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Homenaje
HOMENAJE A LA MEMORIA DE DON ARTURO ALESSANDRI RODRIGUEZ.

Autores

El señor PABLO (Presidente).-

Tiene la palabra el Honorable señor García.

El señor GARCIA.-

Señor Presidente, Honorables colegas:

En nombre del Partido Nacional, me corresponde esta tarde rendir un homenaje a la memoria del más ilustre de los abogados y profesores de Derecho de que haya recuerdo en nuestro país.

Son muchas, tan variadas y múltiples las actividades y las facetas de la recia personalidad de don Arturo Alessandri Rodríguez, que, para cumplir el encargo en debida forma, he tenido que resistir a la emocionante tentación de referirme a diversos aspectos de su vida pública y del ejercicio de su profesión.

¡Cómo olvidar su carácter de tratadista y no referirme a las innumerables obras de derecho que sirven de texto de estudio y de consulta a los abogados de nuestro país y de América! ¡Cuánto se puede decir de sus obras sobre las capitulaciones matrimoniales; la capacidad de la mujer casada, la compraventa, la responsabilidad extra contractual o, mejor, de la obra de sus 20 años, sobre la precedencia del matrimonio civil al religioso!

Ya algunos Honorables colegas han hecho referencia esta tarde al desempeño de su cátedra de Derecho Civil en la Universidad de Chile. Fue el impulsor del sistema de estudiar derecho y no leyes: primero hay que enseñar la ciencia y después su aplicación positiva en el país. Los que oímos sus clases con sus centelleantes adjetivos para calificar las distintas doctrinas, no podemos olvidar fácilmente sus teorías sobre tantos preceptos de nuestros Códigos. Un día descubría los dos tipos de acciones que nacían en la responsabilidad extra contractual, y otro, fustigaba equivocaciones y sostenía que la teoría de la causa en las obligaciones era falsa, inútil y no correspondía a una verdad científica.

¡ Y cuánto se podría decir y qué discursos pronunciar, si uno examinara su labor de Decano, su concepto de la disciplina y de la autoridad, su ejemplo inmaculado para quienes se sometieron a la justicia rígida y humana de las comisiones de exámenes que él presidió por tantos años! Con sentimientos de hondo afecto, recuerdo los momentos cruciales para nosotros, los alumnos, cuando esperábamos con comprensión sus observaciones y decisiones. Fácil sería poder relatar cómo todo este inmenso caudal de conocimientos, vertido a lo largo de tantos años, formó enorme número de profesionales que lo distinguieron con su afecto. No es raro entonces que obtuviera las más altas distinciones en el extranjero y que coronara su carrera -como aquí se ha dicho- con el título de Profesor Honoris Causa de la Universidad de la Sorbona.

Para hacer una semblanza de su vida, sería también necesario poner de relieve su honda preocupación por los problemas legales del país. El Instituto de Estudios Legislativos, que él presidió, preparó los proyectos que más tarde, convertidos en ley, modernizaron nuestros Códigos.

Esta obra ha quedado inconclusa; y el mejor homenaje que podría rendirse a su memoria, será continuar la tarea y renovar todo el sistema notarial, los procedimientos penales, la creación de los jueces de paz, la adaptación en Chile de los modernos sistemas de las personas jurídicas, acerca de su creación, división, fusión y transformación; los sistemas de Registro Conservatorio de la Propiedad. Son todos problemas candentes que sólo se pueden abordar a través de instituciones como las que formó y animó el espíritu de Arturo Alessandri.

Pero únicamente quiero referirme al ejercicio de su profesión, tan mal comprendida, despreciada y, por algunos, tan mal desempeñada.

En la raíz de la vida de Alessandri, por sobre todo hay un abogado, un gran abogado, dándole a esta palabra su verdadero sentido y significado.

Muchos acreditan con un título haber hecho estudios de leyes; pero ser abogado no es eso: ser abogado es tener la conciencia de una vocación de cooperación para que se haga justicia y para que exista la libertad. No es un medio de obtener el lucro. No es que se desdeñe tal propósito. Sería torpe decirlo. Pero no es la función principal. Nuestra profesión es un conjunto de estudios, sentimientos, experiencias, conocimiento de los hombres y de sus pasiones y un afán de servir la causa más noble, dentro de la vida colectiva, que es buscar los medios para dar a cada uno lo que le corresponde o mucho más de lo que aparentemente se recibe, pues con ello se logra alcanzar la plenitud de la realización.

Todas las profesiones tienen algo de conciencia y otro tanto de técnica, pero sólo en una lo que se hace es nada más que obra de la conciencia. Hacer justicia o pedir que se haga constituye la tarea más noble, más espiritual, más inefable del hombre.

