Labor Parlamentaria

Diario de sesiones

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Índice
  • DOCUMENTO
    • PORTADA
    • II. ASISTENCIA.
    • III.  TEXTO DEL DEBATE.
      • CENTENARIO DE LA ENCICLICA "RERUM NOVARUM".
        • INTERVENCIÓN : Andres Aylwin Azocar
        • INTERVENCIÓN : Jose Antonio Viera-gallo Quesney
        • INTERVENCIÓN : Rodolfo Seguel Molina
        • INTERVENCIÓN : Arturo Longton Guerrero
        • INTERVENCIÓN : Vicente Agustin Sota Barros
        • INTERVENCIÓN : Edmundo Villouta Concha
        • INTERVENCIÓN : Maria Angelica Cristi Marfil
        • INTERVENCIÓN : Manuel Matta Aragay
        • INTERVENCIÓN : Jaime Orpis Bouchon
        • INTERVENCIÓN : Carlos Ignacio Kuschel Silva
        • INTERVENCIÓN : Ruben Gajardo Chacon
        • INTERVENCIÓN : Hernan Rojo Avendano
        • INTERVENCIÓN : Hosain Sabag Castillo
        • INTERVENCIÓN : Sergio Velasco De La Cerda
    • CIERRE DE LA SESIÓN
  • DOCUMENTO
    • PORTADA
    • II. ASISTENCIA.
    • III.  TEXTO DEL DEBATE.
    • CIERRE DE LA SESIÓN
Notas aclaratorias
  1. Debido a que muchos de estos documentos han sido adquiridos desde un ejemplar en papel, procesados por digitalización y posterior reconocimiento óptico de caracteres (OCR), es que pueden presentar errores tipográficos menores que no dificultan la correcta comprensión de su contenido.
  2. Para priorizar la vizualización del contenido relevante, y dada su extensión, se ha omitido la sección "Indice" de los documentos.

REPÚBLICA DE CHILE

CÁMARA DE DIPUTADOS

321ª LEGISLATURA

(EXTRAORDINARIA)

Sesión 56ª, en miércoles 15 de mayo de 1991.

(Especial, de 10:45 a 12:37 horas)

Presidencia de los señores Viera Gallo Quesney, don José Antonio; Dupré Silva, don Carlos, y Coloma Correa, don Juan Antonio.

Secretario accidental, el señor Loyola Opazo, don Carlos.

Prosecretario accidental, el señor Zúñiga Opazo, don Alfonso.

ÍNDICE GENERAL DE LA SESION

I.- SUMARIO DEL DEBATE

II.- ASISTENCIA

III.- TEXTO DEL DEBATE

IV- SUMARIO DE DOCUMENTOS

V.- DOCUMENTO DE LA CUENTA

II. ASISTENCIA.

Asistieron los siguientes señores Diputados:

--Acuña Cisternas, Mario

--Aguiló Meló, Sergio

--Alamos Vásquez, Hugo

--Alessandri Balmaceda, Gustavo

--Araya, Nicanor de la Cruz

--Aylwin Azocar, Andrés

--Bombal Otaegui, Carlos

--Bosselin Correa, Hernán

--Caminondo Sáez, Carlos

--Campos Quiroga, Jaime

--Cantero Ojeda, Carlos

--Caraball Martínez, Eliana

--Cardemil Alfaro, Gustavo

--Carrasco Muñoz, Baldemar

--Coloma Correa, Juan Antonio

--Concha Urbina, Juan

--Cornejo González, Aldo

--Cristi Marfil, María Angélica

--Chadwick Piñera, Andrés

--Dupré Silva, Carlos

--Elgueta Barrientos, Sergio

--Elizalde Hevia, Ramón

--Espina Otero, Alberto

--Fantuzzi Hernández, Angel

--Gajardo Chacón, Rubén

--García Ruminot, José

--Guzmán Alvarez, Pedro

--Hamuy Berr, Mario

--Horvath Kiss, Antonio

--Huenchumilla Jaramillo, Francisco

--Hurtado Ruiz-Tagle, José María

--Jara Wolff, Octavio

--Jeame Barrueto, Víctor

--Kuschel Silva, Carlos Ignacio

--Kuzmicic Calderón, Vladislav

--Latorre Carmona, Juan Carlos

--Letelier Morel, Juan Pablo

--Longton Guerrero, Arturo

--Longueira Montes, Pablo

--Martínez Ocamica, Gutenberg

--Masferrer Pellizzari, Juan

--Matta Aragay, Manuel José

--Melero Abaroa, Patricio

--Molina Valdivieso, Jorge

--Montes Cisternas, Carlos

--Munizaga Rodríguez, Eugenio

--Muñoz Barra, Roberto

--Muñoz Dalbora, Adriana

--Naranjo Ortiz, Jaime

--Ojeda Uribe, Sergio

--Olivares Solís, Héctor

--Orpis Bouchón, Jaime

--Ortega Riquelme, Eugenio

--Ortiz Novoa, José Miguel

--Palestro Rojas, Mario

--Palma Irarrázaval, Joaquín

--Pérez Muñoz, Juan Alberto

--Pérez Opazo, Ramón

--Pérez Varela, Víctor

--Pizarro Mackay, Sergio

--Pizarro Soto, Jorge

--Prokurica Prokurica, Baldo

--Ramírez Vergara, Gustavo

--Recondo Lavanderos, Carlos

--Reyes Alvarado, Víctor

--Rocha Manrique, Jaime

--Rodríguez Cataldo, Claudio

--Rodríguez Guerrero, Hugo

--Rojo Avendaño, Hernán

--Rojos Astorga, Julio

--Sabag Castillo, Hosain

--Salas De la Fuente, Edmundo

--Schaulsohn Brodsky, Jorge

--Seguel Molina, Rodolfo

--Smok Ubeda, Carlos

--Sota Barros, Vicente

--Soto Morales, Akin

--Sotomayor Mardones, Andrés

--Ulloa Aguillón, Jorge

--Valenzuela Herrera, Felipe

--Velasco De la Cerda, Sergio

--Viera-Gallo Quesney, José Antonio

--Vilches Guzmán, Carlos

--Vilicic Kamincic, Milenko

--Villouta Concha, Edmundo

-Con permiso constitucional, estuvieron ausentes los siguientes señores Diputados:

Huepe García, Claudio Palma Irarrazaval, Andrés

III. TEXTO DEL DEBATE.

-Se abrió la sesión a las 10.45 horas.

El señor VIERA-GALLO (Presidente).-

En el nombre de Dios y de la Patria, se abre la sesión.

Las actas de las sesiones 48a. a 53a. se declaran aprobadas por no haber sido objeto de observaciones.

Se dará lectura a la Cuenta.

-El señor ZUÑIGA (Prosecretario accidental) da cuenta de los documentos recibidos en la Secretaría.

El señor VIERA-GALLO (Presidente).-

Terminada la Cuenta.

El señor VIERA-GALLO (Presidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Rojo para plantear un asunto reglamentario.

El señor ROJO.-

Señor Presidente, en atención a que nuestro sistema de Comités no es muy democrático y se opone al artículo 19, número 15Q de la Constitución Política, y mientras la Comisión de Régimen Interno, Administración y Reglamento resuelve sobre esas materias, solicito que se inserten en la versión oficial de esta sesión los discursos de los señores Diputados que, deseando intervenir, no alcancen a hacerlo.

El señor VIERA-GALLO (Presidente).-

Tiene la palabra el Diputado Jorge Pizarro.

El señor PIZARRO (don Jorge).-

Señor Presidente, en realidad, lamento la opinión del colega Rojo y no puedo aceptar el cargo de que las decisiones de nuestra bancada no sean democráticas, porque obedecen a un acuerdo de la Sala democratacristiana en que discutimos y analizamos el tema, acordando, por unanimidad, que hablaran los colegas que harán uso de la palabra en representación de ella.

Quiero que quede constancia de mi intervención en el acta de la sesión.

El señor VIERA-GALLO (Presidente).-

Someto a consideración de la Sala la petición del Diputado Rojo para que, en caso de que algún señor Diputado no pueda o no alcance a hacer uso de la palabra, su intervención pueda ser insertada en la versión oficial de esta sesión.

¿Habría acuerdo?

El señor BOSSELIN.-

No, señor Presidente.

El señor VIERA-GALLO (Presidente).-

No hay acuerdo.

CENTENARIO DE LA ENCICLICA "RERUM NOVARUM".

El señor VIERA-GALLO (Presidente).-

La presente sesión tiene por objeto conmemorar los cien años de la encíclica "Rerum Novarum", del Papa León XIII y su trascendencia en el desarrollo social de Chile.

En conformidad con lo dispuesto en el artículo 72 del Reglamento, los quince primeros minutos corresponden al Comité del Partido Demócrata Cristiano.

Tiene la palabra el Diputado señor Andrés Aylwin.

El señor AYLWIN (don Andrés).-

Señor Presidente, los Diputados democratacristianos hemos solicitado que se cite a esta sesión extraordinaria para conmemorar el primer centenario de un documento histórico: la Encíclica del Papa León XIII, "Rerum Novarum", documento realmente visionario y profético en muchos aspectos, que ha influido durante un siglo en las opciones de vida de cientos de miles de hombres y mujeres -varios de ellos presentes en esta Sala- y ha contribuido significativamente a la redención social, económica y moral de millones de trabajadores.

Rerum Novarum afronta la cuestión social y el problema obrero frente a las cosas nuevas de su época.

¿Cuáles fueron esas cosas nuevas que sacudieron tan profundamente a la Iglesia Católica, al Papa León XIII, a la intelectualidad y a las grandes masas obreras de su tiempo, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX.

Debemos, al efecto, ubicamos en una realidad histórica, donde predominaba un tipo de organización social en la cual la economía industrial se organizaba artesanalmente sobre la base de asociaciones de trabajadores. La Revolución Industrial barrió casi integralmente con ese tipo de organización económica familiar, lo que dio origen a las grandes ciudades, donde surgieron enormes industrias que provocaban el desplazamiento de millares de trabajadores desde campos o villorrios a nuevos lugares de trabajo.

