Labor Parlamentaria
Diario de sesiones
- Alto contraste
Disponemos de documentos desde el año 1965 a la fecha
Índice
- DOCUMENTO
- PORTADA
- II. ASISTENCIA.
- III. TEXTO DEL DEBATE.
- HOMENAJE A LA UNIVERSIDAD DE CHILE EN EL SESQUICENTE NARIO DE SU FUNDACION.
- HOMENAJE : Jose Antonio Viera-gallo Quesney
- HOMENAJE : Jaime Rocha Manrique
- HOMENAJE : Juan Enrique Taladriz Garcia
- HOMENAJE : Isidoro Toha Gonzalez
- HOMENAJE : Juan Carlos Latorre Carmona
- HOMENAJE : Jaime Orpis Bouchon
- HOMENAJE : Antonio Horvath Kiss
- HOMENAJE : Federico Mekis Martinez
- HOMENAJE : Maria Adela Maluenda Campos
- HOMENAJE : Hernan Rojo Avendano
- CIERRE DE LA SESIÓN
Notas aclaratorias
- Debido a que muchos de estos documentos han sido adquiridos desde un ejemplar en papel, procesados por digitalización y posterior reconocimiento óptico de caracteres (OCR), es que pueden presentar errores tipográficos menores que no dificultan la correcta comprensión de su contenido.
- Para priorizar la vizualización del contenido relevante, y dada su extensión, se ha omitido la sección "Indice" de los documentos.
REPUBLICA DE CHILE
CAMARA DE DIPUTADOS
323a. LEGISLATURA
(EXTRAORDINARIA)
Sesión 56a., en miércoles 18 de marzo de 1992.
(Especial, de 16:00 a 17:50 horas)
Presidencia de los señores Viera-Gallo Quesney, don José Antonio; Cerda García, don Eduardo, y Coloma Correa, don Juan Antonio.
Secretario, el señor Loyola Opazo, don Carlos.
Prosecretario, el señor Zúñiga Opazo, don Alfonso.
INDICE GENERAL DE LA SESION
I. SUMARIO DEL DEBATE
II. ASISTENCIA
III TEXTO DEL DEBATE
I. SUMARIO DEL DEBATE.
1.- Homenaje a la Universidad de Chile en el sesquicentenario de su fundación. 6
II. ASISTENCIA.
Asistieron los siguientes señores diputados: (78)
--Acuña Cisternas, Mario
--Álamos Vásquez, Hugo
--Alessandri Balmaceda, Gustavo
--Arancibia Calderón, Armando
--Aylwin Azocar, Andrés
--Bayo Veloso, Francisco
--Bosselin Correa, Hernán
--Campos Quiroga, Jaime
--Caraball Martínez, Eliana
--Cardemil Alfaro, Gustavo
--Carrasco Muñoz, Baldemar
--Cerda García, Eduardo
--Coloma Correa, Juan Antonio
--Concha Urbina, Juan
--Correa De la Cerda, Sergio
--Cristi Marfil, María Angélica
--Devaud Ojeda, Mario
--Dupré Silva, Carlos
--Elgueta Barrientos, Sergio
--Elizalde Hevia, Ramón
--Estévez Valencia, Jaime
--Faulbaum Mayorga, Dionisio
--Gajardo Chacón, Rubén
--García Ruminot, José
--Guzmán Álvarez, Pedro
--Hamuy Berr, Mario
--Horvath Kiss, Antonio
--Huenchumilla Jaramillo, Francisco
--Jara Catalán, Sergio
--Jara Wolff, Octavio
--Kuschel Silva, Carlos Ignacio
--Kuzmicic Calderón, Vladislav
--Latorre Carmona, Juan Carlos
--Leay Morán, Cristian
--Le blanc Valenzuela, Luis
--Letelier Morel, Juan Pablo
--Longton Guerrero, Arturo
--Maluenda Campos, María
--Martínez Sepúlveda, Juan
--Masferrer Pellizzari, Juan
--Matta Aragay, Manuel Antonio
--Mekis Martínez, Federico
--Montes Cisternas, Carlos
--Morales Adriasola, Jorge
--Munizaga Rodríguez, Eugenio
--Muñoz Dalbora, Adriana
--Ojeda Uribe, Sergio
--Olivares Solís, Héctor
--Orpis Bouchón, Jaime
--Ortega Riquelme, Eugenio
--Ortiz Novoa, José Miguel
--Palma Irarrázaval, Andrés
--Palma Irarrázaval, Joaquín
--Peña Meza, José
--Pérez Varela, Víctor
--Reyes Alvarado, Víctor
--Ringeling Hunger, Federico
--Rocha Manrique, Jaime
--Rodríguez Cataldo, Claudio
--Rodríguez Guerrero, Hugo
--Rojo Avendaño, Hernán
--Rojos Astorga, Julio
--Sabag Castillo, Hosain
--Salas De la Fuente, Edmundo
--Seguel Molina, Rodolfo
--Smok Ubeda, Carlos
--Viera-Gallo Quesney, José Antonio
--Vilches Guzmán, Carlos
--Vilicic Kamincic, Milenko
--Sotomayor Mardones, Andrés
--Taladriz García, Enrique
--Tohá González, Isidoro
--Ulloa Aguillón, Jorge
--Urrutia Avila, Raúl
--Valcarce Medina, Carlos
--Valenzuela Herrera, Felipe
--Velasco De la Cerda, Sergio
--Villouta Concha, Edmundo
Con permiso constitucional, estuvo ausente la Diputada señora Laura Rodríguez Riccomini.
Asistieron, además, el señor Ministro de Educación Pública, subrogante, don Raúl Allard Neumann y el señor Ministro de Agricultura, don Juan Agustín Figueroa Yávar.
III. TEXTO DEL DEBATE.
Se abrió la sesión a las 16 horas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
En el nombre de Dios y de la Patria, se abre la sesión.
HOMENAJE A LA UNIVERSIDAD DE CHILE EN EL SESQUICENTE NARIO DE SU FUNDACION.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
La sesión ha sido especialmente citada para rendir homenaje a la Universidad de Chile, al conmemorar 150 años de su fundación.
Previamente se escuchará al coro de Madrigalistas de la Universidad de Chile. El coro de Madrigalistas de la Universidad de Chile dirigido por el maestro Guido Minoletti, interpreta el Himno Nacional y a continuación, tres obras de los compositores Héctor Villa-Lobos y Gustavo Becerra, con textos del poeta Andrés Sabella.
Aplausos en la sala y en tribunas.
El señor VIERA-GALLO, (Presidente) (de pie).-
Señores Diputados, en nombre de Sus Señorías saludo la presencia en las tribunas del Rector de la Universidad de Chile, don Jaime Lavados; de los miembros del cuerpo directivo de esa casa de estudios, de los decanos y directores de departamentos e institutos, de los dirigentes de la Federación de Estudiantes y de representantes del personal administrativo.
Hace 150 años nació la Universidad de Chile. En noviembre de 1842, el entonces Presidente de la República, Manuel Bulnes, y su Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Manuel Montt, promulgaron la ley que creó esta prestigiosa casa de estudios.
Casi un año después, el 17 de septiembre de 1843, en una ceremonia solemne realizada en la que fuera sede de la Universidad de San Felipe, fundada ésta en el período colonial, a iniciativa del Cabildo de Santiago y autorizada por el rey Felipe V, en febrero de 1738, Manuel Montt declaraba instalada la Universidad de Chile, tomando el juramento de rigor a los miembros que componían el cuerpo universitario.
Un ilustre Rector de esa Universidad, Diego Barros Arana, nos relata aquella oportunidad en los siguientes términos: Entre los recuerdos más fijos y más gratos de mi niñez conservo el de esa significativa ceremonia. Los alumnos del Instituto Nacional concurrimos en cuerpo. Allí presenciamos un acto que, por su solemnidad, debía impresionamos vivamente, pero cuya trascendencia en el proceso de la patria chilena sólo mucho más tarde habríamos de apreciar.
"Cuando se hubo leído la lista de los miembros de la nueva corporación, y cuando aquéllos, poniéndose de pie y levantando la mano derecha, hubieron prestado su juramento tradicional, se adelantó hasta la mesa presidencial un anciano de talla regular, de facciones finas y correctas, de aire modesto y distinguido. Tomando en sus manos un rollo de papeles, aquel anciano dio lectura, con voz suave e insinuante, y en medio del respeto y del silencio, a una disertación sobre los beneficios que produce el cultivo de las ciencias y de las letras”.
Esta tarde no necesito decir que ese anciano era Andrés Bello, uno de los sabios más eminentes de la América de habla hispana. En su discurso inaugural, Bello destacó que la Universidad debía ser un ámbito de libertad, donde el cultivo de las ciencias y de las letras no pudiere decía mirarse como peligroso, desde un punto de vista moral o político. Para Bello, la moral era la vida misma de la sociedad, y la libertad, el estímulo que da vigor sano y una actividad fecunda a las instituciones sociales.
Un concepto fundamental en Bello, planteado en ese discurso y que habría de orientar a la Universidad de Chile hasta nuestros días, fue entender el conocimiento no como la adquisición de resultados elaborados en otras latitudes, sino como un examen analítico de los distintos fenómenos sociales. Era necesario decía alimentar el entendimiento, a través del esfuerzo por acostumbrarse a pensar por sí mismo.
Las universidades, como todas las instituciones humanas, son hijas de su época. Así como la Universidad de San Felipe respondió a las concepciones, intereses y necesidades vigentes en el período colonial, la Universidad de Chile tuvo la misión de afrontar en sus orígenes la creación y consolidación de la nueva república y de hacer realidad los ideales emancipadores que corresponden a la Revolución de 1810.
El clima en el cual nació y dio sus primeros pasos la Universidad de Chile no podría haber sido más auspicioso. El país vivía en la década del 40 del siglo pasado un período de crecimiento económico y cultural. La riqueza minera movilizaba capitales hacia el norte y conectaba al país con los centros económicos y financieros del exterior. La vida urbana se dinamizaba y daba espacio a nuevos grupos sociales. La cultura bullía en la intensidad de la pregunta por la identidad nacional, que se expresaba en la búsqueda de patrones de modernidad, identificados entonces con la cultura liberal y en el rechazo a todo lo que se percibía como oscurantista. Es un período de fe en el progreso, concebido como crecimiento de la libertad y expansión de la razón.
Por ello, cuál más cuál menos, todos veían en la educación el instrumento principal para lograr la felicidad de la Nación y el bienestar de la gente.
Desde su creación, la Universidad de Chile fue concebida como un fondo de ilustración, como el centro del saber que irradiaría cultura hacia el resto del país, como el núcleo civilizador que haría retroceder la barbarie. Por ello, a la Universidad, siguiendo las ideas de Bello, se le encomendó la dirección de toda la enseñanza nacional, incluida la enseñanza primaria, situación que sólo vendría a modificarse bajo el rectorado de José Victorino Lastarria, quien abogó por restringir las responsabilidades de la Universidad a su ámbito propio y entregar la enseñanza primaria al Ministerio de Educación.
