Entre 1933 y los últimos meses de su vida, Simone Weil fue anotando en once cuadernos de tipo escolar y de parecidas dimensiones todo cuanto ocupaba su vida mental, ya fueran reflexiones al hilo de lecturas, citas, desarrollos de ideas en marcha, ya simples ejercicios de traducción (sobre todo de textos griegos e hindúes, etc.) o elaborados cálculos matemáticos, ya, en fin, meditaciones de carácter íntimo, a propósito del amor, de la amistad y de sus experiencias místicas, o intuiciones de un momento que al instante siguiente se convertían en los fecundos y originales conceptos que han atraído la atención del mundo sobre su figura. Estos Cuadernos pueden ser leídos como si se tratase de su obra completa en bruto. El afán rastreable en estos escritos por encontrar una arquitectura al tejido complejo de su pensamiento y al riquísimo universo de sus diversas preocupaciones especulativas (en el orden científico, estético y moral) les dan el carácter de un diario intelectual, de un verdadero dietario espiritual. Dada su naturaleza, estas páginas están lejos de poseer la perfección formal de una obra literaria completamente pulida en todos sus pormenores. Tienen la vibración de lo que está hirviendo. Sus formulaciones están realizadas de un solo trazo. Son apuntes inmediatos sobre los que la autora no volvía y dejaba, pues, sin corregir. Pero el precio que se paga en repeticiones o en construcciones a veces complicadas o elípticas, o en alusiones enigmáticas, se gana en viveza y espontaneidad. La lectura de los Cuadernos supone participar en el intenso proceso de creación de uno de los pensamientos más audaces y necesarios de nuestro tiempo.