Labor Parlamentaria
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Antecedentes
- Cámara de Diputados
- Sesión Ordinaria N° 39
- Celebrada el 20 de junio de 2007
- Legislatura Ordinaria número 355
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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DEL CARDENAL RAÚL SILVA HENRÍQUEZ , EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO.
Autores
El señor WALKER (Presidente).-
En representación del Comité Socialista, tiene la palabra el diputado don Iván Paredes .
El señor PAREDES (de pie).-
Señor Presidente, estimados colegas, distinguidas autoridades de la Iglesia Católica:
Sin temor a equivocarme, diferencias más, diferencias menos, el reconocimiento que hoy la Cámara de Diputados entrega a uno de los personajes más destacados de la historia contemporánea de Chile genera amplios consensos, dada su transversalidad y protagonismo, no deseado, por cierto, a partir de la década de los 60 del siglo pasado.
Siempre llamó nuestra atención esa tremenda energía acogida en su pequeño cuerpo; la calidez que emanaba de su mirada y la humildad con que planteaba grandes soluciones para los grandes problemas que tuvo que enfrentar nuestro país, lo que lo incorpora, sin duda, entre sus grandes hombres que nos han permitido avanzar por sendas más justas y más libertarias.
Por eso mismo, señor Presidente, estimados colegas, por esa presencialidad que supera su ausencia física, por ese sentido de “ser”, sin necesidad de “estar”, en representación de la bancada del Partido Socialista mi partido, que me ha honrado al designarme como su representante en este homenaje, quiero permitirme la licencia de cambiar mi intervención, de una impersonal tercera conjugación en singular, a pensamientos volcados casi de manera epistolar.
Queremos manifestarte, Cardenal, que todavía resuenan en nuestros oídos las voces reunidas, religadas, de ese 9 de abril de 1999, cuando el pueblo de Chile, sin distinciones, te reafirmaba su reconocimiento con el popular “Raúl, amigo, el pueblo está contigo”, como en una rebelión no acordada, no planificada, no coordinada, frente a lo que considerábamos tu injusta partida de la geografía terrenal.
Estamos seguros de que nos escuchaste, con tu sonrisa simple, con tu cabeza un poco inclinada, y de que te diste cuenta de que no te decíamos que el pueblo “había estado” contigo, sino que reafirmábamos el presente y el futuro de tu presencia permanente e imperecedera.
Reconocemos, Cardenal, que ese dolor y fervor nacional gatillaron un interés superior por conocerte, por tratar de entender, en otra dimensión, las razones por las cuales te fuiste introduciendo en nuestras vidas, en nuestras propuestas, en nuestras luchas, en nuestras utopías, en nuestras acciones diarias, en nuestros dolores.
Y cayó en nuestras manos un tremendo texto, casi un manifiesto y legado político no partidario, para todos aquellos y todas aquellas que seguimos creyendo que es posible una Patria más justa y más solidaria, titulado “Mi sueño de Chile”, donde nos decías, entre otras cosas, lo siguiente:
“Quiero que en mi país todos vivan con dignidad. La lucha contra la miseria es una tarea de la cual nadie puede sentirse excluido. Quiero que en Chile no haya más miseria para los pobres. Que cada niño tenga una escuela donde estudiar. Que los enfermos puedan acceder fácilmente a la salud. Que cada jefe de hogar tenga un trabajo estable y que le permita alimentar a su familia.”
¿Y qué quieres que te diga, Cardenal? ¡Nos identificamos con tus palabras! ¡Nos reconocimos en tus sueños! ¡Confirmamos nuestro ideario social y político, profundizando su sentido y su accionar!
Y fortalecimos el convencimiento de que no somos producto del momento, de que no somos consecuencia del presente como los héroes, sino un resumen de lo aprendido y aprehendido de la historia y de la memoria colectiva y que tú, aprendiz aventajado de Maestro, supiste desde siempre.
No por otra razón te recuerdan tus amigos del Liceo Manuel Arriarán Barros . Esa capacidad que tenías de interiorizarte en cada uno de los detalles de tus discípulos que, en definitiva, entendías, cual destacado antropólogo, conformaban tu comunidad, tu colectividad, tu rebaño, respetando las individualidades y las voluntades particulares.
