Boletín de Novedades Bibliográficas

Nº 31 | Número 31

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Reseña del libro: Andrés Bello. Su palabra política. Jurista, senador e intelectual

Andrés Bello vive en la Biblioteca del Congreso Nacional


El 15 de octubre recién pasado, en el contexto de la conmemoración de su fallecimiento, se realizó en la Sala de Lectura de la Biblioteca del Congreso Nacional (BCN) una jornada sobre la figura de Andrés Bello. En ella se presentó el libro Andrés Bello. Su palabra política. Jurista, senador e intelectual.

Parece, por lo tanto, un momento propicio para compartir con los usuarios de la Biblioteca algunos datos sobre la figura de Andrés Bello y sobre esta nueva publicación de la BCN.

¿Quién fue Andrés Bello?

Andrés Bello fue un hombre marcado por tres destinos: Caracas, Londres y Santiago. Tres capitales, tres lugares que se suceden, pero a veces, también, se superponen en su vida y obra. Su infancia y juventud, los años difíciles de adultez y formación, y los fecundos años de madurez. Veámoslos brevemente.

Caracas (1781-1810)

Andrés Bello nació en Caracas en 1781. Siendo un alumno aventajado, a los veintiún años abandonó los estudios superiores para ingresar a la Secretaría de la Gobernación caraqueña. Allí tuvo su bautismo de fuego en el servicio público: según Miguel Luis Amunátegui, la Gobernación era equivalente a lo que en Chile sería la mezcla entre Interior, Defensa y Relaciones Exteriores. Ingresó en 1802, con el título de Oficial Segundo. Como el Secretario estaba enfermo y el Oficial Primero no era un gran ejemplo de competencia, casi todo el trabajo recaía en el joven Bello(1).

La labor era ingente. En 1807 fue nombrado, además, secretario de la Junta Central de la Vacuna, un órgano creado por la burocracia borbónica para llevar la vacunación contra la viruela a todos los confines del Imperio. Poco antes había escrito una oda a la vacuna, lo que denota que era un tema importante para él (de hecho, la salubridad pública sería una de sus preocupaciones constantes). Por esta época también empezó a frecuentar las tertulias literarias en Caracas y llegó a ganar fama de poeta.

El secuestro del monarca español Fernando VII en 1808 vendría a remecerlo todo. Luego de muchos años de discusión velada, los ánimos revolucionarios se expandieron por todo el continente, lo que decantó en la revolución venezolana del 19 de abril de 1810 (cabe mencionar que Bello se mantuvo incólume en su cargo durante todo este período y, tras los sucesos revolucionarios, fue nombrado Oficial Primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores). Pero la revolución no estaba asegurada: requería urgentemente de apoyo internacional. Por eso se formó una comisión especial, integrada por Simón Bolívar, Luis López Méndez y Andrés Bello, para lograr el apoyo británico a la causa de la independencia. Esta misión zarpó hacia Londres el 10 de junio de 1810. Nótese que Bello pensaba que su estadía en la capital inglesa sería relativamente corta. Así lo relató, muchos años después, a su hermano Carlos:
«Tengo todavía presente la última mirada que di a Caracas desde el camino de La Guaira. ¿Quién me hubiera dicho que en efecto era la última?»(2).

Londres (1810-1829)

La misión diplomática duró poco; en septiembre de 1810 Bolívar partiría de vuelta a Caracas, dejándole las negociaciones a Bello y López Méndez. Lamentablemente, pronto los fondos menguaron y en 1812, con la derrota del bando patriota, cesaron del todo. Bello quedó entonces varado en Londres, inmerso en la incertidumbre. Así, sobrevivió dando lecciones particulares sobre distintas materias y realizando otros trabajos esporádicos (uno de los cuales consistió en transcribir los casi ilegibles manuscritos del filósofo Jeremy Bentham)(3). Pero no todo fueron penurias: Bello también frecuentó a los círculos de exiliados españoles y participó activamente de sus debates intelectuales. Asimismo, visitó asiduamente la famosa biblioteca del Museo Británico, donde llevó a cabo muchas de sus investigaciones. Estas investigaciones no se dieron en el vacío, sino que eran parte de una actividad consciente para apoyar intelectualmente el proceso de emancipación americana. Bajo ese ímpetu colaboró con el guatemalteco Antonio José de Irisarri en la publicación de la revista El Censor Americano (1820).

