Labor Parlamentaria
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Antecedentes
- Senado
- Sesión Ordinaria N° 30
- Celebrada el 02 de septiembre de 2003
- Legislatura Ordinaria número 349
Índice
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El señor VIERA-GALLO.-
Señor Presidente, he decidido intervenir en la hora de Incidentes, porque se ha suscitado en la sociedad chilena un debate bastante fuerte -y a veces apasionado- acerca del período de la Unidad Popular.
Formé parte del Gobierno del Presidente Allende, trabajé como Subsecretario durante dos años y tanto y después mantuve una relación muy estrecha en ciertos aspectos de su gestión. Me parece de gran importancia dar mi opinión en esta polémica, la que, según entiendo, ha distorsionado en muchos sentidos el significado último de esa experiencia política.
Debo partir reconociendo lo difícil de mirar una época a 30 años de distancia. Por lo tanto, no se puede pretender enjuiciarla, ni a sus actores principales, con los ojos de hoy. Juzgar la década de los 70 con la mirada del siglo XXI es una tarea imposible. En especial, cuando ha habido un cambio tan abrupto como el ocurrido a fines del siglo pasado, que prácticamente representó una ruptura entre lo que fue el siglo XX de posguerra y lo que ha sido la poscaída del Muro de Berlín.
Es lo que nos dice -a mi juicio, en forma muy elocuente- el gran historiador Eric Hobsbawm en su "Historia del Siglo XX": "El siglo XX corto acabó con problemas para los cuales nadie tenía, ni pretendía tener, una solución. Cuando los ciudadanos de fin de siglo emprendieron su camino hacia el tercer milenio a través de la niebla que les rodeaba, lo único que sabían con certeza era que una era de la historia llegaba a su fin. No sabían mucho más.".
Pues bien, los años en que gobernó el Presidente Allende corresponden a un período que había llegado a su fin. Nosotros transitamos rodeados de niebla, sin saber que irremediablemente una era se había acabado. De alguna forma, lo que sostiene el historiador Hobsbawm respecto del siglo XX nosotros lo vivimos el año 1973. La destrucción de La Moneda fue la comprobación palmaria, trágica y fehaciente de que irremisiblemente había terminado una etapa de la historia chilena que nos tocó vivir.
Sin embargo, a pesar de esa distancia, es útil reflexionar sobre la historia. El gran filósofo Hegel ha dicho que la historia nunca ha enseñado nada a nadie y que al final las generaciones no aprenden de lo que ha pasado. No obstante, cuando hablamos del pasado, de alguna forma, aunque sea inconscientemente, lo hacemos para sacar alguna lección respecto del presente y del futuro. No hay un pasado que sea simplemente pasado. Deja alguna vibración y alguna consecuencia en el presente. Hablar del pasado, en cierto modo siempre es realizar alguna admonición ética o política o proyectar un ideal. Generalmente, cuando se juzga una época pretérita, se hace o para no volver a incurrir en los errores cometidos -los que con el transcurrir del tiempo se perciben con más claridad- o para volver a alcanzar ciertos ideales o valores que se consideran opacados u ofuscados. En el segundo caso, la valoración del pasado es positiva. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en el Renacimiento respecto de la República Romana -por eso se llama Renacimiento- o en la propia República Romana respecto de la Fundación de Roma, donde se veían las virtudes, los ideales pero no la decadencia.
Cuando hoy -2 de septiembre- nos referimos al período de la Unidad Popular y cuando estamos muy cerca del aniversario del triunfo del Presidente Allende , no me interesa hablar del final de su gestión, sino de su comienzo. Y normalmente la reflexión que se recalca apunta a evitar los errores que se cometieron; es decir, a destacar las lecciones negativas. Sin embargo, debo señalar que esas lecciones negativas han sido muy útiles para renovar el pensamiento político, como el del Partido Socialista. Daré lectura a un párrafo de una reciente declaración pública de su dirigencia actual que va en esa dirección y que me parece muy clara. Dice: "los socialistas hemos señalado, y lo reiteramos, que no hicimos lo suficiente por defender el régimen democrático. Nos propusimos llevar a cabo un programa de cambios que no contaba con las mayorías parlamentarias y sociales necesarias, mantuvimos intransigencia en la materia y no prestamos al Presidente Allende el apoyo que necesitaba de su Partido para conducir el gobierno por los derroteros que había definido.".
