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Intervención
REFORMA CONSTITUCIONAL SOBRE INSCRIPCIÓN ELECTORAL AUTOMÁTICA Y SUFRAGIO VOLUNTARIO. Segundo trámite constitucional.

Autores

La señora SOTO (doña Laura).-

Señor Presidente, en los albores del Siglo XXI, podemos decir, con plena conciencia de nuestra historia, que Chile tiene una tradición democrática, sólo interrumpida por los 17 años de la dictadura, en la que el pueblo fue sometido, perseguido y herido en su dignidad.

Esta impronta dramática ha marcado nuestro devenir desde el año 89 en adelante. Recuperar el estado de derecho, devolver las libertades públicas, reconstituir la institucionalidad perdida, no ha sido tarea fácil, ni de un día para otro.

Hoy, decimos que somos una democracia, pero a la luz de los hechos, ésta no es sino una democracia mínima, cercada por una Constitución Política heredada, parchada y vuelta a parchar, que aún no reconoce a los pueblos originarios y que nos aprisiona con el sistema binominal, las trabas existentes para inscribirse en el Registro Electoral, el voto obligatorio y el desconocimiento del derecho de nuestros compatriotas que viven en el extranjero a participar en nuestras elecciones presidenciales. En definitiva, la exclusión de miles de chilenos nos devuelve como un espejo una sociedad con apatía política y la manipulación del consenso.

Bobbio nos enseña que “podemos hablar de democracia, ahí donde las decisiones colectivas son adoptadas por el principio de las mayorías, pero en que participan en éstas, directa o indirectamente, la mayor parte de los ciudadanos”. Y agrega lo que le da legitimidad, al señalar: “Ello supone que los ciudadanos estén libremente colocados ante alternativas reales y las minorías sean respetadas y puedan convertirse en mayorías, si así los ciudadanos lo deciden”.

Bobbio , que sufrió el fascismo y lo combatió fieramente -recordemos su célebre frase: de “contar cabezas no es lo mismo que cortar cabezas”-, nos identifica con su pensamiento. Más aún cuando agrega que “Para que el poder sea efectivo, es necesario que cada uno sea libre de hacer, aunque dentro de ciertos límites, y se pregunta ¿A qué se reduce el poder del votante si se le ofrece una lista única de candidatos?” A estas reflexiones, añadimos otra: “¿a qué se reduce el poder del soberano si no le damos la posibilidad cierta de ser libre de participar, de tener derecho a la información veraz y acabada, que lo haga responsable?”

Éste es el meollo del asunto que nos convoca. ¿Cómo podemos aspirar a la democracia plena, si mantenemos cautivos a los electores? ¿Cómo podemos hablar de participación real, si los jóvenes entre los 18 y 25 años, están fuera del sistema? ¿Cómo podemos hablar de libertad con tanto desenfado, si obligamos a nuestros ciudadanos a concurrir a las urnas, pero no les damos las alternativas que se merecen?

Hoy, lo que está en juego en este proyecto es la contradicción que existe entre derecho y deber, y lo que hace esta gran reforma es zanjar este antiguo dilema. Los teóricos y filósofos del derecho dicen que éste es un derecho fundamental -se dijo en la Sala-, como el derecho de libertad, de conciencia, de expresión y el derecho a la dignidad.

Lo que nosotros sostenemos con mucha fuerza es que cada ciudadano debe ser libre para optar, con convicción y conocimiento de causa, y para saber que está participando realmente en las grandes decisiones del país.

Aquí se ha dicho que con la aprobación del voto voluntario mucha gente no va a participar. Pero nosotros nos preguntamos, ¿es dable esperar que nuestros ciudadanos sean perseguidos y sancionados porque no van a votar? ¿Es dable pensar que queremos tener un Estado que sea como el hermano mayor, que todo lo vigila y lo persigue? ¿Queremos volver a las sociedades cerradas, a las sociedades tribales? A mi juicio, no queremos eso; queremos ciudadanos conscientes de lo que están haciendo.

En este proyecto se habla de la inscripción automática. En esto no hay que perderse. Ha habido consenso extraordinario, no obstante que uno de nuestros distinguidos invitados señaló, a la Comisión a modo de anécdota, que esto no es culpa del empedrado, sino del cojo. Yo creo que no es así; al contrario, como me lo decía el diputado Accorsi en una conversación, que la revolución de los pingüinos nos demostró que los jóvenes sí quieren participar, pero desean una inscripción amable, ligera, automática, como la que propone el proyecto. Por eso, lo apoyamos.

Llamo a reflexionar al respecto, porque éste es el drama de nuestro tiempo. Así como hoy tenemos una democracia mínima y estamos temerosos de la crítica, de la disidencia, anquilosados en una Constitución que no nos representa. Esta seudo participación ciudadana, esta minusválida intervención en los asuntos del Estado deben ser corregidas.

Ahora, tenemos la oportunidad histórica de dar una gran mirada al país, de optar por el bien común y de abrir las puertas y las ventanas de la libertad. De esa manera, estaremos dando poder real a nuestros ciudadanos para que participen en la construcción del Chile que todos anhelamos.

Hoy, queremos hacer partícipes de las decisiones más trascendentales del país a miles de chilenos -se habla de casi cuatro millones-, especialmente a los jóvenes y a los más pobres marginados del quehacer electoral, como con acierto lo sostienen algunos destacados columnistas.

Reconocemos que esta verdad abre el aire de la incertidumbre, lo que asusta a algunos que ven peligrar su posición. Pero más allá de los cálculos mezquinos, debe primar el deber ser, otorgar un plus a la democracia y hacerla plena.

Karl Popper que, al igual que Bobbio, vivió y combatió una dictadura de otro signo, nos dice con su pensamiento lúcido que es nuestra responsabilidad resguardar y defender a la sociedad abierta, que es la que mejor se ajusta al espíritu científico y, sobre todo, a lo humano, de sus enemigos, de las ideologías totalitarias y de los poderes invisibles.

Finalmente, pensando en el mañana, es preciso insuflar nuevos aires, votando a favor de este proyecto que significa inscripción automática y voto voluntario, para luego poner fin al sistema binominal y otorgar derecho a voto a los chilenos en el extranjero.

Sólo entonces, podremos decir en plenitud: ¡Vox populi vox Dei!

He dicho.

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