No hace mucho, un alto funcionario público, respondiendo en una entrevista, al ser interrogado acerca de por qué siendo abogado no ejercía, contestó que lo hizo durante tres meses y le asustó el sentido utilitario que tenía la profesión; que siempre para defender a alguien se tenía que recurrir a la mentira, y que no había duda de que ésta era la profesión de la mentira.

Evidentemente, la persona que así contestaba no era abogado; no había entendido la maravillosa alternativa del hombre de estar resolviendo a solas un problema moral, sin tener otro bagaje que el sentimiento de sus convicciones, para buscar con ellas la justicia, tener el aliento para sostenerla y el noble estímulo para anteponerla al interés propio. Quien no tenga esas condiciones no tiene el alma de la toga de que hablaba uno de los más ilustres abogados contemporáneos, don Angel Ossorio y Gallardo, cuyos textos me han servido de guía al rendir este homenaje.

Los que conocimos al señor Alessandri, los que alternamos con él en el ejercicio de la profesión, sentimos como se nos señalaba ese duro camino en nuestra actividad. Por eso, con mis palabras no solamente estoy examinando hechos pasados: estoy sintiendo que, después de su muerte, la influencia del Decano Alessandri continúa, para que se entienda que es una grave equivocación no comprender que, en el tumulto de las pasiones, quien no tiene fuerza interior para dominar el engaño y la mentira no es abogado. Por eso Alessandri continúa prestándole un servicio al país, pues está señalando el rumbo y la meta que deben tener los jóvenes colegas que, por falta de educación adecuada, no han sabido comprender que los instrumentos que la Universidad pone en sus manos no tienen ningún valor si el que los maneja no está inspirado en estos ideales, porque el finó bisturí puede servir tanto para cometer un crimen como para realizar la más necesaria, oportuna y acabada intervención quirúrgica, la que muchas veces también se hace con generosidad y nobleza.

Su autoridad y disciplina no eran contrarias a su inmenso sentido humano. A este respecto, oí con mucha emoción lo dicho por el Honorable señor Baltra, pues antes de entrar a la Sala, un colega de mi época, al saber que hoy se rendía este homenaje, me pidió señalar lo que a él le sucedió, que es un caso muy parecido y similar. Lo voy a relatar, porque es un hecho que retrata la personalidad del hombre a quien rendimos homenaje esta tarde. Me expresó ese colega que cuando quiso obtener la licenciatura, no tuvo medios para costear su memoria. El Decano Alessandri, de su peculio, le costeó la impresión de la prueba, pero le puso dos condiciones : que nadie lo supiera y que, cuando el futuro profesional fuera un hombre formado, no se olvidara a la vez de ayudar a algún joven estudiante que no tuviera manera de cumplir con los requisitos necesarios para continuar sus estudios.

Para desarrollar la profesión, no sólo se necesitan las condiciones superiores que ya he señalado, sino, además, de un alto concepto de la solidaridad humana y de una acentuada sensibilidad, porque la profesión también es un arte. Y ahí está la explicación de la afición extraordinaria del señor Alessandri por la música y por las artes; su ayuda increíble y desconocida para crear en Chile la Orquesta Filarmónica; su cooperación para el desarrollo de las actividades líricas en nuestro país, y su preocupación por fomentar entre sus colegas el ejercicio y la práctica de las más nobles inquietudes artísticas, para lograr esa sensibilidad indispensable en el ejercicio de su carrera.

Como abogado, el señor Alessandri mantuvo lo fundamental de la profesión, que era la libertad, y siguió en esto las enseñanzas de Raymond Poincaré, ex Presidente de Francia, que al celebrar el centenario del restablecimiento de la Orden de los Abogados en ese país, dijo:

"En ninguna parte es más completa la libertad que en el Foro. La disciplina profesional es leve para los ciudadanos de su dignidad y apenas añade nada a los deberes que una conciencia un poco delicada se traza a sí misma.

"Es el hombre libre en toda la extensión de la palabra. Sólo pesan sobre él servidumbres voluntarias. Ninguna autoridad exterior detiene su actividad individual; a nadie da cuenta de su opinión, de sus palabras ni de sus actos, no tiene de tejas abajo otro Señor que el Derecho".

Por eso, al rendir al señor Alessandri el más sincero, sentido y emocionado homenaje que yo puedo expresar dentro de mis modestos recursos, con admiración digo que no tuvo él otro Señor ni otra autoridad para sus actos de hombre libre, sin tacha y sin miedo, que la majestad del Derecho.

He dicho.

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