Labor Parlamentaria
Participaciones
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Antecedentes
- Senado
- Sesión Ordinaria N° 8
- Celebrada el 13 de junio de 1990
- Legislatura Ordinaria número 320
Índice
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El señor DÍAZ .-
Señor Presidente, quiero rendir un homenaje -que deseo hacer extensivo a los profesores religiosos y laicos de Chile- al Instituto O'Higgins, de la Comunidad Marista de Rancagua, que cumple 75 años de vida.
Cien años después de la batalla de Rancagua volvieron los españoles, con ánimo dispuesto a conquistar la plaza. No fueron esta vez las huestes realistas comandadas por un redivivo Mariano Osorio, sino un reducido número de religiosos maristas españoles, hijos espirituales del sacerdote francés Marcelino Champagnat, quienes, cumpliendo el precepto de "el que sabe, al que ignora enseñar", acometían la desafiante y nobilísima tarea de educar en la fe cristiana y en la libertad.
Venían de una Europa devastada por la primera guerra mundial, donde la juventud enterraba primero sus sueños y esperanzas, y más tarde, sus cuerpos en las fangosas trincheras cavadas por la brutalidad del hombre, condición que se ha repetido a lo largo de los siglos y que hoy -en distintos escenarios- cobra inusitada fuerza. Así lo vemos, entre otros, en la lejana y turbulenta Irlanda, donde católicos, invocando el nombre de Cristo, matan a los protestantes, y los protestantes, al día siguiente, invocando el mismo nombre, matan a los católicos. Todos sufren el imperdonable olvido de aquel mandamiento del Decálogo, que es su compendio: "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo". Y también olvidan el saludo ritual y fraterno "La paz sea con vosotros".
¿Qué sucedía en nuestra ciudad y en nuestra Región en ese tiempo? En junio de 1915, fecha del curso inicial de Instituto O'Higgins, se nos abrían risueñas expectativas. Mister William Braden, al frente de un equipo de técnicos norteamericanos y chilenos, transformaba rápidamente nuestra sociedad agrícola en sociedad minera. No fue el oro, sino el cobre. No fue esta vez California sino Rancagua la que cambió hábitos y fisonomía.
Los modestos campesinos dejaban gustosos palas y azadones para empuñar picota y dinamita y abrir el socavón de la riqueza cuprífera de El Teniente.
Hago especial referencia a este hecho, fundamental en el desarrollo económico de nuestra zona, porque de las aulas del Instituto O'Higgins han salido generaciones de calificados gerentes y técnicos que, trabajando en todas las áreas de la producción y los servicios, han cimentado el bien ganado prestigio de nuestra empresa minera El Teniente regional.
Pero un educador marista no se queda en el límite de la frontera de la instrucción, sino que va más allá y pasa a ser un formador de personas.
De ahí que sus niños y jóvenes escudriñan los secretos de la tierra, porque de su conocimiento nace el amor, y de éste, su defensa. No se ama lo que no se conoce. Por ejemplo, en la cincuentenaria Brigada de Exploradores del Instituto, seguidores del escultismo fundado por Baden-Powell han hecho de éste, no un mero excursionismo, sino una escuela de formación, en íntima comunión con la naturaleza.
Esta enseñanza ya nos motivó en el tema ecológico hace más de cuatro décadas, no en la palabra, sino en el ejemplo de un hombre que tenía la reciedumbre de los nacidos en la terrible estepa castellana -al decir de Machado- y el temple forjado en la fragua marista, y que murió como vivió, en una carpa, en plena montaña, un amanecer de primavera, rodeado de sus jóvenes exploradores: su nombre, Luis Ibáñez de la Rosa, Hermano Luis, en términos de la comunidad religiosa.
En la enseñanza tiene la cultura física un importante rango. Pero el deporte como competencia legítima y limpia; como escuela de lealtad y de valorar éticamente tanto el objetivo del triunfo cuanto los medios para lograrlo; sin trastroques de valores ni absurdas idolatrías.
Debemos recordar, con relación a este tema, que el mismo Club Deportivo O'Higgins de la primera división del fútbol, de la región, es hijo legítimo del antiguo Club Deportivo Instituto, del Colegio Marista.
Nos enseñaron y enseñan en libertad. Recuerdo un solo hecho. En los años en que la libertad era una palabra escrita en las murallas de la ciudad, únicamente dos colegios de la región se abrieron de día en foros pluralistas para escucharnos a quienes la escribíamos de noche: el Colegio El Salvador, de San Vicente, y el Instituto O'Higgins, de Rancagua. Doble y sugestiva coincidencia: los dos, de prestigiosos religiosos y dirigidos por extranjeros.
Hoy surgen críticas, Honorables Senadores -muchas de ellas fundadas-, por los subsidios que entrega el Estado a los colegios particulares. Creo, sinceramente, que debemos distinguir a los que les dan un uso adecuado de aquellos para quienes la educación es sólo un negocio y estos aportes constituyen parte significativa del mismo. Precisamente porque no es un negocio en este caso, sino una misión superior, espiritual y formadora, cientos de jóvenes modestos han sido beneficiados en estos 75 años de vida docente marista con becas, medias becas y otras ayudas; tanto estudiantes secundarios como universitarios han podido realizarse y capacitarse de acuerdo con sus vocaciones.
Aquí, tanto la Congregación como los ex alumnos y alumnos forman la llamada "familia marista". Y hacen de la solidaridad un fin, ocultando la mano dadivosa. Porque cuando la solidaridad es callada, es virtud.
La caridad ha traspasado los muros del Colegio y ha llegado, generosa, a las poblaciones más pobres de la ciudad. Esta conducta no sólo tiene el mérito de satisfacer las apremiantes necesidades, sino también él de dar a los estudiantes la visión del otro mundo: el marginal y desarrapado, el hambriento en lo espiritual y en lo material.
Al reducido grupo inicial de religiosos españoles se agregaron posteriormente de otros países: italianos, franceses, alemanes; y en el curso de los años se han incorporado numerosos profesores laicos -muchos de ellos ex alumnos-, quienes, en perfecta comunión con la doctrina de Champagnat y sus discípulos, han convertido al Instituto O'Higgins, de Rancagua, en ejemplo de la docencia en la Región.
El colegio y la ciudad han hecho vidas paralelas, prosperado y crecido. Calles y plazas llevan hoy el nombre de meritorios maestros -tanto religiosos como laicos- del Instituto.
En el recuerdo están también los corredores vetustos, los polvorientos patios, el oloroso huerto, la íntima capilla, la inoportuna campana llamando a clases. Borrosas visiones, escurridizas en su temporal lejanía. Las que son claras y nítidas, actuales y permanentes, son las enseñanzas y valores allí aprendidos.
El colegio tiene sus límites con nombres de historia y de héroes: calle del Estado - ayer, camino del Rey-, Millán, Campos e Ibieta.
Estoy cierto, señor Presidente y Honorables Senadores, de que en este homenaje a la Comunidad Marista, y a sus profesores y alumnos, me acompañan desde la eternidad quienes un día también fueron sus alumnos e hicieron de sus vidas una ofrenda al servicio de Chile y de su gente: el Honorable Senador Baltazar Castro Palma, pluma fina y lacerante, según la ocasión y el motivo; el Honorable Senador José Isla Hevia , volcán en permanente erupción política, y el Honorable Senador Ricardo Valenzuela Sáez , apasionado apóstol de los campesinos y de los pobres.
Junto a ellos alza su voz un ex alumno agradecido, en sentido homenaje de admiración y afecto.
He dicho, señor Presidente.