Labor Parlamentaria
Participaciones
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Antecedentes
- Cámara de Diputados
- Sesión Ordinaria N° 84
- Celebrada el 16 de octubre de 2013
- Legislatura número 361
Índice
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Tiene la palabra el diputado señor
El señor EDWARDS (de pie).- Señor Presidente , también saludo cariñosamente a todos quienes nos acompañan en la tribuna de honor. Creo que don Alejandro estaría muy contento de verlos a todos reunidos aquí.
Voy a hablar no solo en representación de las bancadas de Renovación Nacional y de la UDI, sino también de muchos diputados que se acaban de acercar a mí para decirme que fueron sus alumnos y que sentían gran admiración por don Alejandro. La verdad es que es muy emocionante lo que ha ocurrido en estos minutos.
Pocas personas en la historia de Chile han tenido una vida más prolongada y fructífera que la de nuestro homenajeado, don Alejandro Silva Bascuñán . Fueron ciento dos años de vida, ochenta años de dedicación al derecho y al servicio público y casi setenta años de matrimonio. Todo lo anterior, acompañado de una ininterrumpida lucidez intelectual hasta el último de sus días.
Son muchas las facetas que desarrolló este extraordinario hombre, testigo y actor de grandes cambios en nuestra sociedad a lo largo de sus años de vida. Sin embargo, hay un hilo conductor que explica la motivación que lo llevó a realizar las diversas tareas que emprendió: su condición de hombre de profunda fe. En efecto, su vida está marcada por intentar ceñirse al ideal cristiano, testimoniando en todo lo que hizo un profundo apego a las enseñanzas del Evangelio y del magisterio de la Iglesia.
“Maestro de todos”, como lo denominaron los profesores argentinos de la Asociación de Ciencias Sociales de Córdoba al designarlo como su miembro honorario, don Alejandro ha sido reconocido como uno de los más brillantes exponentes del derecho político y constitucional en Chile.
Nacido en Talca en 1910, fue el quinto de los seis hijos que tuvo el matrimonio compuesto por doña Ludmila Bascuñán Cruz y don Marcos Silva Sepúlveda .
La formación y ejemplo que recibió de su padre, Marcos, fue determinante en la vida de don Alejandro, pues le inculcó tanto la vocación por el derecho como por el devenir patrio. Don Marcos fue presidente del Partido Conservador de Talca , alcalde de Talca y director del diario “La Libertad” de esa misma ciudad. Además, muchos de sus parientes más cercanos fueron héroes militares, ingenieros destacados, ostentaron cargos de representación popular o tuvieron brillantes carreras como abogados o ministros de la Corte Suprema .
Luego de formarse en el Liceo Blanco Encalada de Talca, regentado por la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, don Alejandro entró, en 1927, a estudiar derecho en la Pontificia Universidad Católica, carrera en la que se destacó muy luego, y a cuyo término obtuvo el premio Tocornal como el mejor alumno de su generación. Durante su época como universitario vibró con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y buscó concretarlos en la realidad. Para ello, junto a otros jóvenes de su generación, formó la Falange Nacional, que se transformó luego en la Democracia Cristiana. Allí le tocó redactar las bases del que se llamó primitivamente “Movimiento de los Estudiantes Conservadores”. Junto a ellos se opuso al primer gobierno del general Ibáñez por considerarlo alejado del ideal democrático.
Fue siempre militante activo de la Democracia Cristiana y, aun cuando no se involucró nunca en la política electoral, se desempeñó como miembro de su Tribunal Supremo y de su Comisión de Ética.
La fe en Cristo y la fidelidad a la Iglesia Católica fueron rasgos centrales en la vida de don Alejandro. Ni sus alegatos, ni sus clases, ni sus escritos, ni sus consejos dejaron nunca de incluir alguna que otra referencia a su creencia en Dios. Así, por ejemplo, al comenzar la primera clase que dictó en la Universidad de Chile, dijo a sus alumnos: “Yo siempre comienzo mis clases con una oración. Los que quieran, pueden acompañarme.”. Dijo su oración y comenzó la clase ante un curso atónito que, por primera vez, asistía a una clase precedida de una oración.
Más importante que las señas externas, en todo caso, era su manera práctica y concreta de vivir el apostolado cristiano: siempre sonriente, nunca soberbio, en todo momento caritativo, obsesionado por la justicia.
Este compromiso cristiano lo llevó a ser presidente del Consejo Nacional de Hombres de la Acción Católica . Tiempo después, el Papa Paulo VI lo condecoró con la Orden de San Silvestre. Durante muchos años integró la Comisión Justicia y Paz, organismo asesor y dependiente de la Conferencia Episcopal de Chile. También, entre otras tareas, colaboró activamente con algunas obras emprendidas por el cardenal Silva Henríquez , como la creación del Banco del Desarrollo y las Aldeas de Niños de Punta de Tralca.
