Labor Parlamentaria
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Antecedentes
- Senado
- Sesión Ordinaria N° 42
- Celebrada el 09 de abril de 1991
- Legislatura Extraordinaria número 321
Índice
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El señor
Señor Presidente , Honorable Senado:
"En Chile no hay peligro para la democracia", ha dicho, con razón, Su Excelencia el Presidente de la República . Pero en Chile sí hay peligro para los demócratas; y esto, trágicamente, lo han demostrado los hechos.
Han muerto a un Senador de la República , a un pensador -como dijera un distinguido sociólogo-, a un hombre de bien, a un hombre bueno en la más amplia acepción.
¡Qué débiles resultan las palabras para rendir un digno homenaje a esa víctima de la violencia irracional y tenebrosa, a ese brillante y profundo Senador que fuera Jaime Guzmán Errázuriz!
¡Qué difícil es resumir sus cualidades personales, su talento, su compromiso con la vida, con la legalidad, con la democracia y, sobre todo, con su religión y con Dios! Y, por último, ¡qué difícil es describir los sentimientos de horror y abatimiento, la angustia que nos ha producido su asesinato, que constituye una herida causada no sólo a su familia, sino a su partido, a sus cientos de miles de seguidores, al Senado, a Chile entero!
Para el Senador que habla, este hecho es especialmente doloroso, por los lazos de íntima amistad que ligaban a Jaime con el que fuera su verdadero inspirador y consejero: don Jorge Alessandri . De ahí ese afecto, esa cercanía de ideas y principios que ellos compartían y que el segundo transmitiera en sus continuos contactos personales y, también, con su ejemplo durante su dilatadísima vida pública.
He aquí un nexo que adquiere hoy proyecciones históricas: el ex Presidente transmitiendo a su joven amigo la vocación del servicio público antes que la búsqueda de los honores de los cargos; la sinceridad por sobre la demagogia; la independencia, para atraer todas las partículas de verdad que necesita una época para tener un real progreso.
Sus figuras, ahora con halo de eternidad, dejan el mensaje claro de dos demócratas que demostraron que la eficacia de la democracia en nuestro país va unida al mandato histórico del fortalecimiento del régimen presidencial y de la preservación y mejoramiento de las instituciones que forjaron la grandeza de la República de Chile.
Con clarividencia notable para una persona tan joven, Jaime Guzmán intuyó el desastre que se avecinaba en la década de los años 60, cuando la mal llamada "reforma universitaria" inició el proceso de desintegración, no sólo de las universidades al hacer desaparecer el principio de autoridad, sino del país en general, que, además, veía la destrucción del derecho de propiedad.
Y la democracia se derrumbó. Su rescate se produjo cuando todavía quedaban trazas del Chile que conocimos y amamos; y en el proceso de reconstrucción, especialmente en sus aspectos ideológico, constitucional y legal, Jaime Guzmán desempeñó un papel decisivo.
El Gobierno militar tuvo la buena suerte y el buen sentido de pedir su colaboración y de contar con ella. Y su talento extraordinario, junto al de tantos otros que intervinieron en la tarea -algunos, presentes en esta Sala-, hizo posible una fructífera relación cívico-militar que permitió al Régimen de las Fuerzas Armadas concluir el proceso hacia el restablecimiento de la democracia en Chile en forma que ha sido universalmente reconocida. Porque -digámoslo siempre- el Régimen militar ha entregado una democracia con instituciones sólidas y con una economía sana, basada en los principios modernos del mercado, lo que permite al país ser una avanzada de progreso y de democracia en nuestra empobrecida América Latina.
Nunca Jaime aceptó un cargo público. Fue un pensador, un ideólogo que deseaba lo más conveniente para su país y creyó que su misión podía realizarse mejor desde un grupo de estudio que desde un Ministerio, y también a través de la acción política partidista, la que lo llevara a fundar la Unión Demócrata Independiente.
No llegó, desgraciadamente, a concretarse entonces la unión de todas las fuerzas de Centroderecha, como lo deseamos fervientemente millones de chilenos que somos independientes y que compartimos los ideales de los partidos que nos representan. Por ello, hago desde esta tribuna, y en esta dolorosa y solemne ocasión, tal como lo he hecho en tantas oportunidades, un nuevo llamado para producir el acercamiento -ojalá definitivo- que tantos reclamamos y anhelamos como medio de cohesionar nuestros comunes esfuerzos en la defensa de nuestros ideales y principios, que, bien sabemos, son los que más convienen al país entero.
Fue valiente. Muy valiente. Valiente para defender sus ideas en la universidad, en la televisión y en sus actuaciones durante el Gobierno militar.
¿Cómo fue posible que una figura frágil, y casi tímida, tuviera la fuerza y el coraje para emprender todas las tareas que se impuso y que, de una u otra forma, han influido en el cambio que ha experimentado Chile en el último tiempo?
La respuesta la encontramos en su fe religiosa, en la profunda fe que hizo que el ánimo y la fuerza penetraran en su alma y que, además, la transmitiera a quienes lo escucharan. Con la ayuda de Dios, nada puede ser superior a nuestras fuerzas, y, a la vez, nada se puede hacer sin Su ayuda. Esa parecía ser la enseñanza permanente de Jaime Guzmán .
Con su testimonio, parece difícil prescindir de la fe cristiana en una acción política que trate de que la persona adquiera la calidad de sagrada, para superar la calificación de masa en la que pretendió sumirla el marxismo en nuestro siglo.