Esas grandes masas obreras no tenían más que sus manos para trabajar y sus mujeres e hijos por mantener. Estas grandes masas de seres sufrientes se amontonaron promiscuamente en los sectores pobres o marginales de las ciudades, muchas veces en las peores condiciones de pauperismo.

Constituyó esta época un período de triunfo de grandes libertades teóricas: libertad de trabajo, libertad en la fijación de las remuneraciones u otras cláusulas del contrato laboral. En este mundo, las asociaciones de trabajadores en sindicatos fueron prohibidas e, incluso, pasaron a constituir delito. Así, en esta forma, frente a un gigantesco desarrollo industrial, se creaban los más contradictorios cordones de miseria humana.

En otro aspecto, esta realidad convulsionaba a la sociedad. El "tener" desplazaba al "ser". La fe religiosa entraba muchas veces en crisis. Los movimientos sociales surgen en las masas y en la intelectualidad, y signos de convulsión estremecían a la humanidad.

La reciente Encíclica "Centesimus Annus", del Papa Juan Pablo A, sintetiza acertadamente estos tiempos cuando dice que a finales del siglo pasado nos encontrábamos ante un proceso histórico, presente ya desde hacía tiempo, pero que alcanzaba entonces su punto álgido. Factor determinante de tal proceso lo constituyó un conjunto de cambios radicales ocurridos en el campo político, económico y social, incluso en el ámbito científico y técnico, aparte del múltiple influjo de las ideologías dominantes. Como resultado de todos estos cambios, había surgido una nueva concepción de la sociedad, del Estado y de la autoridad. Una sociedad tradicional se iba extinguiendo, mientras comenzaba a formarse otra cargada con la esperanza de nuevas libertades, pero, al mismo tiempo, con los peligros de nuevas formas de injusticia y esclavitud.

Frente a este nuevo mundo lleno de desafíos y peligros, el Papa León XIII no se desespera, y su Encíclica constituye rica savia que moviliza a obreros y juventudes y que constituye un verdadero himno a la esperanza, a la esperanza en Dios, sí, pero también a la esperanza en los hombres; a la esperanza en otro mundo, pero también a la esperanza aquí en la tierra.

Tal vez lo que más nos impresiona hoy, al releer la Encíclica "Rerum Novarum", es constatar su impresionante vigencia después de un siglo. Esta vigencia se expresa, por ejemplo, al comprobar las dramáticas realidades económico-sociales, en parte importante aún no superadas. Nos impresiona al efecto, cuando en la Encíclica se habla "del empobrecimiento de las multitudes", y no podemos dejar de pensar en nuestros días y en nuestra patria cuando se señala que "el régimen imperante ha dividido a los pueblos en dos clases de ciudadanos, poniendo entre ellos una distancia inmensa. Una, poderosísima, que, teniendo en sus manos ella sola todas las empresas productoras y todo el comercio, atrae así para su propia utilidad y provecho, todos los manantiales de riquezas y tiene no escaso poder aún en la misma administración de las cosas públicas. La otra es la muchedumbre pobre y débil, con el ánimo llagado y expuesta siempre a las turbulencias. Pero si la descripción de la realidad social tiene todavía una gran vigencia después de cien años, mucho más la tiene la afirmación de los valores o concepciones morales que inspira la Encíclica Rerum Novarum.

Al efecto, resulta gratamente sorprendente que los mandatos ético sociales y los principios enunciados hace un siglo puedan tener hoy tan impresionante validez y vigencia.

De paso, hagamos notar la triple vigencia de todos estos valores y principios. Desde un punto de vista personal o particular, existe el mandato a la conciencia individual de los cristianos y de todos los hombres, especialmente de los patrones o empresarios, de realizar la justicia con sus trabajadores.

Desde un punto de vista de quien hace la ley o la norma, existe la obligación de ajustarla plenamente a los valores de la equidad, reconociendo siempre la existencia de una parte más débil: el trabajador.

Por último, la autoridad pública, cuya obligación es creer para que a cada uno se le guarde lo suyo, castigando toda violación de la justicia, teniendo en cuenta principalmente a la clase ínfima y a los pobres, porque la clase de los ricos, como lo dice León XIII, necesita menos del amparo de la autoridad pública; en cambio como el pueblo pobre carece de medios propios con que defenderse, tiene que apoyarse fuertemente en el patrimonio del Estado. Por tanto, el Estado debe dirigir preferentemente sus cuidados y providencias a los asalariados que forman parte de la clase pobre y necesitada, en general.

Esta triple validez, individual, legal y estatal, que se le da a todos los principios o valores, consagrados en la Encíclica, todos a su vez con pleno valor para el día de hoy, comienzan manifestándose en el pleno respeto a la dignidad de todos los hombres, especialmente de los trabajadores, y su derecho a asociarse o sindicalizarse. Esta dignificación y valorización del trabajo y del trabajador, lleva a León XIII a afirmar categóricamente que con toda verdad se puede decir que no es de otra cósa, sino del trabajo de los obreros, de donde salen las riquezas de los Estados y, por lo mismo, el fruto del trabajo es justo que pertenezca a los que trabajan.

Por lo mismo, León XIII abogó con fuerza a favor de una remuneración justa para los trabajadores, lo que implicaba - puesto que el único bien del trabajador es su capacidad de trabajo- que ganara lo necesario para sustentar su familia e incluso ahorrar. Dice: "En general, deben acordarse los ricos y patrones que oprimir en provecho propio a los indigentes y menesterosos y explotar la pobreza ajena para mayores lucros, es contra todo derecho divino y humano; y el defraudar a alguien del salario que se le debe, es un gran crimen que clama venganza".

Rerum Novarum rechaza absolutamente el mercado como factor decisivo para la determinación de las condiciones laborales, llegando a sostener expresiones que hoy parecerían casi revolucionarias, al decir: "Y si acaeciese alguna vez que el obrero, obligado por la necesidad o movido por el miedo, aceptase una condición más dura, que aunque no quisiera tuviese que aceptar por imponérsela el patrón o el contratista, sería eso hacerle violencia y contra esa violencia reclama la justicia".

León XIII defendió la propiedad privada, a la que calificó como un derecho natural, distinguiendo claramente entre tal derecho y el uso justo que debía hacerse de él, haciendo suya una cita de la Suma Teológica: "Lícito es que el hombre posea algo como propio. Es, además, para la vida humana, necesario.". Más si se pregunta qué uso se debe hacer de esos bienes, la Iglesia sin titubear responde: "Cuanto a esto, no debe tener el hombre las cosas externas como propias, sino como comunes; es decir, de tal suerte que fácilmente los comunique con otros cuando éstos los necesiten".

En otro aspecto, la "Rerum Novarum" es categórica para condenar el socialismo; sin embargo, si se considera en su contexto global, podemos afirmar que sus críticas se refieren especialmente a los socialismos reales, estatistas o totalizantes. En efecto, los valores o principios generales señalados en la Encíclica crean puntos de encuentro con los socialismos humanistas en los aspectos, dolores e inquietudes concretos del hombre común.

En este sentido, son ilustrativas algunas frases de "Centesimus Annus," como aquella que expresa que "la lucha de clases en sentido marxista y en militarismo, tienen las mismas raíces: el ateísmo y el desprecio a la persona humana, que hacen prevalecer la fuerza sobre la razón y el derecho". Esta crítica, claramente, no afecta a los socialismos democráticos. Para nuestro Partido, fuerza inspirada en el humanismo cristiano, constituye un justo orgullo conmemorar los cien años de la "Rerum Novarum", que se cumplen justamente hoy.

En ningún lugar de Chile deja de existir un militante que ha tratado, humildemente, de guiarse por los bellos mensajes de León XIII. En tiempos de la muerte, de ideologías totalizantes y del predominio, a veces, de excesivos pragmatismos, tenemos la convicción profunda de que inspirados en los valores de la "Rerum Novarum" y otras encíclicas, cualquier joven podrá encontrar valores espirituales y morales que den sentido a su existencia; que irradien fuerza, luz y esperanza; que entreguen y creen solidaridad.

Termino. Tenemos también la convicción de que el sentido profundamente humanista de esos valores puede y debe unimos a otras fuerzas en la hermosa lucha por construir una sociedad donde la violencia sea erradicada por la esperanza y donde todos coloquemos el centro de nuestras motivaciones en aquellos que fueron los hijos predilectos de León XIII: los más pobres y marginados de nuestra sociedad; los que, al decir suyo, sólo poseen la posibilidad de entregar su capacidad de trabajo.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Gracias, señor Diputado.

Tiene la palabra el Diputado José Antonio Viera-Gallo.

El señor VIERA-GALLO.-

Señor Presidente, el documento que hoy nos ocupa, la "Rerum Novarum", y en especial la última Encíclica del Papa Juan Pablo II, la "Centesimus Annus", constituyen algo serio que merece reflexión y, cuyas afirmaciones hay que tomar muy en cuenta. Estas, respecto de las cosas nuevas de la época actual, son básicamente dos:

Lo que el Papa llama "el fracaso del socialismo", y "los males del capitalismo". Y esto, a la luz de los acontecimientos de 1989.

Sobre el primer punto, son importantes las reflexiones que provengan de esta bancada que, justamente, se inspira en el socialismo. La verdad -como muy bien lo ha dicho el Diputado señor Andrés Aylwin-, es que el acento principal de la Encíclica está en la crítica al socialismo real; es decir, para ser bien exactos, a la experiencia comunista inspirada en una determinada visión del marxismo. Pero también es cierto que la Encíclica no contiene suficientes matices al respecto.

Echamos de menos referencias como las de Juan XXIII, en la Encíclica Mater et Magistra, al proceso de socialización, fruto del progreso científico-técnico, como un hecho positivo en la historia. Echamos de menos la distinción que hizo el mismo Pontífice en la Encíclica Pacem in Terris, entre las verdades especulativas y los movimientos históricos. Y echamos de menos algunas de las aseveraciones de Pablo VI respecto de los movimientos de liberación en el Tercer Mundo, inspirados en el socialismo.

