Labor Parlamentaria
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Antecedentes
- Cámara de Diputados
- Sesión Ordinaria N° 31
- Celebrada el 05 de diciembre de 1995
- Legislatura Extraordinaria número 332
Índice
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El señor TOHÁ (de pie).-
Señor Presidente, es para mí un gran honor sumarme, como Diputado por Ñuble y en nombre de la bancada socialista, al homenaje que hoy la Cámara de Diputados rinde a la insigne escultora chillaneja señora Marta Colvin Andrade , fallecida el 27 de octubre pasado, como un reconocimiento y valoración de esta gran mujer y artista, que no sólo prestigió a nuestro país a través de su creación, que llevara a todo el mundo la presencia de Chile, sino que también engrandeció el arte, contribuyendo al desarrollo de la cultura universal.
La calidad humana y la artística de Marta Colvin constituyen la base granítica fundamental para preservar y enriquecer nuestro acervo cultural, como asimismo para salvaguardar los valores espirituales de nuestro ser nacional y americano.
En una época como la actual en que los logros materiales se han convertido en nuevos ídolos, y el afán de sobresalir por tener más, por parecer, se impone muchas veces por sobre el ser más, cuán ejemplarizador es reconocer y enorgullecernos por una chilena, una gran dama, que ha pasado a la posteridad por el valor de su creación artística, la que, traspasando las fronteras, no sólo de la patria, sino que también del tiempo, y venciendo la fugacidad de la existencia humana, logró la plenitud del ser a través de la belleza y del arte.
El Congreso Nacional, institución fundamental de la República, el cual se confunde con los albores mismos de la patria, por medio de sus parlamentarios, que representamos el sentir de toda la nación, debe honrar y resguardar los nombres y los testimonios de vida de los hijos ilustres de nuestra tierra que han contribuido, en forma significativa y trascendente, a plasmar y engrandecer el alma nacional.
Marta Colvin nació en Chillán, en el seno de una familia de gran sensibilidad artística. Desde niña, su madre la hizo vibrar con sus interpretaciones de música clásica y su afición por la pintura. Su abuelo paterno, irlandés, la acercó desde sus primeros años a la poesía y a la cultura humanista. Conversaciones con su padre sobre mundos lejanos, junto con las influencias artísticas y culturales ya mencionadas, la impulsaron a soñar y a intuir la belleza, agudizando su gran e innata sensibilidad.
En su apacible ciudad natal, pródiga en hijos ilustres, tanto en el ámbito histórico como en el artístico, pasó su niñez y adolescencia, realizando allí sus primeros estudios. Cuando su familia se trasladó a Santiago para la educación superior de sus hijos, sus inclinaciones artísticas aún debieron esperar un tiempo más para que surgieran las circunstancias que abrirían el camino para que ellas se manifestaran.
Siendo muy joven, se casó con el conocido agricultor y filántropo francés, avecindado en Chillán, don Fernando May Didier , con quien regresó a esta ciudad, en la cual nacieron sus tres hijos: Silvia , Fernando y Sergio , en quienes desplegó su gran afecto y sensibilidad, manteniendo siempre con ellos una fuerte comunión afectiva que la acompañó hasta sus últimos días.
Sus inquietudes artísticas, en gran medida generadas en el hogar familiar, que estaban latentes desde su niñez, la llevaron a incorporarse al centro de encuentro artístico y literario de Ñuble, Tanagra .
Hechos imprevistos y decisivos en su vida, le permitieron entrar al mundo del arte, a la escultura: un casual encuentro con la escultora chillaneja y profesora de artes plásticas, señora Noemi Mourgues , quien la invitara a visitar su taller y, viendo la gran emoción que producía en Marta Colvin una escultura de sus hijos, depositó en sus manos un puñado de arcilla para que ella la moldeara.
Instante fugaz y motivador que determinó su destino y al que ella consideró como una iluminación, una chispa inicial.
El terremoto de Chillán, en 1939, prácticamente arrasó la ciudad, destruyendo su casa y trayendo consigo su secuela de dolor. La inseguridad surgida frente a este cruel embate de la naturaleza, la obligó a emigrar a Santiago para proteger a sus hijos y velar por su futuro.
