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HOMENAJE A 1.000 AÑOS DE CREACIÓN DEL ESTADO HÚNGARO

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ANÁLISIS DE DOCUMENTO DE MESA DE DIÁLOGO

El señor MARTÍNEZ.-

Señor Presidente, las Fuerzas Armadas, tanto en servicio activo como en retiro, de una u otra manera habían confiado en la gestión del Supremo Gobierno para dar paso a la concordia y unidad nacional. Pero a la luz de los últimos acontecimientos, especialmente del relativo al juicio político que la Ilustrísima Corte Suprema acaba de cerrar aprobando el desafuero del ex Presidente, ex Comandante en Jefe del Ejército y Senador vitalicio, don Augusto Pinochet Ugarte, me siento en la obligación de exponer algunas ideas al respecto. Tales ideas permanecieron silenciadas por muchos en la creencia de que se harían gestos mínimos de apoyo a la verdad, y de que se reconocería la buena voluntad demostrada por las Fuerzas Armadas y de Orden al firmar el documento que emitió la Mesa de Diálogo.

Como a mi juicio ese proceder no fue correspondido en la forma que se merece, ni por el Gobierno actual, ni en su época por las dos anteriores Administraciones de la Concertación, he decidido exponer un análisis de aquel documento, porque lo considero necesario para establecer algunos parámetros que, con los antecedentes que voy a señalar, son firmes en su historia, documentados y claros en su sentido.

Quiero expresar que, por lo menos el personal en retiro de las Fuerzas Armadas (no puedo hablar por el que se encuentra en servicio activo porque respeto su autonomía constitucional), siente un profundo malestar e inquietud, y el claro efecto de comprobar que en Chile no existe ya Estado de Derecho, después de haber ocurrido lo que ayer se expuso a la nación en torno del desafuero del Senador señor Augusto Pinochet Ugarte.

Tales hechos me han llevado a expresar algunas consideraciones sobre el documento de la Mesa de Diálogo en el sentido de que éste, que fue firmado con espíritu positivo, hoy queda evidentemente desvirtuado.

Dicho documento, que a altas horas de la madrugada del día martes 13 de junio de 2000 fue suscrito por los integrantes de la llamada Mesa de Diálogo, y que ha sido presentado como una verdadera "carta magna" para el acuerdo y la reconciliación entre los chilenos, adolece de omisiones, errores, asimetrías, incongruencias, reduccionismos, relativizaciones e intencionalidades más o menos encubiertas, que hacen imperativo el dilucidarlas, aunque en esta ocasión sean sólo algunas, y someramente, para evitar las gravísimas consecuencias que de otro modo podrían seguirse.

1.- Como primera observación, debe señalarse la vaguedad de su frase inicial. Al enunciar que "subsiste entre los chilenos un desencuentro que dificulta que el país avance unido hacia el futuro", es al menos frívolo no precisar en qué consiste el desencuentro, cuáles son sus causas, y en qué medida ellas dificultan el "avance unido hacia el futuro". En toda sociedad existen desencuentros; pero hay períodos decisivos de su historia en que estos desencuentros pueden alcanzar tal entidad, que lleven a la desintegración de la sociedad, como fue el originado por el proyecto político de la Unidad Popular.

No puede llegarse a acuerdos útiles si se escamotea o evade decir las cosas en su más profunda verdad, y señalando las causas de origen de un problema. Cuando se trata de materias tan delicadas, debe buscarse la mayor precisión y claridad para poder desvanecer dañinos errores e incomprensiones, y remover las causas de los males que se identifican. Éste es el mínimo respeto que un pueblo debe pedir a quienes actúan en su nombre, en términos de que no lo engañen bajo elipsis o equívocos.

2.- Agrega el documento que "Chile sufrió a partir de la década de los sesenta una espiral de violencia política, que los actores de entonces provocaron o no supieron evitar". Esta frase no sólo es vaga e imprecisa, sino además tendenciosa, pues deja la impresión de que todos participaron en un grado al menos parecido de la violencia, o del clima que la generó.

