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Antecedentes
  • Senado
  • Sesión Ordinaria N° 62
  • Celebrada el
  • Legislatura Ordinaria número 353
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Intervención
DESPEDIDA DE SENADORES AL TÉRMINO DE SU MANDATO

Autores

El señor VIERA-GALLO.-

Señor Presidente , al dejar el Senado e intervenir por última vez en este Hemiciclo, me encuentro ante la incómoda situación de tener tantas cosas que decir, mientras se agolpan los recuerdos y las sensaciones del tiempo transcurrido, más la imperiosa exigencia de articular un discurso coherente en pocos minutos.

En toda despedida, como siguiendo un impulso natural, uno se refiere más al pasado que al futuro, aunque, al reconstruir el cúmulo de experiencias vividas -en este caso, políticas-, fatalmente no se pueden obviar las lecciones para lo que ha de venir.

Lo primero que ha vuelto a mi mente en este tiempo es el discurso parlamentario que me tocó pronunciar con ocasión de la instalación de la Cámara de Diputados en 1990. Se encuentran presentes aquí algunos de los en esa época miembros de ella. Eran días inciertos. El edificio del Congreso, como imagen de nuestra democracia, estaba inconcluso. Entonces afirmé, con más esperanza que certeza, que la democracia resurgía en Chile fortalecida y más sabia luego de las convulsiones sociales y políticas que terminaron por socavar sus cimientos. Dije que nos asistía "la convicción que Chile sólo es posible con todos sus habitantes"; que todos habíamos aprendido de los años de intolerancia, confrontación y exclusión, y que de la conducta de los Parlamentarios dependía, en buena medida, el futuro del país.

Han pasado 16 años y tres Presidentes de la República se han sucedido en La Moneda desde aquel momento. Y esa esperanza se ha visto felizmente confirmada. En vez de enfrascarnos en una espiral de mutuas recriminaciones o en vanos intentos por volver al pasado reciente o remoto, hemos sabido encontrar un camino original de desarrollo, combinando en forma virtuosa crecimiento económico, desarrollo humano, expansión de libertades y derechos, con metas significativas de disminución de la pobreza.

Mirado en perspectiva el llamado "proceso de transición a la democracia", podemos afirmar, sin falsa modestia, que hemos tenido éxito como nación. Lo digo en plural -me importa mucho dejar esto en claro-, porque ello no ha sido tarea exclusiva de quienes han sido Presidentes de la República -sin restarles, por cierto, su innegable contribución al éxito-, sino obra colectiva de toda una sociedad: de quienes crean riqueza, de los trabajadores, de aquellos que sirven a la comunicación y a la educación, y de los generadores del conocimiento.

Cabe destacar, también, el papel de las demás autoridades del Estado; entre ellas, el de los propios Parlamentarios, en nuestra triple función de legislar, fiscalizar y cumplir tareas propiamente políticas. Todos, más allá de las fallas y limitaciones humanas, hemos actuado con sentido de bien común.

Podría referirme a la evolución de nuestras Fuerzas Armadas, o al cambio operado con la instalación de los gobiernos regionales y la democratización de los municipios, o a la transformación de la Judicatura, o a la modernización de la Administración Pública. Sin embargo, en esta ocasión quiero subrayar un hecho que considero vital para la sanidad democrática del país: la transformación vivida por las fuerzas políticas, en su forma de pensar y en su forma de actuar, al compás del afianzamiento en toda la sociedad de los principios y valores democráticos. Lo hago con el propósito de resaltar el valor insustituible de la política, porque he llegado al convencimiento, después de conocer las experiencias de diversos países, de que la clave actual para alcanzar el desarrollo de una nación es la existencia de un sistema político legítimo y eficiente. Las fallas de la gobernabilidad redundan, fatalmente, en la desconfianza y el desánimo popular, y desalientan el ahorro y la inversión.

Por eso, cuando se critica la política, siempre debe hacerse con el propósito de mejorar su calidad, porque se está tocando un aspecto clave y sensible de la sociedad.

Dicho lo anterior, voy directamente al punto.

