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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DE MÁRTIRES DE LA ESCUELA SANTA MARÍA DE IQUIQUE.

Autores

El señor ALINCO (de pie).-

Señor Presidente , en diciembre de 1907, la llegada de miles de huelguistas a la ciudad de Iquique provenientes de las salitreras, puso en alerta al gobierno del Presidente Montt y a los empresarios salitreros. La tensa situación tuvo un vuelco total, que precipitó los hechos a una definición: la declaración de estado de sitio por el intendente la noche del 20 de diciembre de 1907. Al día siguiente, el decreto fue leído públicamente y fijado en los edificios públicos, mientras la prensa lo difundía profusamente.

La noticia del estado de sitio causó gran impresión en los huelguistas. Los empresarios salitreros mostraron satisfacción porque, si la llegada de buques y tropas de refuerzo los fortaleció en las negociaciones con los huelguistas, ahora, la ley marcial significaba el principio del fin del movimiento de los pampinos. Se presagiaban acontecimientos dramáticos.

El ministro Sotomayor había mandado un cablegrama con carácter de estrictamente reservado, en el cual expresaba: “Sería muy conveniente aprehender cabecillas trasladándolos a los buques de guerra.”

La autoridad máxima de Tarapacá resolvió actuar para reprimir la huelga, incluso utilizando las armas.

El Presidente Pedro Montt había telegrafiado su autorización plena para adoptar todas las medidas que requiriera la cesación inmediata de la huelga. Sotomayor , por su parte, envió el siguiente cablegrama: “Para alejar a esa gente de pampa, convendría hacerles regresar a la respectiva Oficina, custodiada cada peonada por piquetes de tropas cuyo jefe debe llevar orden terminante de hacer fuego contra los que pretendan regresar”.

Luego de recibir el referido decreto, el general de brigada Roberto Silva Renard tomó rápidamente medidas para darle inmediato cumplimiento. Movilizó tropas bajo su mando desde la plaza Prat hasta la plaza Manuel Montt y calles adyacentes. Calculó que en el interior de la escuela habría 5 mil personas y afuera, 2 mil, y expresó lo siguiente: “Aglomerados así oían los discursos y arengas de sus oradores que se sucedían sin cesar en medio de los toques de cornetas, vivas y gritos de la multitud”. Como los pampinos se negaron a acatar la orden, comunicada por el coronel Almarza , de evacuar el local escolar y la plaza para dirigirse al hipódromo, el general hizo avanzar dos ametralladoras bajadas del crucero Esmeralda y las hizo colocar frente de la escuela, listas para disparar sobre la azotea.

En su parte oficial, manifestó lo siguiente: “Un piquete del Regimiento O'Higgins se ubicó a la izquierda de las ametralladoras para hacer fuego por encima de la muchedumbre aglomerada al lado afuera”.

La tragedia se desató cuando el general de brigada Roberto Silva Renard , tomando en cuenta que no era posible esperar más tiempo sin comprometer el respeto y prestigio de las autoridades y fuerza pública, hizo abrir fuego a las 3 45 horas de la tarde.

Así comenzó a escribirse la matanza en la escuela Domingo Santa María de Iquique, el 21 de diciembre de 1907, en la que cientos o incluso miles de obreros que trabajaban en las oficinas salitreras de la pampa, en el norte del país, fueron acribillados a balazos.

Esa huelga, de 1907, alcanzó en las salitreras de Tarapacá y Antofagasta a unos 40 mil operarios, de los cuales aproximadamente 13 mil eran bolivianos y peruanos.

En esos años se produjo una depreciación monetaria que produjo un enorme malestar en Iquique y en las oficinas salitreras, lo que derivó en una huelga de los trabajadores, que reclamaban mejores condiciones. Más y más obreros se sumaron a ese movimiento, paralizando sus actividades para dirigirse a la ciudad de Iquique.

La matanza de la Escuela Santa María fue un hecho que, en su tiempo, mucha gente no quiso reconocer. Ella sucedió a comienzos del siglo XX, durante el gobierno del Presidente Pedro Montt. El sueldo de los trabajadores, en vez de pagarse en dinero, se les entregaba en fichas que sólo eran canjeables en pulperías que también pertenecían a los dueños de las oficinas salitreras.

Eso generó un monopolio, porque esas fichas no tenían valor fuera de las pulperías autorizadas, lo que hacía que ellos no tuvieran la posibilidad de comprar en lugares donde la mercancía fuera más barata. Ese tipo de situaciones llevó a los trabajadores a organizarse para pedir lo que querían: dignidad.