Fue, sin embargo, tan notable la influencia que ejerció la Universidad de Chile en esos primeros años, que no sólo la Facultad de Filosofía y Humanidades tenía a su cargo la educación nacional, sino que la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales debía redactar los códigos y proyectos de ley.
Por ello, no es exagerado afirmar que la Universidad de Chile es una de las instituciones que forjó el progreso de Chile. En sus aulas se han formado muchos de los profesionales que han tenido responsabilidad pública en la conducción del país. En sus claustros se han debatido, con rigor y con pasión, las ideas que han alimentado el desarrollo de Chile.
Sería impensable referirse a cuánto le debe a lo largo del tiempo Chile a esa Universidad. Pero una cosa se puede afirmar, sin riesgo a equivocarse: no ha habido idea de futuro, corriente innovadora, adelanto intelectual, que no haya encontrado en la Universidad de Chile una resonancia adecuada, cuando no su propio origen.
La renovación de la cultura nacional y la vinculación con sectores populares son dos dimensiones asociadas al concepto de extensión universitaria, que más tarde se introdujo bajo el rectorado de Valentín Letelier.
Como hitos importantes, cabe recordar la fundación del Liceo Experimental Manuel de Salas, en 1932, la creación del Teatro Experimental, la Orquesta Sinfónica, el Coro y la Editorial Universitaria, los cursos de verano, las carreras nocturnas y los trabajos voluntarios.
Sin embargo, son los estudiantes organizados en la Fech, desde 1906 hasta nuestros días, los que de un modo más radical hacen de la extensión universitaria uno de los fundamentos de su acción.
Con justos motivos, en un discurso pronunciado con ocasión del centenario de la Universidad de Chile, el Rector Juvenal Hernández señalaba que el alma mater ha creado en nuestro país la conciencia democrática que ha permitido la evolución institucional mucho más uniforme e indivisible que las definidas en las constituciones y las leyes y el Rector Eugenio González, analizando la trayectoria de la Universidad, afirmaba que desde hace años ella ha ido retomando el espíritu de su primera época, respondiendo a necesidades nacionales; ella ha vuelto a ser la principal promotora de las ciencias, las artes y las letras, al dar creciente impulso a la investigación científica, a la creación artística y a la difusión cultural, y al establecimiento de vinculaciones regulares con los servicios públicos para el análisis objetivo y la solución científica de los problemas nacionales.
La historia de la Universidad de Chile reconoce ciertos hitos o momentos culminantes en que su ideario ha ido enriqueciéndose y en que se han ido incorporando y asentando nuevas ideas y valores. Entre ellos quiero destacar la influencia del movimiento reformista nacido en la ciudad Argentina de Córdova, en los años 20, y que bajo las banderas de la autonomía universitaria se expandió por todo el continente. Esas ideas animan a la Universidad durante todo este siglo y adquieren particular fuerza a fines de los años sesenta, en el proceso de reforma universitaria que implicó no sólo la modernización de la Casa de Bello, sino también la toma de conciencia de los nuevos desafíos que la sociedad chilena y la Universidad tenían frente a sí. Fue un proceso difícil y conflictivo, de dimensión universal. La comunidad universitaria buscaba convertirse en conciencia crítica del acontecer histórico, intentando conectar el saber, el conocimiento general y particular con los problemas en que estaba inmersa la sociedad.
Mirando en perspectiva, acalladas las pasiones que desató, podemos calibrar los aportes y los límites de ese proceso de reforma que sacudió a todas las universidades del país. Muchas de las interrogantes planteadas siguen esperando una respuesta. El solo hecho de haberlas formulado es un mérito que quedará grabado para siempre en la historia de las universidades chilenas.
A ciento cincuenta años de su creación, todavía es oportuno hacernos la pregunta que muchos han intentado responder: ¿Qué es la universidad? ¿Cuál es su misión? Tomando pie en el famoso ensayo de Ortega y Gasset que vincula la universidad con la expresión de la cultura en su más alto nivel, podemos afirmar que intentar una respuesta a esa interrogante supone reflexionar sobre la llamada cuestión cultural, sobre el estado de la ciencia, la filosofía y la ética de nuestro tiempo. Temas complejos que escapan, por cierto, a este homenaje, pero que están en el trasfondo de las inquietudes que hoy atraviesan la vida nacional y que preocupan, especialmente, a las nuevas generaciones que concurren a formarse en la universidad.
La universidad tiene tres tareas fundamentales: investigar, es decir, participar en la creación de nuevos conocimientos; educar al más alto nivel a las nuevas generaciones y a la sociedad en que está inserta, y plasmar una cierta idea de la sociedad y del hombre que sirva de referente a los consensos básicos que sostienen la convivencia social.
Estas tareas adquieren hoy una dimensión cualitativamente distinta por la complejidad de los procesos en que la vida académica y social está inmersa. Conviene recordar el impacto de la revolución científica y tecnológica que con el sofisticado desarrollo de la informática, de la microelectrónica, de la biotecnología, están cambiando radicalmente las formas de comunicar, de razonar y de organizar el trabajo y la vida cotidiana.
Así como los adelantos revolucionarios de las matemáticas, la física, la astronomía, la biología y la antropología, han cambiado la imagen del universo, tanto en su dimensión espacial como temporal, la visión del mundo, del hombre y la historia se han transformado profundamente. Los haberes particulares se han multiplicado y han quedado al descubierto los límites de la razón.
El debate actual sobre la crisis de la modernidad, o la crisis dentro de la modernidad según se prefiera, no puede dejar indiferente a la universidad, cuya misión siempre ha estado vinculada a la posibilidad, a la apuesta de que es factible realizar una síntesis cultural que oriente el quehacer de la sociedad hasta la división misma de las facultades obedece, históricamente, a un cierto orden del conocimiento que hoy aparece cuestionado. Tal vez por eso el trabajo interdisciplinario ha abundado y ha cobrado tanta importancia.
El fin del mundo bipolar, que implica la crisis de los paradigmas en que se sustentó la cultura de este siglo, aumenta el estado de incertidumbre. La división política del planeta ha cambiado, se han desdibujado las alternativas de futuro, han desaparecido las fronteras entre lo secular y lo religioso, y los problemas se han vuelto globales. Todo ello exige un cambio de esquemas, de puntos de vista, de enfoques. Es decir, exige el surgimiento de una nueva forma de pensar.
Entonces, resulta indispensable que la universidad haga un esfuerzo adicional de reflexión para orientar la búsqueda cultural que caracteriza el fin de este siglo y de la sociedad y de las nuevas generaciones surge una demanda de sentido que la universidad debe escuchar. Es evidente que ella no tiene una respuesta a mano, pero sí cuenta con las energías suficientes para canalizar estas inquietudes.
Para cumplir sus tareas, la universidad requiere ciertas condiciones que son esenciales a su quehacer. Entre ellas, cabe destacar la libertad intelectual y política y la estabilidad de las normas que rigen la vida universitaria.
En los últimos 20 ó 25 años las universidades en Chile han conocido muchos cambios en su desarrollo institucional. La reforma de los años 60 y 70; luego, los años de intervención. Posteriormente, con la dictación de la Ley General de Universidades de 1980, se inicia el proceso de creación de las universidades regionales y la proliferación de universidades privadas que ha llevado a que hoy existan 298 establecimientos de enseñanza superior que atienden cerca de 250 mil alumnos. De esos establecimientos, 68 corresponden a universidades.
El desarrollo de la educación superior en Chile requiere de una política de largo plazo que sea fruto de un genuino entendimiento de todos los sectores de opinión. (Sólo sobre esas bases se puede pensar en políticas de largo plazo). El consenso es lo que produce estabilidad y continuidad, y él se debe expresar en este Congreso Nacional cuando se discuta la legislación educacional y universitaria.
La idea de sistema o coordinación no debe confundirse con homogeneidad, con pérdida de autonomía o con centralización. Resulta imprescindible que los propios establecimientos universitarios que componen ese sistema, o que coordinan su actividad, cultiven con mayor fuerza su propia identidad como expresión de pluralismo.
Para lograr estos propósitos es preciso que las universidades cuenten con una verdadera autonomía para definir su perfil, su organización académica, su misión y sus metas.
Otra dimensión que no podemos dejar de mencionar, aunque sea brevemente, se refiere a la necesidad de que la universidad cuente con recursos adecuados para cumplir con su tarea. Nadie ignora que el gasto público destinado a la educación superior ha sido, en los últimos años, el más bajo de las últimas décadas. Ello ha mermado la calidad de la actividad universitaria.
La política de financiamiento que el país debe adoptar con relación al sistema universitario, tiene que permitir a la educación superior responder a los nuevos desafíos culturales. Invertir en la universidad es adelantar el futuro. Invertir en investigación científica y tecnológica es darle bases sólidas al desarrollo del país.
Es mucho lo que la sociedad espera del sistema universitario, y muy en particular de la Universidad de Chile. Es muy grande el aporte que esa casa de estudios ha dado al crecimiento y al desarrollo del país. Ella nunca ha estado aislada, lejana o indiferente frente a las inquietudes y a las esperanzas de la sociedad. En los momentos más duros y aciagos ha conservado el espíritu libertario con que nació, y de sus aulas han surgido ideas y voces que anunciaban el cambio.
Ahora que Chile tiene una nueva oportunidad y que en el país existe un amplio acuerdo respecto de su proyección histórica, la Universidad de Chile tiene un espacio privilegiado para realizar su misión y proyectarse en nuestra sociedad.
Muchas gracias.
Aplausos en la Sala y en tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Jaime Rocha.
El señor ROCHA (de pie).-
Señor Presidente, señor Ministro de Educación subrogante, señor Rector doctor Jaime Lavados, Honorable Cámara, señores académicos y miembros de la comunidad universitaria.
Quién sabe si el conflicto más agudo que vivió la Universidad de Chile en su génesis y su nacimiento fue encontrar respuesta al gran dilema, no resuelto hasta entonces en la sociedad ilustrada chilena, entre ciencia y religión.
La Universidad de San Felipe tenía por misión fundamental preservar la fe mediante estudios centrados en la enseñanza de la filosofía y la teología. Preclaros compatriotas pugnaban por abrir los espacios que permanecían intocados y así proyectar el espíritu en que quería desplegarse la nueva patria. Así nació el Instituto Nacional, empujado por el genio de Juan Egaña y Manuel de Salas, a mediados de 1811. Y fue en 1839 en que, impulsado el gobierno por estos espíritus que pedían una renovación trascendente en la sociedad chilena, declaró "Extinguido... el establecimiento literario conocido con el nombre de Universidad de San Felipe".
