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Homenaje
HOMENAJE AL HUASO Y AL RODEO CHILENO.

Autores

El señor ÁLVAREZ ( Presidente ).- En el tiempo del Partido Radical Social Demócrata, tiene la palabra el diputado José Pérez.

El señor PÉREZ, don José (de pie).- Señor Presidente , honorable Sala, quiero saludar a los huasos, hombres y mujeres que engalanan nuestra tribuna.

Saludo, además, a los presidentes de las federaciones de rodeo y de las distintas asociaciones que existen a lo largo del país, así como a los hombres del campo que se sienten orgullosos de ser huasos de nuestra tierra.

Tal como se señaló, hago uso de la palabra en nombre de la bancada del Partido Radical. Al iniciar mis palabras deseo felicitar a la bancada corralera, a la Mesa y a los Comités Parlamentarios, pues, por segunda vez en nuestra historia, se rinde homenaje a los huasos de mi tierra.

Es un acierto extraordinario que la Cámara de Diputados rinda homenaje a los huasos, cuya presencia se esparce a lo largo y ancho del país y que por generaciones su principal dedicación ha sido el cultivo de la tierra, para producir alimentos para ellos y para otros.

Quiero recordar en este homenaje, una hermosa tonada que dice:

“Del brazo de la primavera,

viene llegando septiembre,

ya se alejaron las penas,

del corazón para siempre.

Por la alameda olorosa,

en su yegua cariblanca,

se van caminando hacia el pueblo

el huaso y su china al anca.”.

Aquí están, en el Mes de la Patria. Han venido a la gran ciudad los más genuinos representantes de nuestro campo: el huaso, hombre a caballo, gallardo, bien puesto, síntesis de virtudes nacionales, ágil, fuerte, de corazón abierto y elegantemente vestido, de una manera tan propia.

Nació en la zona central, donde se disfrutaba de la paz necesaria para el desarrollo de una nueva nacionalidad. Se fue formando poco a poco a través de las costumbres localistas y las leyendas hereditarias que se han transmitido de generación en generación, de padres a hijos, de abuelos a nietos, en el relato ameno y cariñoso en las cálidas veladas de las largas noches de invierno. Se trata de acontecimientos hermosos que se graban para siempre en la mente y en el corazón del niño huaso, de recuerdos que colorean sus fantasías.

Es preciso recordar que en las grandes haciendas de la región central, entre Melipilla y Aconcagua, donde el sacerdote Rodrigo González de Melgarejo echó a pastar las primeras yeguas traídas desde Perú, apareció el huaso, formando sobre la tradición española sus costumbres locales y sus usos propios, nacidos de la vida rural, donde abundaban los productos de la tierra: cereales, carnes, frutas, vinos, que cubrían las necesidades domésticas.

El criollo que surgía y el español que se iba convivieron poco tiempo, lo que bastó para que los nuestros pasaran a ser depositarios de métodos y destrezas en el difícil arte de domar y adiestrar hermoso caballos andaluces.

En el siglo XVIII, el huaso ya había adquirido los conocimientos para cultivar la tierra y criar ganado, labores en las cuales el hombre a caballo jugaba un rol primordial. Desde entonces, hombres y caballos aunaron voluntad y avanzaron a lo largo y ancho de nuestro país, arando la tierra, trillando el trigo en las eras, arrastrando carruajes por senderos casi intransitables, y ni el sol candente de los veranos ni los fríos inviernos, con temperaturas implacables, agua, viento y nieve, los han detenido jamás.

Papel preponderante desempeñaron los sufridos carreteros, ejemplo de destreza, trabajadores madrugadores que por las mañanas, antes de que el sol tomara el mando del día, alentaban con grito ronco a los bueyes en las repechadas del camino e iban espantando la somnolencia de los campos vírgenes, mientras sus animales curvaban el lomo, arrastrando el progreso que avanzaba junto con las ruedas de la carreta.

Por esos años, la ganadería aumentaba considerablemente y en cada primavera, el 7 de octubre, día de San Marcos, en la plaza de Santiago, se reunía el ganado de los pastizales de Apoquindo, Vitacura, Tobalaba, La Dehesa y los contrafuertes cordilleranos de los sectores, para que cada propietario conociera y marcara a fuego las crías de sus vacas.

Esta agotadora jornada terminaba con una gran fiesta, en la que los huasos hacían alarde de sus pericias y destrezas sobre sus caballos. Así, en el Gran Santiago, nació el rodeo de hoy, la fiesta del campo chileno.

La historia del huaso es larga y hermosa, pero imposible de resumir en una apretada síntesis. El huaso ama lo suyo, a su familia, su tierra, sus caballos, el orgullo de ser chileno y cuida con esmero el terreno que lo vio nacer, su pequeña patria. Es galante, amable, hospitalario y sencillo.

Su pasión es el rodeo, deporte multitudinario, el segundo en nuestro país después del fútbol. El huaso está orgulloso de que sea el único que no necesita la presencia de las fuerzas de orden dentro de la cancha, porque es disciplinado, respeta los reglamentos y desde niño supo que sobre su caballo se hizo el caballero, el honor de muchos hombres y mujeres del campo que, en silencio, forjan la paz de los hogares con el pan de cada día.

Para terminar este homenaje, quiero recordar un hermoso verso de un gran poeta huaso, Oscar Castro :

“Tú que cultivas el trigo

en las haciendas chilenas,

tú, el de las manos morenas,

de los pájaros amigo,

tienes a Dios por testigo

y en el Santo Tribunal

de la Corte Celestial

puedes decir con orgullo:

“La Hostia, que es cuerpo Tuyo,

fue una espiga en mi trigal”.

He dicho.

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