Al no ser escuchados ni tomados en cuenta, los obreros decidieron dirigirse a la ciudad de Iquique para pedir apoyo al gobierno. El movimiento de obreros llegó a Iquique el 15 de diciembre de 1907. Ellos se alojaron en la escuela fiscal Domingo Santa María, en la que se les proporcionó comida y alojamiento.

Pero en Santiago, el Presidente Pedro Montt y su gobierno no vieron con buenos ojos el levantamiento obrero y decidieron ocupar la fuerza para terminar esa huelga.

El 20 de diciembre, las Fuerzas Armadas, comandadas por el general Roberto Silva Renard , dispararon a un grupo de obreros que se dirigían hacia el puerto. Ese día, ya se podía ver que ninguno de los trabajadores en huelga cedería a la presión armada.

El 21 de diciembre de 1907 se produjo el momento final de ese conflicto, debido a que las armas se impusieron al diálogo. A las 15.45 horas, con un disparo, el general Roberto Silva Renard dio la orden de ataque. Miles de obreros fueron acribillados a balazos. Se calcula que eran 10 mil pampinos y que 2 mil fueron asesinados con metralletas. Otros estiman en 2 mil 600 las personas asesinadas por disparos a 15 metros de distancia.

Los cuerpos de mujeres, niños y obreros fueron arrojados a fosas comunes y olvidados por el gobierno de la época, pero no por sus compañeros, que comenzaron a recordar y conmemorar esa lucha año tras año.

Los pampinos que lograron sobrevivir a la masacre, abatidos y defraudados, en casi su totalidad regresaron en trenes a las oficinas salitreras. Mientras, un gran número de sus compañeros quedaron para siempre bajo tierra iquiqueña. Había terminado su terrible odisea en la capital del salitre.

El 24 de diciembre, como si nada hubiera pasado, el comercio mayorista abrió sus puertas. Volvió la actividad en casi todas las fábricas locales y se regularizó el servicio de trenes al interior.

Para consolidar la normalidad en Iquique y la pampa, el crucero Esmeralda se dirigió a Coquimbo para traer al contingente del regimiento Arica. En el transporte Maipo, arribó una fuerza del regimiento Carabineros destinada a cubrir guarnición en las salitreras.

En enero de 1908, los empresarios salitreros se comprometieron al sostenimiento de los carabineros encargados del mantenimiento del orden en la pampa.

El 25 de diciembre salió de Montevideo el crucero “Sappho” rumbo a Iquique, donde recaló el 7 de enero de 1908. La llegada de ese buque de su majestad produjo gran satisfacción en la colonia británica. Las autoridades recibieron cordialmente a los marinos extranjeros.

Después del cruento acontecimiento, muchos obreros bajaron a Iquique con sus familias para dirigirse al sur. Comenzó, también, la emigración de trabajadores peruanos, bolivianos y argentinos.

El diario peruano “El Tarapacá”, en su edición del 26 de diciembre de 1907, condenó la forma y desarrollo revolucionario y sedicioso impreso por sus cabecillas a la huelga de los trabajadores de la pampa.

En el mismo diario, pero de fecha 28 de diciembre, Horacio Mujica , conocido abogado de esa época, en un artículo titulado “Enseñanzas de la Huelga”, expresó lo siguiente: “Saquemos de ello enseñanzas de la huelga, curemos el mal en su fuente, en su raíz, en sus causas verdaderas, evitemos que el mal se produzca y no tendremos necesidad de imponer por la fuerza soluciones que sólo el derecho y la justicia y sobre toda la convicción de ésta debe producir”.

En la memoria de 1907, el delegado fiscal de salitreras, en mayo de 1908, señaló la necesidad de dictar una legislación que contemplara las relaciones de patrones y obreros, velara por el bienestar material y moral del trabajador y sus familias en la pampa, y se asegurara eficazmente el exacto cumplimiento de todas las disposiciones que se dictaran.

El fallecido historiador Leopoldo Castedo calificó ese deplorable suceso como un baño de sangre. Asimismo, Gonzalo Vial escribió que los hechos de Iquique no tuvieron justificación: ”Los huelguistas no cometieron ningún desorden importante, ni amenazaron a la población, los patrones o la autoridad; ni pretendieron sustituir a ésta. Se hallaban, además, desarmados”.

