Labor Parlamentaria
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Antecedentes
- Cámara de Diputados
- Sesión Ordinaria N° 38
- Celebrada el 24 de agosto de 1966
- Legislatura Ordinaria año 1966
Índice
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El señor
Señor Presidente, lamento no haber podido traer un discurso escrito, a fin de adherir al homenaje que la Cámara de Diputados rinde en estos instantes al héroe máximo de la historia de nuestro país.
Sólo quiero hacer algunas breves reflexiones como adhesión de los Diputados de estos bancos a la memoria del Capitán General de nuestra República naciente. Don Bernardo O'Higgins no fue propiamente un militar; fue un patriota dedicado originalmente a las labores agrícolas en su hacienda Las Canteras, que más tarde luchó, como tantos chilenos para obtener la emancipación de esta tierra. Y esto es lo paradojal, porque eran hijos de españoles que combatían contra sus propios padres, hermoso gesto que la Historia no ha recogido en toda su magnitud, aun cuando creo que llegará la hora de hacerlo.
El mismo formó un ejército, que no era regular, sino constituido por un grupo de campesinos, vecinos de esta tierra, a los cuales acaudilló. Dirigió a las huestes chilenas hasta lograr la independencia definitiva del país más que con técnica y estrategia militar, con su inmenso corazón, su valentía y coraje, como lo demostró en Rancagua, Chacabuco y Maipú.
Me trae aquí la fuerza de la convicción de que no existe en la Historia Americana otro Gran Capitán en la gesta emancipadora que haya sabido amalgamar, como con metales muy puros, sus condiciones de inteligencia, de valor sin tacha, de intuición guerrera, de nobleza de alma, de fe revolucionaria. No hay otro como O'Higgins, en la aventura liberadora, a quien podamos calificar de esta suerte con verdad incontrastable.
Al haceros, señores Diputados, esta afirmación, creo que traduzco vuestros sentimientos, porque como a chilenos nos une el afecto a nuestras tradiciones; pero lo hago, principalmente, porque tengo la certidumbre absoluta de que muy pronto podrá sostenerse, a la luz de hechos macizos que revelará la investigación histórica, todo el potente contenido de la semblanza real de este hombre.
Don Bernardo O'Higgins, en el Cuartel General de Concepción y frente a Ordóñez, en Talcahuano, no se limitó a desarrollar la actividad profesional que cumple en nuestros días el General en Jefe de un Ejército en campaña. Este tiene en torno suyo a su Estado Mayor, a un conjunto de especialistas ejecutivos en ramos tan importantes como los de suministros, hospitales, ingeniería, Comisaría, Inspección, maestranza, parque, etc., todos los cuales colaboran con el Comando de modo racional y orgánico, porque han sido adiestrados en sus funciones y saben cómo solucionar cada uno de los problemas particulares que puedan surgir en el desenvolvimiento de las operaciones.
Pero en Concepción, en esos grises y duros meses del invierno de 1817, frente a un enemigo que arrasó la zona antes de encastillarse en sus baluartes, que es dueño y señor en el mar y que en tierra, en la retaguardia y a todo el rededor del Ejército patriota, opera con parciales activísimos en una población que en gran número les está afecta, que levanta guerrillas en rincones insospechados y que, encima, en alianza con pueblos bárbaros, desata sobre guarniciones débiles el horror de hordas indígenas rabiosas de sangre; en ese Cuartel General, digo, de una fuerza sitiadora que, en verdad, a su turno, está sitiada, el General O'Higgins debió atender personalmente cada hecho particular, cada problema de los múltiples que procuraban el apertrechamiento y aprovisionamiento de sus batallones, su vestuario, sus pagas, la disciplina, la sanidad, en general, todas las cuestiones que suscitan las operaciones bélicas y la logística, y hasta las que provienen de la administración civil de la provincia, aparte de las que le procura la administración política de un país bruscamente arrancado de las costumbres de un régimen centenario. Todavía más: traía la misión de pelear.
Tuvo junto a él, es cierto, a su MinistroZenteno, y a un grupo reducido de colaboradores capaces, pero la eficiencia de su concurso se inutilizaba, porque todos debían cumplir funciones múltiples.