Me parece que está suficientemente claro y explícito -la declaración abunda en argumentos- que el Partido del Presidente Allende no le brindó el apoyo necesario para realizar no sólo su Gobierno, sino las distintas movidas que, dentro de un proceso político tan complejo, precisaba. El Presidente Allende no tuvo libertad de parte de la directiva de su propio Partido.
De todo esto el Partido Socialista ha sacado una lección que podríamos denominar "negativa", en el sentido de lo que no debe repetir.
En primer término, no proponer cambios que no tenga posibilidades de realizar. Para ello se requiere una amplitud de fuerzas parlamentarias y sociales que permitan llevar a cabo transformaciones duraderas y profundas.
En segundo lugar, nunca más debe abandonar a un Presidente elegido de entre sus propias filas.
No es este tipo de discusión lo que quiero remarcar esta tarde. No deseo discutir ahora la viabilidad del proyecto de la Unidad Popular, si era evitable o no su trágico fin o las posibles contradicciones entre el programa del Gobierno de Allende y la amplitud de la alianza que pretendía llevarlo a cabo; así como tampoco hablar en profundidad sobre la figura política de Salvador Allende, la cual, por cierto, trasciende con mucho los tres años de su Gobierno. Asimismo, no me centraré en su heroica muerte en La Moneda.
Lo que me interesa rescatar hoy, si es que lo tiene, es el sentido más profundo del proceso político que él encabezó.
Intentaré explorar si se puede extraer alguna lección positiva de esa experiencia política, si hay algo que recuperar, entendiendo que dicho proceso ocurrió en otra época histórica, muy distante -mucho más que los 30 años transcurridos-, y, si es factible, revalorizar lo original de ese proceso, si es que ello existió.
¿Es posible sacar alguna lección positiva?
En los últimos días hemos escuchado sólo críticas y denuestos a dicho Gobierno, incluso de parte de quienes fueron sus partidarios. Pareciera que de la experiencia de la Unidad Popular no quedara absolutamente nada, salvo el heroísmo de su Presidente . Personalmente, no creo que sea así.
Pienso que se puede sacar alguna lección positiva de ella. De lo contrario, no se explicaría el interés nacional y mundial por la experiencia de la Unidad Popular y por la figura del propio Allende.
Si el proceso de la UP hubiera sido enteramente negativo, la muerte del Presidente, por heroica que haya sido, no tendría sentido. De alguna manera ella lo tiene porque, transcurridos 30 años, existe algo que podemos valorar y rescatar positivamente.
Sorprende leer hoy el Programa de la Unidad Popular. Sorprende por su vaguedad, por la generalidad de sus propuestas y por lo poco concreto. Da la impresión de que es más un manifiesto ideológico que un programa de gobierno, salvo por las 40 medidas.
Sin embargo, a muy poco andar su Gobierno, el propio Presidente Allende se encargó de conceptualizar el proceso político que comenzaba a encabezar. Y lo definió como un segundo camino al socialismo, distinto, radicalmente distinto, del primer camino al socialismo iniciado con la Revolución Rusa o de Octubre. ¿Por qué distinto? Porque esta vez se haría con métodos democráticos y para abrir paso a un tipo de socialismo en pro de la libertad, no autoritario ni burocrático.