Pero Chile necesitaba su Universidad. No se veía razón para que los jóvenes debieran viajar a Lima para estudiar Derecho, o a Europa para conocer el avance de las letras, del arte o de las ciencias.
Y así llegamos a esa velada del 17 de septiembre de 1843, donde las máximas autoridades del país escucharon el hermoso discurso de don Andrés Bello, vigente desde siempre, en el que señaló que era posible conciliar la ciencia con la fe. "La Universidad no sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones sociales, decía Bello, si (como murmuran algunos ecos oscuros de declamaciones antiguas) el cultivo de las ciencias y de las letras pudiese mirarse como peligroso bajo un punto de vista moral o bajo un punto de vista político". Y agregaba: "Calumnian, no sé si diga a la religión o a las letras, los que imaginan que puede haber una antipatía secreta entre aquéllas y éstas. Yo creo, por el contrario, que existe, que no puede menos de existir una alianza estrecha entre la revelación positiva y esa otra revelación universal que habla a todos los hombres en el libro de la naturaleza".
Así comienza esta Universidad de Chile, en las propias palabras de Bello, "la noble osadía del entendimiento".
Nuestra historia se llena de nombres ilustres que, sin duda, ya eran importantes al nacer la Universidad. Pero ésta les dio los elementos para que el pensamiento incubado en sus aulas y cenáculos tuviera la proyección que sólo es capaz de lograrse junto a un centro intelectual de excelencia.
José Victorino Lastarria, Salvador San fuentes, Manuel Antonio Tocomal, Manuel Antonio Matta, Francisco Bilbao, son nombres que asoman a la historia del brazo de la universidad naciente.
Sus rectores José Joaquín Aguirre, Manuel Barros Borgoño, Valentín Letelier, Domingo y Gregorio Amunátegui, Juan Gómez Millas, Eugenio González Rojas dejaron, con dignidad y brillo, su impronta en el alma mater.
También, señores Diputados, nuestro recuerdo para Juvenal Hernández, hombre de nuestras filas, abogado, profesor, precandidato presidencial, cuya figura no puedo dejar de evocar esta tarde porque su obra y talante, plasmados en veinte años de rectorado, constituyen el más importante impulso renovador de la Universidad de Chile.
Su condición de humanista esclarecido le hizo sentir la necesidad de acentuar la formación de universitarios capaces de entender el ser y su entorno en la universalidad, más que artesanos de técnicas aprendidas en un centro de estudios.
Durante este período, que abarca los años 1933 y 1953, se crearon las Facultades de Ciencias Económicas, Agronomía, Ciencias Pecuarias y Medicina Veterinaria, Arquitectura, Odontología, Química y Farmacia, Ciencias y Artes Musicales, Ciencias y Artes Plásticas.
Los estudiantes, especialmente aquellos que como él habían vivido la pobreza, tuvieron el apoyo de servicios de bienestar, médicos y de hogares universitarios.
La extensión cultural ocupó parte importante de su esfuerzo y nacieron las Escuelas de Temporada, Teatro Experimental, Coro Universitario, Editorial Jurídica.
La vida y la obra de Juvenal Hernández constituyen un motivo de permanente orgullo para los Diputados de esta bancada.
Señor Presidente, señores Diputados, la Universidad de Chile fue concebida, como escuchábamos a Bello, para la paz. Y en este espíritu rendimos este homenaje. Callamos, por ello, consideraciones que habríamos formulado sobre su pasado reciente.
Creo, no obstante, que hoy de nuevo sentimos como nuestra a la Universidad de Chile y, por ello, formulamos nuestro deseo y nuestro compromiso.
La Universidad sólo es tal en libertad.
Sólo lo es al lado de todos, especialmente de los más pobres, quienes nunca deberán ser marginados por falta de recursos económicos.
Que el derecho se enseñe en la teoría, pero que la Universidad llegue a cada rincón donde sea necesario que se conozca la justicia.
Que la medicina aprendida en centros de estudios o en laboratorios llegue a los hospitales más modestos y a las postas más alejadas.
Que el arte que vive de los grandes públicos llegue también a los sectores apartados donde hombres, mujeres y niños tienen derecho a reír, a llorar o ver la belleza que es capaz de producir el espíritu.
Y un compromiso que también debemos asumir nosotros, los universitarios de la Universidad de Chile: sentimos eternos deudores de la excelencia y los más comprometidos servidores de ella.
Felicitamos al señor Rector, doctor don Jaime Lavados Montes, y a toda la comunidad universitaria. Nos asociamos a esta fiesta de todos los chilenos y formulamos votos por que la Universidad de Chile continúe proyectando su luz en el futuro de la patria.
He dicho.
Aplausos en la Sala y en las tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Juan Enrique Taladriz.
El señor TALADRIZ (de pie).-
Señor Presidente, voy a hablar en nombre de mi partido, Renovación Nacional y de los parlamentarios de mi bancada ex alumnos de esa casa de estudios: don Pedro Pablo Álvarez, profesor de estado en biología; don Francisco Bayo, médico cirujano; don Alberto Espina, abogado; don Carlos Ignacio Kuschel, ingeniero comercial; don Arturo Longton, abogado; don Federico Mekis, abogado; don Jorge Morales, médico cirujano; don Eugenio Munizaga, profesor de historia; don Teodoro Ribera, abogado; don Federico Ringeling, abogado, y quien les habla, ingeniero civil industrial.
Este año la Universidad de Chile celebra 150 años de existencia. Ninguna otra puede contar, como protagonista, la génesis de las generaciones que dieron forma al desarrollo social, político, económico, artístico y científico del país.
En sus aulas, laboratorios y gabinetes se formaron los profesionales que han difundido el conocimiento en los foros, en la magistratura, en los colegios y llevaron la ciencia hasta los hospitales para mitigar el dolor y el sufrimiento.
En la Universidad recibieron también su especialización quienes delinearon ciudades, construyeron caminos y puentes uniendo la geografía dispersa, tecnifica ron la explotación de los campos, desiertos y de los bosques, encauzaron la fuerza de los ríos y, en fin, pusieron en marcha el país en aras del progreso.
Los inicios de la Universidad se remontan a nuestros orígenes hispánicos, que en los tiempos de la Colonia tenían a las Universidades de Alcalá y Salamanca, potentes focos de irradiación cultural que servirían en América de modelo a los institutos superiores que vendrían a crearse.
Fray Antonio de San Miguel, Obispo de La Imperial y Fray Juan Pérez de Espinoza, Obispo de Santiago, propusieron por los años 1600 a la corona española fundar universidades en sus respectivas cabeceras diocesanas.
La iniciativa privada, como tantas veces, suplió la falta del apoyo oficial y así jesuitas y dominicos obtuvieron del Papa, en 1625 y en 1684, la calidad de universidades pontificias para sus colegios de Santiago, donde se empezaron a otorgar los grados de bachiller, licenciado y doctor en filosofía y teología.
Hasta entrado el siglo XVIII, el derecho, las matemáticas y la medicina carecían de cátedras superiores y los interesados en estas materias que podían, debían trasladarse a Lima, para allí realizar los estudios en la Real Universidad de San Marcos. De entre ellos, Francisco Ruiz de Berecedo propuso a la Corona la fundación en Santiago de una universidad.
En 1738, por cédula del Rey Felipe V, se concede la fundación y creación de la Universidad de San Felipe, que absorbe los estudios anteriores y se establece con las Facultades de Teología, Leyes, Medicina y Matemáticas.
La Independencia Nacional trastrocó el orden político y jurídico, también las bases mismas de la cultura; se enfocaron nuevos horizontes y se orientó hacia el campo de las ciencias naturales y de las profesiones prácticas.
Así, el 17 de abril de 1839, por decreto dictado por el Presidente Prieto y de su Ministro Egaña, se cambia nombre a la Universidad de San Felipe y pasa a llamarse Universidad de Chile, promulgándose su nueva Ley Orgánica el 19 de noviembre de 1842, fecha que se acostumbra a celebrar como la de la fundación de la Universidad de Chile.
Su primer rector fue el ilustre ciudadano venezolano Andrés Bello, el más grande humanista de Hispanoamérica. Bello llegó a Chile en 1829, y acabó por transformarse en una figura eje de la vida nacional. Como miembro del Senado, guió el pensamiento nacional y encabezó la tarea legisladora. Fue el autor del primer tratado de derecho internacional aparecido en el continente y redactor del Código Civil chileno, que ha servido de modelo al de otros países americanos. Su secretario general fue Salvador Sanfuentes.
Para decanos y Secretarios de las Facultades fueron nombrados, respectivamente, para la de Filosofía y Humanidades, Miguel de la Barra y Antonio García Reyes; para la Ciencias Matemáticas y Físicas, Andrés Antonio Gorbea e Ignacio Domeyko; para la de Medicina, Lorenzo Sazié y Francisco Javier Tocornal; para la de Leyes y Ciencias Políticas, Mariano Egaña y Miguel María Güemes, y para la de Teología, los presbíteros Rafael Valentín Valdivieso y Justo Donoso. A todos ellos, nuestro homenaje y nuestro reconocimiento agradecido.
La Universidad vivió desde sus inicios en permanente crecimiento y entregando una benéfica acción en el desarrollo de la cultura nacional.
Se destacan historiadores como Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, Benjamín Vicuña Mackenna y Diego Barros Arana; en mineralogía, se destaca Ignacio Domeyko; en zoología, Armando Philipi; en geología, Armando Pissis, y en astronomía, Moeste.
Entre los médicos, descuellan Wenceslao Díaz, Adolfo Valderrama y Damián Miquel. En Derecho, un gran maestro fue José Victorino Lastarria, y la Facultad de Leyes no sólo fue un semillero de abogados de gran mérito, sino también una escuela de legisladores. Las figuras más sobresalientes de la política nacional salieron de sus aulas, lo que dio a su acción pública un mayor contenido y eficacia.
Bajo el rectorado de Juvenal Hernández, la Universidad vivió en constante renovación y crecimiento; se crearon diversas facultades y numerosos institutos dedicados a la investigación científica. La Universidad se preocupó de atender el bienestar estudiantil y se creó el Club Deportivo de la Universidad de Chile, verdadero fenómeno hasta nuestros días.
En el plano de sus especialidades, ha trabajado una legión de maestros, que con su talento, esfuerzo, laboriosidad y con el ejemplo de sus vidas lucharon por ilustrar y orientar a miles de jóvenes que, con ansias de saber y con la noble ambición del perfeccionamiento intelectual, se han entregado al cultivo de la inteligencia en el campo de sus vocaciones, para después participar en forma activa en el impulso y en el desarrollo de nuestra patria.
La Universidad se perfiló indiscutida mente como antorcha del progreso cultural de Latinoamérica. En estos 150 años de vida, la Universidad de Chile ha sido el "alma mater" que ha cobijado a lo mejor de la nacionalidad chilena y a personalidades de excepción de América y de Europa.
