Boletín de Novedades Bibliográficas

Nº 27 | Diciembre-Enero 2025

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Artículo y perfil de autor: Roger Chartier y la utopía inconclusa de las humanidades

Roger Chartier y la utopía inconclusa de las humanidades


El pasado 21 de noviembre Roger Chartier dictó, en la Universidad Diego Portales, una conferencia titulada «Humanidades, humanismo, humanidad». Si bien fue invitado para abordar las potenciales amenazas actuales a las humanidades en tanto campo de estudios, Chartier hizo notar de entrada que la crisis pareciera ser su condición normal, ya que se viene hablando de ella desde los años 60 del siglo pasado y, si nos ponemos rigurosos, desde el siglo XIX, con el auge de las ciencias sociales y naturales. Por lo tanto –sostuvo- deberíamos ocuparnos del problema desde una perspectiva de más larga duración. Para ello, comparó las diversas definiciones de la palabra humanidades en los diccionarios de España, Francia e Inglaterra y dio cuenta de cómo su comprensión varía de cultura en cultura y se modifica a lo largo de la historia. No podemos hablar, por tanto, de las humanidades como de algo estático. 

Con todo, el autor señaló que tampoco podríamos escindirlas totalmente de su origen histórico, asociado al humanismo renacentista. Se trata, en realidad, de un sueño histórico, de una utopía: la idea de reconstruir una civilización entera, la civilización greco-romana, una civilización ideal que fue, en gran medida, creada por los mismos humanistas. Este sueño universalista se derrumbó relativamente temprano, durante el siglo XVI, producto de las guerras religiosas, el auge de las ciencias naturales y el desuso del latín (en contraposición con el surgimiento de las lenguas nacionales). Desde entonces la unidad que anhelaba el humanismo no ha podido ser repuesta, pero se ha transmitido como un ideal hacia las humanidades como disciplina (o conjunto de disciplinas). Esto se aprecia en la permanente tensión que las atraviesa: entre lo local y lo universal, entre el rescate de las civilizaciones entendidas como multiplicidad (es decir, como una diversidad de prácticas que recusan cualquier centro) y la civilización como un ideal universal, como una ética de la tolerancia entre las civilizaciones. 

Pero, ¿quién es Roger Chartier? Chartier nació en 1945 y estudió historia en la Universidad de París. Fue profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) y ha sido una figura central en el desarrollo de la historia del libro y la cultura escrita. Según dijo el historiador Manuel Vicuña al presentar la conferencia, su aporte ha sido renovador para la historiografía, al delinear lo que podría denominarse como una historia cultural de lo social. De hecho, Chartier es conocido por su enfoque interdisciplinario, ya que sus textos combinan elementos de la historia social, la literatura, la antropología y la teoría literaria. Sus libros conversan especialmente con autores como Carlo Ginzburg (conocido por su exploración de la microhistoria), Pierre Bourdieu (sociólogo, creador del concepto de campo social) y Paul Ricœur (filósofo conocido por sus estudios hermenéuticos, especialmente referidos a la historia, la memoria y la narración).
   
Su libro más influyente es El orden de los libros (1992, publicado en español en 1994). Se trata de tres ensayos centrados en diversos elementos que rodean al texto (y que no siempre concitan el interés de los estudiosos del libro). Por cierto, se trata de un estudio acotado al período que el autor denomina como “primera modernidad”, es decir, entre los siglos XVI y XVIII, pero algunas de sus consecuencias podrían influir en una reflexión sobre el libro en la actualidad. El primer ensayo se refiere a los lectores, el segundo al autor y el tercero a las bibliotecas. En cada ensayo plantea una tesis que podríamos considerar novedosa o que va a despecho de la corriente dominante de pensamiento. En el primero sostiene que los lectores se encontrarían, en cierta medida, escindidos del texto –o, al menos, no predeterminados por él-, en el sentido de que no habría una literatura “culta” versus una literatura “popular”, sino más bien diversas apropiaciones de los textos, dependiendo de las comunidades de lectores que se formen. Sin embargo, al mismo tiempo, estas comunidades dependen en buena parte de las formas materiales de circulación de la escritura: ediciones baratas o “populares”, formato manuscrito versus formato impreso (o formato electrónico, en la actualidad). 