Pocos años antes, en 1814, se había casado con Mary Ann Boyland, con quien tuvo a sus hijos Carlos y Francisco. Lamentablemente, la tragedia alcanzaría a la familia en 1821, con la muerte de su tercer hijo, Juan Pablo, unos pocos meses después de nacido, y de la propia Mary Ann. Este remezón llevó a Bello a redoblar sus esfuerzos por conseguir un cargo que le diera, al fin, estabilidad a la familia. Por suerte, pudo contar con la ayuda de su conocido Irisarri, bajo cuya dirección llegó a la legación diplomática de Chile en 1822.

Al principio la cosa marchó bien, pero, luego de la abdicación de O''''''''Higgins en 1823, el gobierno chileno envió a Londres a Mariano Egaña, quien desconfiaba de Irisarri –especialmente, de sus manejos económicos– y, por asociación, del mismo Bello. Previsoramente, este solicitó un puesto en la legación de la Gran Colombia, nombramiento que se concretó en 1825.

Cabe mencionar que, en paralelo a su actividad diplomática, Bello continuó con sus múltiples estudios y llevó a cabo una fecunda colaboración intelectual con el neogranadino Juan García del Río, con quien publicó dos revistas que marcaron época: la Biblioteca Americana (1823) y el Repertorio Americano (1826-1827). En estas publicó dos de sus poemas más célebres: «Alocución a la poesía» y «Silva a la agricultura de la zona tórrida», probablemente donde mejor podemos apreciar su compromiso con la emancipación americana.

En 1824 Bello se casó con Elizabeth Dunn, quien sería su compañera por el resto de sus días. Poco después nacieron sus hijos Juan, Andrés Ricardo y Ana. Atendidas las necesidades familiares, Bello, quien se acercaba a la cincuentena, anhelaba mejorar su posición en el servicio diplomático o, al menos, regresar de una buena vez a América. Ante la falta de respuesta del gobierno de la Gran Colombia, se vio obligado a aceptar la propuesta del presidente Francisco Pinto para venir a Chile. Curiosamente, fue recomendado por Mariano Egaña, quien después de su desconfianza inicial se había convertido en uno de sus mejores amigos (de hecho, una vez en Chile, Bello sería un asiduo invitado a la casona de los Egaña en Peñalolén).

Es conocido el ulterior arrepentimiento de Bolívar por esta pérdida: «yo ruego a Vd. –escribió a un amigo de Bello– encarecidamente que no deje perder a ese ilustrado amigo en el país de la anarquía [que era como llamaba a Chile]. […] Yo conozco la superioridad de este caraqueño contemporáneo mío: fue mi maestro cuando teníamos la misma edad; y yo le amaba con respeto. Su esquivez nos ha tenido separados en cierto modo, y, por lo mismo, deseo reconciliarme: es decir, ganarlo para Colombia». Pero el barco que transportaba a Bello y a su prole hacia los mares del Sur ya había zarpado.

Santiago (1829-1865)

Bello llegó a un país trizado, envuelto en una guerra civil. En medio del conflicto le tocó, además, asumir como rector del Colegio de Santiago, una escuela secundaria que buscaba competir con el Liceo de Chile, iniciativa comandada por otro célebre exiliado que vivió entre nosotros: el español José Joaquín de Mora. Este último había sido autor de la constitución de 1828 y era uno de los líderes intelectuales del bando liberal o pipiolo. Bello, a pesar de tener ciertas inclinaciones liberales, recaló en el bando conservador o pelucón. Por lo tanto, la contingencia política llevó a estos grandes intelectuales a enfrentarse en los periódicos, bajo la excusa de una disquisición erudita. Finalmente, con el triunfo de los pelucones en el campo de batalla, el Liceo de Chile fue cerrado y Mora expulsado del país.

En paralelo a sus labores de docente, Bello ingresó como funcionario al Ministerio de Hacienda y, en 1832, fue nombrado Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores (cargo similar al de subsecretario en la actualidad). Como se puede intuir, el tema de las relaciones entre Estados era una de las grandes obsesiones de Bello. Por eso publicó aquel mismo año Principios de derecho de jentes, reconocido como el primer tratado de derecho internacional publicado en Hispanoamérica. En ediciones posteriores este libro pasó a llamarse Principios de derecho internacional, reflejando la evolución de la disciplina. A lo largo de su vida siguió perfeccionando este trabajo, el que culminó con la edición «corregida y considerablemente aumentada» de 1864.

Otro suceso importante de 1832 fue que el Congreso le concedió la nacionalización por gracia. Debido a ello pudo ser elegido senador en 1837, cargo que ocupó por tres legislaturas consecutivas, hasta 1864.