En la capital, ingresó a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Desde ese momento, su vida estuvo siempre ligada indestructiblemente al arte y a la escultura, como su forma de expresión.
Ya en su primer año de estudio en la Escuela de Bellas Artes, comenzó a ser distinguida y premiada. En 1944, después de obtener el primer premio en Salón oficial de esta Escuela, fue nombrada docente en ella.
En 1948, ganó una beca del gobierno francés para estudiar en la Academia de la Grande Chaumiêre, y en el taller del maestro Zadkin adquirió su gran libertad creativa. Él, que rechazaba que el arte se interpretara como una imitación, frente al primer trabajo de su alumna dijo: “Tuvo que venir alguien del Nuevo Mundo para traernos la savia”. Esa savia creadora de gran originalidad y esencialmente unida al ser americano.
Pero quien ejerció mayor influencia en ella fue el gran escultor británico Henry Moore . Estando en Francia, decidió viajar a Londres para conocerlo, lo que fue decisivo en su formación artística. Impresionado al interiorizarse de sus obras, la ayudó a obtener una beca del British Council. Las palabras de este gran maestro sintetizan lo esencial de su influencia en nuestra gran escultora: “Con la escultura, nunca hacer un volumen ni nada que sea inerte, sino que siempre estar atento al pequeño volumen que sea vivo, que tenga vida”.
Este gran escultor también tuvo un rol fundamental en su retorno y reencuentro con lo americano, lo que se convirtió en el rasgo esencial y propio de su creación, en que nuestras raíces ancestrales se aferran a ella y la hacen identificarse y confundirse con la naturaleza.
Recordando Marta Colvin una conversación determinante con Moore, en que él le preguntaba por qué se iba a estudiar a Europa, esperando encontrarlo todo, cuando él se enriquecía con los artistas llegados del Nuevo Mundo, ella expresó con sus propias palabras: “Me puse después a la caza de todo lo que era americano. Comencé a sentir América, descubrí terminar con la expresión europea y hacer lo nuestro”.
En 1957, viajó a Perú y Bolivia para encontrarse con los mitos y monumentos de las civilizaciones andinas precolombinas.
Esta etapa de su creación artística, en que retornaba a lo primigenio para descubrir y aprehender lo nuestro, volviendo a la emoción de su niñez frente a la Cordillera de los Andes la que siempre la obsesionó con su grandeza y monumentalidad y regresando a la mágica atracción que ejercía sobre ella la naturaleza, le hizo alcanzar gran reconocimiento en Europa por su libertad expresiva, con la cual se abstraía de lo americano y recreaba su mundo mítico con la maestría arquitectónica de sus primeros habitantes.
Obras de esta etapa americana son “ Terra Mater ”, “Eslabón”, “Andes”, “Manutara” (inspirada en la Isla de Pascua), “Las Torres del Silencio”, “Toqui”, “Aku Aku”, “Puerta del Sol”, “Caleuche” y “Homenaje a Laura Lagos”.
Su consagración como artista llegó en 1965 con la obtención del primer premio en la Internacional de Escultura de la Bienal de Sao Paulo.
En 1970, en Chile, por unanimidad, se le otorgó el Premio Nacional de Arte, siendo la primera mujer que lo recibió.
En los primeros años de la década del 70, inició sus obras monumentales en Francia. Su gran creatividad artística le ayudó a conjugar la escultura con la arquitectura, arte que se cultivó desde los comienzos de la historia del hombre; más tarde, lo hicieron los antiguos egipcios y asirios.
Su pasión por crear, por dar vida a la piedra, no pudo ser apagada por una enfermedad vascular que paralizó parte de su frágil cuerpo, a comienzos de los 90. Ella siguió esculpiendo, ayudada por canteros a los que instruía, y logró crear el Himno a la Paz, que embellece la sede de las Naciones Unidas, en Ginebra.
Esa gran fuerza interior, que la impulsaba a generar vida en la materia inerte, la hizo superar dificultades y enfrentar su enfermedad con la misma fortaleza y decisión con que había enfrentado la vida.
Esta hermosa mujer y gran artista, de aparente fragilidad, había atesorado a través de los años una gran energía y vitalidad que la impulsaron a crear obras monumentales para la eternidad, encarnando su enorme y amplia visión del mundo y del hombre en la pétrea materia de las montañas que la habían subyugado desde niña.