Esto es absolutamente falso. La violencia en Chile fue propugnada, organizada, justificada y ejercida por las distintas ramas de la ideología marxista. Tal consecuencia de esa ideología y de los movimientos marxistas en sentido violentista, es un elemento de la esencia de esa ideología, y, en concreto, venía siendo propugnada en Chile por los movimientos políticos adscritos a ella en forma creciente desde los años veinte.

Recuérdese, entre otros tantos episodios, la creación del Partido Comunista a menos de cinco años de la Revolución de octubre; la prohibición gubernativa de la acción de ese Partido en la segunda mitad de los mismos años veinte; el amotinamiento de la Escuadra con signo marxista revolucionario en 1931; el acceso al poder por vías no democráticas de la Izquierda, al Gobierno en 1932, declarando oficialmente a Chile como República Socialista; la creación y acceso al poder del Frente Popular, nombre y fórmula política adoptada por la Internacional Comunista en esos tiempos, y que ya había tenido su violento debut en España; la llegada al Gobierno, con don Gabriel González Videla , de cuatro ministros comunistas; y la conspiración revolucionaria y agitación subversiva marxista que obligó al mismo Presidente a separarlos de su Gobierno y ponerlos fuera de la ley, con aprobación del Congreso Nacional y aplicando la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, en 1948.

Y en el campo internacional no pueden olvidarse grandes hitos del asedio violento de la ideología marxista, como fueron los que constituyeron la consolidación de la Unión Soviética con decenas de millones de muertos; el consiguiente movimiento de expansión del dominio universal del comunismo impulsado por ella, que con violencia tuvo intentos y éxitos en Europa, no pudiendo dejar de mencionarse en este punto la sangrienta guerra civil española; la serie de golpes de Estado mediante los cuales la Unión Soviética se hizo del poder total en las regiones europeas ocupadas militarmente por ella (podemos mencionar el caso de Hungría), aprovechándose de los acuerdos de Teherán, Yalta y de Postdam; el bloqueo de Berlín; el comienzo por la Unión Soviética de una guerra revolucionaria con miras a obtener el control del mundo, lo que llevó al inicio de la Guerra Fría y a la creación de alianzas de protección, como la NATO, la ASEAN, el Pacto de Río de Janeiro; el triunfo comunista de Mao en China; la guerra de Corea; el triunfo de Castro en Cuba; la expansión sediciosa, terrorista y bélica cubana en América Latina y África (el Che Guevara en Bolivia, los Tupamaros en Uruguay, los Montoneros en Argentina, el MIR en Chile, etcétera); la constitución de la Conferencia Tricontinental, a la cual adhirieron don Salvador Allende Gossens y los partidos marxistas chilenos; la OLAS; el apoyo soviético a los procesos revolucionarios incoados en muchos países del mundo, en armas, entrenamiento político, espionaje, subversión terrorista y bélico; la caída de Indochina y la guerra de Vietnam, etcétera. Todo esto con derroche de sangre humana y destrucción de toda estructura democrática.

Este cuadro apenas esbozado adquirió especial virulencia y animosidad, y con el ordenamiento bipolar un indecible temor colectivo popular fue tomando cuenta de la realidad internacional, en la que las dos superpotencias encabezadas por Washington y Moscú tenían la capacidad de destrucción atómica. No pudiendo recurrir a ella por el contraataque, el conflicto impulsado por la Unión Soviética se trasladó a otras partes del mundo, con la pavorosa consecuencia de que nación que cayera bajo la órbita soviética era irrescatable. Un episodio anecdótico de la realidad psicológica que llegó a vivirse hasta las cercanías del acceso al Gobierno de la Unidad Popular, fue la dramática organización de fuerzas políticas a la que muchos fueron compelidos para evitar el triunfo de aquélla en 1964. Los comunistas la llamaron la "campaña del terror", pero la justificación era abrumadora. Una expresión muy significativa de esto fue la publicación, ya en las elecciones de 1964, de un libro titulado "Allende ganó", en el que se describían todas las secuelas que esto acarrearía, las que en verdad quedaron pálidas frente a la realidad que se vivió con el acceso del marxismo al poder en el año 1970.