En 1933, luego de titularse como abogado, recibió una carta del entonces director de la Escuela de Derecho de la Universidad Católica, don Pedro Lira , por medio de la cual lo llamaba a asumir la cátedra de Derecho Constitucional. Durante sus más de sesenta años de ejercicio de esta cátedra marcó a centenares de alumnos, muchos de los cuales después seguirían su senda, volcándose a la academia o a la política.
En 1991, su alma mater, la Universidad Católica, lo reconoce con el máximo grado que otorga a sus académicos: Doctor Honoris Causa.
No hay duda de que la formación de don Alejandro, como maestro del derecho constitucional, fue influida también por los conocimientos que adquirió como consecuencia de las becas que obtuvo del gobierno francés, las cuales, en una época en que muy pocos lo hacían, lo llevaron a estudiar, en 1949, ciencias políticas en la Facultad de Derecho de la Universidad de París, y en 1957, en el Instituto de Ciencias Políticas de la misma universidad. Ello explica que su aproximación al derecho público, a la filosofía política y a la moral tuvieran un innegable ascendiente francés.
Pues bien, como resultado de esa experiencia e imbuido de las enseñanzas de los grandes juristas y filósofos franceses de la época, elaboró el Tratado de Derecho Constitucional, obra de tres tomos, recaída en el análisis de la Constitución de 1925. Tal obra marcó un hito en la forma en que comenzó a estudiarse y a enseñarse el derecho público y constitucional en Chile.
Por otra parte, al igual que algunos de los otros miembros de su partido que fueron oposición al gobierno de Salvador Allende, don Alejandro estuvo dispuesto, en un principio, a prestar su colaboración a la Junta Militar. Así, en 1973, fue miembro de la Comisión de Estudios encargada de preparar el anteproyecto de una nueva constitución, que dio origen a la Constitución Política de 1980. Después de haber participado activa y brillantemente, en especial en la elaboración de los capítulos sobre Bases de la Institucionalidad y Derechos Fundamentales, terminó su participación en 1977.
La preocupación por el porvenir del país durante el régimen militar lo condujo a integrar, entre 1977 y 1990, el llamado Grupo de los 24, sobre estudios políticos y constitucionales, asociación de profesionales que, desde la oposición al régimen, impulsaron la recuperación de la institucionalidad democrática.
Al término del gobierno militar, don Alejandro se abocó a la elaboración de una nueva edición del “Tratado de Derecho Constitucional”, referido esta vez a la Constitución del 80, en un trabajo conjunto con María Pía Silva, quien nos acompaña hoy, su colaboradora por 27 años y una de las personas más cercanas y queridas por él. Alcanzó a entregar a la comunidad jurídica trece tomos, publicados entre 1997 y 2010.
También debe destacarse entre sus obras la “Reforma Constitucional de 1970”, junto con otros autores, y “Derecho Político. Ensayo de una síntesis”, además de la elaboración de numerosos ensayos jurídicos y políticos publicados en Chile y en el extranjero.
Don Alejandro fue también síndico general de quiebras, desde 1965 a 1970, y director de la Revista de Derecho y Jurisprudencia. Además, ejerció libremente su profesión, manteniendo una oficina particular hasta su fallecimiento, y se desempeñó como juez árbitro en numerosos litigios, entre otros cargos.
No hay duda de que don Alejandro estaba dotado de los talentos naturales que requiere el ejercicio de la profesión legal. Su claridad mental era impresionante y tenía una gran memoria para recordar normas, prácticas y personajes; se expresaba con claridad y sencillez. Pero, además de estas aptitudes, consideraba la abogacía como una manera de servir al prójimo y a la patria.
Don Alejandro Silva era, además, profundamente respetuoso de la autoridad del derecho y de los tribunales. Esa disposición lo llevó a ser crítico de las conductas extralegales en que incurrieron algunas autoridades en el gobierno de la Unidad Popular. En su calidad de presidente del Colegio de Abogados , organización que presidió entre 1964 y 1975, le correspondió formular enérgicos llamamientos para lograr una rectificación que permitiera que el proceso político se llevara adelante con pleno acatamiento de las disposiciones constitucionales y con respeto por los derechos de todos los sectores del país.
Más adelante, su edad ya avanzada no fue obstáculo para que entre 1991 y 1994 aceptara utilizar sus talentos para ejercer con distinción como abogado integrante de la Excelentísima Corte Suprema.