Al cabo de siglo y medio, la Universidad de Chile realiza más del 50 por ciento de toda la investigación científica que se hace en el país. Quienes dirigen los colegios profesionales y las sociedades científicas del país, además de otras internacionales con comités en Chile, tienen como directivos a egresados y académicos de sus aulas.
La Universidad tiene claro que hoy día la mayor riqueza de los hombres no son ni el capital ni la tierra, sino el conocimiento, la creación y el manejo de la información, el uso del pensamiento crítico, lo que constituye uno de los más preciados patrimonios del hombre moderno.
La importancia de nuestra Universidad se evidencia en muchos otros aspectos; pero, sin lugar a dudas, el más importante es el que ha permitido a muchos chilenos, cualquiera sea su ideología, su religión o su condición económica y social, acceder a sus aulas, encontrando en ellas las herramientas que les han permitido no sólo la superación personal, sino que también retribuir con creces a Chile lo que el país a través de su Universidad les brindó.
Este es el sello maravilloso que distingue a nuestra Universidad, y por ello es reconocida, querida y apreciada en todos los rincones de la patria.
Como ex alumno de la prestigiosa facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, de Beaucheff con Blanco Encalada, nunca pensé que podría rendir un homenaje a mi querida Universidad, ni menos desde tan alta tribuna como es la Cámara de Diputado. Como señala su himno, "nada muere cruzando tu umbral".
Si estoy aquí es, en gran parte, gracias a lo que me entregó mi Universidad, agradecimiento que no morirá jamás en el recuerdo que de ella tenemos todos quienes la llevamos en el corazón.
Hago llegar este homenaje de Renovación Nacional a nuestra Universidad, en la persona de su Rector, doctor Jaime Lavados Montes; a su Prorrector, don Atiliano Lamana, a su cuerpo directivo, a todos sus profesores y alumnos, a todos los que allí han enseñado y a los cientos de miles que de ellos aprendieron.
Al terminar, quisiera recordar, por lo oportuno, una frase del discurso inaugural de Andrés Bello, pronunciado el 17 de septiembre de 1843: "La moral es la vida misma de la sociedad. La libertad es el estímulo que da un vigor sano y una actividad fecunda a las sociedades".
He dicho.
Aplausos en la Sala y en tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Isidoro Tohá.
El señor TOHA (de pie).-
Señor Presidente, Honorables colegas, señor Ministro de Educación subrogante, señor Rector de la Universidad de Chile, don Jaime Lavados; autoridades universitarias, señor Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, señores académicos y funcionarios administrativos, señores ex alumnos:
Es para mí un honor, como médico formado y titulado en la Universidad de Chile, representar a mi bancada en este homenaje que la Honorable Cámara de Diputados rinde a dicha Casa de Estudios, una de las instituciones de mayor tradición, prestigio e importancia en nuestro país y en Latinoamérica.
La noción que hoy tenemos de lo que es una universidad como centro del saber, ha sufrido mutaciones en el tiempo. Su origen puede remontarse a aquellas entidades creadas por los filósofos griegos, donde se comienza a gestar y desarrollar la idea de pensar de la sociedad y de especializarse en diversas ramas del conocimiento. Es, sin embargo, en los estados helénicos post alejandrinos donde aparece la noción de instituciones educativas vinculadas al Estado, sostenida y protegida por él. Posteriormente, la Iglesia asume como una de sus funciones esenciales la de difundir la verdad, enseñarla y propagarla, situación que se mantiene prácticamente invariable hasta la Edad Media, desde donde en medio de la invasión árabe y los grandes descubrimientos científicos, se abrió camino al humanismo. La Universidad, desde ese momento, cayó bajo la influencia del Estado Moderno, en relación directa con sus requerimientos, crecimiento y expansión.
A comienzos del siglo XIX, primero en Berlín y luego en Londres, apareció claramente la nueva universidad, científica y formadora, abierta a las necesidades de la época y a los impulsos y exigencias de la ciencia natural.
En este entorno surge la Universidad de Chile. Difícil era imaginar la importancia que el tiempo daría a esta Casa, para aquellos que en el año 1842, imbuidos en el aire libertario, independentista, racional y republicano existente, cuando aún se encontraban recientes los aires de los cambios que habían afectado al continente, dieron lugar a un brillante movimiento literario, cultural y académico, que tuvo como principal corolario la creación de la Universidad de Chile.
Es significativa esta sesión, por cuanto fue precisamente aquí, en el Congreso Nacional, donde, con la aprobación de la primera ley orgánica de esta Universidad, en noviembre de 1842, texto emanado como tantos otros de la pluma genial de Andrés Bello, se dio el paso definitivo para la instalación de esta casa de estudios superiores.
Era el espíritu de la época, una vez alcanzada la estabilidad política, afianzar la independencia de Chile, impulsar el crecimiento, derrotar la ignorancia y la miseria, dignificar la vida, perfeccionar el sistema republicano; en general, cultivar la inteligencia para actuar y perfeccionar la realidad.
¿Y cuál sería, en este marco, la misión de este nuevo plantel y su principal compromiso? Es precisamente Bello quien nos lo señala, cuando dice: "El programa de la Universidad es enteramente chileno, si toma prestadas a la Europa las deducciones de la ciencia, es para aplicarlas a Chile. Todas las sendas en que se propone dirigir la investigación de sus miembros convergen a un centro: la patria.".
Y claro resultaba fácil sucumbir a la tentación de recibir pasivamente la ilustración europea; pero Bello, advirtiendo los peligros de esto, resaltaba la necesidad de que el país aprendiera a proveerse a sí mismo. Esa era la responsabilidad intelectual de la Universidad de Chile. Bello era un americanista y, en su concepto, el trasplante de las soluciones culturales desde cualquier país de mayor desarrollo era algo que para él sonaba como fraude intelectual. Su intención era dar solución a los problemas de Chile, desde nuestro país, con nuestros estudiosos y profesionales. Hacia esa meta se orientó la Universidad.
Aquí queda, pues, Honorables colegas e ilustres invitados, definido un rasgo principal de esta Universidad: su carácter de nacional y pública. Al serlo, sirve y pertenece a la nación toda y está, por tanto, abierta a acoger a diversos alumnos, cualesquiera sean sus credos, origen o condición social.
Debe enorgullecemos el hecho de que nuestro país fue capaz, en décadas pasadas, de crear un sistema educacional del que la Universidad de Chile fue parte vital, en que cualquier ciudadano, con los merecimientos intelectuales suficientes, podía alcanzar la preparación universitaria necesaria para desempeñarse en la vida. Aquí se funda la pujante clase media chilena. Por cierto, esto es una buena escuela para la democracia.
Pero la Universidad también es un ente autónomo, entendido esto como la potestad de regirse a sí misma, de generar sus autoridades, de organizarse y administrar sus recursos.
Bello expresó este principio en la ceremonia de inauguración de la Universidad, el 17 de septiembre de 1843, al resaltar que ningún programa de trabajo podría cumplirse si el Gobierno no facilitaba los medios materiales para ello y, más importante aún, si no se comprometía a respetar la dignidad y la autoridad emanada del saber y de la reflexión suscitada en sus aulas.
Es esta autonomía la que ha posibilitado que destacados académicos e intelectuales ocuparan la rectoría de la "Casa de Bello". A modo ejemplar y a riesgo de no mencionar a varios, destaco a Ignacio Domeyko, José Joaquín Aguirre, Diego Barros Arana, Valentín Letelier, Juvenal Hernández, Eugenio González, Juan Gómez Millas, hasta culminar hoy con don Jaime Lavados, quien nos honra con su presencia.
Pero, sin duda, la figura señera de la Universidad de Chile fue y será su primer rector, Andrés Bello. Su capacidad era excepcional: literato, diplomático, notable jurista, que dotara a Chile de un Código Civil modelo para varios países del continente, pero, sobre todo, un gran humanista, íntegro y multifacético. Don Andrés iluminó los primeros años de la Universidad con su presencia y nos legó un ejemplo imperecedero de dedicación y esfuerzo.
Fue una fortuna y motivo de orgullo nacional el que este ilustre maestro haya decidido avecindarse en Chile. Su presencia dio a la Universidad de Chile prestigio desde su nacimiento, el cual se extendió más allá de nuestras fronteras.
Es así como grandes hombres de diversos países han recibido su formación en la Universidad de Chile, siendo también un elemento fundamental en la integración de nuestro país a la comunidad latinoamericana e internacional, a la vez que se ha convertido en una forma de expresar la solidaridad de nuestro pueblo, dando acogida a muchos que, víctimas de situaciones políticas internas de sus países, han recibido en Chile su preparación profesional. Así, la educación se ha convertido en un vínculo de intercambio y desarrollo de la cultura entre nuestros países.
Quiero hacer referencia a todos los académicos, alumnos y funcionarios que formaron parte de esta casa y que hoy laboran en algunas de las diversas universidades que derivaron de ésta, por cuanto ellos, estoy seguro, conservan el cariño hacia la casa madre a la cual contribuyeron a engrandecer.
Hoy, cuando la Universidad de Chile cumple su sesquicentenario, cabe reconocer su vasta obra en pro del desarrollo de nuestra patria. Y es que, al decir de Eugenio González, sobre la Universidad de Chile ha gravitado, desde su fundación, un imperativo ético y social; es aquí donde está el centro de lo que ha sido este plantel. Nosotros, pasajeros efímeros de la historia, hoy observadores a distancia del devenir de nuestra patria, no podemos apreciar con absoluta precisión lo que la Universidad ha dado al país, representado en miles de profesionales y destacados hombres públicos.
Pero no es sólo eso; también es cultura e información para nuestro pueblo, cuyo ejemplo son muchas instituciones cobijadas por esta casa de estudios, a riesgo, como sabemos, de altos costos operacionales. Es así como la Orquesta Sinfónica, el Ballet Nacional, los coros y el Teatro Nacional, además de los museos de Arte Contemporáneo y de Arte Popular Latinoamericano, además de un sinfín de entidades científicas: el Instituto de Sismología, observatorios astronómicos, el Inta y el Hospital Clínico, entre muchos otros, han nacido bajo el alero de la Universidad.
Y es el propio Andrés Bello quien nos señala la importancia que la educación y la cultura tienen para la sociedad. Dice: "Yo, ciertamente, soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetivos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atención un Gobierno: como una necesidad urgente y primera, como la base de todo sólido progreso.".
Es la educación, concebida como la posibilidad, extendida por igual a todos los ciudadanos, de adquirir conocimientos, perfeccionarlos y ponerlos al servicio de la sociedad. Un pilar fundamental de lo que ha sido nuestro país y su democracia.
En este sentido, existen estrechos lazos entre democracia y Universidad. En un primer aspecto, la Universidad requiere del clima de libertad y respeto que sólo la democracia le garantiza para ejercer con autonomía y eficacia su labor, a la vez que la democracia se nutre del desarrollo intelectual que la universidad le brinda. No es casualidad que cuando el país enfrentó años durísimos, la Universidad haya visto mermadas sus posibilidades de desarrollo.
