Desde hace varias décadas que la ocurrencia de desastres a nivel global ha aumentado de manera importante. América Latina y el Caribe no ha sido la excepción. En la actualidad, y debido a sus consecuencias en la vida de las personas y por la posibilidad que existe de prevenir y mitigar sus daños y así disminuir o al menos controlar sus efectos, los desastres provocados por la naturaleza o por el ser humano son considerados fenómenos sociales. Los hogares en situación de pobreza son altamente vulnerables a los desastres y experimentan sus efectos en forma desproporcionada, creciente y por un período más largo de tiempo. Al comparar con la población mayor de 18 años, los niños y las niñas son los más afectados por la pobreza y, por lo tanto, sufren más las consecuencias de los desastres, lo que vulnera sus derechos.