Ahí radica la originalidad del Gobierno de la Unidad Popular. Eso fue lo que capturó la imaginación y el interés de la gente en todo el orbe, porque se iniciaba una experiencia inédita. Es verdad que en esa época partidos de Izquierda de otras partes del mundo -como la socialdemocracia alemana, la socialdemocracia sueca o el Partido Laborista inglés- habían llegado al gobierno por la vía democrática. Sin embargo, no se habían propuesto realizar un programa de transformaciones tan audaz como el que quería encabezar el Presidente Allende .
Sin embargo, esa singularidad de su programa y de su proceso no fue cabalmente comprendida ni por el Partido Socialista, en su mayoría prisionero de un modelo revolucionario clásico -Gonzalo Vial lo llama "Guevarismo"- surgido en los Congresos de Linares, Chillán y en la influencia de la Revolución cubana; ni tampoco por el Partido Comunista que, como señaló ayer Luis Corvalán en una entrevista, si bien fue más cercano al gradualismo reformista de Allende , nunca advirtió las consecuencias definitivas del proceso que estaba apoyando.
Lo anterior queda claramente reflejado en dos declaraciones de importantes líderes políticos de la época. Una de Carlos Altamirano, quien recientemente ha manifestado a "El Mercurio" que el Programa de la Unidad Popular sólo se podía realizar mediante la vía armada, afirmación que por cierto no comparto y que, a mi juicio, no refleja el pensamiento del Presidente Allende . Y la segunda extraída de una entrevista a Luis Guastavino, quien sostiene que el Partido Comunista pretendía, en última instancia, alcanzar un régimen de Partido único, diario único, escuela única, o sea, lo que normalmente se denomina la "dictadura del proletariado", en el sentido peyorativo e histórico del término, concepto que tampoco representaba el ideario del Presidente Allende .
Partamos, entonces, por la complejidad de encabezar un proceso político cuando las dos principales fuerzas que lo sustentan no acaban de comprender en su totalidad e integridad la naturaleza propia del mismo. Es decir, en el seno de las coaliciones que apoyan al Gobierno del Presidente Allende no sólo nace la disputa estratégica de cómo conducir ese proceso, sino una más profunda de radical incomprensión acerca de lo que Allende llamó el "segundo camino al socialismo".
Ninguna de esas fuerzas políticas impulsó la reflexión que en su momento llevó a cabo la Social Democracia alemana durante la posguerra para llegar al Gobierno. No hubo en Chile un Congreso de Bad Godesberg, donde se terminó por aceptar la idea del capitalismo como un horizonte de acción histórica más o menos durable.
Tampoco tuvo cabida una discusión profunda, como la realizada por la Social Democracia alemana, que a comienzos de siglo debatía hasta dónde el capitalismo podía subsistir entre las distintas tesis, por una parte, de Kautsky -que era muy ortodoxo- y, por otra, de Bernstein, que comprendía las transformaciones del mismo.
Muy por el contrario. En ambas versiones, tanto socialista como comunista, había una fuerte carga utópica de cambiar el sistema imperante, lo que iba más allá de las ideas de la Izquierda tradicional.
La Democracia Cristiana -una fracción importante de ella representada en su candidato, don Radomiro Tomic - declaró que en Chile el capitalismo estaba agotado. Tal afirmación compartía cierto rasgo común con la Izquierda, pues la década de los sesenta fue un período de utopías, un lapso donde se pensó -desde los estudiantes en Francia, Berlín , Italia , Berkeley (en Estados Unidos) hasta las protestas pacifistas contra la Guerra de Vietnam, el Che Guevara , Martin Luther King y Camilo Torres - que un cambio era posible, que estaba al alcance de la mano. El problema parecía reducirse a cómo hacerlo, pero estaba ahí; era cosa de tomarlo.