La profundización e ilustración acabada de todos los puntos esbozados es indispensable para comprender y evaluar las motivaciones objetivas y la dimensión subjetiva de los hechos ocurridos con posterioridad al 11 de septiembre de 1973, y de la reacción popular y de la subsiguiente acción defensiva de las Fuerzas Armadas frente al ataque del marxismo. Estas dimensiones, objetivas y subjetivas, son esenciales para toda justa ponderación de la gesta del 11 de septiembre y del proceso posterior, que corresponden a la aplicación de los principios básicos de justicia respecto de todo acto humano.

Este ataque se concentró en Chile con particular intensidad, tanto por su importancia estratégica convencional, cuanto por su capacidad como base de acción para América del Sur y como modelo propagandístico del "socialismo con rostro humano", fundamental para la guerra psicológica, sobre todo en Europa, en la línea estratégica del "Eurocomunismo". Lo último se demuestra por el hecho de que la caída de la Unidad Popular llevó inmediatamente, y con mención expresa por parte de Berlinguer, ideólogo y secretario del Partido Comunista Italiano, a cambiar la estrategia eurocomunista por una nueva estrategia, la del "compromiso histórico", en cuya lógica se puede citar a la actual Concertación.

La violencia fue propugnada en la política chilena sólo desde la Izquierda, en cuanto instrumento de la revolución, en el sentido pleno de la ocurrida en Rusia en 1917. Fuera de la Izquierda marxista, no puede acusarse de propugnar la violencia ¿o la vía armada-, como método de acción política, a ningún otro grupo del Chile de entonces. Esto se explica pues en el marxismo la acción revolucionaria es consecuencia de la teoría revolucionaria, por lo que no se conoce otra doctrina en la que el uso de la violencia tenga la sistematización teórica y práctica que tiene el marxismo, lo que coherentemente se aplicó también en Chile.

De ahí que el anuncio de la construcción del llamado "socialismo por la vía pacífica y democrática" sólo constituía un eslogan de captación demagógica por parte del señor Allende , como bien lo recordó en 1972 su entonces Subsecretario de Justicia , don José Antonio Viera-Gallo , en el sentido de que dicha construcción sociopolítica sólo podía ser posible mediante la "Dictadura del Proletariado". Con esto no hacía sino sacar las consecuencias de lo dicho por el Presidente Allende en su mensaje del 21 de mayo de 1971, en cuanto a que lo que ocurrió en Rusia en 1917 ahora sucedía en Chile, y que ambas situaciones perseguían un mismo objetivo, amenazando que si no se aceptaba la vía "pacífica" ineluctablemente sobrevendría la violencia revolucionaria.

Pero si los actores políticos no marxistas eran extraños a la idea de tales métodos, mucho más lo fueron las Fuerzas Armadas, antes de ejercer unidas e institucionalmente el derecho natural de rebelión, el 11 de septiembre de 1973. Ahora, si se entiende por "violencia" el cumplimiento de las órdenes del Gobierno central para restablecer el orden ante acciones sediciosas de Izquierda, como ocurrió en el período del señor Frei Montalva , sería otra cosa; pero no cabe duda de que en tal caso cumplieron su deber de obediencia al Poder Ejecutivo.

