El dilema de los estudiantes que no encienden sus cámaras

13 Abril 2021

Según expertos, las conexiones inestables de internet, la vergüenza de mostrar un espacio personal, el miedo de mostrar el video en redes sociales y el agotamiento de la virtualidad, impide a los alumnos activar este elemento tecnológico.

Para muchos profesores, el modus operendi del aprendizaje virtual se está dado con todas o casi todas las cámaras de sus estudiantes apagadas. Los académicos reconocen que el asunto es complejo, porque conlleva a formular varias interrogantes tales como ¿deberían los alumnos prenderla toda la clase?, ¿deberían encenderlas por cortesía y saludar al inicio de la clase?, ¿influye en el aprendizaje? o ¿puede ser obligación?

No es el primer cambio social que plantea dudas sobre cómo manejarlo, señala en un artículo Jeff Hancock, director fundador del Stanford Social Media Lab, centro especializado en la comprensión de procesos psicológicos e interpersonales en las redes sociales. “Ahora estamos con las videoconferencias, y comprender los mecanismos nos ayudará a comprender la forma óptima de hacer las cosas para diferentes entornos, organizaciones y tipos de reuniones”, añade.

Acostumbrarse a enseñar con pantallas en negro ha sido el desafío de Alejandra Muñoz, profesora universitaria. Sólo ve los nombres de los alumnos e interactúa con ellos las pocas veces en que hablan. “Por las plataformas no los veo a todos al mismo tiempo, tengo que buscarlos para hablar con ellos”, comenta.

Los primeros días, dice Muñoz, notó que sus estudiantes intentaban prender las cámaras, pero eso hacia inestable las conexiones “y muchos usaban sus datos móviles, por lo que se consumían rápidamente”, señala. El resultado fue que dejaron de encenderlas.

Puede haber razones de distinto orden detrás de una cámara apagada, agrega Magdalena Müller, directora de pregrado de la Facultad de Educación de la UC. La más frecuente, dada tanto por estudiantes del sistema escolar como de Educación Superior, son los problemas de conexión. También hay quienes sin tener problemas de conexión prefieren mantener su cámara apagada, indica, “para resguardar su privacidad o por no contar con un espacio cómodo o privado para conectarse”.

Muchos motivos no pasan ni siquiera por uno no querer, complementa Patricio Abarca, director de la Escuela de Educación de la Universidad Mayor, sino por falta de condiciones. Prender la cámara es un acto de mostrar el espacio privado del hogar y “muchos estudiantes conviven en espacios con múltiples personas, por lo que prender una cámara puede resultar incómodo”.

Hay otro punto, no menos importante, que Muñoz detectó: la vergüenza on line. El año pasado en un curso donde sólo dos personas de 40 respondían y activaban el video, conversaron y una fuerte razón para no hacerlo era la vergüenza. “Me dijeron el miedo al ridículo y las burlas, porque la clase queda grabada y eso los hacía quedarse callados, porque no sabían quién o qué se podía hacer con el video”.

¿Obligar o no a encender las cámaras?

La cámara apagada, afirma Müller, es un obstáculo para la construcción de vínculos que favorezcan ambientes de confianza en los que estudiantes se sientan seguros para interactuar.

Las clases sin rostro y muchas veces sin voz, carecen de los beneficios lingüísticos que se dan, por ejemplo, al ver el rostro de alguien mientras nos habla. Al mirar de frente es posible leer su rostro y comprender mejor la entonación, el tono y el significado de lo que comunica.

Muñoz optó por pedirles si podían poner una foto para asociar un nombre con un rostro, “pero sin afán persecutorio”, dice. Les explicó que parte del vínculo de una sala de clases y la universidad se pierde con las clases virtualizadas. “Un día voy a pasar junto a ellos en la calle, me van a saludar y no voy a saber quién es. Creo que eso, por lo menos para quienes creemos que el vínculo con la otra persona es fundamental, es muy triste”, señala.

Las cámaras apagadas generan falta de conexión. El lenguaje corporal es muy importante al establecer una interacción para el aprendizaje, explica Abarca: “Uno como docente requiere monitorear las respuestas verbales y no verbales de los estudiantes. Por esta razón es relevante que podamos incentivar, entendiendo siempre que muchas veces existen razones de fuerza mayor para no prenderlas”.

Müller destaca que lo más importante es poder transmitir a los y las estudiantes el sentido de las cámaras encendidas, que favorece el poder establecer un vínculo. Las experiencias de aprendizaje no dependen exclusivamente del profesor, sino que, de todos los participantes, “por lo tanto encender la cámara es una señal de querer ser parte de esa experiencia”.

Agotamiento virtual

Para los profesores resulta altamente desafiante reformular sus clases para un formato remoto. Además de tener que facilitar nuevas vías de interacción, ajustar las metodologías para favorecer oportunidades de aprendizaje desafiantes, “se hace especialmente difícil lograr generar vínculos con los estudiantes y que estos a su vez generen vínculos entre ellos”, indica Müller.

Otro elemento que aporta a esa dificultad es que la virtualidad cansa. Scott Debb, presidente del programa de maestría en ciberpsicología de la Universidad Estatal de Norfolk, explica en un artículo que la gran cantidad de lenguaje corporal que se debe traducir en una clase on line agota a los estudiantes. “Estamos gastando mucha energía mental en llenar estos espacios en blanco no verbales, y estamos agotando nuestros recursos mentales para prestar atención, para descubrir en qué podemos contribuir a la reunión”.

Una sensación que se incrementa al ser mirados mientras también se miran a sí mismos. Jeremy Bailenson, investigador del Stanford Social Media Lab, apunta que esa “mirada constante” puede llevar a una mayor atención, pero con un costo: incomodidad. En un artículo en la revista Technology, Mind and Behavior argumenta que los videos prolongados contribuyen a la sensación comúnmente conocida como “fatiga del zoom”. El experto agrega que “la videoconferencia es algo bueno para la comunicación remota, pero piense en el medio: el hecho de que pueda usar video no significa que tenga que hacerlo”.

Verse a sí mismo en un video constantemente en tiempo real, fatiga. Es antinatural, manifiesta Bailenson. “En el mundo real, si alguien te sigue con un espejo constantemente, de modo que mientras hablas con la gente, tomas decisiones, das retroalimentación, recibes retroalimentación, te miras a ti mismo en un espejo, sería una locura. Nadie lo consideraría jamás”.
 


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