La utopía era, en el fondo, bastante ciega. Impedía una reflexión más crítica acerca de la complejidad del momento que se vivía, tanto interno como externo. Tal vez eso explique por qué todo este debate ideológico y político se dio dentro del marxismo. Éste era el marco cultural y teórico dentro del cual se daba aquél. Y si alguien en la Izquierda pretendía debatir desde fuera del marxismo, quedaba descalificado de inmediato. Por eso, en el seno del propio Partido Radical, que también apoyó al Presidente Allende , el marxismo volvió a cobrar actualidad. También utilizaron semejante aparato conceptual fuerzas nuevas como el MAPU, e incluso, la Izquierda Cristiana, unos, como método de análisis y otros más allá de eso.
Cabe señalar que el propio Presidente Allende fundó su proceso político original en pensamientos y escritos de Marx y de Engels. En textos ya clásicos, Engels, especialmente después de la muerte de Marx, sostenía que en Inglaterra, Alemania y Francia podía lograrse el socialismo mediante el uso del voto democrático.
Ahora, podremos discutir si el socialismo que esos pensadores imaginaban que surgiría en dichos países como fruto de la maduración del capitalismo, como fruto de la organización de los trabajadores, con un partido abierto y con perspectivas profundas de cambio, era democrático o no, pero eso ya nos llevaría a otro tipo de disquisición. El hecho histórico es que el cambio, la gran revolución, no se produjo en esas naciones sino en la Rusia atrasada, no capitalista, feudal e imperial, y en la China, país en lucha contra la invasión japonesa, con campesinos, con fuerte tradición imperial. O sea, se trastocó la idea de cómo iban a ocurrir las cosas.
En ese escenario, el Presidente Allende dice: "Lo que estaba pensado para que ocurriera en Francia, en Italia, en Alemania o en Inglaterra es lo que ahora va a suceder en Chile". En otras palabras, vamos a lograr la construcción de un socialismo democrático gracias al voto, al ejercicio del Estado de Derecho , pero no en la Europa industrial sino en un país subdesarrollado como el nuestro. Eso fue lo que interesó, lo que cautivó -por así decir-, especialmente a la Izquierda europea.
Debo señalar con igual claridad que eso hizo que la Unión Soviética mirara este proceso con tremenda desconfianza. Si bien de alguna manera le era útil en la Guerra Fría con los Estados Unidos, la verdad es que veía en él el germen de la revisión de su propio régimen. Y en el caso de la China Popular, no hay que olvidar una carta que Chu En-lai mandó al Presidente Allende , donde lo acusa de idealista en el sentido de poco realista, poco práctico y utópico.
Todo esto lleva a pensar que en ese período había una intrínseca falta de correspondencia entre lo que la Izquierda proclamaba y lo que realmente hacía. Hoy día, Gonzalo Vial escribe un artículo polémico contra Carlos Altamirano , donde manifiesta: "Mire, ustedes decían todas estas cosas". Pero después, claro, eso no correspondía a la realidad. Había una verborrea revolucionaria clásica no acorde con los procesos políticos que impulsaba el Gobierno y que vivía Chile.
En los partidarios del Gobierno de Allende existía un malestar entre lo que se quería hacer y lo que se podía hacer. Lo que se quería era una revolución. Lo que se podía hacer eran transformaciones sociales importantes, que iban en la dirección de -como se decía- "echar las bases" de un socialismo distinto.
Por eso, siempre buscábamos -me incluyo- resignificar los acontecimientos y las políticas, para que quedara claro que eran "revolucionarios", lo cual tuvo enorme peso, porque esa conceptualización, esa ideologización y esa cierta demagogia en los discursos no sólo sembraron confusión en los partidarios del Gobierno; también dificultaron el encuentro de salidas realistas y posibles para una crisis política que se iba acentuando con el correr del tiempo. La Izquierda, como lo señala el propio Luis Corvalán , fue intransigente, fue sectaria y fue amenazante. La sociedad chilena se sintió amenazada.
Hoy estamos en un escenario completamente diferente. Han transcurrido treinta años y, como dije, después de la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del comunismo, todo ha cambiado.