Poco antes, en 1830, se había integrado al equipo editorial del periódico oficialista El Araucano. Este periódico se publicó entre 1830 y 1877 y funcionaba como una suerte de «diario oficial» donde se daban a conocer las principales leyes y decretos del gobierno de turno. Entre 1830 y 1853, Andrés Bello fue uno de sus principales redactores y, como tal, aprovechó de informar al público las principales noticias extranjeras, divulgar los más recientes avances científicos, recomendar, traducir y analizar diversas obras literarias, así como engarzarse en interesantes polémicas intelectuales, jurídicas y políticas. Gran parte de los textos que dan forma a sus Obras Completas, de hecho, proviene de las páginas de El Araucano.

En 1843 asumió como primer rector de la Universidad de Chile, cargo que ocuparía hasta el día de su muerte. Ese año pronunció su famoso discurso inaugural, donde aseveró que «todas las verdades se tocan», frase que hasta el día de hoy se discute y analiza. Independientemente de su sentido original, la frase ha llegado a ser entendida como parte del ethos pluralista de la Universidad.


En la agitada década de 1840, que Jaksić ha llamado «la década triunfal»(4), se vio envuelto en importantes debates filosóficos y literarios: la polémica sobre el romanticismo, en 1842, que enfrentó a sus discípulos con el intelectual argentino Domingo Faustino Sarmiento, entonces exiliado en nuestro país, y la polémica sobre los modos de escribir la historia, en 1848, donde polemizó con Jacinto Chacón y José Victorino Lastarria, sosteniendo la improcedencia de introducir, en ese momento, la filosofía de la historia en Chile (disciplina que Chacón y Lastarria propugnaban). Además, durante estos años publicó su célebre Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847).

Pero, sin duda, su principal logro llegaría en la década siguiente, con la promulgación del Código Civil en 1855. La elaboración del Código le tomó a Bello aproximadamente veinte años. Comenzó en solitario durante la década de 1830; luego, como parte de la Comisión de Legislación del Senado, publicó por entregas los artículos del título preliminar, del libro sobre la sucesión por causa de muerte y el de obligaciones y contratos (1841-1845). Prosiguió por su cuenta con los libros sobre los bienes y las personas, concluidos en 1852. Entre 1853 y 1855 integró la comisión que sistematizó este trabajo. Su resultado fue el proyecto de 1855, aprobado por el Congreso en diciembre de aquel año, y que está próximo a cumplir 170 años. Cabe mencionar que el Código trascendió a las fronteras nacionales, influyendo en el derecho de muchos países americanos.

Después del esfuerzo del Código, Bello bajó las revoluciones. Ya había jubilado de su cargo en Relaciones Exteriores y concluido su labor periodística en El Araucano. En 1858 dejó de asistir al Senado. Si bien continuó al mando de la Universidad de Chile, una enfermedad inhabilitó sus piernas, por lo que las reuniones del Consejo Universitario se trasladaron a su casa. A pesar de todo, sus últimos años no fueron para nada estériles, dedicándose todavía a la reconstrucción y análisis del Poema del Mío Cid, una de las obsesiones que lo acompañaban desde el período londinense.

El cuadro que hemos pintado –muy a la rápida, por cierto– da la impresión vertiginosa de una serie de éxitos, sólo interrumpida por los complejos años ingleses. Sin embargo, como señaló recientemente Miguel Castillo Didier(5), tras la inmensa obra está el inmenso dolor de la patria perdida, dolor que siguió a Bello hasta su muerte. No sólo eso, también está el dolor de haber enterrado a ocho de sus quince hijos. Ya vimos a sus hijos nacidos en territorio británico. Una vez en Chile, entre 1829 y 1846, nacieron José Miguel (fallecido a los pocos meses), Luisa, María Ascensión (aunque la llamaban Asunción), Dolores (a quien llamaban Lola), Manuel, Josefina, Eduardo, Emilio y Francisco Bello Dunn. Así, Bello debió enfrentar la muerte de la pequeña Dolores, en 1843; la de Francisco Bello Boyland, quien era secretario del Senado y ha sido generalmente caracterizado como su hijo predilecto, en 1845; la de la joven Asunción en 1850, cuando apenas tenía dieciocho años; la de Anita en 1851, casada poco antes del deceso; la de Carlos Bello Boyland, su hijo mayor y según se dice el más parecido a él, en 1854; la de Juan en 1860, y la de Luisa, en 1862. Algunas de estas tragedias se vieron reflejadas en su poesía, como se puede apreciar en su conocida imitación de Víctor Hugo «Los fantasmas», donde escribe, impactado por la muerte de Lola:

¡Ah, qué de marchitas rosas
en su primera mañana!
¡Ah, qué de niñas donosas
muertas en edad temprana!
Mezclados lleva el carro de la Muerte
al viejo, al niño, al delicado, al fuerte.