También nos gustaría una reflexión más profunda cuando se dice que la causa del fracaso del socialismo se encuentra en su falsedad antropológica, básicamente, en su carácter ateo, y específicamente en el racionalismo iluminista, fruto de la Enciclopedia, que dio origen a la Revolución Francesa y al Mundo Moderno. Es decir, sobre el punto del fracaso del socialismo, nos hubiera gustado una precisión mayor en la encíclica respecto a qué fracaso y qué, verdaderamente y en profundidad, se critica.

En cuanto a los males del capitalismo, es evidente que la Iglesia los reconoce y los condena con palabras categóricas, como lo ha hecho desde la Rerum Novarum hace cien años. Y, al hacerlo, la Iglesia propone orientaciones generales de cambio social; no propone modelos, ideologías y mucho menos programas concretos de acción. En ese ámbito de crítica al capitalismo, puede haber y debiera haber una posibilidad concreta de encuentro entre fuerzas políticas, sociales y culturales de diversa inspiración ideológica, como muy bien lo ha señalado esta mañana el Diputado señor Andrés Aylwin. En este marco, tiene una posibilidad de acción y reclama un legítimo derecho de presencia lo que pudiéramos llamar "el socialismo renovado".

Lo que terminó en 1989 fue la experiencia comunista y una cierta inspiración en el pensamiento de Marx, debida a las elaboraciones de Lenin. Pero los movimientos de inspiración socialista son muchos y diversos en Europa y en el Tercer Mundo, los cuales en general, dada la experiencia fracasada del comunismo, tienden a ubicarse dentro de los parámetros de la encíclica, es decir, regulación del mercado, combinación del principio de subsidiariedad con el de solidaridad -este último afirmado categóricamente por el Papa como un aporte importante en la doctrina social de la Iglesia- y afirmación categórica de la vigencia de la democracia y de los derechos humanos.

Otro tanto podría decirse del liberalismo. Nos gustaría mucho escuchar esta mañana a aquellas fuerzas que dicen inspirarse en el pensamiento liberal, respecto de cuál es su posición frente a la condena categórica que la Encíclica hace del liberalismo, porque éste también es variado y los movimientos en que se inspira no son monolíticos, ni todos ellos responden a un mismo parámetro.

Cuando se postula la colaboración, como lo hace el Papa -y la misma Encíclica reconoce, que en el momento actual hay un predominio de ideas democráticas que también se expresan en el fracaso de los regímenes militares de seguridad nacional- no debiera comenzarse la reflexión por la condena categórica de las formulaciones abstractas de los movimientos sociales y políticos, sii>o, más bien, por acercarse a comprender lo que estos movimientos, desde la Revolución Francesa y el Enciclopedismo, han aportado a la humanidad. Mucho debe la propia Iglesia al liberalismo y al socialismo, aunque no fueran más que un desafío a su conciencia, porque la afirmación categórica de las libertades públicas de la justicia social y de los derechos humanos vienen de la Revolución Francesa y del liberalismo, los que en un tiempo fueron condenados por la Iglesia. (Baste recordar el Syllabus de Pío Nono). Mucho debe la Iglesia al movimiento obrero de inspiración fundamentalmente socialista, aunque más no fuera como acicate para formular durante estos cien años su importante enseñanza social.

Quisiéramos ver una Iglesia menos autocomplaciente, más consciente de sus limitaciones y, al mismo tiempo, que mirara su propia historia con mayor espíritu crítico.

Otro punto interesante, pero que no hay tiempo para desarrollarlo, es lo que el Papa llama "la democracia sin valores", al afirmar que ésta debe tener referencia a una verdad última.

Yo digo que si esa verdad es última, no cabe duda de que tiene toda la razón; pero el problema concreto que se le plantea a la Iglesia en el mundo moderno es el pluralismo cultural de los valores dentro de la democracia occidental y, al mismo tiempo, dentro de sus propias filas, porque hay un legítimo pluralismo de reflexión teológica y de enseñanza social en el interior de la propia Iglesia. Por tanto, ésta no puede pretender una suerte de tutela sobre la democracia. Sí puede y debe hacer valer sus puntos de vista, incluso con energía, pero reconociendo la soberanía del Estado y de la democracia para determinar, en última instancia, lo que conviene o no al bien común. Concretamente me refiero a lo que algún día será el debate en este país sobre temas tan candentes y conflictivos como el control de la natalidad o el divorcio. Es importante reflexionar sobre el documento del Papa Juan Pablo II, como su nombre lo indica Centesimus Annus, a la luz de la historia de estos cien años; cien años en que la Iglesia ha luchado, a veces con acierto, otras con equivocaciones, pero manteniéndose fiel a su mensaje evangélico: lucha por la dignidad del hombre. Su enseñanza ha acompañado las vicisitudes, los dramas, las guerras, las revoluciones y las independencias que han marcado al siglo XX.

Deberíamos reflexionar sobre este documento teniendo en cuenta su historia, sobre todo a la luz de ella, para mirar como indica el Papa los grandes desafíos del milenio que viene; y a partir de un común denominador democrático y de la enseñanza de la exigencia de regular el mercado y de la primacía del trabajo sobre el capital, impulsar programas concretos de reformas que humanicen la sociedad nacional e internacional.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

El Diputado señor Bosselin ha hecho presente a la Mesa que retira su oposición para insertar en la versión de esta sesión las intervenciones de los Diputados que lo soliciten. De tal manera que recabo el asentimiento unánime de la Sala para porceder en la forma indicada.

Si le parece a la Sala, así se acordará.

Acordado.

Tiene la palabra el Diputado señor Rodolfo Seguel.

El señor SEGUEL.-

Señor Presidente, Honorable Cámara, la promulgación de la Encíclica "Rerum Novarum", de León XIII, el 15 de mayo de 1891, constituye un hito histórico en el que se ubica el resurgimiento del pensamiento y la acción social cristiana contemporánea.

En ella, la Iglesia nos invita a comprometemos en una acción social que permita corregir las graves desigualdades sociales generadas por el capitalismo emergente y los severos errores de las soluciones socialistas.

Ese es el tema de mi reflexión en este centenario de la "Rerum Novarum"

Como sabemos, el compromiso social siempre ha estado presente en la tradición cristiana, ya que ello es natural en una fe que cree que el amor a Dios y al prójimo son indivisibles.

En Chile, el impacto del mensaje social cristiano tomará sus años. Serán unos pocos jóvenes del Partido Conservador y del clero los que, ante la pauperización de los trabajadores chilenos durante la crisis de los años 30, se sentirán interpelados a dar una respuesta cristiana.

De ahí surge en el plano social el movimiento de acción católica, y en el plano político la Falange Nacional que dará origen a nuestro actual Partido Demócrata Cristiano.

El desarrollo de uno difícilmente se puede explicar sin el otro, y ambos no tienen sentido sin figuras señeras como la del Padre Alberto Hurtado.

El Padre Alberto Hurtado Cruchaga tuvo que enfrentar circunstancias adversas desde muy joven, lo que lo llevó a dos consideraciones que se manifestaron durante toda su vida: la aceptación confiada del plan de Dios respecto de su persona, y la visión cristiana del dolor y la injusticia en la sociedad. Todo ello no como un simple sentimiento, sino como una clara inteligencia que abre camino a una voluntad infatigable para lograr el restablecimiento de la equidad y el amor.

Otra característica de su acción fue su realismo; es decir, la correcta apreciación en cada persona de su capacidad actual, su posibilidad de progresar y los medios indispensables para un reencuentro con la propia estimación, y una relación positiva y de recíproco intercambio con el ambiente.

El lugar siguiente corresponde a los empleados, obreros y campesinos que podían, entonces -sirviéndose de los derechos reconocidos por el Código del Trabajo y leyes complementarias-, ser los artífices de su propio progreso. Y para ellos el Padre Hurtado creó la Asich. Pero la actividad del Padre Hurtado no se detenía en el ámbito de los trabajadores. El buscó a los patrones y empleadores para adoctrinarlos por medio de conversaciones, charlas y cursos con el fin de hacerles apreciar debidamente el quehacer de los obreros de sus empresas y acelerar las soluciones justas.

Este realismo partía de hechos muy concretos, como, por ejemplo:

-Que toda persona está compuesta de cuerpo y alma;

-Que posee derechos esenciales y debe cumplir obligaciones fundamentales;

-Que se requiere un mínimo de bienestar para practicar la virtud, y

-Que existe un problema social que todos deben contribuir a resolver.

Finalmente, el modo de descubrir el problema social en toda su magnitud y las grandes líneas que llevan a resolverlo, están en la doctrina social de la Iglesia, cuyo eje se encuentra en uno de los grandes documentos de los últimos cien años.

Es así como, a partir de León XIII y la "Rerum Novarum", tenemos:

"Quadragesimo Anno" 1931, que enfoca el problema de orden económico ocasionado por la crisis de los años 30; "Mater et Magister", 1961, concerniente a los problemas económicos contemporáneos; "Pacem in Terris", 1963, referente a los problemas políticos internacionales; "Populorum Progressio", 1967, que trata sobre el desarrollo de los países del Tercer Mundo; "Octogésima Adveniens", 1971, que se refiere al discernimiento de las culturas e ideologías; "Laborem Exercens", 1981, sobre el valor y centralidad del trabajo.

Es así como a partir de Rerum Novarum, la Iglesia, en los últimos cien años, se ha pronunciado respecto de casi todas las grandes cuestiones sociales y -es bueno tenerlo presente- siempre en defensa de los más débiles.

Pero no estamos aquí para recordar, sino para conmemorar; es decir, para profundizar en el camino recorrido y asumir los desafíos de la hora presente.

Así lo ha entendido también la Iglesia, que, con motivo de este centenario, ha puesto en nuestras manos la nueva Encíclica "Centesimus Annus", llamándonos una vez más a discernir a la luz de la fe y de los valores permanentes de la tradición humanista cristiana.

En ella, Juan Pablo II resitúa la cuestión del trabajo y define los derechos de los trabajadores en el ocaso de la revolución industrial, de los socialimos reales y del capitalismo materialista.

Hoy, en plena revolución científico-tecnológica, en la alborada de una nueva civilización, los democratacristianos estamos llamados a asumir los desafíos del futuro, de la modernización de nuestra sociedad, de la cultura adveniente y del tercer milenio.

Quienes postulamos una opción política fundada en los principios de la doctrina social de la Iglesia, reafirmamos hoy, con fe y esperanza, nuestro compromiso con esos principios.