En el segundo ensayo, en tanto, reivindica el estudio del autor –en contraposición a quienes han decretado su “muerte”- y, basándose en una tesis de Foucault, sostiene que más que en el autor como individuo hay que centrarse en la función-autor y la historia de su desarrollo. Ahora bien, esta historia no responde a un solo hito histórico –como algunos pretenden, reconduciéndola al desarrollo de los derechos de propiedad intelectual, a fines del siglo XVIII-, sino que responde a diversos “momentos” y factores, como la persecución y censura de los textos heréticos en la Edad Media, que requería de su adscripción a un responsable, o como el surgimiento de un conjunto de materialidades que van haciendo su figura cada vez más relevante (aquí destaca, por ejemplo, la propia forma impresa). 

Finalmente, el tercer ensayo se refiere a la biblioteca entendida como una utopía: la acumulación de todo lo escrito en un solo lugar. Empresa imposible que, sin embargo, subyace a nuestros sistemas de catalogación y a las nuevas utopías tecnológicas vinculadas con el internet. En síntesis, lo más relevante de este libro es que estudia los textos no desde su contenido sino desde las prácticas que los sostienen, las formas en que circulan y los soportes materiales en los que se publican.  

Este método de aproximación al texto es utilizado también en El mundo como representación (1992), que reúne nueve estudios que exploran la relación entre los textos, los significados y las prácticas de lectura en la Europa moderna, especialmente durante los siglos XVI y XVII. Frente a la historia de las mentalidades, el autor plantea aquí una historia de las representaciones, entendiendo que los textos construyen representaciones del mundo, influyendo en la organización del pensamiento de una determinada época. En la misma línea, pero con un desarrollo más específico, tendríamos el libro Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII: los orígenes culturales de la Revolución francesa (1995). Todos estos libros muy influyentes para el desarrollo de la historia cultural. 

A la luz de esta revisión general de la obra de Chartier, podemos entender lo que nos está diciendo sobre las humanidades. Al igual que otras cosas que damos por sentado –como el propio libro, o la figura del autor o del editor- las humanidades tienen una historia móvil, llena de tiras y aflojas, donde la fragilidad del concepto ha sido más bien la regla que la excepción. Así, las humanidades habrían pasado de ser una idea, un sueño universalista en los albores de la modernidad, a ser una fuente de disputa entre incipientes culturas nacionales, o una disciplina amenazada por la expansión de las ciencias, en los últimos dos siglos.  

Un segundo punto que queda claro a partir de su obra, es que los formatos, los soportes físicos -pero, especialmente, las prácticas sociales que estos llevan de la mano- son claves para cualquier análisis de un objeto cultural como el libro, pero también para el análisis de un conjunto de disciplinas de estudios, como las humanidades. En este sentido, los cambios introducidos por la inteligencia artificial (IA) y otros desarrollos tecnológicos de los últimos años, son relevantes para su adecuada comprensión actual.  

Recapitulando, ¿qué es –finalmente- lo que Chartier ve hoy como una amenaza a las humanidades? Si bien no manifiesta una visión agorera de la inteligencia artificial, sí observa una serie de retos que esta tecnología genera no sólo para las humanidades, sino para la cultura escrita en términos generales. En el fondo, Chartier nos pide comprender que la IA es, también, parte de la utopía inconclusa de un saber universal trazado por el humanismo hace cinco siglos, ideal que las humanidades siguen encarnando, pero que contiene, al mismo tiempo, el germen de un cambio que puede remover la tierra en que estas disciplinas echaron sus raíces.   

Así, la popularización de la aplicación Chat GPT y similares trasladaría el foco de la investigación de archivos a la simulación de una conversación, lo que podría redundar –sostiene- en una progresiva disminución del espíritu crítico (en el fondo, el autor sugiere que podría generarse una suerte de retorno a la oralidad o a la cultura oral, con las diversas implicancias socio-políticas que ello conlleva). Además, la utilización de la IA en la producción de textos podría modificar algunos de los conceptos fundamentales de la cultura escrita, como la originalidad, la individuación (la ya analizada función-autor) y la propiedad intelectual. 

Bien puede ser que este desenlace sea inevitable. Sin embargo, como recalcó Chartier al final de su conferencia, nos obliga a empezar a considerar a la IA en la enseñanza, tanto a nivel de herramienta como de contenido, con el fin de que los nuevos ciudadanos adquieran una visión crítica de ella, tomando conciencia de sus potencialidades, pero también de sus peligros.  

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