La verdad de estos hechos destaca palmariamente al investigador que toma en sus manos los papeles y documentos redactados en ese Cuartel General. ¡Si ni siquiera había suficientes amanuenses! ¡Si hasta Oficiales de graduación debieron tomar la pluma para copiar las órdenes!
Su empresa tenía la responsabilidad de conducir a la victoria a dos mil quinientos hombres, la base principal del Ejército forjado en Mendoza. Mientras la recluta que comenzaba a hacerse en el país no estuviera suficientemente adoctrinada, estas fuerzas de su comando eran la garantía de la libertad y no podía arriesgarlas en ataques inconsultos. Y a estos hombres debía vestirlos, alimentarlos, armarlos, pagarlos y curarlos.
Estaban en harapos; y el clima, por falta de abrigo, los derribaba por docenas. A instancias de O'Higgins, el Director Delegado habíale remesado desde la capital una cantidad apreciable de nuevos uniformes, pero nadie había reparado en que viajarían expuestos a los rigores del mes de mayo. "La partida de vestuario" -hubo de reclamar luego- "ha venido enfardelada solamente con jerga, sin el preciso retobo de cuero. De este modo, habiendo recibido en la marcha una lluvia continua, han llegado todas las prendas poco menos que inútiles. Lo comunico a V. S. para que se sirva ordenar al Comisario que en lo sucesivo no haga remesa alguna sin que los tercios sean perfectamente retobados".
Don Bernardo O'Higgins, lo sabemos, no era un Oficial de carrera, formado en academias militares, ni sabía más de la ciencia de la guerra que lo que pudo asimilar en malos textos. A su lado, no encontraba tampoco, ni entre la oficialidad francesa que le rodeaba, un militar capaz de señalarle un camino. Aquí, frente a Talcahuano, la cátedra y los hombres del oficio le fallaron. El plan de ataque que," previo el levantamiento hecho por Bacler d'Albe, confeccionara el ingeniero Arcos, fue rechazado por San Martín y hasta por Pueyrredón.
Don Bernardo O'Higgins estaba solo frente a su inmensa responsabilidad, al frente de un ejército que no podía comprometer sin alguna posibilidad de victoria.
Había consultado a San Martín respecto al desarrollo de tres operaciones tácticas posibles, ideadas por él cuando aún marchaba en demanda de su encuentro con la división de Las Heras. La primera se basaba en conversaciones tenidas con el General del Ejército de los Andes y con oficiales argentinos, sobre la posibilidad de que ellos veían más o menos cierta de un apoyo de la escuadrilla naval de las Provincias Unidas. ¿Esperaría, entonces, que esos barcos llegaran al Pacífico, para proceder en forma que, junto con abatir la plaza de Talcahuano, se capturaran los barcos españoles por la escuadra argentina?
Las otras dos proposiciones del General chileno excluían la participación naval de las Provincias Unidas. ¿Cómo actuaría, sin ese concurso, frente a Ordóñez? ¿Aventuraba un asalto, cuando estuviere más o menos cierto de lograr éxito, o simplemente se limitaría a estrechar al enemigo por hambre, cerrándole sus aprovisionamientos en los litorales de Arauco y Penco?
La respuesta de San Martín le llegó dos meses después de la fecha en que formuló sus proposiciones, sin entregarle solución alguna a sus problemas. Por el contrario, le restaba una posibilidad de ayuda : las fuerzas navales del Río de la Plata no vendrían al Pacífico: "En circunstancias de no podernos prometer -dice-, sobre el mar Pacífico, las fuerzas navales del Río de la Plata antes de ocho meses, término demasiado largo para trazar una combinación contra el enemigo atrincherado en Talcahuano, V. E. que reúne a sus conocimientos militares los del terreno, posición y plan adoptable en las circunstancias, está plenamente autorizado para obrar conforme a ellas con la actividad y acuerdo que le caracterizan y que satisfacen los votos de la Patria".