La clave de la lectura de todos los documentos mencionados, es la dignidad del hombre, de todos los hombres lo cual, entre otras materias, pasa por la reivindicación de los derechos sociales de las grandes mayorías postergadas, como asimismo, por las legislaciones laboral y de seguridad social centradas en la dignidad de la persona humana, muy por encima de las veleidades del mercado.

Es difícil que alguien pronuncie un discurso contrario a estos criterios. La manera de evadir estas responsabilidades por parte de las minorías privilegiadas no es directa. Esperamos construir consensualmente nuestra institucionalidad democrática basada en la justicia social. Si ello, es posible, tanto mejor, si, por el contrario, nuestros interlocutores desvirtúan el sentido de fondo de nuestro compromiso, el testimonio público será la respuesta para que cada uno asuma su responsabilidad ante el país y ante la historia

Para terminar, quisiera evocar nuevamente la presencia del padre Hurtado en el lenguaje de nuestra gran Gabriela Mistral: "Solemos oír a los muertos; en cuanto se hace un silencio en nuestros ajetreos mundanos, se les oye clara y distintamente. Oír al Padre Hurtado será una obligación de responderle, y la respuesta única que hay que dar a su alma atenta y a su bulto sólo entredormido, es la ayuda de sus obras, un socorro igual al de antes, porque la miseria, la bizca y cenicienta miseria, sigue corriendo por los suburbios, manchando la clara luz de Chile y rayando con su undeada de carbón infernal, la honra de las ciudades grandes y el decoro de las aldeas.".

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Longton.

El señor LONGTON.-

Señor Presidente, deseo iniciar mis palabras considerando una afirmación del Papa Juan XXIII en su Encíclica "Pacem in Terris", referida a los hombres de buena voluntad, que el Papa Juan Pablo II menciona al final de su Carta Encíclica Centesimus Annus. Deseo ubicarme dentro de esta calificación, para comunicar a los Honorables parlamentarios, mis reflexiones acerca de este nuevo e importante mensaje sobre la doctrina social de la Iglesia, que, ya a cien años de la Rerum Novarum, del Papa León XIII, nuestro tiempo necesita. Además, el Partido al cual represento está integrado por personas de las más diversas concepciones dentro de una sociedad cristiano-occidental, las cuales merecen a Su Santidad y al que habla el mayor respeto, en virtud de su libertad de conciencia.

El análisis en conciencia de la Carta Encíclica "Centesimus Annus", nos hace reflexionar en cuanto llama a la colaboración por un mundo mejor, más justo, más caritativo y más humano. Con esta actitud de apertura y mutuo respeto, debo reconocer los límites y los aciertos que he hallado en la ideología que sustenta Renovación Nacional, mi Partido. Esto porque la reflexión Papal se ubica por sobre banderías e intereses partidistas, para reubicamos a todos en el plano consensual de lo humano.

Centesimus Annus se encuentra dentro del amplio campo de la doctrina social de la Iglesia, por lo que, para entender la Carta Encíclica que hoy nos reúne, debemos considerar el dato revelado, las enseñanzas magisteriales, la tradición de la Iglesia, la experiencia y la razón humana y la amplia, rica y radical verdad de la persona, entendida como sujeto del trabajo.

Parece que Su Santidad nos ha querido entregar sus verdades perennes, que posee en su calidad de Vicario de Cristo, como en capítulos de una obra, sobre lo que es la vida humana, en su dimensión trascendental y social. Recordemos simplemente algunos títulos de su fructuosa aportación: Redemptor Hominis, Dives in Misericordia, Laborem Exercens, Familiaris Consortio, Reconciliado et Pae- nitentia; Salvafici Dolores, Dominum et Vivificantem, Sollicitudo rei socialis, Christifidelis Laicis, y, ahora, Centesimus Annus. Es la presentación siempre renovada y siempre vigente de la doctrina revelada que se adecúa a cada tiempo; lo nuevo y lo viejo que se mezclan. Lo nuevo se funda en lo viejo; lo viejo que, en forma a veces arcaica y torpe, ilumina los nuevos tiempos.

A través de ese proceso intelectual, hemos ido logrando una nueva síntesis, una nueva "Summa Teológico-social de lo Vertical" -Dios y lo Horizontal-, el hombre inserto en la historia. Centesimus Annus le habla al hombre concreto aquí y ahora (Hic nunc), porque el problema social es un problema humano. Y éste es el nervio vital, la preocupación central de la Iglesia.

¿Cuáles serían las razones que han llevado a Su Santidad Juan Pablo II a plantear desde esta perspectiva subjetiva, es decir, desde el sujeto entendido como persona en acción, la esencia de la cuestión social?

La respuesta fenomenológica del Papa se funda en la observación y en la experiencia de hechos indesmentibles, como que el medio económico actual -accidental y oriental; norte, sur-, representado por los distintos sistemas económicos: individualista-liberal y colectivista-marxista-socialista, tiene una clara tendencia objetivista, entendida como la dimensión externa y material de la producción y del dominio del hombre por el hombre, que encontramos hoy en la economía.

La pérdida del sujeto del trabajo y del "Homo Economicus" en el sistema productivo de servicios, es una realidad que Juan Pablo II nos vuelve a reiterar en ésta su nueva Carta Encíclica "Centesimus Annus". Es el llamado a la recuperación de la persona en todo proceso económico- social, otorgando al ser humano el sitio que le es debido.

Aflora también en esta Encíclica, el trasfondo filosófico de Karol Wojtyla, el cual toma elementos de la tradicional filosofía aristotélico-tomista y del idealismo alemán, los cuales, en un diálogo franco, a través de un vehículo también fenomenológico, scheleriano y husserliano, van avanzando desde los efectos dados a priori al sujeto, en busca de la causa trascendental, consiguiendo así recuperar al ser, que Heidegger denuncia en su obra "Ser y tiempo" como una realidad perdida. Es el ansia de lo absoluto que Hegel nos propone como una meta para que el imperativo categórico de Kant sea una realidad: "Hombre debes ser y debes actuar como la persona que Mounier y Maritain nos han devuelto".

El cambio cualitativo que experimenta el profesor de antropología y moral; el obispo y cardenal en Santo Padre, ¿no podría ser la necesidad de una nueva forma de enfrentar la evangelización del mundo actual por la Iglesia Católica, en los diferentes estamentos sociales, por ejemplo?

Se aprecia con claridad el gran impulso que Juan Paulo Segundo ha dado a la Iglesia, con sus categorías y con su visión de lo divino y de lo humano.

¿No será que estamos también ante un nuevo hito en la forma de interpretar al sujeto del trabajo, desde la doctrina social de la Iglesia y, por lo tanto, en las proximidades de un nuevo cambio socioeconómico de dimensiones mundiales?

Nuestro mundo se ha transformado en un gran movimiento para la defensa de la persona humana y del respeto que merece por su dignidad. Nuestro país, Chile, también se ha sumado con firmeza a esta gran campaña. Quizás el dolor nos ha enseñado vivencialmente, más que teóricamente, el drama humano enfrentado a la injusticia, a la marginación, al desempleo y a la muerte.

Esta actitud intencionalmente buena no siempre tiende a hacerse realidad; incluso en ocasiones nos ha llevado a formas de barbarie aún más graves e inhumanas: la separación de dos grandes mundos: uno rico y opulento a costa de otro pobre y necesitado; la lucha de clases aún vigente en el Tercer Mundo, que sigue enfrentando a capitalistas y trabajadores; la violencia terrorista, institucional o no, que deja como letra muerta la Declaración Universal de los Derechos Humanos; la miseria de Latinoamérica, que prostituye a los pueblos y a las personas por obtener una vida económicamente considerada más ventajosa.

El relativismo moral deshumaniza y nos lleva al hedonismo, al alcoholismo y a la drogradicción. En fin, la ambivalencia del obrar humano está presente en cada acción de la persona, porque ella es libre; pero esta problemática se agrava con la llegada del subjetivismo extremo, en el que cada individuo es un absoluto, un mini Dios, que no acepta un orden objetivo dado y que incluso, quijotescamente, se enfrenta a él sin un mayor fin que la demencia, la angustia y la náusea, de sólo saber que la muerte es lo único que tiene claro; así como Sartre diría: "El hombre es un ser para la muerte".

La Iglesia desde siempre ofrece la alternativa de la vida, la que, desde luego, se confirma en cada momento de nuestra existencia. El libro del Génesis, en los capítulos I, II y III, responde a este principio vital que nace de Dios, el cual, desde el no ser, hace existir a cada ente otorgándole una determinada finalidad, que está acorde con su naturaleza.

La cúspide de ambos relatos, sacerdotal y yavista, es el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, puesto en el mundo para someterlo y dominarlo, calificándolo Dios de señor de lo creado, protector y guardián. Como toda realidad contingente, debe tener una clara referencia a quien le ha dado el Ser-Dios, y cada vez que se aleja de esta norma objetiva, trastrocando el orden establecido y sin referencia a nada ni a nadie, intenta convertirse en Dios para sí mismo.

Es el drama siempre repetido de un ente (principio de la limitación y de la contingencia) que sabiéndose tal, no lo acepta y quiere llegar a Ser-Dios (principio de la ilimitación), y como es contradictorio otorgarle una condición absoluta de lo relativo, lo que es relativo en esencia al hombre, se vuelve la norma absoluta, generando un caos en él mismo y en el medio que le rodea. Las cosas que estaban a sus pies para servirlo, tontamente las eleva hasta la substancialidad más absoluta, trastrocando el fin por los medios (poder, fama, sexo, dinero, etcétera). Es el paso del señor al esclavo.

La soberbia humana no acepta sus límites, que provienen de su propia naturaleza y de nuestra condición de criaturas, que nos revela débiles, carentes y necesitados de nuestros semejantes y de los bienes terrenales. Nuestra finitud de inteligencia no puede captarlo todo, y la voluntad no puede saciar su ansia de amar en sí mismo, sino en relación con Dios y con los demás. El orgullo produce un hombre antisocial que no acepta ni entiende a los prójimos a quienes considera seres inferiores y despreciables. Pero la vida le muestra al hombre que existen seres superiores a él y que sin Dios no hay "Más Allá" que la muerte, que es otra consecuencia de la debilidad humana y sus errores. Esto genera en él una envidia tal que lo llevará al resentimiento al no poder alcanzar a lo que aspira: ser Dios. Entonces inicia un proceso lento pero seguro de destrucción, como es el que hoy vemos en el mundo.

