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  • Senado
  • Sesión Ordinaria N° 16
  • Celebrada el
  • Legislatura Ordinaria número 356
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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DE EMPRESARIO ARTÍSTICO JOSÉ ARAVENA ROJAS

Autores

El señor ÁVILA.-

Señor Presidente:

Por más de cuatro décadas José Aravena fue el más entusiasta y tenaz emprendedor de la bohemia santiaguina. La "revolución en libertad", la "vía chilena al socialismo", la "democracia protegida" de Pinochet y la "tutelada" actual encontraron en sus locales el espacio donde se liberaban las energías cautivas.

Desde muy niño, optó por vivir su existencia yendo directo tras un propósito, sin rumbos elípticos. Frontal y rebelde, a los doce años se sentía listo para casarse con una niñita de su pueblo. El precoz intento, obviamente, no prosperó.

Cuando don José Aravena Rojas partió el año pasado, se cumplían 66 años desde que había llegado de su natal Cauquenes a Santiago. Con dos amigos, solo tres lustros y veinte pavos probó fortuna en la Capital. Pagó el noviciado, siendo objeto de una bien urdida estafa. Se replegó muy contrariado. Pero, como en su diccionario no figuraba la palabra "fracaso", reanudó el intento tres años después.

En el Santiago de los años cuarenta, pese a su baja estatura, acometió el desafío de ejercer como cargador en La Vega. Luego vendió quesos.

La primera vez que hizo de mesero fue en el restaurante de unos alemanes, en calle Loreto con Bellavista . Ahí, como ayudante de garzón, empezó a esbozar el futuro en el horizonte de sus sueños.

Los primeros ahorros fueron invertidos en una picada del barrio Franklin. En esa aventura inicial, creó un local donde la comida se regalaba. Solo el vino se vendía. Captó que era el tinto el que dejaba dinero. Le agregaba una razonable porción de agua, no solo para hacerlo cundir. La idea era que los parroquianos no se fueran con tanta pérdida del equilibrio y complacieran muy fácilmente a Isaac Newton .

El segundo local surgió en la calle Diez de Julio esquina San Francisco . Se llamó "La Milonga", y su filosofía era atender las 24 horas. Gracias a una innovadora manera de vender cerveza, desfilaban los cajones del producto hacia las mesas. Eran los tiempos en que se bebía por metro cuadrado.

Pese a sus escasos estudios formales, José Aravena derrochó inteligencia y astucia. Visionario, con certero ojo comercial, intuía el momento exacto para desprenderse de un negocio. La Milonga dio paso al recordado Zeppelin. No obstante la leyenda, esta no fue una buena experiencia. Rápidamente la dio por superada.

En todo caso, la pequeña boite, donde se podía bailar y disfrutar con un show, quedó inscrita en la mitología urbana.

El ojo comercial del "Chico Aravena" fue siempre bien ponderado por empresarios inmigrantes, que valoraban su coraje y creatividad.

Después de un viaje a París en los años cincuenta, volvió convencido de que debía imitar la práctica de instalar en la mesa de cada cliente una botella de champán. Claro que acá aplicó la casuística e hizo la traducción idiosincrática correspondiente: puso una botella de pisco y dos pares de vasos con bebida. Así, en ese local, llamado "La Sirena", nació la afamada "linterna con cuatro pilas".

Nunca empleó comercialmente la píldora del día después. Fue gestando sin pausa nuevos hijos ilustres en calle San Diego . De esta manera, nacieron la fuente de soda "El Mundo", "La Pérgola", "El Lucifer" y "El Sol", todos cercanos al Teatro Caupolicán.

La Sirena fue el epicentro de la bohemia de Santiago. José Aravena se alzó como pionero de la música en vivo, con grandes orquestas tropicales y de tango. Los comediantes se tomaron los intermedios. Los artistas nacionales de la Nueva Ola dieron ahí sus primeros pasos. Los humoristas del recordado Picaresque hacían su "doblete" en La Sirena.

En forma paralela, don Pepe también fue un adelantado en el negocio de los supermercados. Fundó la recordada "Despensa del Pueblo", que tuvo varias sucursales. Claro que todas con intenso sabor popular, sin el frío e implacable rigor mercantilista del actual retail.

"No hay que meterse con los bancos", sostenía. En eso estaba muy de acuerdo con Bertolt Brecht , quien decía: "Robar un banco es delito, pero más delito es crearlo". A pesar de ello, respetó mucho a Jorge Yarur.

--(Aplausos en tribunas).

Fue aquel el único que le abrió una cuenta corriente, en el BCI.

Camilo Sesto , Salvatore Adamo , Sandro , Yaco Monti , Albano y Romina , Celia Cruz , Paco de Lucía, Libertad Lamarque , Los Chalchaleros, Raffaella Carrà , Rubén Blades , etcétera, fueron solo algunos de los que visitaron Chile gracias a este productor artístico vernáculo.