En fin, lo pedido por los huelguistas no era irrazonable, ni se mostraron inflexibles en su discusión. El pampino era solidario y la unidad que le faltaba la logró en el crítico año de 1907. Tras largos años de ser refrenados sus impulsos de reivindicación social, al fin estalló la gran huelga en la provincia de Tarapacá, que representó una clara demostración de fuerza de los trabajadores pampinos para el agobiado gobierno de Pedro Montt y los prepotentes salitreros, lo que puso de manifiesto en forma descarnada la existencia de la cuestión social en Chile.

El movimiento se desarrolló en pleno auge de la industria del oro blanco, durante la República Parlamentaria, que nació luego de la derrota del régimen de Balmaceda en 1891.

La acción militar del 21 de diciembre de 1907 significó un golpe doloroso y paralizante para el movimiento obrero del salitre de Tarapacá y una advertencia para el de la provincia de Antofagasta, donde no estalló el movimiento huelguístico. De esa cruenta forma, el desarrollo de la industria salitrera continuó sin perturbación alguna y por muchos años más permitió la acumulación de cuantiosas fortunas a los empresarios extranjeros.

Hoy, después de cien años de la matanza obrera, es digno de mención un hecho: la exhumación de más de mil cuerpos que pertenecerían a mineros de las salitreras asesinados en la matanza de la Escuela Santa María de Iquique. Los trabajos comenzaron en un osario construido en los años 60. Allí reposarían unos mil obreros, mujeres y niños cuyos cuerpos habrían sido trasladados desde la fosa original que estaba en el cementerio 2, el cual está cubierto por una población.

Esta matanza es uno de los hechos más terribles y oscuros de la historia chilena; es otra muestra de la desigualdad y la injusticia social que ha sufrido el país a lo largo de la historia. Demuestra la ineficacia de los gobiernos burgueses que prefieren actuar con la fuerza de las armas, de manera rápida y fácil, y no por el camino correcto: dialogar y buscar una solución pacífica. Se trataba de dar un ejemplo a los “rotos insolentes”

La tragedia, el pánico, el terror se apoderaron de las mentes de los miles de mujeres, jóvenes, niños y obreros cuando comenzaron los disparos de la metralla sobre sus cuerpos inocentes que sólo pedían un salario más justo y más digno, un salario real y no con fichas ilegales.

Una vez más, se impusieron los mezquinos intereses de una oligarquía del capital privado, avalado por las fuerzas represivas, cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia, incluso, actualmente, en una sociedad organizada como la nuestra. Sucedió la historia de siempre: los miembros de los cuerpos legislativos, financiados en gran parte o influidos de otras maneras por los empresarios, terminan siendo separados de su electorado que reclama legítimas y mínimas demandas que podrían favorecer a miles de familias trabajadoras. A ello se sumó el control de los medios de comunicación por parte los empresarios salitreros, incluso peruanos, que minimizaban descaradamente el número de víctimas no más de cincuenta o sesenta muertos en la Escuela Santa María, muchos de ellos calificados como: “ladrones, revoltosos, violadores y asesinos”.

Este control masivo de los medios, a manos de privados, hace imposible que el ciudadano común pueda obtener conclusiones objetivas y hacer uso inteligente de sus derechos políticos. Como dice la letra de la canción: “un niño juega a buscar tesoros, si juega a buscar tesoros en el patio de la Escuela Santa María: ¿Qué encontraría? Y que tan proféticamente culmina, cuando señala: “Quizás mañana o pasado, o bien en un tiempo más, la historia que han escuchado de nuevo se repetirá.”

Son innumerables las matanzas obreras y campesinas que se han sucedido cuando el trabajador reclama lo que es justo, lo que le pertenece después de deslomarse y envejecer trabajando para el patrón y la respuesta siempre es la misma: Si no te gusta, ¡ahí está la calle o si no, llamaremos a la fuerza pública.