En definitiva, Cardenal, siempre te opusiste a las imposiciones, siempre privilegiaste el diálogo y los acuerdos; siempre, incluso, en los aciagos días en que la irracionalidad y la intolerancia asolaban nuestra convivencia democrática.
Y no nos dimos cuenta de que habías aligerado el paso, de que la preocupación te marcaba el rostro, de que tu voz sonaba más fuerte, de que tus demandas se transformaban en urgencia. No nos percatamos o no quisimos darnos cuenta.
En esos difíciles momentos de la Patria, provocabas el diálogo, buscabas entendimientos, sembrabas esperanzas y esfuerzos, como los que realizaste por acercar posiciones e ideales entre el Presidente Allende y sectores de la Oposición de la época, para superar la crisis que vivía nuestro país, porque sabías lo que podía venir y lo que, al final, llegó.
Y, entonces, Cardenal, entendimos perfectamente cuando, en el momento preciso del dolor patrio, te convertiste en la voz de los sin voz y fuiste motejado peyorativamente por la dictadura, debido a tu defensa de los derechos humanos, como “el Cardenal rojo”, como si trabajar por el respeto de la vida, de los derechos de las personas, de la libertad y de la justicia tuviera un color determinado.
Entonces, cuando el rojo, no ese peyorativo con que pretendían insultarte, sino el de la sangre de los desposeídos, de los postergados, de los marginados y de los discriminados, empezó a correr por esta larga y agosta faja, convertida en callejuela, tu paso se transformó en carrera, tu rostro reprodujo el dolor de la tortura y del asesinato, tu voz se elevó para reclamar justicia y tu demanda urgente se transformó en defensa de la vida, de esa vida que se truncaba con el olor a pólvora, con los golpes de corriente, con los corvos que abrían vientres de la vida detenida, de la vida desaparecida, de la vida encarcelada, de la vida relegada, de la vida exiliada.
Sí había sido importante tu labor educativa, misionera, evangelizadora, asistencialista, liberadora. Allí están el inicio de la Reforma Agraria, cuando entregaste tierras de la Iglesia a tus queridos campesinos; la fundación Caritas Chile ; la creación del Instituto Católico de Migraciones; la Pastoral Obrera. Y tu estatura creció sin límites cuando diste vida, frente a tanta muerte, al Comité Pro Paz, que se transformaría en la Vicaría de la Solidaridad, un regazo ante tanto dolor, ante tanta desolación, ante tanta orfandad.
Pero, como dijimos, eras producto de la historia, de la historia de tu Chile amado, con la particularidad de que eras un producto con visiones a largo plazo y con acciones concretas e inmediatas.
Y ese amor, querido Cardenal, es reconocido, como se dice en tu mundo popular, por moros y cristianos, con excepción, claro está, de los enemigos del amor.
Sin lugar a dudas, Cardenal, como en la parábola del sembrador, tu semilla ha caído en buena tierra. Pero no todo depende de la calidad de la semilla; lo principal es la capacidad del que siembra y del que cosecha. Y tu capacidad de siembra y cosecha sigue siendo un ejemplo para todos y cada uno de nosotros. Porque, en definitiva, Cardenal, todo aquello que se cuida, que se protege, que se defiende, crece firme, crece sano, crece fértil, para reproducir el ciclo de la nueva siembra.
Porque tampoco es buen pastor aquel que reúne y mantiene el rebaño, sino aquel que lo guía hacia mejores pastos, hacia aguas más frescas y es capaz de identificar a cada uno de sus miembros.
Y tú, Cardenal, sin posibilidad alguna de equivocación, sigues siendo un gran sembrador y un gran pastor de este pueblo al que tanto amas, porque así lo dejaste escrito en tu testamento espiritual: “Mi palabra es una palabra de amor a Chile. He amado intensamente a mi país. Es un país hermoso en su geografía y en su historia. Hermoso por sus montañas y sus mares, pero mucho más hermoso por su gente. El pueblo chileno es un pueblo muy noble, muy generoso y muy leal.”.
Siguen resonando en nuestros oídos, ahora más fuerte que nunca, querido Raúl Silva Henríquez , querido Cardenal del pueblo, querido Cardenal rojo, las voces de quienes sigues protegiendo, ahora multiplicadas por miles: “Raúl, amigo, el pueblo está contigo.”.
He dicho.