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  • Sesión Ordinaria N° 8
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  • Legislatura Ordinaria año 1967
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Intervención
POLITICA INTERNACIONAL. CONFLICTO EN EL MEDIO ORIENTE.

Autores

La señora DIP.-

Señor Presidente, mi intervención de esta tarda, como mujer y como cristiana, obedece al sentimiento de horror que me producen las noticias, publicadas por los diarios y difundidas por la radio, de los padecimientos que la agresión israelita ha causado y sigue causando a indefensos hombres, mujeres y niños de los territorios ocupados.

Hace solamente algunos días, el mundo se sintió profundamente conmovido al saber que se había desencadenado la tercera guerra ocurrida entre los Estados Árabes e Israel en el breve lapso de 19 años, desde la fecha en que las Naciones Unidas crearon el Estado de Israel a expensas de Palestina.

El primero y más grave problema del Medio Oriente es el que se relaciona con la existencia del Estado de Israel, establecido el 14 de mayo de 1948. Los países árabes siempre se han negado a reconocer su existencia, estimando que la totalidad de su territorio les pertenece, y que han sido despojados por la fuerza. Su terminante negativa al reconocimiento explica que todos los gobiernos árabes se hayan negado a suscribir el Tratado de Paz con Israel, a pesar de que la guerra terminó en febrero de 1949 con la firma de un convenio de armisticio.

Es necesario señalar que las guerras árabe-israelíes de 1948, 1956 y la reciente, de 1967, han desplazado de sus hogares y del territorio que habitaban, a cientos de miles de árabes que hoy viven en condiciones inhumanas en numerosos campos de refugiados en Egipto, Jordania, Siria y El Líbano. Para precisar más exactamente, se puede calcular su número en un millón y medio de personas. Los refugiados, con toda razón, exigen su repatriación y su reintegración a sus hogares, de los que fueron expulsados. Deben volver, y el Estado de Israel deberá cooperar a ello. Las minorías raciales tienen hoy el derecho a ser protegidas y respetadas.

El conflicto árabe-israelí tiene raíces profundas, y la intolerancia y la falta de comprensión mutuas, estimuladas poderosamente tanto por Occidente como el Oriente en relación con el petróleo; el Canal de Suez, el Golfo de Akaba y la continua violación de las respectivas fronteras, constituyen permanente acicate para fomentar la venganza, tratando, por todos los medios, de aniquilar al vecino. ¿No sería más cuerdo que en una región de desiertos y tierras calcinadas y erosionadas por el sol ardiente y los vientos huracanados, donde el agua es un tesoro de inestimable valor, se unieran y coordinaran los esfuerzos para una mejor explotación de los recursos naturales, en beneficio de los pueblos?

Siria, Jordania, El Líbano e Israel se disputan ardorosamente y con el arma al brazo el derecho de utilizar las aguas del río Jordán para el regadío agrícola. Un acuerdo cuadripartito sería la solución ideal, pero en las actuales circunstancias sería casi imposible llegar a un acuerdo equitativo y justo.

El estado de latente conflicto obliga a los gobiernos de esta zona a una loca carrera armamentista que no está en relación con sus ingresos y que arruina su incipiente economía. Se malgastan así muchos millones de dólares que podrían servir para construir escuelas, levantar hospitales, edificar habitaciones para el pueblo, desterrar el fantasma del hambre y realizar obras que eleven el nivel de vida de todos esos pueblos. En vez de mandarles a esos países cañones, aviones, tanques y otros elementos, de destrucción, debieran enviarles herramientas, construirles industrias, puentes, caminos, obras de riego y mejorar su nivel cultural, que es la verdadera base de todo progreso.

Ahora le corresponde a las Naciones Unidas arbitrar todas las medidas a su alcance para hacer imperar la justicia y el derecho sobre la fuerza y la arbitrariedad, y buscar un procedimiento eficaz y permanente para evitar en el futuro nuevas conflagraciones que ocasionan angustia, dolor y miseria.

Los líderes de las dos naciones claves para determinar la paz o desencadenar la guerra, se han reunido, se han estrechado las manos, han conversado a solas por largas horas y han expresado su convicción de que tales conversaciones han sido útiles y rendirán buenos frutos para la paz mundial.

A la luz de la razón, puede clarificarse la perspectiva siniestra de la intransigencia, y, al mismo tiempo, justipreciarse la proyección de un entendimiento basado en el buen sentido.

¿Será posible solucionar tantos y tan graves problemas? No es fácil, pero sí posible. Para ello hace falta comprensión, tolerancia, buena voluntad y espíritu pacifista. Todos los pueblos del Medio Oriente son capaces de hacerlo. La paz habrá ganado una gran victoria el día que inicien esta tarea.

Este horror debe terminar; hombres y mujeres debemos aportar todo lo mejor de nuestros esfuerzos para conseguir a la brevedad una paz duradera, para bien de estos hogares de miles de árabes y de la humanidad.

Señor Presidente, quiero dejar constancia de que he hablado a título personal.

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