Pero podemos preguntamos: ¿qué es el ser humano?, para buscar su finalidad objetiva, teniendo en cuenta que sin el dato revelado y después de Kant, no podemos llegar a la esencia de lo humano, al menos por la pura razón. Fenomenológicamente se descubre en él una "dimensión somática", que desea como fin su salud. A la vez, se nos revela una "dimensión síquica", que está integrada por la inteligencia que busca comprender la verdad, una voluntad libre que desea y apetece el bien y una conciencia que refleja y juzga las acciones del hombre con el fin de que se realice y sea feliz. Por tanto, la unidad psicosomática o sustancial expresada por Zubiri como una "inteligencia sintiente" y una "unidad totalizante" que desea su plenitud proporcionada de acuerdo con su naturaleza.

En cambio, el dato revelado reconoce en Dios la plenitud de lo humano, es el ente limitado que por las acciones buenas (virtuosas) intenta llegar al Ser, a Dios. Quien es su proporción y finalidad justa. Por ello, San Agustín expresará en sus confesiones: 'Inquieto está nuestro corazón mientras no descanse en ti, señor Dios".

Pero, como sabemos, el ser humano vive en sociedad porque es un ser social, necesita de los otros y de las diferentes organizaciones sociales, políticas y económicas que cada tiempo lo ofrece, para buscar su realización. Por ello, porque la Iglesia tiene como preocupación fundamental al hombre, es que ella interviene a través de la Doctrina Social de la Iglesia en el quehacer político-económico y social del mundo.

La Carta Encíclica lo dice con firmeza, desde la Rerum Novarum hasta la "Centesimus Annus", los Pontífices buscan establecer un orden más justo y más humano. Por ello, se denuncia toda arbitrariedad, toda estructura de poder que no respete a la persona, promoviendo la solidaridad, la caridad social y la civilización del amor. Esta pasa necesariamente por la preferencia por los pobres y por una sana concepción de la propiedad privada, del trabajo, de la economía; de la política y del mismo hombre.

La antropología cristiana desea iluminar la cuestión económica que tanta influencia tiene hoy en nuestras vidas. Aclarando, en primer lugar, que a la cuestión económica se le debe volver a dar el justo lugar que le corresponde, en cuanto que es una de las tantas dimensiones que el hombre tiene, afirmando paralelamente su condición de medio instrumental para la consecución de los fines parciales que le lleven, en definitiva, al fin final.

En segundo lugar, Aristóteles definió la economía como el arte de acumular los bienes necesarios para la vida de una familia, definición que se refiere primordialmente al valor de uso de los bienes. Así, a nivel mundial o nacional, la economía será la necesaria acumulación de los bienes que satisfagan las necesidades de la familia internacional o nacional. Esto es la riqueza natural por la que están puestos los bienes. El mismo Aristóteles definió con el término crematística el arte de acumular bienes que tiene primordialmente un valor de cambio. Esta es la llamada riqueza artificial, que sólo beneficia a unos pocos en perjuicio de los demás. Este proceso crematístico es el que hoy impera en nuestra sociedad, cuya finalidad es indefinida porque naturalmente no apunta a nada más que a la riqueza por la riqueza. El medio se ha transformado en fin y el fin, lo humano, queda sometido al medio, a los bienes.

En tercer lugar, vemos a la economía renegando de su procedencia, porque es una ciencia humana y, por tanto, se debe ubicar dentro de las ciencias sociales, reconsiderando entonces su punto de partida y su punto de llegada en el hombre, no centrando simplemente su interés en lo cuántico (eficiencia, rentabilidad, utilidad).

En cuarto lugar, la economía ha generado el mito concepción absoluta de la propiedad privada, que no tiene ninguna base de sustentación natural fuera de la voluntad humana. El Papa Juan Pablo II es enfático en afirmar el destino universal de los bienes. Ellos nos han sido "donados" para que, utilizándolos naturalmente, se realice la persona humana, todos sin exclusión alguna. Este principio se funda en la donación de los mismos por parte de Dios. Es una priori trascendental que nadie puede negar. Basado en lo anterior, Santos Tomás de Aquino nos propone el principio de la hipoteca social que grava sobre toda propiedad.

En quinto lugar, la economía ha provocado la sustancialidad del dinero, creando un nuevo seudo Dios que todo lo puede y que parece mover al mundo. Es la transformación de la persona en una categoría cuántica, es decir, de valor monetario, reduciendo su entera realidad a la conversión de un valor útil.

En sexto lugar, el Papa nos revela que el factor más importante en el desarrollo económico de la empresa y de los países está centrado en la persona, que genera con su trabajo el capital que luego es reinvertido en el mismo u otro proceso económico generador de más bienes de servicios o de consumo.

En séptimo lugar, la economía y la ley de oferta y de demanda (ley de mercado), no pueden ser la norma objetiva que regula la vida humana. Primero, éstas deben volver a tomar una dimensión humana que les permita generar no sólo desarrollo material, sino integral.

En definitiva, la economía debe estar al servicio de la humanidad, intentando cubrir con los medios escasos las necesidades múltiples de lo realmente necesario para el hombre.

La economía debe considerar que la sustentación de ella y su principio ha sido una donación, que es la creación, por la cual satisfacemos nuestras necesidades y buscamos realizar nuestro ser personal, familiar y social. La persona humana también recibe la donación de la vida, de la salud y de su trascendencia, que le permiten orientarse hacia su fin por la donación. Entonces, la clave de la cuestión económica está en la debida donación que cada ser humano hace de sí mismo y para con el prójimo, la cual es una actitud que aflora desde lo más íntimo de nuestro ser. Así lo revela la dinamicidad humana en su constante transitividad e inmanencia que no sólo perfeccionan por la donación al mundo entero, sino también a la persona misma.

Podemos concluir, por lo tanto, que hemos pasado de una economía de la solidaridad a una economía de la donación, que reconoce la donación primigenia y, sobre esa base objetiva, llevanta su ser y con él al mundo hasta Dios mismo, el sueño de Theillard de Chardin de un haz de relaciones que evolucionan hasta su fin final por el amor y en el amor.

Lo anterior también se sustenta en el principio de la libertad bien entendida, partiendo del accidente del tercer grado aristotélico hasta llegar a la autodeterminación que nos revela la autoposesión de un ser que es "sui iuris", dueño de sí mismo y que tiene derecho a su propia determinación política, económica, cultural y religiosa. Ahora bien, sólo el que se posee se puede donar, porque tiene la propiedad de su cuerpo y de su espíritu, revelándonos como seres libres y no como esclavos. Esto nos permite asumir compromisos que son una forma de servicio a la comunidad y a nosotros mismos. Es el autogobierno que es más que control y que orienta nuestras vidas hacia los fines y objetivos que naturalmente se nos han otorgado, pero que libremente optamos y hacemos nuestros. La libertad es el camino del bien.

Esta libertad de espontaneidad e indiferencia nos enfrenta a diario por las acciones con valores y antivalores que tenemos que enjuiciar y sopesar, porque la acción siempre está apuntada a bienes que pueden ser aparentes o reales y, por tanto, nos orienta hacia el bien o el mal. Y nos parece que separar la connotación moral de los actos humanos es una actitud forzada que no responde a la verdadera experiencia que cada día estamos viviendo. Incluso los supuestos actos que denominamos puramente técnicos tienen su connotación moral, ya que existen actos técnicamente bien hechos, pero moralmente mal realizados.

Una economía de donación reclama actitudes de donación personal, tanto de empresarios como de trabajadores, porque el primero ha obtenido su rango de tal producto del beneficio que su trabajo le ha otorgado. Siendo entonces el trabajo humano, servicio-donación, el que sustenta y genera el capital.

También podríamos denominar a esta actitud como un compromiso personal, porque no son las leyes, ni las estructuras, ni los sistemas los que harán cambiar al mundo sino las personas, una a una, sin distinción ni exclusión; es la conversión a un nuevo orden, más solidario, más justo y, en definitiva, más humano.

Las estructuras perversas de las sociedades contemporáneas impiden la realización de muchos hombres y mujeres oprimidos por la necesidad, las cuales, en ocasiones sin saber, y en otras con pleno conocimiento, aceptan degradarse y perder su dignidad. Estas son las formas de empleo injusto, de la prostitución física y psíquica que subyace, de la corrupción y perversión de adolescentes, de la venta del alma y de quienes detentan el poder.

Se busca hoy, en Chile, una existencia cualitativamente más satisfactoria, pero ¿bajo qué premisa antropológica o finalística?, ¿bajo qué presupuesto de verdad y de bien? Si la teoría colectivista se ha caído por su propio peso, el liberalismo individualista nos ahoga en el consumismo que nos lleva al materialismo (haciendo coincidentes los extremos), y al hedonismo que, lleno de sexo, droga y alcohol, ahogan frívolamente a los seres humanos, destruyendo y desfigurando la imagen de Dios y el templo del Espíritu Santo.

La vía del tener es una vida esclava. La vía del Ser y la Donación es una vía liberadora, porque quien es más sabe más y, por tanto, ama más.

El modelo económico de libre mercado debe respetar los derechos del trabajador para hacerse justo. La cuestión es: ¿a qué tiene derecho el trabajador?. A comer y a vestirse, a mantener dignamente una familia, a la educación de sus hijos, a la casa propia, al justo descanso. La verdad es que ninguna de estas proposiciones es superflua, sino necesarias para una vida digna. En Chile esto aún no se ha logrado. ¿Podemos, entonces, decir que la economía social de mercado ha triunfado por sobre otras opciones?. La respuesta es no, porque ella deberá superar los parámetros de lo rentable y útil para establecer un orden más justo. Es la economía de la donación la siguiente etapa que Chile debe asumir, nos dice el Papa.