Es tarea de la transición a la democracia asignar un rol fundamental a la educación, sobreponiéndose a las severas restricciones económicas existentes frente a crecientes demandas, también socialmente justificadas.
Será necesario, entonces, construir entre todos consensos básicos que orienten los sistemas y procesos educativos, referidos al rol del Estado en la educación, a la participación del sector privado, la igualdad de oportunidades, el pluralismo, la libertad de enseñanza y la modernización cualitativa de la educación.
La educación superior y, en particular, la Universidad de Chile, deben entregar al país los hombres que posibiliten su desarrollo. Basta mirar a los países desarrollados para comprobar que sus niveles de modernización han sido conseguidos sobre la base de un creciente y sostenido apoyo a dichas instituciones.
Es, sin duda, una extensa obra la de la Universidad de Chile, y toca hoy a quienes son sus alumnos, académicos y funcionarios, y también a quienes lo fuimos algún día, engrandecerla a través de nuestras profesiones.
"El ejercicio de profesiones tales como la medicina, la enseñanza y otras, están impregnadas de un profundo sentido social y se han convertido en servicios sociales", nos decía Juan Gómez Millas, otro destacado rector de la Universidad de Chile. Y es verdad.
Al contemplar hoy a nuestra sociedad, vemos que el desafío aún es grande y, por cierto, hermoso. Miles de hombres y mujeres egresados servirán desde sus respectivas ciencias y técnicas al desarrollo de Chile y de la Universidad, ente éste también susceptible de mejorar.
Las célebres palabras de Bello en el mensaje del Código Civil nos sirven para expresar lo que debe ser el futuro de esta casa de estudios superiores. Decía Bello: "Yo no presumo ofreceros bajo estos respectos una obra perfecta; ninguna tal ha salido hasta ahora de las manos del hombre. La práctica descubrirá sin duda defectos en la ejecución de tan ardua empresa". Y es que estas palabras bien pudieran aplicarse al texto de la ley orgánica que da origen a la Universidad de Chile.
Es tarea de sus continuadores buscar las falencias y contribuir a engrandecer y perfeccionar la obra de la casa de Bello en nuestra sociedad.
Así esta labor de un siglo y medio, representada hoy en trece facultades y varios institutos que permiten optar a los doce títulos a los que la ley les reserva el carácter de universitarios en diversos cursos de formación de especialistas y de perfeccionamiento, en la investigación y extensión a la comunidad, tienen aún mucho que entregar a los jóvenes de nuestro país.
En un mundo siempre cambiante y en el cual coexisten un enorme desarrollo científico y tecnológico y grandes problemas sociales se hace necesario revisar las raíces de nuestras instituciones, su desarrollo y proyectar su futuro sobre la base de los requerimientos de nuestro país.
Chile necesita de nuevos médicos, abogados, ingenieros y profesionales en general, a la vez que un creciente avance en materia tecnológica permitirá incorporamos con eficacia, eficiencia y dinamismo al siglo XXI.
Todo lo anterior requiere, indispensablemente, ser enriquecido con el 'espíritu humanista y libertario de Bello para contribuir efectiva y sólidamente al desarrollo integral de nuestra sociedad.
Sin duda que el tiempo se hace escaso para graficar todo lo que la Universidad de Chile ha sido y es para el país. También son grandes los desafíos del mañana, y corresponderá a las generaciones futuras, tal vez en este mismo hemiciclo, juzgar su cumplimiento.
Por el momento, sólo queda reconocer de las actuales autoridades, académicos, alumnos y funcionarios, su aporte brillante a Chile y a su desarrollo, manteniendo viva la fuerza y el empuje de Bello y de aquellos visionarios de 1842, para decir con decisión y cariño: "Egresados, maestros y estudiantes, después de 150 años continuamos vibrando con ésta, nuestra Universidad.".
He dicho.
Aplausos en la Sala y en tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Juan Carlos Latorre.
El señor LATORRE (de pie).-
Señor Presidente, estimados colegas, señor Ministro de Educación subrogante, don Raúl Allard; señor Rector de la Universidad de Chile, don Jaime Lavados Montes; señores académicos, estudiantes y funcionarios de la Universidad de Chile:
"Una Universidad cuyo norte sea Chile y las necesidades de su pueblo". Así decía el llamado que en la década del 70, estudiantes y académicos hacíamos al convocamos a analizar profundamente la tarea de nuestra Universidad de Chile.
Eran aquellos años en que el sueño de los jóvenes por pedir lo imposible se extendía en forma vertiginosa por todo el orbe, expresándose también en todos los planteles de la educación superior chilena.
Un llamado que no hacía sino repetir aquel discurso que el 17 de septiembre de 1843, el sabio Andrés Bello ofreciera en el acto de instalación de la Universidad de Chile y que los anales de ésta recogieran en forma imperecedera para hacemos recordar el sentido profundo de la tarea universitaria.
¡Cómo no recordar en este homenaje a los ciento cincuenta años de nuestra Alma Mater, en el que tengo el honor de intervenir en nombre de los Diputados democratacristianos, aquellos años de vida universitaria caraterizados por una profunda y madura reflexión sobre el deber ser de nuestra universidad y su rol en la sociedad chilena!
Es precisamente aquella oportunidad histórica, que académicos y estudiantes se dieron para analizar críticamente el rol de esta universidad tan trascendental para la vida de nuestro país, el momento que un porcentaje importante de los profesionales y egresados de esta casa de estudios, que hoy tienen responsabilidades relevantes en la conducción de nuestro país en sus distintos ámbitos, tuvimos para estudiar y comprender el quehacer fundamental a que estaba llamada nuestra Universidad de Chile y las legítimas opciones que en su seno se debatían para enriquecer su tarea.
Una universidad que desde su inicio, según establecía su Ley Orgánica el año 1842, asumía un rol de universidad nacional encargándose, a través del establecimiento de sus cinco facultades originales Humanidades y Filosofía, Ciencias Matemáticas y Físicas, Leyes y Ciencias Políticas, Medicina, y Tecnología de "propagar la afición por los estudios superiores, promover la investigación y la divulgación científica y literaria y servir de auxiliar a los trabajos que cumplieran las diversas dependencias de la administración del Estado".
Es al amparo de esta legislación y de lo establecido en el Estatuto Universitario, promulgado el año 1931, y bajo la conducción de destacados rectores, cuyo papel honra la historia de la educación superior chilena, que la Universidad de Chile fortalece su doble finalidad científica y docente, viviendo períodos de auge que la consagran como un centro de investigación científica y de irradiación cultural de primera importancia en América. Se refuerza, asimismo, el desarrollo de actividades de extensión, dándose origen a manifestaciones culturales múltiples, de gran importancia en la vida nacional: la Orquesta Sinfónica de Chile, el Coro Universitario, el Ballet Nacional, el Teatro Experimental, el Museo de Arte Contemporáneo, el Museo de Arte Popular Americano, sólo por nombrar algunas de las más destacadas.
Es toda una época en que se reafirma su carácter de universidad nacional, extendiendo su acción formadora y estableciendo sedes regionales entre Arica y Osorno.
El llamado a que hiciera referencia al inicio de esta intervención partía por reconocer la gran tarea desarrollada por la Universidad de Chile en toda su historia, intentando profundizar su compromiso con la comunidad nacional y actualizar su papel de conciencia crítica de nuestro país, rol que a través de su historia había legitimado.
Modernizar la universidad de acuerdo con los signos de los tiempos no sólo conllevaba plantear modificaciones a los regímenes de estudios y sistemas de enseñanza, reorientar la investigación científica y tecnológica hacia la búsqueda de soluciones de los problemas sociales más sentidos por la población chilena, o fortalecer el vínculo con los sectores productivos nacionales, sino también destacar que, para que ello fuera posible, la Universidad debía garantizar su autonomía, su pluralismo y su carácter de universidad democrática.
Su autonomía frente al gobierno de tumo o a cualquier poder extraño a su labor, debiendo para ello garantizarse su financiamiento y la posibilidad de independencia en la administración interna.
Su pluralismo, porque sólo puede ser enriquecedora la disputa intelectual que en su seno tiene lugar, si se garantiza la presencia y opinión de todas las opciones o escuelas del pensamiento.
Democrática, tanto en su acceso como en su conducción, porque sólo de esa forma se garantiza un vínculo real con las verdaderas inquietudes y necesidades de nuestro pueblo.
"La universidad, señores, no sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones sociales si, como murmuran algunos ecos oscuros de declaraciones antiguas, el cultivo de las ciencias y de las letras pudiese mirarse como peligrosas bajo un punto de vista moral o bajo un punto de vista político". Son palabras textuales de Andrés Bello en el acto de instalación de la Universidad de Chile, hace ya 150 años.
Los años de la "universidad vigilada" y los esfuerzos por transformar a la Universidad de Chile en una institución cuyo tamaño y complejidad fueran tales que su comprensión se hiciera posible por los encargados de dirigirla no están lejanos. Y son muchas las decisiones que el oscurantismo dejó como secuelas para la Universidad de Chile.
Con motivo de este primer homenaje a la Universidad de Chile una vez recuperada la democracia, en nuestro país y en su Cámara de Diputados, no podemos sino manifestar y dejar constancia histórica de nuestro recuerdo y homenaje a los académicos y estudiantes que lucharon por mantenerla viva. Un recuerdo especial para aquellos que por mantener este ideal quedaron en el camino, producto de expulsiones, exoneración o persecución por sus ideas o por las posturas que al interior de la universidad, o fuera de ella, defendieron con consecuencia.
Aplausos.
El señor LATORRE.-
El decreto con fuerza de ley N° 1, del 3 de enero de 1981, priva a la Universidad de Chile de su carácter de universidad nacional, quedando sólo reducida a un radio de acción metropolitano. Esta casa de estudios vio seriamente afectada su autonomía, su financiamiento, su desarrollo pluralista y su acceso abierto a todos los jóvenes chilenos. Sin embargo, pese a disposiciones que no es del caso comentar en el breve tiempo de que disponemos, pudo más el legado de Andrés Bello, el que la comunidad universitaria, académicos y estudiantes ha mantenido vigente hasta nuestros días.
La universidad mantiene intacto su prestigio como la gran casa formadora del conocimiento nuevo. Es responsable de más de 40 por ciento de toda la investigación científica que se hace en el país, especialmente en las ciencias básicas y en áreas de gran importancia como nutrición y alimentación, medicina, ingeniería, ciencias agrarias y forestales, veterinaria, arquitectura y otras. Los lazos de cooperación entre la Universidad de Chile y sus planteles derivados, constituidos hoy en entidades independientes, son sólidos y de gran actividad intelectual.