En estos años, la Concertación, y en particular las fuerzas de inspiración socialista o socialdemócrata, ha aprendido a conocer y aplicar las reglas de la economía de mercado; ha buscado la mejor forma de insertar al país en la globalización; ha conducido, con responsabilidad y éxito, el desarrollo económico de Chile. Ello ha ido acompañado de una adhesión sincera al ideario democrático.

Las Izquierdas siempre se debaten entre el esfuerzo por un análisis objetivo de los procesos sociales en que les toca actuar y la apelación a la voluntad para luchar contra las injusticias. La historia ha demostrado, con lecciones trágicas, que no hay atajos para alcanzar el cielo; sabemos que cualquier forma más avanzada de organización social nace y se desarrolla en el seno de la sociedad existente, la que cumple su ciclo histórico sólo cuando ha agotado sus posibilidades de progreso.

Las utopías pueden ser un impulso para la acción; incluso, indispensables, pero jamás constituir un programa político específico.

Se podrá debatir cuanto se quiera sobre la manera más adecuada de lograr el crecimiento y el bienestar para todos, pero no es factible prescindir de las reglas de la economía moderna, bajo pena de caer en la demagogia o el populismo, males tan recurrentes en las sociedades inmaduras, donde se mezclan la impaciencia de las masas empobrecidas con la confusión ideológica de las elites.

En Chile hemos salido de ese círculo vicioso. La Izquierda ha aprendido de sus errores y se ha liberado de sus fantasmas.

Por su parte, la Democracia Cristiana no ha estado ausente de este proceso de reencuentro con la realidad. Al superar la tensión entre el comunitarismo y la economía social de mercado, ha retomado el camino de la colaboración política, dejando atrás el sueño del camino propio. Ha podido, así, volver a cumplir un imprescindible papel articulador del sistema político desde su ubicación en el campo progresista, conforme a sus mejores tradiciones y a su origen. Además, ha sabido ser un canal amplio y religiosamente neutro para el compromiso social y político de quienes adhieren al humanismo cristiano como filosofía nacida de las reflexiones de Maritain, Mounier y Don Sturzo .

Natural resulta, entonces, la convergencia de la Democracia Cristiana con los partidos que tienen como referente a la Internacional Socialista, proceso de encuentro que se ve avalado, igualmente, por el común compromiso vivido en la lucha por el restablecimiento de la democracia en nuestro país. Existe un acervo cultural y político compartido, que sirve de base y sustento a la Concertación y explica la adhesión que la ciudadanía le ha brindado por tantos años, más allá de los partidos que la componen. La Concertación ha sido más que una alianza política: ha sido un hecho social, por sobre las diferencias doctrinarias de los ciudadanos que la integran.

A su vez, la Derecha, en su plural expresión social y política, ha ido dejando atrás una visión autoritaria de la sociedad y del Estado, y ha redescubierto el compromiso social. Ha comprendido que la visión portaliana de la estabilidad política y del equilibrio social no se puede alcanzar sin reconocer los derechos de todos. Este proceso de modernización ha sido impulsado por su adhesión a la economía de mercado. En Occidente, ésta, al desarrollarse, provoca una progresiva disolución de las tradicionales jerarquías del privilegio; la libertad de emprender presupone, en la cultura occidental, el concepto de individuo y de ciudadano, con sus correspondientes derechos, alterando la concepción ancestral del orden social. Simultáneamente, la Derecha se ha abierto al drama de los más pobres y, siguiendo los derroteros del llamado "conservantismo compasivo", ha multiplicado su acción social y política entre ellos.

Esta transformación de las mentalidades políticas se encuentra en pleno desarrollo en nuestro país. No es un proceso acabado. No puede serlo en la medida en que nos toca vivir en una etapa histórica que ha puesto en cuestión los paradigmas básicos de la primera modernidad, aquella nacida del siglo de las luces. Es el tiempo de la crisis de la razón utópica y de la razón instrumental, que animaron los grandes procesos de liberación de las últimas dos centurias. Quienes vivimos en el período de la Guerra Fría y luego hemos iniciado el camino hacia la llamada "sociedad del conocimiento" tenemos pocas certezas, salvo el valor universal de los derechos humanos como mínimo común ético capaz de orientar el actuar colectivo.