Altas utilidades no garantizan el que se esté respetando a la persona del trabajador (gerente o simple obrero), ya que la empresa es más que una sociedad de capitales y de personas; es una comunidad de hombres que buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y sirven a la sociedad para, finalmente, obtener de ese ejercicio el también deseado beneficio.

Pero cuando encuadramos a la empresa dentro de los parámetros de la eficiencia, la rentabilidad y la utilidad, exclusivamente, hemos ingresado al proceso del "produce" para "consumir" y "consume" para seguir "produciendo". Aquí se nos ha perdido la persona, por quien la economía todo lo' hace.

De la misma manera, la actual Ley de Concesiones Mineras y Pesqueras, se opone a la economía de la donación que está sustentada en la visión crematística y no económica, en cuanto que lo donado está para servir al hombre y no para poseerlo sin ningún fin más que la riqueza artificial, que es inhumana. Es la no comprensión del mandato divino al trabajo, cuando éste no se halla, como el hombre es un estado potencial de desarrollo, se frustra por la cesantía o falta de oferta de trabajo. Entonces, se está atentando contra el más grave de los derechos del hombre: se le está negando su posibilidad de realización.

A veces la economía de mercado olvida que existen valores superiores a los útiles, al trato de la mercancía humana como un recurso más, sin considerar su condición de valor absoluto. Es la tan repetida trivialización de la persona, que en muchas ocasiones se vuelve un simple "algo", dejando de ser "alguien". Es el proceso de la alineación que los marxistas colectivistas veían en el capital y en la propiedad privada (en la compra de un hombre por otro hombre), y que, en la sociedad occidental, denominamos "cosificación" de lo humano, haciendo que la persona pierda su libertad. Desde lo cristiano se aliena quien pierde su visión de lo absoluto y, trastrocando el orden natural dado por Dios, invierte los medios en fines y los fines en medios.

Si pensamos en la fórmula liberal o capitalista, vemos como el pobre, por razones de mercado, es desplazado y exterminado por el principio darwinista de la sobrevivencia de la especie mejor dotada. La ley de la selva se hace presente en la sociedad. El mismo derecho positivo fundado en Kelsen, así lo establece a través de su principio de la revolución triunfante, del poder que legisla sin considerar la naturaleza humana, sino sólo el criterio subjetivo y siempre cuestionado de quien detenta temporalmente el poder en forma arbitraria.

Frente a esta condición de marginación, el hombre busca salir de ella de cualquier forma y, a veces, a cualquier precio. Surge el terrorismo, con las alternativas violentas de la revolución; la actitud inmoral del robo y la prostitución, en sus diversas formas de homosexualidad, corrupción de menores, instrumentalización de mujeres y de niños.

Surge la pregunta que reza: ¿El marxismo ha fracasado en el Tercer Mundo? La respuesta, por desgracia, es negativa. La teoría revolucionaria es una alternativa ante la miseria, ante quien no tiene más que perder que su vida; ante la opción de conseguir, aunque sea violentamente, una vida digna. Lamentablemente, las fórmulas violentas llevan al hombre desde una dignidad a otra; pero la poción está ahí vigente en los países del Tercer y Cuarto Mundo.

Se hace necesario, entonces, un estado democrático que, dividido en tres poderes que se equilibran: Ejecutivo, Legislativo y Judicial velan por la persona estableciendo el bien común que se funda en la justicia y genera la tan anhelada paz social. Esta fórmula de gobierno se opone a todas las formas de totalitarismo que, basadas en la relatividad y en el subjetivismo moral, se van acomodando demagógicamente a los deseos de un pueblo o a la imposición tecnócrata de un modelo que forzadamente se establece sin considerar el deseo de sus ciudadanos y menos aún el respeto a su libertad, lo que le permite su autodeterminación.

Las posturas escépticas y utilitarias no pueden fundar una economía de la donación, porque desconocen los valores absolutos del bien, de la verdad, de la justicia, de la paz, de la persona y, por sobre todo, de Dios. La democracia sin esta concepción objetiva puede caer en el totalitarismo; en las oligarquías de poder, en la dictadura, en el fundamentalismo y en el fanatismo ideológico.

La economía de la donación, que es el paso siguiente de la economía de libre mercado, reclama un orden jurídico-institucional que proteja al individuo y sus derechos; pero reconociendo que su libertad no es absoluta, por lo cual debe saber su limitación de ser contingente, que está referido a lo Absoluto-Dios.

La democracia es la nueva forma establecida en Chile para gobernamos; pero ella también reclama de nuestros ciudadanos una clara concepción cívica para solidificarse haciéndolo con responsabilidad y basándose en verdades e ideales.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Vicente Sota.

El señor SOTA.-

Señor Presidente, no temo equivocarme si digo que ésta es la primera vez que el Parlamento chileno es convocado especialmente para debatir sobre un documento emanado de la Santa Sede. Esta circunstancia hace adquirir a este acto un verdadero y nuevo relieve histórico.

En efecto, en el siglo pasado, las Cámaras chilenas fueron escenarios de enconados debates sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado o sobre leyes que afectaban la conciencia de creyentes y no creyentes.

Vivos están los recuerdos del ultramontano Partido Conservador -convertido en adalid de la Iglesia Católica- luchando en contra del matrimonio civil, de los cementerios laicos y defendiendo a ultranza la enseñanza privada y confesional. En el campo opuesto resuenan todavía los acentos de Lastarria y de Barros Arana, enarbolando con pasión de libres pensadores las banderas del viejo Partido Radical.

Podría agregarse, para que la remembranza sea completa, que en más de una ocasión, el delegado papal tomó partido, enervando las pasiones de los contrincantes. Pero, con todo, en el transcurso de los años, serenados los espíritus, la separación de la Iglesia y del Estado, consagrada en 1925, vino a inaugurar una era de pacífico entendimiento entre los poderes civiles y religiosos. Es en este cuadro que, en 1931, llegan a Chile los ecos de la Encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI, celebrando los 40 años de la dictación del inmortal documento de León XIII, la "Rerum Novarum".

Huelga decir que la primera no hacía sino confirmar la doctrina sobre la cuestión obrera, que es la médula de la segunda. Recuerda la validez de las denuncias leonianas sobre la situación de opresión en que se encontraban las masas obreras de todo el mundo, explotadas por un régimen inhumano. Chile no era la excepción, y las condenaciones y llamados de alerta de León XIII, si bien casi desconocidas en el país, podrían haberse aplicado perfectamente a la naciente sociedad industrial nacional.

Citemos las frases de fuego del Papa León XIII. Refiriéndose al proletariado dice: "Esos hombres, de ínfima clase, que sin merecerlo se halla la mayor parte de ellos en una condición desgraciada y calamitosa". Denuncia lo que llama "cuestión social", diciendo que "Los obreros han quedado solos e indefensos frente a la inhumanidad de sus patrones y a la desenfrenada codicia de sus competidores". Expresa que "Los ricos y patrones tienen a los obreros como esclavos". Declara ser partidario del "derecho de los trabajadores a sindicalizarse" y de "la lucha por la justicia del movimiento obrero". Habla de los "deberes del Estado para promover o defender el bien del obrero, en general". Ataca con vigor la soluciones propuestas por los comunistas de su época, a las que trata de "injustas, subversivas y perjudiciales para los obreros". Propone "conciliar entre sí y unir a ricos y proletarios, mediante nuevas relaciones entre el capital y él trabajo, basadas en la justicia". Define que "El derecho de propiedad privada es lícito y, aún, necesario, pero, en cuanto al uso de las cosas, no deben considerarse propias, sino comunes". Esta última definición es considerada una pieza maestra en la doctrina social de la Iglesia, y así fue difundida en todo el mundo por hombres imbuidos de sentido de justicia.

Esas ideas también se hacían carne en un reducido grupo de chilenos, dispuestos a dar un testimonio que contrastaba con el silencio de la jerarquía católica de la época. Entre los precursores, debe mencionarse al jesuita Femando Vives Solar, desterrado dos veces de Chile por su irreductible acción de difusión de la Rerum Novarum; al presbítero Oscar Larson y al jesuita Jorge Femando Pradel. Más tarde, se agregarían Monseñor Manuel Larraín y el Padre Alberto Hurtado.

Por su parte, en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, Anee, se formaba una pléyade de jóvenes que aspiraban a proyectar en la sociedad civil, y bajo su responsabilidad, las orientaciones de la doctrina socialcristiana. Bernardo Leighton, Rafael Agustín Gumucio, Manuel Antonio Garretón, Eduardo Frei, Ignacio Palma, Jaime Eyzaguirre, Radomiro Tomic y Jorge Rogers, eran los líderes de esa juventud idealista.

Transcurrido el tiempo, la mayoría de ellos se volcaría en la acción pública y en 1936, darían nacimiento a la Falange Nacional que, desligada del confesional Partido Conservador, en el que habían nacido, consagrarían la libertad de los católicos para actuar en política.

Así es como la generación que recibió el ejemplo falangista de Leighton desarrolló, con posterioridad, su motivación cristiano-social en diversos campos partidistas: en el Partido Demócrata Cristiano, en la Izquierda Cristiana, en el Partido Socialista y, más recientemente, en el Partido por la Democracia.

Los herederos de esa hermosa tradición hemos tratado, cada uno en su hogar partidario, de ser fieles a nuestra vocación original.

Señor Presidente, en líneas generales he querido situar el contexto chileno en que se recibió la enseñanza de la "Rerum Novarum", para penetrar desde esta perspectiva al documento "Centesimus Annus", emitido por Juan Pablo II en conmemoración del centésimo aniversario de la primera.

Esa visión me permitirá indagar en las novedades que el actual Papa nos propone, después de recordar insistentemente las cosas nuevas de que habló su predecesor, y de las que he hecho una apretada síntesis en la primera parte de mi intervención.

La Carta de Juan Pablo no tiene significación solamente para los cristianos. El nos dice que durante cien años la Iglesia no ha cesado de dar a conocer documentos sobre las grandes cuestiones sociales de innegable repercusión política, que interpelan también a los no creyentes.

Su Encíclica adquiere especial relieve porque el autor tiene una proyección pública de carácter mundial. No en vano ha sido un hombre clave en el proceso de democratización de los países comunistas de Europa Oriental, y, digámoslo también; de nuestro propio país.