Vuelta la Universidad de Chile por sus cauces democráticos, su Rector, el doctor Jaime Lavados Montes, propuso a los rectores de las nuevas universidades e institutos profesionales surgidos de las ex sedes, constituir un Consorcio de las Universidades de Chile. La iniciativa fue acogida con beneplácito por todas estas casas de estudios, las que se reconocieron "Depositarías del discurso de don Andrés Bello de hacer una universidad pluralista, de excelencia, tolerante, de espíritu crítico y en diversidad".
Rindo hoy homenaje, en nombre de los Diputados democratacristianos, a los 150 años de nuestra querida Universidad de Chile. Lo hacemos destacando a sus académicos, a sus estudiantes y a sus funcionarios, sin cuyo concurso nuestra casa de estudios no podría cumplir su tarea.
Una referencia especial para la Asociación de Académicos de la Universidad de Chile y para la Federación de Estudiantes de Chile, entidades cuya historia y cuyos roles en las últimas décadas son partes de la historia de nuestra querida universidad.
Al proyectar el futuro, digamos como Jorge Millas, cuya memoria puede inspirar a nuestra patria:
"En el fondo, también se trata aquí del imperativo de confianza en la Universidad. Los extremos espiritual y material del problema se confunden: si en lo esencial de su misión de la Universidad requiere ser independiente de la tutela del Estado (aunque no por ello insolidaria con las necesidades del país), requiere asimismo la sustentación material que sólo éste, en un país como el nuestro, puede procurarle.".
"No todo el saber ni toda la potencia cultural de un país está en la Universidad. Tampoco está en ella toda la responsabilidad de la educación; pero constituye situación peculiarísima suya ser la comunidad cultural de más altas exigencias para la integración sistemática del saber superior y su empleo como fuerza de educación y de habilitación intelectual y técnica de la sociedad. Esta es la razón fundamental de su autonomía científica y moral.".
En nombre de nuestra bancada, reciban el señor Rector de la Universidad de Chile y toda la comunidad universitaria, nuestras más sinceras felicitaciones al celebrar nuestra querida casa de Estudios sus 150 años de vida.
He dicho.
Aplausos en la Sala y en Tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Jaime Orpis.
El señor ORPIS (de pie).-
Señor Presidente, señor Rector, señores académicos, funcionarios, alumnos, hablar de la universidad es referirse a instituciones cuyo objeto fundamental es el cultivo de la razón, la rigurosidad, la excelencia y la universalidad. Sin duda, instituciones de esta jerarquía son las que van calando hondo en la sociedad, y las que pasan a ocupar un lugar preponderante en ella.
Por esta razón, los Diputados de la Unión Demócrata Independiente queremos brindar un profundo y sincero homenaje a la Universidad de Chile, precursora de la tradición universitaria que caracteriza a nuestro país.
Conmemora la Casa de Bello, siglo y medio desde el decreto de su fundación, longevidad que aunque demuestra el inevitable e inexorable paso del tiempo, es el vivo reflejo de un largo proceso de observación, meditación y decantación de la realidad de nuestra Patria, alimentada por la savia inagotable de innumerables generaciones de nuestros mejores hombres, que no sólo adquirieron de ella los conocimientos y experiencias necesarias para servir mejor a los más necesitados, sino que impregnaron a la Universidad de Chile de un estilo, una mística inconfundible y perpetua, que se representa en el aire de la libertad que emana de ella, libertad del espíritu y de conciencia, tal como dijo Bello: "La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y por otra parte a la desarreglada licencia que se revela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la Universidad en todas sus diferentes secciones.". ¡Vaya que se han cumplido los anhelos de Bello!
Estimados colegas, estamos homenajeando ni más ni menos que al pilar fundamental de nuestras artes y ciencias; la fuerza inicial y leitmotiv de la cultura de nuestro país.
Nos referimos a siglo y medio de nuestra historia, riquezas y debilidades, triunfos y derrotas, encuentros y desencuentros. ¿Cabe alguna duda de que en todos ellos la Universidad de Chile jugó un rol trascendental? ¿Puede alguien imaginar el desenlace de tanto momento histórico sin la cuota de prudencia, análisis y sabiduría que emanaron de sus aulas y pasillos?
Vaya pues, por lo tanto, nuestro voto de agradecimiento a sus alumnos, docentes y administrativos, ya que representan en carne viva a todos los grandes alumnos, docentes y administrativos que, en sus momento y desde su perspectiva, dieron su cuota de luz para iluminar el espíritu de toda la Nación.
Tampoco podemos dejar de destacar que la Universidad de Chile ha sido y es vital vertiente de la nueva generación intelectual que ha asumido, desde hace tiempo, la conducción de las distintas facetas de la actividad pública y privada en nuestro país. Esa generación que actúa en el despegue definitivo de las décadas de subdesarrollo, que es nuestra gran aspiración y meta.
Estamentos de la Universidad de Chile: académicos, alumnos y administrativos, vayan para todos ustedes nuestro sincero reconocimiento, felicitaciones y el más profundo agradecimiento por la fecunda y abnegada labor en bien de Chile.
El tiempo que resta a nuestra bancada, se lo cedemos al Diputado Independiente, Antonio Horvath, quien también quiere adherirse a este homenaje.
He dicho.
Aplausos en la Sala y en tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el*Diputado señor Horvath.
El señor HORVATH (de pie).-
Señor Presidente, como parlamentario independiente y ex alumno de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, y de la Escuela de Bellas Artes, constituye no sólo un honor, sino un mínimo de deber moral, y además un agrado, el sumarme al homenaje que se rinde a la Universidad de Chile, con motivo de conmemorarse durante 1992, ciento cincuenta años de historia, desde que se promulgara la Ley Orgánica de esa institución, el 19 de noviembre de 1842.
Mis años de estudios, entre 1968 y 1975 fueron de grandes cambios no siempre positivos de la Universidad. Fueron los años de la reforma, de los movimientos estudiantiles, de la restricción de la autonomía y de una gran efervescencia política en que, muchas veces, la característica no fue la necesidad del saber, del amor a la sabiduría lo que nos motivó, como alumnos y docentes. Sin embargo, fueron, en definitiva, experiencias que han marcado a una generación de profesionales y académicos de nuestro país; entre ellos, los de la Universidad de Chile han sido no sólo los más numerosos sino, también, los más influyentes.
Desde la época de su primer Rector, Andrés Bello, y sus primeros cinco Decano: José Miguel de la Barra, en Humanidades; Ignacio Domeyko, en Ciencias Físicas y Matemáticas; Lorenzo Sazié, en Medicina; Mariano Egaña, en Leyes, Rafael Valentín Valdivieso, en Teología, a la fecha, la Universidad ha contado con una larga historia de hombres ilustres y un desarrollo notable, hasta conformar sus actuales trece Facultades y tres institutos interdisciplinarios, dirigidos por su Rector, don Jaime Lavados Montes; con cerca de dieciséis mil quinientos alumnos, y un significativo cuerpo de docentes e investigadores.
Además, la Universidad de Chile ha sido el germen de un gran número de universidades regionales, apoyando así el necesario proceso de armonizar nuestro territorio.
Chile enfrenta, como nación, importantes desafíos en los últimos años del siglo XX.
Entre éstos conviene destacar, en primer lugar, la globalización de los problemas del mundo en las relaciones sociales, medio ambiente, economía, cultura y tecnología, y, junto a esta globalización, el refuerzo de la identidad de las naciones y de los grupos humanos; es decir, el desafío en términos de gropius de lograr armonizar la necesaria "unidad en la diversidad".
Otro desafío es concebir a Chile como ocupante activo de un cuadrante completo del Océano Pacífico, centro de gravedad de la actividad económica, cultural y social del siglo XXI. Para ello, requerimos de la ocupación armónica de nuestro territorio, hoy en día, tremendamente desbalanceado y dañado, y del necesario desarrollo de nuestros recursos, entendidos en términos racionales.
Son estos desafíos, entre otros, de los cuales no puede quedar al margen la Universidad. Son las ideas las que mueven al mundo. No en vano se ha señalado que en nuestra historia han perecido más personas por el plomo de las linotipias que por el plomo de las balas.
El desarrollo de las civilizaciones y de los detentadores del poder ha estado históricamente vinculado en esta secuencia a los recursos naturales, la fuerza y el trabajo; luego, a la energía y, actualmente, en forma más evidente, a la información. Sin embargo, el verdadero origen que trasciende a todos estos factores es la creatividad.
Para ello se requiere, en términos de Platón, del necesario "diálogo interior" para acercarse a la verdad, a las ideas y, por ende, a la creatividad.
A ello conducen la reflexión, el conocimiento y la motivación. Y allí, justamente, se encuentra la misión de la Universidad.
Por fortuna, ha ido quedando atrás este Chile exportador de profesionales e intelectuales y se ha ido acendrando una mentalidad más independiente y de empresa.
Enriquecer la vida, ser contrapunto armónico, motor de la vida real cotidiana y de la comunidad es, sin duda, también, la noble misión de la Universidad.
De 120 Diputados, 40 son ex alumnos de la Universidad de Chile. El mejor homenaje será comprometemos en los hechos y no sólo en las palabras, con un trabajo fructífero, lejos del deporte nacional llamado "chaqueteo" perdónenme el término poco académico y el debido respeto mutuo para que tomen vuelo las ideas e iniciativas en beneficio de nuestro país y con él, de nuestro planeta.
"Nada de lo humano me es ajeno", sentencia latina inscrita en cada aula de la Universidad. Que a ésta se asocie siempre la prioridad de la luz, de los valores y del sentido positivo del hombre para que la Universidad de Chile sea faro y guía por siempre de nuestra Nación.
Muchas gracias.
Aplausos en la Sala y en Tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Federico Mekis.
El señor MEKIS (de pie).-
Señor Presidente, Honorables Diputados, señor Ministro de Educación, señor Rector, autoridades de la Universidad de Chile.
He querido aprovechar los minutos que restan a Renovación Nacional en este homenaje a la Universidad de Chile, para expresar algo distinto de aquello que han comunicado quienes me han antecedido en el uso de la palabra.
No quiero hacer un recuento magnífico como el que ellos han hecho de lo que ha sido la Universidad de Chile, ni tampoco referirme a propuestas concretas de qué puede ser su futuro.
Quiero referirme a algo que constituye un testimonio personal de cómo la Universidad de Chile, en mi caso particular, influyó en mi vida.
Antes de ingresar a su aulas, yo creía que el mundo y la sociedad se reducían a la religión bajo la cual me educó mi familia; que las artes tenían una expresión que debía coincidir con el gusto de mi familia, del grupo de mis amigos o de las personas que frecuentaba; que las posiciones políticas o filosóficas debían ser las de aquellas personas que estaban más cerca de mí.
