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  • Cámara de Diputados
  • Sesión Ordinaria N° 45
  • Celebrada el
  • Legislatura Ordinaria año 1966
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Homenaje
HOMENAJE A LA MEMORIA DEL FUNDADOR DE LA ESCUELA NORMAL DE COPIAPO, SEÑOR ROMULO PEÑA MATURANA.- NOTA DE RECORDACION

Autores

El señor POBLETE (de pie).-

Señor Presidente, en nombre de los Comités Radical y Nacional, me referiré, en esta oportunidad, a un maestro cuya vida, entregada por entero a la educación, dejó ejemplar memoria a todos los profesores del país.

Este hombre, llamado Rómulo José Peña Maturana, fue, evidentemente, más que un simple educador, ya que este patrón no podría dar la medida que alcanzaron su labor docente y su personalidad, de tan relevantes como sobresalientes méritos.

Tanto su labor profesional como sus cualidades humanas han sido motivo de acuciosos análisis, expuestos en numerosas conferencias y en publicaciones efectuadas en diarios y revistas. De estos estudios, los que han logrado dar la visión más exacta del maestro que nos ocupa han sido el de don Salvador Fuentes Vega, ex Visitador General de la Dirección de Enseñanza Primaria, el de don Domingo Valenzuela Moya, ex Jefe del Departamento de Enseñanza Normal, y el de don Juvenal Hernández, ex Rector de la Universidad de Chile.

De las palabras de estos investigadores resalta el relieve que lograron la vida y el trabajo de Rómulo Vega, poniéndonos muy de cerca una imagen, cuyos perfiles lo definen como uno de los grandes educadores de Chile.

Gran parte de su actividad la realizó en Copiapó, ya desde su cargo de Profesor de Alemán y Ciencias Naturales, en el Liceo de Copiapó o en la Escuela Normal, que organizara en la misma ciudad, o desde su cargo de Visitador, a que fuera llamado y en el cual puso término a su carrera.

Esto explica el que su nombre sea poco conocido en la capital, razón que ha movido a la Asociación Nacional de Normalistas Copiapinos a pedir al parlamentario que habla que dé a conocer hoy, en esta alta tribuna, con motivo del centenario de su nacimiento y del traslado de sus restos a la ciudad de Copiapó, algunos de sus aspectos biográficos más sobresalientes.

Cada vez que se intenta destacar una vida consagrada a una labor de efecto social, como es, específicamente, la de un maestro, se cae en el elogio llano de una profusa e hiperbólica adjetivación que, lejos de servir al realce de la personalidad a que alude, hace perder seriedad a la intención, y la duda que luego suscita tan pródiga alabanza deteriora la realidad de su biografía.

He querido, pues, ser lo más verídico en el estudio de este hombre, en la seguridad de que la exposición escueta de sus hechos educacionales habla con más elocuencia que la ditirámbica atmósfera con la que han querido rodearlo sus admiradores.

Rómulo Peña nació en Molina, en 1866, ciudad en la que realizó sus primeros estudios. Su aplicación a ellos, su inteligencia manifiesta, su alegre y fácil expresión, convencieron a sus padres de llevarlo hacia la carrera del magisterio, para lo cual lo inscribieron en la Escuela Normal de Santiago.

Sus méritos como estudiante, en esta segunda etapa de su vida, son altamente notorios, por lo que, al egresar, en 1889, es agraciado con una beca para perfeccionar sus estudios en Alemania.

Así pudo estar de paso en Francia en momento en que en París se celebraba una Exposición Universal, lo que le permitió, gracias a su especial capacidad de observación, ponerse en contacto con perspectivas que ensanchaban sus conocimientos pedagógicos.

Ya en Alemania, ingresa al Seminario Real de Maestros de Dresden, en donde sigue los cursos de Pedagogía, Ciencias Naturales, Físicas y Matemáticas.

Allí, en contacto con las enseñanzas de eminentes profesores, en especial las recibidas en la Escuela Politécnica Superior de la misma ciudad, fue en donde se abrió a su espíritu una nueva fuente de inspiración formadora, emanada de los cursos de Filosofía, Pedagogía y Psicología Comparada que, ya en aquella época, comenzaban a formar parte básica de la ciencia pedagógica.

Terminados estos cursos y en posesión del idioma alemán, que lograra dominar con absoluta fluidez, se matricula en la Universidad de Leipzig, paso de tan trascendente influencia, que habría de darle un nuevo sentido y orientación a sus naturales condiciones de maestro.

Al decirse que Rómulo Peña fue el introductor de la psicología experimental como herramienta clarificadora de los procesos educativos que habrían de reorientar la enseñanza de las Escuelas Normales de Chile, se ha tenido en cuenta la distinción especialísima que el profesor Wundt prodigó al estudiante chileno.

De esta manera, la admiración con que Rómulo Peña retribuyó el valioso acervo originado de las enseñanzas recibidas, lo impregnaron de reconocimiento hacia la persona de Wungt, hecho que más tarde, de regreso a su patria, definiría para siempre su hacer educativo.

Y esto fue muy importante, si se considera la fisonomía social y cultural que exhibía el norte de Chile y, en especial, la ciudad de Copiapó, a la cual fuera destinado en 1898, como profesor del Liceo para la asignatura de Alemán, por entonces obligatoria en los liceos.