Sus 55 años de creación artística, en los que pasó desde lo figurativo a la abstracción total, y su gran fecundidad, habrán de perpetuar su nombre a través de más de 150 esculturas suyas que se alzan hacia lo alto en diversas ciudades de todo el mundo, principalmente en Francia y Chile, como esa necesidad de expresión y búsqueda de eternidad, tan antigua como la misma humanidad.
Esa vocación irresistible que la hizo entregar su vida al arte y se convirtiera en su razón de existir, la hacía trabajar incansablemente, desplegando esfuerzos casi sobrehumanos para no dejar nunca de crear. Cuando le preguntaron cuál escultura la había dejado más contenta, contestó que creía que era la que todavía no había hecho.
Su relación íntima con la naturaleza, ligada entrañablemente a la madre tierra y a la Cordillera de los Andes, a la que consideraba su maestra, su horizonte necesario y que, seguramente, era la que le transmitía la gran fuerza para su búsqueda incesante, impulsada por una necesidad vital de expresarse, la llevó a encontrar el mensaje escondido que yacía en la piedra inerte o en el árbol centenario que por siglos esperaba el soplo del artista que lo descubriera y le diera vida, transformando la frialdad milenaria de la primera en una nueva y mágica creación.
Esa comunión con la naturaleza la impulsó a penetrar en el mundo del arte. Con sus obras logró crear algo que no existía, superar lo temporal y pasajero de la vida con la eternidad y lo profundamente humano de la creación artística.
Marta Colvin , con su gran talento creador, su profunda sensibilidad y su plena entrega al arte, junto con la disciplina, el esfuerzo y la voluntad para alcanzar sus grandes sueños, logró elevar sus experiencias personales, sus sentimientos, ideas, visión del mundo y del hombre al plano de la intuición estética y de las vivencias universales. Trascendiendo lo particular y personal, se le revelaba la integridad de lo humano que encarnaba en un símbolo concreto: la escultura que, para ella, era la expresión plástica de la tercera dimensión. A través de ella expresaba su mundo interior, que es el mundo de toda la humanidad.
Desde las fuentes inagotables de las imágenes de su infancia, de su descubrimiento del alma americana, de esa unión entre el hombre y la naturaleza, ella intuía la universalidad que siempre buscaba y anhelaba.
De ese mundo siempre cambiante, efímero y muchas veces deshumanizado, en que el enorme y siempre creciente desarrollo científico y tecnológico hace que a menudo se olviden las necesidades espirituales y culturales del hombre, Marta Colvin , a través de su arte, ha logrado lo imperecedero, lo que permanece, reafirmando la humanidad del hombre.
Su innegable talento artístico, su actitud de asombro frente a la naturaleza y al mundo, su capacidad de amar y crear, su inquietud por el destino del hombre, cualidades que nunca la abandonaron, dieron vida a sus obras, fecundando su existencia, trascendiendo la fugacidad de la condición humana, encarnando en la materialidad de la piedra los sentimientos, anhelos y sueños y el devenir histórico del hombre. En su frialdad pétrea, aquélla había presenciado impasible e inerte, por milenios, el paso del tiempo, esperando la mano creadora de nuestra gran escultora chilena para que revelara el misterio y soplara el hálito mágico que le diera vida a lo que debía ser.
Queremos expresar a sus hijos, nietos y familiares que compartimos el dolor por la partida de esta ilustre dama del arte chileno y universal, al igual que compartimos el legítimo orgullo que ellos deben sentir por la fecundidad y plenitud de su vida y obra que honra a la mujer, a nuestro país y a América, trascendiendo nuestras fronteras para llevar a todo el mundo la visión de la mujer del extremo sur del planeta, profundamente enraizada en su ancestro americano.
Su réplica de “Las Torres del Silencio”, que hoy embellece los jardines del Congreso Nacional, nos harán sentir el goce estético que eleva el espíritu con el mensaje perenne de nuestra más grande escultora nacional.
Deseo terminar mi intervención con las palabras de nuestro gran poeta, Pablo Neruda : “ Salve Marta / Colvinizadora del mundo / Martista de la piedra / Caminante chillaneja de la Torre del Sur.”
He dicho.
Aplausos.