Al ingresar a la Universidad, todo eso cambió. Me di cuenta de que el mundo era muchísimo más amplio y que la Universidad me impulsaba a ver que existían limitaciones para la razón, pero que era un campo abierto de oportunidades para buscar, en libertad, un avance y un progreso personal y, también, de las personas que estaban conmigo en la Universidad.
Cuando descubrí que esto era posible, también comprobé que era necesario un esfuerzo de mi parte para buscar algo que la Universidad me daba en abundancia en ese momento. Me refiero a la actitud pluralista que pude intentar comenzar a vivir a partir de la influencia que mi querida Universidad de Chile me legó y que yo hoy le entrego como testimonio. A una Universidad que, además, me hizo más libre y feliz.
Gracias, señor Presidente
Aplausos en la Sala y en Tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra la Diputada señora María Maluenda.
La señora MALUENDA (de pie).-
Señor Presidente, hace cincuenta años, en la celebración de los cien años de la Universidad de Chile, un grupo de universitarios que constituíamos el Teatro Experimental por primera vez pisamos el escenario del Teatro Municipal, por primera vez enfrentamos una obra grande, como la llamábamos nosotros, a petición del Rector de la Universidad que nos había acogido bajo su alero, Juvenal Hernández, la presentábamos llenos de la pasión embargados del temor y de la emoción que implicaba esta nueva aventura teatral en nuestra vida. Afortunadamente tuvo proyecciones positivas para la Universidad, para nuestro país y para más allá de nuestra patria. Aquella obra era "El Caballero de Olmedo", que estaba cruzada al final por una copla dolida, que decía:
"Que de noche lo mataron al Caballero,
la gala de Medina,
la flor de Olmedo".
Jamás podíamos imaginar, y menos yo que cincuenta años más tarde, en un escenario diferente, iba a participar también en un aniversario tan importante como el de estos 150 años de la Universidad de Chile, ni que entre esos 50 años iba a haber algunos muy tristes para nuestra patria y que, como el Caballero de Olmedo, de una u otra manera habría de desaparecer o de sufrir mucha gente, que eran la gala de la Universidad de Chile y la flor de ella.
Recordaba hace un momento el Diputado señor Juan Carlos Latorre, con quien he estado muchas veces en reuniones relacionadas con la Universidad, que buscábamos la democracia para reafirmar lo que Bello señaló desde el comienzo que debía ser la Universidad: un ámbito de libertad.
El Diputado señor Orpis al referirse a la Universidad usaba una expresión que es común para todos los chilenos: "La Casa de Bello". Pero si hablamos de ella, no podemos dejar de pensar en estos momentos, como homenaje a la Universidad y a su primer Rector, en la patria de Bello, que en estos momentos está amenazada de sufrir un golpe del cual ya se comenzó a dar señales el 4 de febrero de este año.
Por ello, tal vez rompiendo la formalidad de esta reunión, me atrevo, junto con el Diputado señor Jaime Campos, no para que sea resuelto ahora, pero sí para que se considere al menos como un mensaje y después se pueda encontrar una fórmula que nos interprete a todos, cosa que no hemos hecho por falta de tiempo, a proponer un proyecto de acuerdo del siguiente tenor en sus considerandos.
"1°.- Que el intento del golpe de Estado ocurrido el pasado 4 de febrero del presente año, puso en peligro la institucionalidad democrática en la hermana República de Venezuela,
"2°.- Que la gravedad de la crisis provocada por este fallido intento de golpe militar obligue a los demás países del continente a realizar los mayores esfuerzos para restablecer la confianza en las instituciones democráticas y en el respeto por las libertades públicas como sistema normal de convivencia ciudadana,
"3.- Que la salida a la crisis debe buscarse a través de los conductos de la sociedad civil y en ningún caso a través de la intervención de las fuerzas armadas en la vida política de la nación.
Por tanto, venimos en presentar el siguiente proyecto de acuerdo:
"La Honorable Cámara de Diputados de la República de Chile manifiesta su solidaridad al pueblo venezolano ante el pasado intento de golpe de Estado de que fue objeto el sistema democrático de la hermana República por parte de un grupo de militares.
Manifiesta, además, su compromiso de realizar todos los esfuerzos necesarios para que en nuestro continente se mantenga la normalidad y la confianza en las instituciones democráticas.
"Hace, además, un llamado a los parlamentos latinoamericanos a repudiar cualquier intento de intervención militar en la vida ciudadana de nuestra naciones y a promover los valores de la democracia y de la sana convivencia civil.".
Estas son las ideas que en este momento proponemos con el Diputado señor Jaime Campos, como homenaje a la patria de Bello.
Y yo me permito, también, hacer un llamado a la propia Universidad de Chile, para que exprese su solidaridad al pueblo venezolano, al pueblo que dio nacimiento a quien tanto entregara a nuestra patria: Andrés Bello.
Que cada año que venga encuentre a la Universidad de Chile más desarrollada, más vinculada todavía al quehacer de todo nuestro pueblo y acogiendo a más chilenos para que se desarrollen social y personalmente.
Que, por su intermedio, señor Presidente, y por intermedio del Rector don Jaime Lavados, todo el personal, todos los alumno y todos los integrantes de la Casa de Bello, reciban mi modesto homenaje.
He dicho.
Aplausos en la Sala y en Tribunas.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Tiene la palabra el Diputado señor Hernán Rojo.
El señor ROJO (de pie).-
Señor Presidente, rendir un homenaje a la Universidad de Chile es una tarea extraordinariamente difícil, por lo que ella es, por sus integrantes y por lo que ella representa.
Si nos referimos a los precursores de la Universidad, tenemos que hablar de nuestra historia educacional. Si recordamos la personalidad de quienes desempeñaron los cargos de rectores, debemos referirnos a los actores del derecho, de la medicina, de las artes, de las letras. Si destacamos la influencia de la Universidad en los cambios políticos, sociales y económicos de nuestro país, debemos analizar las causas de dichas transformaciones.
Es que la trayectoria de la Universidad de Chile es parte esencial de la historia nuestra, y no puede ser de otra manera dado que la Universidad es una de las tres instituciones más importantes de la República.
Ella es la fuerza, es la inteligencia que impulsa nuestro desarrollo.
El actuar de la Universidad va determinando en el tiempo las diversas etapas de avance de nuestro país, un país que se diferencia del resto de los países de América por la solidez de sus instituciones, por la calidad de sus dirigentes, por la superación de la anarquía, fruto todo ello de la formación adquirida en sus aulas.
Y así, cuando la República vive la dictadura, cuando se pretende silenciar las voces de disidencia, cuando se pretende suprimir la libertad y la justicia, se abren las puertas de la Universidad y desde allí irrumpe la fuerza juvenil que expulsa el sistema imperante.
Pero también ella, años más tarde, caerá cautiva, al igual que el resto del país y al imponerle sus autoridades, sus delegados, mutilaron su ser.
Es que la Universidad no sólo es historia, ciencia o cultura: es vida, es primacía de los valores espirituales. Se conoce y se practica la libertad; se vive y se hace carne el pluralismo; se impone la norma, el principio, el valor y se aplica la justicia.
Es escuela de democracia y de solidaridad, y, por ello, no podía coexistir con el autoritarismo.
Existe en su interior, el desarrollo pleno de la persona, y en su discurso de instalación de la Universidad de Chile, Andrés Bello nos decía: "Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una.".
El desarrollo integral, armonioso de la persona que requiere el concurso de todas sus facultades, es asimilado por su primer Rector para la organización y funcionamiento de la Universidad de Chile. Sus primeras facultades de Teología, donde estudia, analiza y proyecta al hombre en su integridad; de Derecho, Filosofía, Leyes y Ciencias Políticas, que lo proyecta en su vida en comunidad; de Medicina, Matemáticas y Física, que lo estudia como ser real. Allí están el alma, el cuerpo, la sociedad, síntesis de la persona.
Irrumpimos en la historia como nación libre; contábamos con los recursos que la Providencia nos había entregado, el decir de Tibor Mendé, y era indispensable dar forma definitiva a una casa de altos estudios que guiara y estimulara los nuevos anhelos y aspiraciones. Y así, el 17 de abril de 1839 nacía oficialmente la Universidad de Chile.
Correspondió a Andrés Bello, a aquel sabio extraordinario, filósofo, artista, pedagogo, jurista, sociólogo, no sólo la misión de redactar el proyecto de su ley orgánica, sino, además, ser su primer Rector, que visionariamente señaló la misión de nuestra universidad: "Y junto con exaltar la importancia de las ciencias y de las letras, destacó la unidad y armonía entre las ciencias del espíritu y la naturaleza, advirtiendo la necesidad de que la alta casa de estudios rio se replegara en preocupaciones desvinculadas de la vida nacional, y abogó porque cada facultad aportase resultados positivos, capaces de encauzar el progreso de la Patria".
La acción de la Universidad de Chile se hizo presente en el desarrollo de nuestra sociedad. Historiadores como Miguel y Gregorio Amunátegui, Benjamín Vicuña Mackenna, Diego Barros Arana.
En las Ciencias Físicas y Naturales destacan los trabajos topográficos y geológicos de Armando Pissis; los astronómicos de Moesta; los geológicos de Paulino del Barrio; en mineralogía, los de Ignacio Domeyko; en zoología y botánica, los de Rodulfo Armando Philipi.
En la docencia, la creación de los liceos y la reforma del plan docente elaborado por Domeyko y Antonio Varas. Se impulsa desde su seno la enseñanza técnica y artística y se crean las escuelas de artes y oficios; la Escuela de Minería de Copiapó; la Escuela de Bellas Artes, la de Arquitectura y el Conservatorio Nacional de Música.
Se reestructuran la Escuela de Medicina y la Facultad de Derecho.
En 1877 se reconoce una situación de hecho y se hace justicia al legalizarse el derecho de la mujer a rendir exámenes válidos para obtener títulos profesionales.
A fines del siglo pasado, su acción es visionaria; se otorgan los títulos de "profesor de Estado", iniciándose una etapa de realce en la carrera del magisterio y de perfeccionamiento en la educación impartida en las espíelas secundarias.
La investigación científica destaca con los trabajos de Rodolfo Lenz y Federico Hansen, que representan un avance en el campo de la cultura chilena y un aporte a la ciencia universal.
La reforma de sus estatutos, el establecimiento de nuevas facultades, la proyección hacia la comunidad, cada paso, cada cambio, corresponden, en las diferentes épocas, a la solidez, a la madurez de una Universidad que capta oportunamente las transformaciones del pensamiento y el avance de la ciencia.
Nos sentimos orgullosos de que nuestra Universidad tuviera rectores como Andrés Bello, Ignacio Domeyko, José Joaquín Aguirre, Manuel Barros Borgoño, Domingo Amunátegui, Juvenal Hernández, Juan Gómez Millas, Eugenio González.
En las facultades pasaron decanos y profesores que fueron figuras inteligentes y destacadas de la cultura, la economía, las ciencias, las artes. ¡Cuántos políticos, legisladores, profesionales, científicos han salido de sus aulas!