Al respecto, hace trece años, en sesión de la Comisión de Estudio de la nueva Constitución, expresó: "Juzgo necesario condenar específicamente al marxismo y también a todas aquellas manifestaciones que, en la realidad contemporánea mundial, y más precisamente en la chilena, constituyen la preparación más nítida para su infiltración, las cuales, a mi juicio, no son otras que las doctrinas que atentan contra la familia y las que tienden a propagar el violentismo antijurídico o terrorista.".
Consecuente con estas ideas, promovió el requerimiento al Tribunal Constitucional para que se declarara al Partido Comunista inconstitucional y fuera de la ley en conformidad al artículo 8° de la Carta Fundamental, hoy derogado, pero cuyos principios fueron incorporados al N° 15° del artículo 19 mediante la reforma constitucional respectiva. Estas disposiciones, agregadas a la apología de la violencia de que hacen gala algunos conspicuos miembros de ese Partido, perfectamente justificarían un pronunciamiento similar del Tribunal Constitucional.
Fue valiente para advertir al país que el advenimiento de un régimen libremente elegido no traería el fin de la violencia subversiva y su máxima expresión, el terrorismo, como se afirmó durante la campaña electoral última.
Fue valiente su paso por la universidad como claro ejemplo de solidez intelectual, que conjugaba acertadamente con la difusión de su devoción católica practicante, transmitiendo a las nuevas generaciones una formación humanista fortalecida tanto en lo intelectual como en lo espiritual.
Fue también valiente y muy patriota al lanzarse al ruedo político y presentarse como candidato a Senador por el sector más conflictivo y difícil de la Región Metropolitana. ¡Qué contienda fue aquélla, en la que Jaime, apoyado entusiasta y eficazmente por su compañero de lista, Miguel Otero , logró lo que nadie creía posible frente a tan fuertes contrincantes: un asiento en este Honorable Senado!
Y, por último, mostró coraje excepcional en su inclaudicable denuncia de la violencia y del terrorismo, señalando continua y majaderamente, al igual que muchos de nosotros, que ella iba en aumento; que las estadísticas en las que el Gobierno se basaba para minimizar el problema y no tomar medidas efectivas eran falacias; que la legislación propuesta para modificar códigos y leyes a fin de favorecer a los mal llamados "presos políticos" era inconveniente y debilitaba la acción en su contra. Así logró en el Senado que los excesos de benevolencia fuesen obviados. Y cuando se discutía la supresión total de la pena de muerte, pronunció una de las piezas oratorias más extraordinarias que la Corporación haya jamás escuchado, por la profundidad de su análisis, la nobleza de sus conceptos y la franqueza de su pensamiento, dominado, como siempre, por su absoluta fe en Dios y su decidido y completo respeto por la persona humana, a pesar de lo cual justificaba esa pena en casos extremos.
Dentro de esa posición se enmarca su decidida oposición a la reciente reforma constitucional en la parte que permitía el indulto a los condenados por actos terroristas con anterioridad al 11 de marzo de 1990. Esto último parece ser lo que selló la suerte de Jaime Guzmán.
La secuela de amenazas en su contra culminó con el aviso franco y abierto -mediante panfletos en que su imagen aparecía marcada por una cruz- de que su fin se aproximaba, de que estaba condenado a muerte. Nada hizo para ocultarse o protegerse; siguió con su rutina de siempre, incluso sus clases en la Universidad Católica. Y fue en el umbral de su querida Alma Máter , en la que dio sus primeros pasos políticos en las elecciones de la FEUC, donde la mano artera se alzó para atacar y ultimarlo.
Hechos como éste, irracionales, desquiciadores, no tienen parangón en los anales de la República, y generan un sentimiento de indignación y hasta deseos de venganza.
¿Y qué podemos hacer como Senado, tanto para honrar a Jaime Guzmán y su memoria cuanto para evitar que la situación violentista se torne peor y nos arrastre a todos en su vorágine?
Poco y mucho: poco en cuanto a medidas efectivas de control y castigo de los delincuentes terroristas, las que corresponde tomar a otros Poderes del Estado y a las autoridades de Gobierno, que por fin han comprendido la gravedad de la situación; y mucho en cuanto a nuestra cohesión en la defensa de los valores de la democracia y la civilización, y en la denuncia -ojalá majadera- de los terroristas y violentistas de todo orden, acompañada de una colaboración irrestricta a toda medida que el Gobierno plantee para combatir esta plaga; pero negándonos a proponer o a aceptar cualquier resolución o disposición legal que signifique debilitar nuestro sistema jurídico y administrativo destinado a la prevención y castigo del terrorismo.
Jaime Guzmán ha caído defendiendo sus principios de libertad y justicia y de rechazo al terrorismo, y ya es un mártir en la historia política de nuestra nación.
No dejemos pasar esta oportunidad única de unir nuestros esfuerzos comunes para combatir ese peligro que acecha y amenaza cada vez con mayor intensidad nuestra tranquilidad y convivencia pacífica.
Un sacrificio como el de Jaime no puede malgastarse. Así como la inmolación de Arturo Prat electrizó al país y le permitió continuar con la guerra hasta alcanzar la victoria, así también el martirio que ahora lamentamos debe alentarnos a continuar sin desmayos ni claudicaciones a ganar la gran batalla nacional contra el terrorismo y la violencia. Sólo así honraremos la memoria de Jaime Guzmán Errázuriz y seremos dignos del legado que nos deja para siempre.
He dicho, señor Presidente.