A todas luces, tan magra destinación, para un hombre dotado de sólidos conocimientos, con una visión nada normal de los objetivos que debería alcanzar la enseñanza normal, nos parece una irreparable injusticia y un error de las autoridades educacionales de aquel tiempo. Sin embargo, Rómulo Peña, dotado de la modestia propia de los estudiosos, recibió con resignación este primer desconocimiento a sus méritos y se hizo cargo, sin resentimiento, de su puesto de simple profesor.

Su positivismo laicista, en un medio en que la religiosidad imperante ejercía una presión poderosa sobre el estudiantado en general, le atrajo pronto la resistencia de un gran sector de la ciudadanía.

Sus nuevos procedimientos metodológicos, en los cuales vaciaba las experiencias extraídas de sus maestros europeos, no se conciliaban con el tradicionalismo escolástico que regía la enseñanza impartida entonces. La sola aplicación de los métodos experimentales, sugeridos por sus conocimientos de la psicología educacional, daban a sus clases una libertad desconocida, ya que el profesor de la época, erigido en dogmático dador de lecciones, se colocaba en inaccesible lugar, al que no podían alcanzar los estudiantes. Rómulo Peña, en cambio, descendía hasta sus alumnos, y ellos, por vez primera, participaban activa y confiadamente en clases en que el trabajo era el nervio fundamental que animaba su método educacional.

Hizo de la investigación el módulo director de sus clases de ciencias, a las que vitalizó con la introducción de abundante material didáctico, con el que abolía la monótona aridez del academismo implantado en la enseñanza secundaria.

La ciudad de Copiapó vivía en ese entonces un extraordinario auge económico, derivado de la explotación de grandes y ricos minerales de cobre. Tal bonanza atraía a mucha gente -inversionistas y trabajadores-, todo lo cual la convertía en una sede de gran actividad, que no estaba desprovista de la influencia cultural ejercida por los sectores acomodados.

De la misma manera, la efervescencia política se canalizaba en dos corrientes irreconciliables y avasalladoras, ejerciendo su fuerza ideológica en todas las actividades.

En este ambiente, la obra de un profesor que enseñaba en forma novedosa no podía pasar inadvertida, y ello trajo como consecuencia la estimulación de algunos y la dura e implacable crítica de los demás.

En todo caso, ni lo uno ni lo otro le impidieron seguir con el mismo entusiasmo su propósito de innovar los procedimientos, lo que era facilitado por su infatigable trabajo, la solidez de sus conocimientos, enriquecidos día a día por la constante comunicación con los centros culturales de Alemania, y, principalmente, por el magnetismo de su personalidad, que le permitía una relación fácil y directa con sus educandos.

El conocimiento del alemán le permitió traducir algunos importantes textos de estudio, tales como Pedagogía y Didáctica, de Barth; Psicología Social, de Natorp; y Psicología Pedagógica, de Stonner; etcétera, tareas a las que dedicó su tiempo libre, si es que alguna vez lo tuvo.

Después de diez años de profesor en los liceos de Copiapó, ya que también hizo clases de Ciencias Naturales en el Liceo de Niñas, recibió el encargo de organizar la Escuela Normal del Norte, la que después de acucioso estudio de las posibilidades de la región, recomendó ubicarla en Copiapó.

En abril de 1905 y bajo el Gobierno de don Germán Riesco, le fue enviada la orden de iniciar los trabajos preliminares para la creación de esta nueva Escuela

Normal, la que, después de grandes esfuerzos y sacrificios de todo orden, pudo abrir sus puertas, con un total de 45 alumnos y 8 profesores, dos de los cuales hacían también funciones inspectivas, el 10 de julio de 1905.

A la distancia de 61 años, pareciera que esta tarea resultaría fácil; sin embargo, no es desconocida la forma en que el Gobierno atendió las peticiones que formulaba el nuevo Director.

Cabe hacer notar que la mayor dificultad que hubo de vencer fue la de conseguir alumnos, dado que en ese tiempo cualquier muchacho que terminaba su preparación primaria tenía amplio campo de trabajo, tanto en las faenas mineras como en la industria, en el comercio o en la pampa salitrera, lugares en que los salarios o sueldos eran muy superiores a los que jamás alcanzaría un profesor. Y es curioso que ahora, y por las mismas razones, el exiguo sueldo que logra un joven egresado, después de ocho años de preparación, lo pone frente a una realidad que lo limita a una estrechez; económica que lo lleva al desencanto e indiferencia por una profesión sin estímulos, lo que se manifiesta por el escaso interés que tienen los padres y los jóvenes por el magisterio, hasta el punto de que los aspirantes son hoy menos que las becas ofrecidas.

Tan injusto destino, para una profesión que él amaba, convencido de que ella debía merecer una mejor atención del Estado, lo llevó a militar en las filas del Partido Radical.

Tampoco fue un militante más. Si nunca le interesaron los cargos representativos, en cambio, gastó sus mejores energías adoctrinando y educando las inquietas y ávidas juventudes que aspiraban un lugar en la lucha reivindicacionista comenzada por el pueblo.

Para Rómulo Peña, trabajando en una zona rica, la indiferencia de la juventud por la nueva Escuela Normal fue su más duro inconveniente, hasta que la justa fama que iban adquiriendo los renovadores sistemas de la enseñanza que impartía su escuela, rebasó los límites de la provincia, ensanchando su horizonte a todo el norte, más por la atracción de su calidad de educador que por las perspectivas que ofrecía la profesión de profesor.

A fines de 1908, culminan sus esfuerzos, cuando la Escuela Normal del Norte hace entrega al país de sus primeros egresados...

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