Y nada más. Así estuvo O'Higgins en su Cuartel General frente a Talcahuano y esto fue para él la campaña de 1817. No sabía más de la guerra que ponerse frente a unos valientes a los que contagiaba con su ejemplo. El sable, según sus propias palabras, "es el arma que nos da la victoria", pero aquí no hay campo para las cargas heroicas. Esta es una guerra rastrera, una lucha tenaz que se renueva cada día en cien frentes de combate, con mezquindad de elementos y abundoso empleo de artificios. En sucesión agobiante, ora debe perseguir a un enemigo que no da la cara y que le golpea en cualquier encrucijada, donde se sabe fuerte, ora ha de resistir la horda bárbara que se le desparrama encima, bruscamente, cuando está en tratos y agasajos con sus mentidas embajadas de paz, ora ve formarse el lodazal donde se hunden sus cureñas y detienen el ímpetu sus caballerías, o caer la lluvia inclemente y el frío que aniquilan a sus hombres.
Aquélla fue una campaña necesaria, aunque retrasada, imprescindible, pero imposible y librada a su sola iniciativa. O'Higgins se condujo en ella sin apresuramientos erróneos y mantuvo intactas, sin mella alguna, las filas de soldados bisónos confiados a su comando y que en la escuela de esa guerra con los indios, delante de los formidables bastiones de Talcahuano y atajando los ataques montoneros de la retaguardia, se disciplinaron en tal forma que hicieron posible la derrota, en Maipú, de los vencedores de Bailén.
Pienso que, tal vez, en la historia de América no se le ha dado a don Bernardo O'Higgins el lugar que le corresponde entre los libertadores de este continente. Este olvido de los historiadores y de las generaciones presentes quizás se deba al hecho y a las circunstancias que estoy señalando.
Su figura de ciudadano y patriota que amaba a su patria por encima de todas las cosas de la vida, se engrandeció en el histórico sitio de Rancagua, el 1º y 2 de
Octubre de 1814, fecha que aquí se ha recordado.
Por eso, nuestra ciudad, representada en esta Cámara por seis Diputados, le rinde homenaje todos los años, en esta época, en la vieja iglesia de la Merced. Allí hemos estado, muchas veces, en meditación patriótica, pensando en la inquietud de! héroe que, ante el sitio de las fuerzas realistas, con mirada angustiada oteaba el horizonte hacia la Alameda de Rancagua, esperando los refuerzos, que nunca llegaron, del General José Miguel Carrera.
El 1º y el 2 de octubre en la ciudad de Rancagua se iza la bandera de la patria con un crespón negro, que era el símbolo de los patriotas sitiados en la plaza de esa ciudad con lo cual querían significar que pelearían hasta la muerte. Se trataba más que soldados, de campesinos reclutados a lo largo del país, que heroicamente resistían al invasor que pretendía reconquistar el suelo que los chilenos trataban de obtener para sí y para cimentar la República.
Don Bernardo O'Higgins formó parte del primer Congreso Nacional y su nombre figura en los anales de la historia de este Parlamento, junto al de don Juan Martínez de Rosas y al de tantos otros émulos en heroísmo, gallardía y coraje, por obtener la independencia de Chile. Por eso, repito, su nombre aparece en la lista del Primer Congreso Nacional que preside la Mesa de trabajo del Presidente de esta Corporación.
Más tarde, siguiendo el destino de ¡os precursores, se recluyó en la hacienda Montalván, en Perú. Y es legendaria y tradicional, en la historia de América, su última frase pronunciada antes de morir, que indica que él no sólo fue un patriota, un soldado heroico, sino también un estadista visionario, que vislumbraba el porvenir que le esperaba a su tierra. Sus palabras finales fueron: "Magallanes, Magallanes".
Por eso, los Diputados de estos bancos queremos recordar y celebrar los 188 años del nacimiento de don Bernardo O'Higgins y decir que el ejemplo por él legado a las generaciones de nuestra patria está vivo en nuestro espíritu, en nuestros corazones, en nuestro temple de chilenos y que, en las luchas que nosotros damos hoy, seguimos la senda que él abrió como Diputado del Primer Congreso Nacional.
Sin duda alguna para los parlamentarios de todos los partidos de esta Cámara -así como para los que se desempeñaron en este cargo en el pasado y los que lo detenten en el futuro- su recuerdo, su ejemplo, será una enseña que nos obligue a respetar su memoria, a bendecir su nombre y a tratar de que él figure entre ios grandes libertadores de América.
He dicho.