El camino que el Presidente Allende diseñó en su minuto, actualmente no es viable, ni en su versión revolucionaria ni en su versión reformista. Simplemente, terminó. Las fuerzas socialistas han contribuido en Chile a abrir un nuevo camino, distinto del anterior, en un acuerdo, en este caso, principalmente con la Democracia Cristiana. Algunos han hablado de una "tercera vía". Si pudiéramos calificar a la Unidad Popular como el segundo camino al socialismo, habría que definir el proceso que vivimos hoy como una "tercera vía". No quiero entrar aquí en la polémica que suscita esta idea, en la conceptualización de Anthony Giddens, el nuevo laborismo, etcétera, pero no cabe duda de que estamos ante un camino distinto.
El problema es que aún subsisten sectores de la Izquierda que añoran el segundo camino, en una versión no revolucionaria, pero sí de socialdemocracia clásica, el mismo que en la época de Allende no asumieron cabalmente. Cuando tuvieron la oportunidad de asumirlo en plenitud, añoraron la vía revolucionaria. Luego, al acabarse el segundo camino y surgir un tercero, que es el de la Concertación, hay sectores que todavía añoran el "allendismo", cuando ya no está vigente. De ahí la importancia de hacer estas reflexiones.
Entonces, vuelvo al comienzo. ¿Qué lecciones positivas podemos sacar? A mi juicio, básicamente, dos.
En primer lugar, la idea de que para la Izquierda exista un camino para transformar el capitalismo profundizando la democracia, entendiendo ésta no como un método, sino como un principio irrenunciable, no deriva sólo de la dolorosa experiencia de las violaciones a los derechos humanos posteriores al 11 de septiembre de 1973, sino, también, de las convicciones del Presidente Allende . Por tanto, ésa es una lección que debiéramos mantener siempre.
Lo quisiera decir con mucha claridad: si un legado dejan la muerte del Presidente Allende y su discurso, es que él murió por la democracia. Eso es lo que tienen de permanente. Él murió para que hubiera más democracia, más libertad, más tolerancia para todos, incluso para sus adversarios, incluso para los que promovieron el Golpe Militar y ocasionaron su muerte.
Segunda lección positiva de esos años: evitar el ciego y estéril pragmatismo de la política de hoy, donde pareciera que no hay más horizonte que un activismo permanente detrás de la sociedad mediática y de éxitos fáciles, como si la política no tuviera un sentido más profundo; algo por lo cual vale la pena hasta entregar la vida.
Creo que de ese período se puede rescatar, en primer término, el valor de la razón crítica cuando ésta no se encuentra obnubilada por la borrachera ideológica y, en segundo lugar, la idea de que hay causas nobles por las que vale la pena vivir y esforzarse; es decir, buscar nuevos horizontes de justicia, libertad y solidaridad.
Ciertamente, no se trata de revivir programas fenecidos, sino de recuperar los valores que en esos tres años hubo en lo profundo de la sociedad chilena y en la conceptualización que el propio Presidente Allende hizo del proceso que encabezaba.
Indudablemente, la Unidad Popular no puede ser evaluada sólo por su derrota ni por las medidas que adoptó como Gobierno. Lo que queda es la búsqueda sincera de una sociedad más humana a través de métodos humanistas.
Permítaseme efectuar un paralelo con las antípodas políticas: la Primavera de Praga. ¿Quién va a juzgar a Dubceck y su experimento de un socialismo en libertad por las medidas que tomó o por el fracaso de tal experiencia? ¿Acaso ella queda desmejorada por el hecho de que entraron los tanques soviéticos y se impuso una dictadura peor que la de antes? ¿Es el fracaso en política lo único que se toma en cuenta al momento de juzgar, evaluar, considerar o reflexionar sobre una época?