En consecuencia, la frase comentada, "Chile sufrió a partir de la década de los sesenta una espiral de violencia política, que los actores de entonces provocaron o no supieron evitar", es gravemente inductiva a error y constituye una injusta e injuriosa imputación a los sectores políticos no marxistas, pero, sobre todo, a las Fuerzas Armadas, que no puede dejarse pasar, en especial cuando se considera que ellas fueron los determinantes avales del respeto constitucional del acceso al Poder del Presidente Allende , a quien estuvieron subordinadas hasta el colapso de su Régimen el 11 de septiembre de 1973.

En especial la expresión "que no supieron evitar" es particularmente injusta, pues frente a sectores amplios, agresivos y decididos a imponerse por la vía armada, llegó un punto en el que los demás, o se sometían a la violencia de ellos -lo que en este caso habría significado la destrucción de Chile-, o se defendían con todos los medios que fueren haciéndose necesarios. No puede acusarse de no haber sabido evitar la violencia a quienes la sufrían, los que para evitarla habrían debido convencer de lo maligno de su ideología a las fuerzas que dogmáticamente la propugnaban.

La Izquierda revolucionaria no sólo no quiso cambiar de ruta, sino que incrementó su organización bélica y articuló un sistema en el que las acciones terroristas servían a quienes aparecían tácticamente como más moderados. Así, un cotejo de las acciones del Partido Comunista y del MIR es altamente ilustrativo acerca de cómo, más allá de sus recíprocos reproches, las acciones del segundo apoyaban objetivamente los designios del primero.

¿Sería responsabilidad del Presidente señor Frei Montalva el no haber sabido evitar la violencia? Cabe hacerse la pregunta, pues su mandato cubre más de la mitad de los años sesenta. ¿Sería responsabilidad de don Edmundo Pérez Zujovic el no haber sabido evitar la violencia que llevaría a su asesinato? ¿O tal vez de don Bernardo Leighton ? ¿O de don Jorge Alessandri o de don Sótero del Río?

Se reafirma en este somero análisis que la acusación de propugnar o ejercer la violencia no puede hacerse legítimamente sino a la Izquierda revolucionaria marxista. Éste es un hecho histórico objetivo, y no sólo en Chile, sino que para la generalidad de los países donde la Izquierda marxista trató de llegar al poder o lo logró hacer.

Esta realidad estaba muy viva y presente en el Chile de entonces, según ya se señaló, generando las más graves aprensiones para el futuro, sobre todo dada la proximidad de las masacres de Cuba, Checoslovaquia y Hungría en los años 56, 60 y 68, tragedias ante las cuales el Occidente nada pudo hacer por el esquema bipolar atómico. La ideología marxista y su praxis mundial producían la más fuerte convicción de que una vez iniciado el proceso de construcción de una sociedad socialista no iba a ser posible revertirlo, y a esto se agrega que el marxismo exhibía la violación permanente, sistemática y masiva de todos los derechos humanos. Debe tomarse en cuenta además el radical daño moral y el agudo daño psicológico que las referidas graves aprensiones causaban en la gran mayoría del pueblo de Chile, fenómeno que naturalmente debe ocupar un lugar de primera consideración en la hoy denominada violación a los derechos humanos.

En consecuencia, la frase en análisis en este acápite 2, y la que sigue: "fue particularmente serio que algunos de ellos hayan propiciado la violencia como método de acción política", no pueden ser aplicadas seriamente sino que a la Izquierda marxista, y en forma más o menos próxima a toda la Izquierda, sus partidos políticos y movimientos "palos blancos" de distinta adjetivación.

3.- La señalada acción subversiva y revolucionaria que el documento recoge en la frase: "este grave conflicto social y político culminó con los hechos del 11 de septiembre de 1973, sobre los cuales los chilenos sostienen, legítimamente, distintas opiniones", requiere indispensables e insoslayables precisiones.

La acción subversiva marxista puso al país en la necesidad inaplazable de rectificar el curso de los hechos y restaurar la institucionalidad quebrantada. El pueblo lo pedía a gritos y en multitudinarias manifestaciones a lo largo del país. También lo hicieron los sindicatos ¿recuérdese la histórica marcha de los mineros de El Teniente-, los gremios, los colegios profesionales ¿entre ellos, el Colegio de Abogados-, la Corte Suprema y la Cámara de Diputados.

