un 29 por ciento por debajo de los niveles de 2005.

A esto se agrega la inclusión de medidas para acelerar el desarrollo de tecnologías que contribuyan a la reducción de emisiones, principalmente energías renovables como por ejemplo la solar en pequeña escala para el suministro eléctrico en hogares. Para ello se considera que el paquete de inversión en esta área para 2021 superará los 1,9 mil millones de dólares australianos.

Emisiones en el contexto de la pandemia en la realidad chilena

Una opinión sobre la forma como el Covid-19 ha impactado en las emisiones de carbono en nuestro país y los desafíos de cara a 2021 tuvo Carolina Rojas, doctora en Cartografía, Sistemas de Información Geográfica y Teledetección de la Universidad de Alcalá, además de académica de la Universidad Católica e investigadora asociada del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS). En su opinión, los efectos ambientales del Covid-19 a nivel mundial aún están en estudio, sin embargo, a medida que ha avanzado la pandemia se pueden vislumbrar algunos.

Una de las primeras evidencias fue la mejora en la calidad del aire. “Prácticamente, todas las ciudades donde se aplicaron cuarentenas, hubo una mejora inmediata del aire y eso sorprendió porque, por ejemplo, en Delhi, que generalmente está contaminado, o en ciudades chinas, apenas se fueron a cuarentena, inmediatamente se despejaron. Entonces, esas fueron las primeras evidencias de impactos ambientales positivos. En Chile también se evidenció una mejora en la calidad del aire, sobre todo en Santiago. En Santiago, se vivieron los días más limpios. Eso, por un lado, tiene que ver con factores locales, si gran parte de las funciones de las ciudades dependen de la movilidad en transporte, evidentemente habrá una disminución. Esto se comprueba en una ciudad como Santiago donde apenas se levantaron las restricciones, volvió a tener alzas de contaminación y polución”, comentó.

De igual manera, se refirió a una investigación en la que participa con el fin de estudiar los efectos ambientales del Covid en los hogares, específicamente en cuatro ciudades: Coronel, Temuco, Valdivia y Osorno. “Estamos estudiando solo las emisiones desde los hogares, no por las industrias, ni por el cierre de industrias. A diferencia de lo que se ha visto en Italia y en China, nosotros estamos viendo un alza en las emisiones de CO2 porque hasta el momento solo hemos estudiado las energías, todavía no vemos los datos de transporte. En el caso de energía las emisiones subieron porque hay un aumento de los consumos, dado que las personas ahora hacen más actividades dentro del hogar. También, suben por la matriz energética de estas ciudades que reciben energías, que tienen una emisión más alta, como la termoeléctrica”, agregó.

En la misma línea, se refirió a las necesidades propias de la estación invernal como un factor que influye en el alza de las emisiones, algo que recién los países del hemisferio norte comienzan a experimentar. “En el consumo propio del hogar lo que más aumenta es el gas y el uso de la electricidad. Aquí calculamos factores de emisión para saber qué tanto suben, entonces, tenemos alzas de electricidad que van, en promedio, un 15%, y en gas un 16%. Esto es significativo porque aumentan las emisiones. Para tener una visión completa, tenemos que ver cuánto se emitía por transporte antes de la pandemia y cuánto se emite ahora, y hacer alguna estimación de la alimentación, ahí podemos decir si el Covid trajo o no beneficios en el cambio del comportamiento de los hogares, cambios ambientales”, explicó.

Asimismo, en relación a los desafíos de nuestro país en cuanto a reducir las emisiones de gases efecto invernadero de aquí a 2030, pero principalmente en el contexto post Covid-19, la doctora en geografía se refirió a la necesidad de impulsar inversiones. “Lo principal es que vayan acompañadas de una descarbonización. No podemos seguir haciendo infraestructuras que dependan de combustibles fósiles, va a haber que considerar que las inversiones se hagan con bajas emisiones. Por ejemplo, si una ciudad va a autorizar una serie de permisos de edificación, para que las inmobiliarias construyan edificios y así se reactive la economía por construcción. Estos edificios tendrían que ser cero emisión, o tendrían que tener una compensación o beneficio si el edificio funciona solo con electricidad. No se puede activar el empleo solo con actividades que, eventualmente, no tengan beneficios para el medio ambiente y, al contrario, sean perjudiciales”, comentó.

Por último, tuvo una reflexión similar en cuanto a la infraestructura pública. “¿Qué sentido tiene instalar infraestructura en la primera línea de la costa si estudios de cambio climático dicen que la costa está sufriendo una erosión grave y que, a lo mejor, en diez años vamos a tener que derribar esa infraestructura?. Entonces, todas las inversiones van a tener que considerar el efecto a largo plazo de su localización y eso depende de la energía que usan y de qué tan resilientes van a hacer para enfrentar escenarios críticos. Para poder mejorar esa resiliencia va a ser super importante que vayan acompañados de medidas de adaptación y mitigación, y ahí todos los esfuerzos de protección de la naturaleza, de hacer infraestructuras con la naturaleza, le dan un plus a los proyectos de inversión”, sentenció.

Sobre la necesidad de ciudades más resilientes y amigables con las personas y el entorno, recomendamos ver la entrevista realizada en febrero de 2020 a Catherine Paquette, investigadora en el Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo Sostenible, en el contexto del Congreso del Futuro.

 

Por equipo Asia Pacífico: asiapacifico@bcn.cl


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