Por eso, sería absurdo, por abrupto y arbitrario, poner término al proceso de renovación política que viven todas las fuerzas políticas y culturales del país, apelando a identidades antiguas y del pasado. Vivimos en el cambio, y la renovación es una exigencia histórica, sobre todo cuando vuelven a resurgir la filosofía política y la ética social con sus preguntas clásicas sobre el buen gobierno y la justa convivencia.

El proceso de cambio vivido por las corrientes políticas chilenas no borra las diferencias que existen entre ellas, pero ha modificado, sí, la percepción que se tiene de ellas. Hoy día son asumidas como parte insustituible del proceso democrático de deliberación ciudadana. Sin embargo, todas esas fuerzas políticas están llamadas a buscar nuevas claves para comprender la realidad que viene.

Hace varias décadas Ortega y Gasset, hablando ante el Parlamento chileno, abogó por una nueva "política de ideas", alejada del pragmatismo y de los escapismos ideológicos. Sostuvo que para ello era indispensable crear un dinámico polo capaz de generar nueva cultura. Ésa sigue siendo, entre nosotros, una tarea pendiente.

La transformación política ha tenido y tiene en el Parlamento un escenario privilegiado. Aquí se han debatido y votado las nuevas leyes de la República; aquí se ha ido concordando el límite entre lo permitido, lo prohibido y las conductas que el Estado incentiva; aquí se han producido los cambios constitucionales y políticos, las nuevas normas del derecho de familia y del trabajo, el estatuto de las libertades, los principios fundamentales del nuevo esquema económico, la reforma de la justicia, la salud y la educación, por citar algunos tópicos relevantes de estos años.

Hoy los chilenos podemos mirar con más confianza y certeza el futuro.

Por cierto, quedan muchos problemas pendientes y surgen nuevos desafíos provenientes de nuestra propia realidad, en permanente evolución, y de una globalización cargada de oportunidades y amenazas, que ha acercado a las diferentes civilizaciones y a naciones con distintos niveles de desarrollo. El mundo, hoy día, es cada vez más uno solo y de su suerte todos somos responsables.

Dentro de pocos días, luego de una limpia contienda electoral, se iniciará un nuevo Gobierno, encabezado, por primera vez, por una mujer, y se instalará otro Parlamento. El país aguarda con esperanza el ejercicio de las nuevas autoridades. Otras voces se harán escuchar en este Hemiciclo. En todas las bancadas habrá nuevos protagonistas, cada cual con su propio estilo y óptica para abordar los problemas del país.

Lo importante es que esta institución -el Senado de la República- siga siendo un lugar privilegiado de reflexión y diálogo, de estudio y compromiso con el bien del país, indiferente a las presiones indebidas y a los alegatos irresponsables. No olvidemos nunca que la democracia y la amistad cívica que la sustenta son una conquista permanente y no un dato inamovible de la realidad. ¿No es acaso cierto que en muchos países de América del Sur, luego de los límites evidentes de los sistemas democráticos surgidos después del período de dictaduras, la gobernabilidad democrática es frágil?

Me alejo del Senado no por voluntad propia ni por decisión ciudadana. Al hacerlo manifiesto mi gratitud al Partido Por la Democracia y, en especial, al Partido Socialista, y a los ciudadanos de la Región del Biobío por haberme dado la oportunidad de llegar, primero, a la Cámara de Diputados, y luego, al Senado, y haber podido vivir esta experiencia tan notable de la transición a la democracia chilena.

Agradezco a todos los señores Senadores por la convivencia de estos años, y les aseguro que he aprendido mucho de su experiencia y conocimientos.

Agradezco también a los funcionarios de la Corporación por su colaboración eficiente y abnegada, especialmente a quienes se han desempeñado en las Comisiones de Constitución, de Derechos Humanos, de Salud y de Medio Ambiente .

Señor Presidente, concluye así una etapa importante de mi vida. Sin embargo, he aprendido que, por interesante que sea el pasado que se va, siempre es más apasionante el tiempo que viene.

Muchas gracias a todos por lo vivido en estos años.

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