Frente al clamor nacional y al real e inminente peligro de caer en la situación sin retorno de la dictadura del proletariado, que como todos saben es la dictadura de la cúpula marxista sobre un pueblo aterrorizado y proletarizado, y que siguiendo tal ideología se ejerce implacable y violentamente en todos los ámbitos, incluidos los reductos más íntimos del alma humana, las Fuerzas Armadas y de Orden debieron reconocer el clamor del pueblo, la gravedad de la situación, y actuar en cumplimiento de su deber.

El terror marxista y la desintegración institucional y social que Chile estaba ya sufriendo en proporciones límites, y cuya trágica realidad ha sido abrumadoramente confirmada para todo el mundo por la documentación que ha surgido a partir de la caída de la Unión Soviética, hicieron colapsar la democracia chilena, el Estado de Derecho y su institucionalidad. El último recurso de Chile para evitar caer sin retorno en el totalitarismo comunista y en el sometimiento a potencias extranjeras fue la acción de quienes por naturaleza son defensores del ser nacional.

Los chilenos de hoy, desgraciadamente no siempre bien informados, podrán tener distintas opiniones subjetivas o ideológicas sobre la gesta del 11 de septiembre de 1973. Pero legítimamente nadie puede negar la verdad de la naturaleza de las causas señaladas, ni la malignidad intrínseca, teórica y práctica del marxismo, cuyos seguidores amenazaban tomar el poder total.

La acción militar fue ineludible por la malignidad del proyecto político de la Unidad Popular que aplicaba la intrínsecamente perversa doctrina marxista (Pío XI, Encíclica Divini Redemptoris ; Juan Pablo II , Encíclica Dominum et Vivificantem, Nº 56) y por la situación límite a que la creciente y sistemática violencia del marxismo llevó a Chile. Reitero, pues, que la revolución y su violencia inseparable, según la naturaleza misma del marxismo, fueron la causa del 11 de septiembre de 1973.

El documento al considerar opinables -en un mismo plano y sin referencia a la verdad- las distintas posiciones respecto de materias tan graves y acciones tan sustantivas y, más adelante, al centrar su condena sólo contra el Régimen militar, categoriza la realidad según la doctrina marxista, que en su ejercicio dialéctico considera válida únicamente su propia posición. La referencia a una condena, que hace más adelante, a la violencia política cometida por "algunos opositores al régimen militar" no aparece sino como una mera concesión táctica para afianzar el triunfo estratégico del planteamiento que se conforma a la doctrina marxista.

4.- Tal planteamiento explica porqué se usa un tono absoluto en el siguiente párrafo: "Sin embargo, hay otros hechos sobre los cuales no cabe otra actitud legítima que el rechazo y la condena, así como la firme decisión de no permitir que se repitan graves violaciones a los derechos humanos en que incurrieron agentes de organizaciones del Estado durante el Gobierno Militar. Nos referimos también a la violencia política cometida por algunos opositores al Régimen Militar.".

Contrasta la aquiescencia a las distintas opiniones respecto de la legitimidad del 11 de septiembre, con la severidad absoluta y unívoca con que sólo se acepta como legítimo el rechazo y la condena a las graves violaciones a los derechos humanos. En una interpretación correcta, esto último es claramente aceptable, pero en el contexto del manejo dialéctico de la semántica que la Izquierda ha hecho, concretamente en Chile, del tópico "derechos humanos" como instrumentos de su acción -pese a haberlos violado como nadie- es fácil tragarse, al aceptar sin más tal rigorismo, un contrabando y engrosar la comparsa de tontos útiles de la estrategia del marxismo que iza como bandera los derechos humanos.