Cabe recordar, en este mismo contexto, las matanzas de Punta Arenas y de Puerto Natales. Los cuerpos de las víctimas de esta última matanza yacen olvidados en el cementerio de Puerto Natales y no son objeto ni parte de la historia que se les cuenta a los turistas. Igual cosa sucede con la matanza en la Patagonia Argentina (Río Gallegos), documentada en sendos libros como “La Patagonia Trágica”, del escritor José María Borrero , testigo y actor en los hechos relatados, de 1921, y “Patagonia Rebelde”, de Osvaldo Bayer, historiador que inició su investigación en 1978, y que da cuenta, de forma inequívoca, que en 1921, mil quinientos peones rurales fueron fusilados por el ejército argentino en la provincia de Santa Cruz (Río Gallegos), muchos de ellos chilenos, acribillados por militares argentinos, por el solo hecho de pedir 100 pesos argentinos, un paquete de velas al mes, que los botiquines vinieran con instrucciones en español, no en inglés, etcétera. Algunos de los restos mortuorios descansan, hoy, en el cementerio de Punta Arenas, en una fosa común escondida detrás de un muro, y, en otro nicho olvidado, el gran líder de esa revolución: Antonio Soto. Asimismo, una cruz, recuperada después de la erupción del volcán Hudson, en 1991, perteneciente al obrero Félix Fernández , tiene escrito lo siguiente: “A los caídos por la libertad”.

Una guerra similar es la llamada de “Chile Chico”-mi tierra-, donde los mismos terratenientes conspiradores de Punta Arenas - Mauricio Braun , hermano de la millonaria Sara Braun , esposa de José Nogueira , emparentados con los Menéndez Behety , y otros asesinos de indios, cuyas fortunas acumuladas mantienen como millonarios hasta ya su cuarta generación- intentaron apropiarse de las tierras de los chilechiquenses, argumentando que estaban abandonadas y que había que ocuparlas para hacer patria. Frente a la tenaz resistencia que pusieron sus pobladores, esos latifundistas no trepidaron en usar a los carabineros, y hasta los gendarmes argentinos, para tratar de expulsarlos, cosa que afortunadamente fracasó.

El mejor homenaje que hoy podemos rendirles a todos los trabajadores asesinados por luchar por sus derechos, es exigir justicia por los crímenes de lesa humanidad que se han cometido y siguen cometiéndose. No permitamos que el sometimiento de la nacionalidad y el concepto de “patria” sean distorsionados, manoseados como un verdadero mito por los latifundistas detentadores de tierras públicas, plutócratas que han amasado sus fabulosas fortunas con sangre de indios y cristianos, de obreros y empleados, con lágrimas de viudas y huérfanos que se unen desde norte al sur en Chile, y en toda nuestra América Latina. Aunque estos empresarios explotadores pertenezcan a distintas nacionalidades, son de la misma ralea, paridos por la bestia negra. Aunque circunstancialmente puedan estar separados, no trepidan en unirse como “lobos de una misma camada” para reprimir a la clase trabajadora cuando se organiza en pos de ciertas demandas de carácter económico, como son las mejoras salariales.

El proceso capitalista ha generado desempleo estructural, bajos sueldos, inestabilidad laboral, pérdida de derechos laborales colectivos, discriminación en la atención en salud, mala calidad de la educación pública, del transporte y de la vivienda subsidiada, provocando una segregación de la clase trabajadora, creando las condiciones objetivas para un estallido social. Debemos abogar por una integración latinoamericana real y verdadera, de pueblo a pueblo, reconociendo nuestras diversas raíces culturales, abocándonos a promover la solidaridad y fraternidad por sobre el enfrentamiento, la cooperación por sobre la competitividad.

Estamos por la solución pacífica de nuestras diferencias puntuales y no por el aniquilamiento de nuestros vecinos, por la no intromisión en asuntos internos de otros países, por la libre autodeterminación de los pueblos, por el fin del intervencionismo del gobierno norteamericano de Bush y la CÍA, porque es el corazón de la bestia negra, por el fin del sistema neoliberal que hace más rico a los ricos y más pobres a los pobres, que somete a miles de trabajadores a un sobreesfuerzo productivo que los obliga a desatender a sus seres queridos, bajo la premisa de un raciocinio consumista y, de paso, mutilan y convierten la educación en una suerte de lógica mecanicista que divide a los triunfadores de los perdedores, ambos presos de un mismo sistema que niega el carácter social, cultural e integral del individuo en búsqueda de la felicidad colectiva, familiar. Se crea un sistema educativo y laboral que nos mantiene encapsulados en una burbuja deshumanizante, donde unos pocos lucran y se transforman en gendarmes de un sistema maquillado llamado economía social de mercado, y otros son y serán, hereditariamente, verdaderos zombies sin capacidad de evolucionar, pensar, reflexionar o cuestionar el orden establecido.

“Se mata a los hombres, pero las ideas no mueren; desaparece el acusador, pero la acusación subsiste y la verdad brilla y resplandece, y tarde o temprano la justicia se hace.” José María Borrero.

He dicho.

-Aplausos.

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