Señor Presidente , estoy convencido de que, así como la Primavera de Praga fue la búsqueda de un socialismo de rostro humano dentro de la esfera de influencia soviética, la Unidad Popular fue la búsqueda de una sociedad mejor en el área de influencia norteamericana, cuando el mundo estaba dividido profundamente en dos. Y así como los tanques rusos entraron en Praga, la política de Nixon y de Kissinger también tuvo su efecto en Santiago.
Si la Primavera de Praga produjo después efectos positivos -por ejemplo, en la propia perestroika de Gorbachov y, finalmente, en la transformación de ese mundo sumido en la dictadura estalinista-, pienso que la Unidad Popular, pese a su fracaso en Chile, tuvo un efecto positivo en las reflexiones que produjo en la Izquierda mundial y particularmente en la europea, en el Partido Socialista francés -Mitterrand no habría hecho su Gobierno con la misma orientación y claridad si no hubiera meditado acerca de nuestro país- y en la evolución del Partido Comunista en Italia. El eurocomunismo es hijo de la experiencia chilena.
Quienes partimos al exilio y vivimos esa experiencia sabemos que Enrico Berlinguer escribió sus tres artículos de reflexión respecto de la Unidad Popular y lanzó la idea del compromiso histórico, fundado en la derrota de Allende.
Éstos son los ideales que trascienden y posibilitan que la experiencia chilena -los errores del Gobierno de Allende; los excesos de muchos de sus partidarios; las incomprensiones de los partidos respecto del proceso en que estaban embarcados- sea vista por nuevas generaciones como algo trascendente, por lo cual valió la pena luchar, vivir y, también, sufrir por lo que después ocurrió.
Señor Presidente , hacemos estas reflexiones con la conciencia de haber saldado una deuda que teníamos con Chile y su pueblo. Fuimos co-responsables del quiebre de la democracia y de la instauración de una dictadura y, por cierto, no podemos sino agradecer el hecho de que la historia permita que esa deuda haya sido saldada; que hoy día Chile viva en paz, en libertad, sin temores, respetando los derechos de todos; y que, con ese espíritu, tengamos oportunidad de reflexionar sobre aquello que ocurrió hace 30 años. Pero, sobre todo, quedarnos con lo sustantivo.
Obviamente, quien hace estas reflexiones participó de ese proceso; lo vivió; lo apoyó, con las esperanzas muy propias de la juventud. Y por tanto, ha quedado marcado por todos esos hechos, que serán por siempre inolvidables. Sin embargo, ello no quita que los socialistas tengamos una posición crítica sobre muchos de los aspectos de lo sucedido. Por eso señalé al comienzo que hay lecciones negativas: lo que no se debe repetir.
En la actualidad, frente a tantas cosas que se dicen y escriben, me interesa rescatar lo que sí hubo de positivo en tal experiencia. Y fue, repito, el diseño de un camino distinto de transformación social que pretendió -sin éxito- hacer posible la confluencia de libertad, derechos de las personas y justicia social.
Obviamente, ahora ese camino no es el mismo. Estamos en otra época y en distintas condiciones. Pero lo que sí se puede rescatar de dicho período es justamente esa idea. Y si por algo se recuerda al Presidente Allende en todos estos días, aquí y en el mundo, no es por su larga vida política; tampoco por su lucha social, que tantos han desarrollado, sino porque en su minuto intuyó esa originalidad y fue consecuente con tal posición.
Por ese motivo, tal vez pasará a la historia de Chile, como sucedió -en circunstancias muy diferentes- con el Presidente Balmaceda . En la actualidad nadie se pregunta qué hizo o no hizo Balmaceda. ¿Hasta dónde fue responsable de la guerra civil de 1891? Todos lo reconocen como un punto importante del liberalismo chileno.
Creo que por muchos años todos van a reconocer en Salvador Allende un punto importante del socialismo chileno, que hoy reflexiona sobre esos períodos con una fuerte conciencia autocrítica; pero, al mismo tiempo, de valorización acerca de lo que aconteció.