Hay muchas situaciones que pueden afectar a las personas o comunidades y que están justificadas, por lo que no puede permitirse que con facilidad se las estigmatice con la consigna condenatoria de los derechos humanos que, vista las cosas desde esta perspectiva, terminan siendo una patente de impunidad para la subversión. En la guerra semántica marxista los derechos humanos son erguidos para protegerse de la legítima defensa y quedar impunes en su acción depredadora. Al no saber discernir este vital aspecto, el mundo de hoy está tan influenciado por esta campaña psicológica, que basta que la Izquierda marxista esgrima la causa de los derechos humanos para que se enerven indispensables y adecuadas acciones defensivas.

Con este criterio instrumentalizador, la Izquierda marxista ha logrado no sólo actuar en el devenir de muchas situaciones, sino que ha permeado una parte importantísima del esquema de convenciones internacionales, las que con diligencia las ha hecho aplicables a algunos países aun a costa de sobrepasar su soberanía. Esta observación adquiere especial relevancia si se tiene en cuenta que todas las estructuras multinacionales están influenciadas en su dirección por la Izquierda.

La palabra "algunos", que parece denotar un número irrelevante, comprende en realidad la totalidad de la Izquierda y sus mandantes extranjeros. Y ya hemos señalado cómo la referencia que la sigue tiene el carácter de una mera concesión táctica. Si somos equitativos debemos preguntamos por qué no se usa la misma palabra "algunos" para referirse a los agentes del Estado. Obviamente, para dar una impresión de carácter masivo y sistemático de la violación a los derechos humanos como política de Estado del Régimen militar, mientras se reducen y se induce a pensar que fueron episódicas, accidentales e inconexas las acciones de violencia contra ese mismo Gobierno.

Tampoco se distingue entre las que fueron acciones legítimas contra el terrorismo, la subversión y la traición, y los abusos que fueron cometidos o que pudieron cometerse. Con lo que se muestra una vez más la asunción de un esquema marxista para interpretar los acontecimientos, agravado por el hecho de que la verdadera sistematicidad es propia de la ideología marxista y no de la civilización cristiano occidental.

Lo propio del marxismo es considerar bueno lo que a través de la fricción dialéctica lleva al objetivo que él postula. Por ello, se absuelven en toda la medida posible para una presentación aceptable los actos de sus seguidores, mientras se demonizan en absoluto los de quienes se le oponen. La verdad en el marxismo no es la conformidad con la realidad de las cosas, sino el resultado de la dialéctica, lo que lo coloca, en cuanto a vanguardia dialéctica, en poseedor absoluto de la verdad, aunque haga en la praxis dialéctica algunas concesiones tácticas. La sana doctrina, en cambio, indica que varios pueden participar de la verdad en distintos grados, lo que hace que, aun teniendo conciencia de tener la razón, pueda considerarse que también otros posean parte de ella.

5.- Como resultado de todas estas manipulaciones aparece, entre otras cosas, reducida a la dimensión de un acto arbitrario y no motivado ¿o quizás con malos propósitos- la gesta del 11 de septiembre. La verdad es que ella fue el cumplimiento de una precisa obligación de Derecho Natural, lo que le otorga una auténtica legitimidad y la reviste de un carácter fundacional para toda la institucionalidad actual. El 11 de septiembre no es un acto más de la "espiral" de la violencia de que habla la declaración, con lo cual incorpora a ambos en la dialéctica de la visión marxista, sino que es precisamente una acción de carácter totalmente diferente.

Llama la atención que la declaración no distinga entre la moralidad y eticidad de esta acción legítima y restauradora, y la violencia totalitaria que la precedió y que después la combatió con exasperada agresividad a nivel nacional e internacional. El documento, en su segundo párrafo, queriendo aparecer equilibrado después de hablar de violencia política y de su método como acción política que "algunos" habrían adoptado "a partir de la década de los sesenta", agrega que "este grave conflicto social y político culminó con los hechos del 11 de septiembre de 1973". El giro empleado en esta parte da la idea de que la gesta del 11 de septiembre de 1973 es una mera continuidad integrada al clima de violencia que pretende describir. Lo que corresponde diferenciar es que "este grave conflicto social y político" no culminó con los hechos del 11 de septiembre de 1973, sino con el colapso del esquema social y político de Chile, el cual es enteramente separable de tal suceso histórico.