Por otra parte, particularmente en relación con la influencia que ejercieron y que siguen ejerciendo sus enseñanzas en relación con el análisis de la tarea parlamentaria, debo destacar que don Alejandro siempre se preocupó del fortalecimiento de todas las instituciones encargadas de recoger el sentir colectivo, para convertirlo en decisiones vinculantes y responsables. Ello llevó a que, antes de examinar los derechos y garantías constitucionales, los primeros diez tomos de la edición actual de su Tratado los destinara al estudio del aspecto orgánico de la Constitución, estructura indispensable para construir una democracia robusta, lo que ha permitido a nuestro medio contar con un material valiosísimo para interpretar las normas constitucionales vinculadas a la estructura y funcionamiento de los diferentes órganos del Estado, entre ellos, el Congreso Nacional.
En tiempos en que, por múltiples factores, como la vigorización del Poder Ejecutivo , la crisis del concepto tradicional de ley, la globalización y la irrupción de distintos movimientos sociales, la sociedad civil parece querer prescindir del sistema de partidos y de la institucionalidad democrática que se expresa en las cámaras. Es bueno recordar al maestro Silva Bascuñán , quien siempre se mostró partidario de que las acciones colectivas se afianzaran en el ámbito público, aportando con sus reflexiones a su correcto funcionamiento, porque estaba convencido de que el Congreso Nacional es uno de los mejores intérpretes del pueblo, dentro del Estado constitucional de derecho.
Si el Congreso Nacional cumple un papel relevante, tanto en la representatividad popular como en la estabilidad institucional, el aporte hecho por don Alejandro, a través del análisis serio y sistemático de sus características, composición, organización, atribuciones y del proceso de formación de la ley -dedicó a ello dos tomos de su tratado-, ha dejado una profunda huella en la doctrina constitucional chilena. Esto ha sido reconocido no solo por parlamentarios y por quienes desempeñan actividades políticas, sino también por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional y por los estudiosos de la disciplina, quienes constantemente consultan y citan su opinión como la más fundada y completa que existe sobre la materia.
Como consecuencia de ello, la Sociedad Chilena de Derecho Parlamentario lo designó, en 2012, miembro honorario de ella, y la Asociación Chilena de Derecho Constitucional elaboró una obra colectiva en homenaje a él titulada “Congreso Nacional”.
Por último, cabe destacar, como reconocimiento a su destacada y dilatada trayectoria académica y profesional, que don Alejandro recibió muchos reconocimientos y distinciones. Así, por ejemplo, en 1999 recibió del rey Juan Carlos de España la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica; en 2013, el gobierno de Chile, junto con los más altos representantes de los diferentes poderes del Estado, le rindieron un emotivo homenaje; en 2008, fue distinguido por su trayectoria por el Pleno de la Excelentísima Corte Suprema, y ese mismo año fue designado miembro honorario de la Academia de Ciencias y Morales del Instituto de Chile, entre otras distinciones.
Para todos quienes conocieron y trataron a don Alejandro su partida deja un enorme vacío, no solo porque fue un gran catedrático y servidor público, sino porque fue un hombre respetuoso de las ideas de los demás, y siempre trató de ser un factor de unidad. Fue un caballero de trato amable, sonrisa fácil, de aquellos que marcan en la vida con su ejemplo, enseñanzas y consejos.
Siempre fue reconocido como un destacado cultor de su disciplina; fue denominado por uno de sus pares, el expresidente del Tribunal Constitucional , don Raúl Bertelsen , como “patriarca del derecho constitucional”. Como lo expresó el profesor de la Universidad de Valparaíso don Lautaro Ríos, en un artículo que escribió recientemente en su memoria, don Alejandro “fue mucho más que eso: fue un gran humanista, que irradiaba bondad y que supo interesarse por todo aquello que concierne al ser humano. Los que apreciamos su valer llevaremos siempre su recuerdo no solo en la memoria, sino también muy adentro del corazón”.
No hay duda de que en todo lo que hemos repasado de su vida en nuestra intervención, tuvo decisiva influencia la importante colaboración de su mujer, Alicia Ariztía de Silva, quien, en casi setenta años de un hermoso y muy unido matrimonio, lo acompañó y estimuló con su amor, sensatez y alegría. Su hogar siempre estuvo abierto para recibir a los numerosos familiares, amigos y alumnos que se acercaban a gozar de su hospitalidad y a escuchar sus múltiples anécdotas.
En un aspecto más personal, no puedo dejar de confidenciar, en este día en que se reconoce la obra de don Alejandro, que a todos sus familiares, en particular a los descendientes de su hermano, mi abuelo Sergio Silva Bascuñán , nos invade una profunda emoción. Todos nosotros admiramos al tío Alejandro intensamente, en lo humano y en lo profesional. Él es motivo de orgullo no solo para nuestra familia Silva, sino también para el derecho y para nuestro país.
Sabremos recordarlo, pues, detrás de sus textos y letras, como el gran maestro del derecho constitucional chileno.
He dicho.