El Papa hace una larga y meditada relectura de la "Rerum Novarum", recordando que es un texto sobre la terrible condición en que el proceso naciente de industrialización había reducido a grandes multitudes.

Recuerda la doctrina de su predecesor sobre la propiedad privada, la que defiende; pero no como un derecho absoluto, sino subordinado al destino universal de los bienes humanos.

Hace un profunda reflexión sobre la situación que vive el mundo moderno, con especial referencia a lo sucedido en el Este europeo en 1989, y a la agobiante pobreza del Tercer Mundo -dice el Papa- "cargado por el peso de la deuda externa".

Saluda con satisfacción la caída en América Latina, Asia y Africa, durante los años 80, de algunos regímenes dictatoriales y opresores.

En otros casos, señala el Papa, comienza un camino de transición difícil pero fecundo, hacia formas políticas más justas y de mayor participación.

Se pronuncia en favor de la economía de mercados, pero alerta de que existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado.

A la cuestión de saber si el capitalismo puede ser un modelo válido para los ex países comunistas y los del Tercer Mundo, opina que la respuesta es positiva, siempre y cuando se trate de un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción de la libre creatividad humana en el sector de la economía; pero agrega: "La respuesta es absolutamente negativa si se trata de un sistema en el cual la libertad en el ámbito económico no está encuadrada en un sólido contexto que la ponga al servicio de la libertad humana integral".

Califica de inaceptable la afirmación de que la derrota de los socialismos reales deje al capitalismo como único modelo de organización económica.

Expresa que no es su rol el de proponer un modelo económico determinado; pero sugiere, como orientación alternativa al capitalismo, una sociedad basada en el trabajo libre en la empresa y en la participación donde el mercado sea controlado por las fuerzas sociales y por el Estado.

Se refiere latamente a la que llama "una ecología humana", fundada en la familia que rechaza el aborto. Alude a una sana teoría del Estado, recordando el principio del Estado de derecho constituido por los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en el cual la ley es soberana y no la voluntad arbitraria de los hombres.

Declara que la Iglesia aprecia el sistema de la democracia participativa que garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus gobernantes, la que sólo es posible en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana.

En el último capítulo de la Encíclica, el Papa, recurriendo una vez más a la "Rerum Novarum", insiste en la preocupación de la Iglesia por el hombre; el hombre histórico, real y concreto.

Propone que el amor por el hombre, y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concrete en la promoción de la justicia.

Finaliza aludiendo a la vocación de la Iglesia de acompañar al hombre hacia su destino. Reitera que en el umbral del nuevo siglo, la Iglesia será fiel a su misión.

Al terminar mi intervención, quiero volver a mi enfoque inicial, situado en el contexto nacional, para expresar dos reflexiones:

La primera, es que no se puede negar el aporte que la Iglesia chilena, especialmente en las últimas décadas, ha hecho en la promoción de la justicia social. Pero, no es menos cierto que, con mucha anterioridad y desde principios del siglo, hombres y mujeres que no se inspiraron en el Evangelio, trabajaron incansablemente por la defensa y progreso de la clase obrera.

Concretamente, en nuestro país, los partidos y organizaciones sociales de la Izquierda, inspirados en principios racionalistas o marxistas, estuvieron a la vanguardia del proletariado. A ellos, es cierto, se sumaron desde los años 40 importantes contingentes de pensamiento socialcristiano.

Extrapolando esta referencia al escenario mundial, la Encíclica "Centesimus Annus" habría podido verificar hoy el fracaso de los "socialismos reales"; pero la justicia histórica reclamaría, al menos, alguna referencia al innegable papel que el movimiento obrero mundial, dirigido desde sus orígenes por comunistas y socialistas, ha tenido en la ascensión del proletariado.

A este respecto, no puedo menos que evocar el pensamiento de Berdaieff, apostrofando en Francia a los creyentes, que al término de la Segunda Guerra Mundial alentaban campañas anticomunistas. Decía Berdaieff: "El comunismo existe, porque los cristianos no cumplimos a tiempo con el deber evangélico de defender a los más pobres.".

Y la segunda reflexión: La carta de Su Santidad Juan Pablo, que es eminentemente positiva, se cierra con dos afirmaciones: una, de apoyo decidido a la democracia, y otra, de compromiso irrenunciable con el hombre de nuestro tiempo.

Señor Presidente, me siento absolutamente interpretado por las palabras de la más alta autoridad espiritual, y encuentro en ellas la síntesis magistral del pensamiento que quiero que inspire al partido en que milito.

El Partido por la Democracia existe para profundizar y extender la democracia chilena y para acompañar a hombres y mujeres, especialmente a los más pobres, en su camino hacia la justicia.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado don Edmundo Villouta.

El señor VILLOUTA.-

Señor Presidente, recibí la honrosa tarea de intervenir en esta sesión especial, para expresar algunas ideas referidas a esta importante Encíclica, con la que la que el Santo Padre ha querido recordar los cien años de la Encíclica Rerum Novarum, emitida el 15 de mayo de 1891.

Al leerla, estudiarla y analizarla, uno termina por convencerse de que los designios de Dios son verdaderamente inconmensurables, ya que de otra manera no podemos entender la sapiencia, criterio y profundidad de cada una de las ideas, raciocinios y postulados que nos entrega como tareas fundamentales, a los cristianos y a los que no lo son, este documento papal de tanta envergadura y de tanta altura en estos tiempos y en los que vendrán, el tercer milenio de nuestra era cristiana.

Como empresario, por muchos años, en mi vida comercial capté con claridad todos los preceptos señalados en la Rerum Novarum; las obligaciones, respeto y mutuo entendimiento que eran necesarios para una vida armónica y fructífera con la parte trabajadora en una empresa; la función responsable y respetada de la mujer y de los jóvenes, tanto en los salarios justos como en el descanso necesario y los derechos de asociación.

Sin duda, por parte de ambos sectores, laboral y empresarial, sus derechos y obligaciones deben ser mutuamente respetados y acatados para una armónica convivencia. Y como una demostración de que en los últimos años las experiencias entregadas y recibidas han sido debidamente consideradas, tal vez, como coincidencia, hemos visto que recientemente llegó hasta esta Sala un proyecto convenido y acordado por las partes involucradas, para fijar un ingreso mínimo nacional, a menos de un año del anterior.

En el centenario de la promulgación de la Encíclica Rerum Novarum, deseamos vivamente que la nueva Encíclica, no sólo en Chile, sino en todo el mundo, católico o no, tenga el impacto, estudio, aceptación y cumplimiento de sus ideas matrices, para que, en algunos años más, en una retrospectiva, cuando nos demos cuenta de que los peligros sobre la naturaleza humana que señalaban ciertos acápites, gracias a su contenido, fueron salvados y la humanidad toda llevada a una vida fraterna y fructífera, como una manifestación del verdadero sentido de la tradición de la Iglesia; lo cual sólo es consecuencia lógica del deber de los pastores, sucesores de Pedro, en el sentido de preocuparse de su grey, formada, en especial, por los desprotegidos por los trabajadores, por los pobres, por los desamparados del mundo.

La objetiva visión de la situación económico-social del siglo pasado que se señala en la Encíclica de León XIII y del acontecer venidero, a no dudarlo, abrió los ojos al mundo-del peligro que conllevaba la nueva forma de propiedad, que era el capital, junto con la nueva forma de trabajo asalariado, si es que ellas permanecían separadas de la fe, derecho-deber que la Iglesia debió luchar para que fuera debidamente admitido, tanto como la necesidad de que capital y trabajo subsistieran, con una paz edificada sobre la base y fundamentos de la justicia, lo que posteriormente se denominaría "anuncio de la doctrina social" de la Iglesia. Como muy bien reitera Su Santidad Juan Pablo II, "hay que repetir que no existe verdadera solución para la cuestión social fuera del Evangelio.". Estas avanzadas preocupaciones por la dignidad del trabajador, por su derecho a la propiedad privada, con el fin de tener un mínimo necesario para el desarrollo personal y de su familia; por el derecho natural del hombre a formar asociaciones privadas, lo cual significa también el derecho a crear las asociaciones profesionales de empresarios y obreros, o de obreros solamente, irán dando paso a la formación de los sindicatos y a la firma de los contratos que permitan un salario justo. Con ello, se darán los argumentos a los trabajadores para luchar, con un respaldo ideológico, por estas conquistas tan indispensables. No podemos dejar de hacer resaltar la atinada referencia a la centenaria Encíclica al prever las consecuencias negativas en sus aspectos político, social y económico, de un ordenamiento de la sociedad que se proponía como "socialismo", que apenas se hallaba en un estado de filosofía social y de movimiento más o menos estructurado.

Con qué gran visión el Papa León XIII se anticipaba a los hechos respecto de esta doctrina, buena en sus raíces, pero que llevaba un germen de destrucción que podía ser peligroso. Recién en estos dos últimos años vemos cómo ese peligro está desapareciendo y ha dado un explosivo e increíble impacto cuando esta doctrina está siendo abandonada casi totalmente por el país estandarte de sus postulados: Rusia.

Cómo no recordar con asombro lo que consideraba en mis años mozos un milagro imposible, cuando en nuestro rezos dominicales pedíamos por la conversión de los comunistas al mundo católico u ortodoxo. Hoy sabemos que los templos, considerados lugares peligrosos de ser visitados, hoy vuelven a llenarse de fieles, que en lo más recóndito de sus espíritus guardan la fe cristiana como un tesoro preciado.

Cómo no pensar y creer que sus premoniciones son divinas, cuando repasamos las palabras de León XIII que, al fijar la idea de que el socialismo de la época estaba por la supresión de la propiedad privada, llegaba al núcleo de su afirmación. Repito sus palabras: 'Tara solucionar este mal, los socialistas instigan a los pobres al odio contra los ricos y tratan de acabar con la propiedad privada, estimando mejor que, en su lugar todos los bienes sean comunes. Pero esta teoría es tan inadecuada para resolver la cuestión, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión del Estado y perturba fundamentalmente todo el orden social".

El error de esta concepción nace del hecho de dejar al hombre reducido a una serie de relaciones sociales, haciendo desaparecer el sentido o concepto de persona humana, y es lógico suponer que fue producto del ateísmo de sus ideólogos.