Para José Aravena , la estrella más fulgurante fue Raphael. Lo trajo por primera vez a Chile en el cenit de su popularidad. Hizo con él cinco funciones a tablero vuelto.

José Aravena no solo le dio "alegría, diversión y felicidad al pueblo", como le gustaba recalcar. En el Chile republicano, trabajadores de La Vega, oficinistas y gerentes solían iniciar sus propios "ejercicios de enlace" en La Sirena, para después cicatrizar las heridas en los Baños Miraflores, también fundados por él.

El cruento golpe de Estado no solo cerró el Congreso, interrumpiendo la vida democrática. También mandó para la casa el merequetengue y el merecumbé. Aravena, sagaz, intuyó que eso duraría buen tiempo. Cerró La Sirena a fines de 1978, asfixiada por el toque de queda. Entonces, "la movida" despertó con el alba. Sus night clubs se transformaron en "Cafés Espectáculos" y la "linterna con cuatro pilas", tan republicana, pasó a la resistencia, camuflada de "cortados" y bebidas en vasos de plástico.

En esos años grises creó un restaurante llamado "Le Telefon", donde ofrecía a sus clientes los aparatos en las mesas. Estaba lejos la irrupción masiva del celular.

Entre 1978 y 1981, José Aravena dio impulso a otro de sus sueños más preciados: construir un teatro con casino, tal como existía en Las Vegas. Así nació precisamente el Teatro Casino Las Vegas, hoy denominado Teatro Teletón. En paralelo, inauguró la disco Hollywood, en 1979. Lo hizo en plena onda de esa música novedosa que solo difundían dos radios FM.

Fue el principal representante en nuestro país de grandes artistas internacionales. Montó espectáculos estilo Broadway , como "El Diluvio que Viene", "Amor sin Barreras", "El Violinista en el Tejado", "El Hombre de la Mancha", etcétera.

En la crisis económica del 82, la mano benefactora del Estado agotó su generosidad en la banca. Por eso, sufrió el remate del Teatro Casino Las Vegas.

Fue un duro golpe.

Sin embargo, supo resurgir, y el regreso de la democracia encontró a un José Aravena Rojas "enchulado", con más de 10 night clubs heredados del legendario Mon Bijou .

Cuando la Concertación empezó a dar cuenta del Síndrome de Estocolmo, esto es, enamorarse de los plagiadores, José Aravena dio otro golpe: creó el Passapoga.

El 10 por ciento de la población que se apropia del 47 por ciento del producto interno bruto necesitaba divertirse "a todo cachete". Había que ayudarle a descomprimir el bolsillo a esa elite rebosante. Por su lado, los inversionistas podían hacer menos restrictivo el concepto de "riquezas naturales".

Ante la quiebra del club Colo Colo , salió al rescate del Teatro Caupolicán. En realidad, de "monumental" solo le quedaba el nombre, porque se caía a pedazos. Ahora, completamente remozado, volvió a ser el local emblemático de antaño.

Ya en la reinauguración de ese coliseo asomó su fatídica enfermedad. Pero esta no pudo evitar que recuperara el "gran teatro de Santiago ".

Cuando junto al gremio y quien habla combatíamos las absurdas restricciones horarias en la Ley de Alcoholes, hizo énfasis en la responsabilidad individual. La veía un complemento insustituible de la plena libertad. "En mi casa hay trago a destajo," -decía- "pero ningún hijo mío es alcohólico".

Su éxito, espíritu visionario e indomable tenacidad suscitaron envidias. Pese a sus triunfos, mantuvo siempre un bajo perfil.

Fue buen patrón y mejor amigo, muy sobreprotector de sus trabajadores y familia. En suma, un hombre de grandes atributos humanos; sereno y reflexivo; valoraba la lealtad porque la practicaba.

Hoy, en el Senado de la República ingresa a los anales de nuestra historia republicana José Aravena Rojas , un ciudadano sencillo, de extracción modesta, que nunca olvidó sus orígenes ni renegó de ellos. Respetó y quiso sinceramente a sus trabajadores. Idolatró a su familia y esta no le falló jamás. Era la única respuesta a quien cuando niño no supo de juegos, pero sí del sudor para ganarse el pan.

Dejó a sus descendientes, más que un patrimonio, un legado moral: "Siempre hay que ser el mejor," -les enseñó- "cualquiera sea la labor que se desempeñe". Aquello de que "el trabajo todo lo vence" lo hizo carne de su propia experiencia vital.

Y como esa actitud la imprimió en su genes, aquí está toda su familia dando testimonio de aquella máxima.

He dicho.

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