Mientras la violencia revolucionaria, dialécticamente concebida, mira al sojuzgamiento totalitario, el 11 de septiembre se realizó para restablecer el Derecho. No son equiparables, ni son de suyo de la misma naturaleza. No es un acto más de la espiral de violencia, hermanable con ella. Es precisamente lo contrario, en el sentido no de una mera oposición, sino de la acción constructiva de restauración del Derecho.

La fuerza no es sinónimo necesariamente de injusticia ni de opresión, sino que depende sustancialmente de la finalidad a la que sirva. Si está al servicio de un proyecto totalitario, será lo peor imaginable. Si está al servicio de la verdad y del bien, realiza el Derecho y es no sólo legítima, sino imperativa y obligatoria. No es lo mismo el asesinato que la legítima defensa, la que es el ejercicio legítimo de un derecho. No es lo mismo la subversión marxista que la legítima defensa frente a ella que, tratándose de la patria, no sólo es un derecho, sino un inexcusable deber.

Es gravemente injusto condenar las acciones defensivas del Gobierno militar, sin hacer una referencia suficientemente clara a la tremenda acción terrorista y antichilena desarrollada por la Izquierda marxista y por la superpotencia a la que servía. Nadie honestamente puede negar que todos los países del mundo se defienden del terrorismo y de la subversión y, en general, de toda ofensiva contra ellos. En el caso de Chile, tal ofensiva adquirió la máxima intensidad.

La reacción soviética posterior al 11 de septiembre de 1973 en contra del Gobierno de Chile fue de una virulencia, tenacidad y duración que sólo se explican si se entiende cabalmente que el fracaso en Chile, además de privar al poder soviético de una posición estratégica marítima privilegiada para el control del paso Atlántico-Pacífico, y de una cabeza de puente para la expansión en América del Sur, provocaba daños psicopolíticos tremendos al imperialismo marxista. En efecto, la misma publicidad comunista del caso chileno para persuadir a los electores de Europa Occidental hizo que su fracaso actuara en igual medida contra ella, y los daños serían mayores si se llegaba a conocer la verdad de lo ocurrido en Chile antes del 11 de septiembre, pues constituyó la primera derrrota social del comunismo. Además representaba la ruptura del mito de la irreversibilidad de la Revolución y de la inevitabilidad de su triunfo, así como un daño gravísimo al prestigio imperial soviético, de enorme relevancia para la guerra psicológica revolucionaria.

¿Hemos olvidado las transmisiones de Radio Moscú y de otras radiodifusoras, llamando diariamente a la subversión y a la traición, hasta el punto de apoyar a nuestros potenciales enemigos extranjeros en los casos en que hubo riesgo inminente de una agresión armada contra Chile?

La lista de acciones terroristas subversivas es enorme. Pero para dimensionar su magnitud no olvidemos que, como lo ha recordado recientemente la ex Ministra de la Corte de Apelaciones de Santiago , señora Raquel Campusano , el país estaba lleno de miles de extranjeros armados, y el masivo pertrecho de armas y municiones de dimensiones formalmente bélicas, que se ingresaron por Carrizal Bajo, en colaboración con una potencia enemiga, así como la impresionante organización, agresividad y poder de fuego del atentado contra el Presidente Pinochet. Hechos estos dos últimos acaecidos en 1986, año declarado como "decisivo" para el Partido Comunista chileno.

El señor RÍOS ( Vicepresidente ).-

En el tiempo del Comité Socialista, tiene la palabra el Honorable señor Viera-Gallo.

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