En la minería, el comercio, la industria y la agricultura; en el subsuelo y el espacio; en el norte, el centro y el sur, día a día, trabajan, investigan y ponen la inteligencia al servicio de la República los hombres y mujeres que egresaron de la Universidad.
Hoy, miles y miles de jóvenes ingresan a sus aulas para prepararse, realizarse como personas y proyectarse en el futuro.
Señor Presidente, he querido sumarme a este homenaje no sólo por mi condición de ex alumno, sino como Diputado de la República, para rendir un merecido tributo a una de las instituciones que más ha hecho por el desarrollo, la justicia, la libertad, el pluralismo y la democracia.
He dicho.
Aplausos en la Sala y en Tribunas.
Por acuerdo adoptado en sesión posterior, se incluye texto del discurso del Rector de la Universidad de Chile, don Jaime Lavados, pronunciado en el acto de recepción de las autoridades de la Universidad en la Cámara.
Es un honor y un privilegio agradecer, en nombre de la Universidad de Chile, el homenaje que hoy día, con ocasión de su sesquicentenario, le brinda la Cámara de Diputados de Chile.
No es extraño que con este acto se inicie la celebración formal de este aniversario. Ambas instituciones, el Parlamento ahora representado por esta Cámara y la Universidad, son pilares fundamentales de la República y de nuestra sociedad. Ambas han tenido en los últimos años tormentosos sucesos, pero también ambas han logrado superarlos y están de vuelta para servir a la Patria.
Sin embargo, y mucho más allá de estos cercanos acontecimientos, lo que interesa recordar ahora, es de qué modo y cuán profundamente el Chile de hoy, que tanto nos enorgullece, debe su desarrollo y articula su identidad en el más que centenario trabajo de estas instituciones. Sería una pretensión desmesurada intentar siquiera traer a vuestra memoria lo que el Parlamento ha significado para la construcción de nuestro Estado de Derecho y sus innumerables acciones para establecer las bases jurídicas de nuestras libertades y los fundamentos legales de nuestro desarrollo económico y social.
Por ello, permítanme la licencia de sólo evocar, aunque brevemente, lo que la Universidad de Chile ha significado para nuestro país e insinuar cómo en su siglo y medio de existencia la Universidad de Chile ha evolucionado para, por una parte responder dentro de su ámbito, a lo que en cada época el país le ha demandado y, por otra, para activamente incorporar a Chile los elementos científicos, culturales y educativos que en otras latitudes se han producido.
Así, luego de su fundación debió preocuparse por organizar y orientar no sólo lo que hoy llamamos Educación Superior sino, además, la educación elemental y las humanidades. Como se sabe, durante varios decenios del siglo XIX la Universidad de Chile fue una especie de Superintendencia de Educación, teniendo además en esos niveles, acción educativa directa a través del Instituto Nacional que de ella dependía. Pero su trabajo en aquellos años no consistió sólo en establecer las bases educacionales generales del país. Participó, además, en nuestro ordenamiento institucional por supuesto a través de la obra personal de Andrés Bello e incorporando a Chile conceptos jurídicos y constitucionales prevalentes en el mundo culto de la época. Simultáneamente inició la exploración geográfica y de recursos naturales, y luego se preocupó, con Ignacio Domeyko, también Rector, de los fundamentos científicos de variadas actividades manejadas hasta entonces de modo puramente empírico: cristalografía, mineralogía, botánica, naturalística, etc.
Al terminar el siglo se hace más notoria la necesidad no sólo productiva y cultural sino también política como decía el Parlamentario y Rector Valentín Letelier de extender y profundizar la educación secundaria. La creación del Instituto Pedagógico y su posterior desarrollo no sólo significó mejorar el nivel educativo nacional, tuvo además un impacto notable en la generación de nuestras clases medias con todo lo que ello ha significado para este país. Por otra parte, el establecimiento sistemático de las disciplinas humanísticas como la filosofía, la historia, las lenguas y muchas otras es también el resultado de los trabajos de esta dependencia de nuestra Universidad.
Pero el país ha necesitado también asomarse al mundo de las Artes. El esfuerzo de la Universidad de Chile ha enseñado a los chilenos a gozar de la música a través de nuestra Orquesta Sinfónica o a profundizar en el alma humana a través de nuestro Teatro Experimental o a maravillarse con las fantasías y las graciosas destrezas a través de nuestro Ballet, cada uno de ellos pionero adelantado en su particular área.
Cuando el país decide generar la infraestructura básica para su desarrollo industrial encuentra a ingenieros y técnicos chilenos formados primordialmente en la Universidad de Chile que pueden emprender la tarea. Corfo y sus filiales son técnicamente posible porque el país dispuso del personal capacitado para trabajar allí. Del mismo modo, la nacionalización del cobre fue una decisión política factible porque no sólo teníamos el personal técnico que pudiese reemplazar a los extranjeros, sino también porque con el aporte fundamental de la Universidad de Chile, contábamos con el conocimiento necesario para operar con eficiencia en Minería, Metalurgia, Geología, etc.
Quizás es bueno recordar que países que han realizado similares nacionalizaciones no han logrado el mismo efecto por carencias técnicas.
Podría continuar, con ejemplos más cercanos, recordando el desarrollo forestal y el papel de la Universidad de Chile en ello, o referirme a la privilegiada posición chilena en Salud Pública especialmente en términos de conocimiento y personal, y no tanto en equipos e infraestructura y su impacto positivo en la actual epidemia de cólera, o referirme a las exportaciones frutícolas y acuícolas o a la producción de carne y leche o a la nutrición y a la tecnología de alimentos. Sin embargo, abundar excesivamente en el detalle de todas las contribuciones de la Universidad de Chile del país, nos apartaría del tema central que deseo enfatizar.
En cada uno de los ejemplos indicados, y en los múltiples adicionales no expresados, es posible encontrar una constante que aquí, en este acto en la Cámara de Diputados, deseo destacar. Ella es, que para que la contribución de la Universidad al desarrollo nacional efectivamente se realice, es necesaria la conjunción de nuestra capacidad técnica o cultural con una decisión política que haga posible la emergencia y puesta en práctica de tal capacidad.
Es por esto que recordar esta historia no tiene una significación puramente ceremonial. La cuestión es de qué manera ahora, en esta nueva etapa histórica, puede conseguirse tal conjunción entre decisión política con capacidad técnica, científica, cultural o educativa.
Las acontecimientos políticos chilenos e internacionales, y más que ellos la expansión mundial, y sobre todo el cambio cualitativo que en los últimos años la experimentado la cultura occidental, hacen indispensable plantear de manera creativa, en mi opinión urgente, las nuevas condiciones en que ahora se inscribe la relación entre educación superior y desarrollo, entre ciencia, tecnología y política, es decir, entre Universidad y Estado.
La apertura de Chile al exterior no es sólo económica o "exportadora", es total. Incluye, además, nuestra necesaria incorporación a la cultura postmoderna que con sin igual potencia, ha irrumpido en el mundo en los últimos decenios y lo ha cambiado. No es cuestión que nos guste o rechacemos incorporarnos a este salto histórico. Estamos en él. No podemos evitarlo. No han podido hacerlo China o la India, colosos culturales, ni podrán hacerlo Sudáfrica, Cuba y demás pertinaces disidentes de la ola de cambios que cubre la humanidad.
No es el momento de intentar una descripción del trascendente fenómeno histórico que estamos viviendo. Su profundidad, amplitud e impacto es sólo comparable al siglo de oro griego o al renacimiento europeo. Quizás los historiadores del futuro podrán caracterizar nuestra época con más propiedad que nosotros.
Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, lo más importante de esta "cultura" postmoderna que se extiende por el mundo es que ella se fundamenta en la heterogeneidad y el desorden que subyacen a la aparente homogeneidad. De la aldea global. Distintos sectores y subsectores se independizan con lógicas diversas unos de otros, la historia ya no es lineal, sino compleja, y el futuro no es planificable en el sentido antiguo de la palabra, sino sólo como probabilidades relativas de futuros posibles. Incluso las disciplinas teóricas se hacen epistemológicamente menos estables. La claridad unidireccional de la mecánica de Galileo es reemplazada por la física del desorden de Prigogine o el principio de incertidumbre. Las artes plásticas no son necesariamente figurativas ni la música necesariamente "armónica".
Es en este ámbito cultural, y en ese ambiente productivo, es donde los Estados necesitan hacer sus opciones políticas y la Universidad realizar su tarea científica educativa y cultural.
Naturalmente la flexibilidad, rapidez y amplitud que nuestras respuestas ahora requieren, no son posibles sin un cambio muy profundo en nuestras estructuras organizacionales y nuestras capacidades operacionales.
La Universidad de Chile es una institución del Estado. Para servir al país, como ha sido su vocación constante, requiere modernizarse internamente cuestión en la que está empeñada pero necesita además, un renovado marco jurídico que le permita desarrollar sus actividades de acuerdo con las nuevas demandas y los nuevos desafíos.
Para, por ejemplo, avanzar en las innumerables vertientes de los problemas ambientales, o desarrollar capacidad en biotecnología, o estrechar sus lazos con la industria, o servir las demandas de un Estado cuyos roles aún no se definen completamente, es necesario variar los anticuados sistemas de control a los que la Universidad ha estado sujeta y modificar los mecanismos de relaciones con el entorno social, económico y político. Necesitamos más claras contrapartes en las diversas instituciones del Estado.
Confiamos, por ejemplo, en la instalación de comisiones parlamentarias especializadas en Ciencia, Tecnología, Educación Superior, etc. Deseamos más estrechas relaciones con el Parlamento para colaborar con los estudios técnicos que éste crecientemente demandará. Requerimos contactos muy fluidos con muy diversos Ministerios, con empresas, Municipalidades y demás organizaciones públicas y privadas.
Lo impredecible de un futuro detallado, obliga a la Universidad a programar su desarrollo sólo en trazos gruesos en relación con los escenarios probables. Sin embargo, cualquiera que estos sean, se requerirá flexibilidad, eficiencia y permanente información. Para ello será requerida una mezcla de prudencia, sabiduría y audacia en los cuerpos políticos que definan las nuevas leyes y reglamentos que enmarquen la acción futura de la Universidad de Chile, de modo de hacerle posible cumplir su misión en el futuro, tal como en los 150 años pasados.
Gracias.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Así, la Cámara de Diputados, que representa a Chile de norte a sur, en toda su variedad, ha celebrado los 150 años de la Universidad de Chile.
A continuación el Coro de Madrigalistas de la Universidad de Chile interpreta el himno de esa casa de estudios.
Aplausos.
El señor VIERA-GALLO (Presidente).-
Se levanta la sesión.
Se levantó a las 17:50.
JORGE VERDUGO NARANJO,
Jefe de la Redacción de Sesiones.