En 1860, a raíz de la muerte de Juan, hijo de inclinaciones revolucionarias, Francisco Bilbao le escribió desde su exilio estas conmovedoras palabras: «Desde París os escribí por la muerte de Francisco; desde Lima cuando murió Carlos; y hoy desde Buenos Aires por Juan, mi amigo y compañero. Vagamos en la separación y las ausencias, cada uno en su Odisea, buscando la patria de justicia»(6). En 1854, para consolarlo por la muerte de Carlos, el mismo Bilbao le había escrito: «Árbol majestuoso de la zona tórrida trasplantado a Chile, caen tus hojas en el invierno de la vida. El soplo de la muerte destroza tus injertos, dan sombra al sepulcro de tus hijos. «Has cobijado a una generación literaria allá en mi tierra. Has alimentado a las inteligencias y has refrescado los cerebros ardientes, señalando las estrellas a través de tu follaje»(7).

Como se ha podido ver en estas pocas líneas, Bilbao no exageraba. Tras su muerte, el 15 de octubre de 1865, Bello dejó una obra de múltiples facetas y participó en la creación de instituciones que perduran hasta el día de hoy. Una de estas facetas, sin embargo, ha sido poco explorada: su faceta política. Esto es lo que quiere remediar la nueva publicación de la Biblioteca del Congreso Nacional, que se suma a la extensa colección de obras de Bello que figuran en su catálogo.


Sobre Andrés Bello. Su palabra política. Jurista, senador e intelectual (8)

Este libro reúne artículos originales de diversos autores que reflexionan sobre la obra de Bello en tres de sus múltiples dimensiones: jurista, senador e intelectual. En cada uno de estos ámbitos los autores buscan destacar la palabra política de Bello, desde su promoción del progreso material de la sociedad hasta su defensa de las reglas básicas que definen el orden republicano, pasando por sus preocupaciones jurídicas, lingüísticas, literarias y científicas.

La publicación se inicia con un preámbulo de Santiago Muñoz Machado, actual director de la Real Academia Española, quien desarrolla la idea de Renan y Taine de que la construcción de una nación es una acción consciente y premeditada de quienes detentan el poder; de ahí que, tal como ha sostenido entre nosotros Mario Góngora, el Estado preceda a la nación. Bello habría sido parte del grupo de americanos que comprendió esta necesidad y contribuyó a otorgarle al proceso de construcción de las naciones hispanoamericanas sus propias características. A partir de esta idea-fuerza, Muñoz Machado recorre diversos aspectos de la vida y obra de Bello, enfocándose particularmente en sus facetas de gramático y jurista.

La primera parte del libro, en tanto, se titula «Andrés Bello, jurista» y cuenta con tres artículos: «El Código Civil y los libros. Bibliotecas, ediciones y obras usadas por Andrés Bello en la codificación civil chilena», de Claudia Castelletti; «Andrés Bello jurista: a la conocida influencia de Jeremy Bentham y Friedrich Karl von Savigny, ¿debemos agregar la de Benjamin Constant?», de Alejandro Vergara; y «El matrimonio católico en el Código Civil de Andrés Bello», de Francisca Rengifo. El primer artículo es el producto de una investigación a partir de diversas fuentes, entre las que se cuentan notas manuscritas del propio Andrés Bello, constituyendo un aporte original al estudio de los autores que influyeron el proceso de redacción del Código Civil. El segundo artículo, en tanto, rastrea las diversas influencias iusfilosóficas de Bello, particularmente la de Benjamin Constant, a partir del análisis del último de los «inéditos» de Bello: el curso de legislación universal según Bentham (editado en 2021 por el ex Director Adjunto de esta institución, Felipe Vicencio Eyzaguirre). El tercer artículo hace un zoom en la regulación del matrimonio en el Código Civil para mostrar las tensiones de esta conceptualización, dando cuenta, así, de la «apreciación que tuvo Bello del matrimonio como una institución en tránsito desde su definición canónica hacia un contrato civil» (p.139). En conjunto, estos artículos nos permiten repensar a Bello: por un lado, a través de un nuevo trazado de sus influencias; por otro, analizando el carácter transicional y ecléctico de muchas de sus definiciones.

La segunda parte del libro se titula «Andrés Bello, senador» y consta de dos contribuciones. En primer lugar, un texto del Premio Nacional de Historia Iván Jaksić titulado «Andrés Bello y el imperio de la ley»; en segundo lugar, un texto de Víctor Soto titulado «La impronta modernizadora de Andrés Bello en su actividad como senador (1837-1864)». El primer artículo comienza con un recorrido general por el pensamiento político, constitucional y civil de Bello, enfocándose finalmente en cómo estos diversos aspectos impactan y se desarrollan en su prolongada actividad senatorial. El segundo artículo, en tanto, se centra en un aspecto específico de la labor parlamentaria de Bello: su permanente afán modernizador, lo que –hasta cierto punto– contradice la visión de este autor como un mero representante del conservadurismo chileno. En suma, ambos artículos permiten explorar un aspecto de Bello hasta ahora poco trabajado, entregándole al lector nuevas claves para el análisis de su obra.

La tercera parte del libro se centra en «Andrés Bello, intelectual» y cuenta con tres aportes: «Bello: editor científico», del Premio Nacional de Historia Rafael Sagredo; «Regularidad, frialdad, representación de ideas y estilo. Bello como «custodio filosófico» de la gramática castellana de Hispanoamérica», de Cecilia Sánchez; y «Visiones de Andrés Bello en los albores de la interdisciplina», de Joaquín Trujillo. El primero desarrolla en profundidad un tema que el autor ya había esbozado en su introducción al tomo 15 de la nueva edición de las Obras Completas de Andrés Bello, «Textos de divulgación científica». Así, se enfoca en la labor periodística de Bello en El Araucano, donde ejerció un rol clave en la divulgación de las ciencias. El segundo artículo, en tanto, analiza las tensiones que se aprecian en la teoría de la gramática de Bello, así como su intento por evitar la «babelización» de la lengua castellana en América, introduciendo una nota de cautela en torno a la utilización actual de la inteligencia artificial en los procesos de escritura. Por último, el tercer artículo elabora, a partir de un análisis del famoso discurso inaugural de la Universidad de Chile y su frase «todas las verdades se tocan», una de las posibles interpretaciones de este aserto: la defensa, por parte de Bello, del cruce de las diversas disciplinas del conocimiento para generar una síntesis fecunda.

El libro se cierra con una selección de las intervenciones de Andrés Bello en el Senado. Esta sección entrega al lector algunos materiales que no fueron considerados en su momento para el tomo XX de las Obras Completas de Andrés Bello, titulado «Labor en el Senado», y buscan contribuir a un conocimiento más cabal de su figura y –particularmente– de su legado político.

No me corresponde a mí, en tanto editor general de la publicación, dar cuenta de los posibles méritos del libro, pero sí quisiera aprovechar de invitar a nuestros usuarios a su lectura, ya sea en formato físico o digital. Asimismo, quisiera recordar que la BCN cuenta con un amplio catálogo que incluye las diversas obras que se han mencionado en esta reseña. Y es que Andrés Bello, a pesar de los 160 años transcurridos desde su fallecimiento, sigue vivo en sus libros y en sus intervenciones públicas, en sus poesías y en sus cartas. Y sigue vivo, especialmente, en las instituciones que contribuyó a formar.

Notas:

1 AMUNÁTEGUI, Miguel Luis. Vida de Don Andrés Bello. Pedro G. Ramírez, Santiago, 1882, pp. 30-32.

2 Carta de 17 de febrero de 1846. En: BELLO, Andrés. Obras completas. Tomo 1: Epistolario, Ediciones Biblioteca Nacional de Chile, 2022, p. 423.

3 JAKSIĆ, Iván. Andrés Bello: la pasión por el orden, Editorial Universitaria, 2010, pp. 68-74.

4 Ibíd., pp. 173-206.

5 En conferencia pronunciada en la Universidad de Chile el 8 de octubre recién pasado. Véase a partir del momento 1:44:07, en YouTube [consultado el 10-10-2025]

6 Carta de 6 de enero de 1861. En: BELLO, Andrés. Obras completas. Tomo 1: Epistolario, Ediciones Biblioteca Nacional de Chile, 2022, pp. 623-624.

7 Carta de 15 de noviembre de 1854. En: Ibíd., p. 559.

8 Gran parte de esta sección está tomada de la Nota editorial del libro. Asimismo, todas las citas corresponden al libro que se reseña, excepto allí donde se indique lo contrario.



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