La Iglesia no niega que de manera inevitable surjan los conflictos de intereses entre grupos diversos de la sociedad y que el cristianismo, normalmente, deberá entregar su opción y su decisión.

Por eso, la Encíclica "Quadragesimo Anno" dice: "En efecto, cuando la lucha de clases se abstiene de todos los actos de violencia y del odio recíproco, se transforma, poco a poco, en una discusión honesta, fundada en la búsqueda de la justicia.

Lo que interesa a la Iglesia es que prime el bien común y el respeto a la persona humana. Si desea que no haya una confrontación interna entre los grupos sociales, también rechaza la doctrina de la guerra total, que el militarismo y el imperialismo de la época imponían, casi inexorablemente, en el radio de acción de las relaciones internacionales, ya que en la década del 40 empezaba a vislumbrarse o a proyectarse la idea de la destrucción, por todos los medios, del poder de resistencia del contrario, ocupando, sin miramientos, la mentira, el terror, las armas destructivas, etcétera. Y copio una frase textual, que dice: "La lucha de clases en sentido marxista y el militarismo tienen las mismas bases: el ateísmo y el desprecio de la persona humana, que hacen prevalecer el principio de la fuerza sobre el de la razón y el derecho.".

Y es bueno hacer resaltar el capítulo 23, cuando dice que entre los numerosos factores de caída de los regímenes opresores, muchos de ellos, por la vía pacífica, el decisivo, es la violación de los derechos del trabajador.

A su vez, es digno destacar que la caída de este imperio, que se veía tan grande y firme, se logra en una lucha que emplea sólo las armas de la verdad y la justicia; es decir, lo que no lograron las palabras del Mahatma Gandhi o de Martin Luther King en otros lugares, lo logran los trabajadores por la vía de la negociación, del diálogo, del testimonio de la verdad, apelando a la conciencia del adversario y resaltando el sentido de la común dignidad humana.

Por último, es bueno llamar la atención en que las derrotas del socialismo no significan triunfos del liberalismo y de la economía social de mercado, que tendrán validez y existencia valederas en la medida en que no se privilegie el consumismo por sobre el respeto de la persona humana, que la protección del Estado a los obreros no sea una caridad social; pero que sí haya una civilización del amor, con una opción preferencial de los pobres, sin llegar a un paternalismo para lo que, como seres humanos, somos tan proclives a veces.

Para ello, se debe ir a una reducción notable y decisiva de los gastos en armamentos, como única forma de hacer prevalecer la paz y la armonía entre los pueblos.

Las batallas que recién estamos iniciando contra las drogas, el sida, la delincuencia y la preocupación por la ecología, requieren grandes sumas para dejar a nuestros hijos un mundo sano y libre de males y de odios, con una tierra que debe ser santuario de la familia.

¿Seremos capaces de captar la totalidad y la médula de los mensajes entregados por diversos Papas, desde León XIII a Juan Pablo II, que nos han llamado la atención por todos los problemas que brevemente he señalado?. Confiemos que sí.

Para ello, es indispensable que cada uno de nosotros cumpla con su deber, desde el lugar de trabajo u acción que tenga, no restándose por supuesta incapacidad o por desidia.

Las lecciones recibidas, los ejemplos conocidos en muchos casos han provocado víctimas, cuyas vidas no deben ir a pérdida, pues no es seguro que conquistas como las logradas con las enseñanzas y advertencias de la Iglesia, puedan tener los mismos resultados en el futuro.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra la Diputada doña María Angélica Cristi.

La señora CRISTI.-

Señor Presidente, en el día de hoy se cumplen cien años desde que el Papa León XIII publicara su Encíclica "Rerum Novarum", cuyo propósito fue revisar las cosas nuevas, definir los derechos relativos y los deberes futuros entre el capital y el trabajo; y también encontrar algún remedio para la miseria, que en ese tiempo afligía en forma muy fuerte a la sociedad.

Sorprendente fue su gran capacidad para percibir la condición de los proletarios, de los obreros, de los campesinos, de los hombres, de las mujeres y de los niños; y por otra parte, la intuición que tuvo frente a una solución, que bajo la apariencia de una oposición entre pobres y ricos, perjudicaba a quienes proponía ayudar.

Al poner de manifiesto la naturaleza del socialismo con la supresión de la propiedad privada, León XIII funda su defensa del derecho a la propiedad privada en el sujeto humano, en la capacidad humana de precaver y en la propia razón y motivo del trabajo remunerado del hombre.

Para León XIII un principio importante es que las clases sociales no son, ni por naturaleza ni por historia, hostiles entre sí, sino armónicas como los miembros de un mismo cuerpo. El capital no puede prescindir del trabajo; ni el trabajo puede prescindir del capital. Fijar límites morales a los usos de la propiedad, obtener la armonía entre las clases sociales y respetar la dignidad de cada persona humana, parecen al Papa equivalentes a la renovación del orden social, el cual no podía, moralmente, ser socialista.

Por otra parte, dice que las sociedades comprometidas con el respeto a la propiedad privada deben llevar a cabo reformas urgentes: en el reforzamiento de los sindicatos, en asociaciones de cooperativas de distinta índole, en pagar salarios justos, en ocuparse del bienestar de las mujeres y de los niños, en respetar la dignidad, la salud y la vida espiritual de los obreros en el trabajo. A los seres humanos se los debe tratar como tales, no como objetos, instrumentos, bienes, muebles ni esclavos. El Estado debe respetar el derecho previo de la familia, a las asociaciones intermedias. Si bien defiende el derecho de la propiedad, León XIII se preocupa principalmente de corregir el desequilibrio que entrega a los ricos demasiado poder. Viene en ayuda, principalmente de los obreros, de los pobres, de los demasiado débiles y de los demasiado indefensos.

En general, el breve tratado de 30 páginas de León XIII fue conciliador, equilibrado y elocuente, apoyado por muchas fuerzas reformistas y, más que todo, marcó una recuperación del intelecto y demostró una vez más que la fe católica no es sólo para la sacristía, sino para encarnarse en el dominio económico y político. La Carta cumple admirablemente los fines iniciales del Papa, refutó las enseñanzas falsas, definió los deberes recíprocos del capital y del trabajo y estimuló remedios para los males sociales y contemporáneos.

Sus palabras calaron profundo entre los estadistas mundiales, inspiraron la doctrina social de la Iglesia y las seis encíclicas sociales que se han publicado hasta nuestros días.

En nuestro país, sin embargo, pasaron años antes de que se creara una conciencia social; ello agravado por el agudo colapso de principios de siglo, caracterizado por un resentimiento social que hizo irrecuperable el quiebre de la unidad nacional.

Al respecto, es preciso recordar que las condiciones de vida y de trabajo que prevalecieron en Chile a comienzos de siglo eran en extremo deficientes. La mortalidad era muy alta por epidemias como la viruela, el cólera, y la fiebre amarilla.

Si bien Chile ha experimentado avances en la superación de la pobreza, enfrenta un desafío de primera magnitud para alcanzar el éxito definitivo en esta tarea; no obstante, nuestro país se encuentra en la posición privilegiada de ser el primer país en que la superación de la pobreza es una meta factible.

Al cumplirse estos 100 años, el Papa Juan Pablo II conmemora dicho aniversario con la publicación de la Encíclica "Centesimus Annus", sin lugar a dudas un documento que hará remecer las conciencias de miles de seres humanos y, muy en especial, de quienes procuran regir los destinos del orden social. Será un documento al cual nos remitiremos miles de veces de aquí en adelante.

Los chilenos aún tenemos latente en nuestra memoria la figura de Juan Pablo II cuando nos visitó hace 4 años. Su mensaje profundo, directo, lleno de sabiduría y objetividad, llegó al corazón de casi todos los chilenos: Sabía todo y entendía todo. Hoy nos vuelve a tocar y a sorprender.

Si la "Rerum Novarum" advirtió al mundo sobre los peligros del comunismo que se avecinaba, Centesimus Annus coloca sobre él una lápida mortuoria definitiva.

Hoy, a las puertas de un nuevo milenio, esta nueva Encíclica es la primera que aborda las realidades del nuevo orden mundial emergente y las incógnitas y promesas del tercer milenio de la era cristiana. En esta perspectiva, Renovación Nacional destaca que dicha Encíclica reafirma los valores y principios tradicionales de la Iglesia Católica en materia económico-social, pero a la vez aporta nuevos y valiosos enfoques: A la preocupación por la unidad de los trabajadores para la defensa de su dignidad y respeto de sus derechos, se agrega la unión de trabajadores y empresarios para resolver juntos los problemas y construir un mundo mejor. Al compromiso permanente en la justicia social y la causa de los pobres, se agrega la importancia asignada al desarrollo económico y a la creatividad personal, y a la reiteración del rechazo al socialismo ateo, se agrega la advertencia sobre los peligros de un capitalismo carente de valores.

Su Santidad el Papa nos advierte que el fracasado comunismo no puede sustituirse por una sociedad de consumo igualmente materialista, exenta de valores y que sólo busca el goce egoísta del consumismo que, por otra parte, destruye el medio ambiente y no considera al hombre en toda su integridad. A sus prevenciones sobre los riesgos de una ideología capitalista radical, "una idolatría de mercado" que considera al hombre como mercancía y que descarta toda solución a los problemas sociales, no surgida de la espontaneidad de las fuerzas del mercado, se une el reconocimiento de los beneficios de una economía libre, caracterizada por el impulso de la creatividad humana y la valorización del papel de la empresa, del mercado y de la propiedad privada.

Siguiendo la constante de las enseñanzas de Juan Pablo II, "Centesimus Annus" destaca el trabajo y el esfuerzo personal, no sólo como medio de sustento, sino, especialmente, como participación de la acción creadora de Dios, motor del desarrollo y fuente de realización personal. Una sociedad que no prevé niveles satisfactorios de ocupación no consigue su legitimación ética ni la paz social.

El documento subraya el deber del Estado de velar por la solución de los problemas sociales y su papel institucional, normativo y fiscalizador en la economía. Junto con afirmar que aquél sólo ha de suplir la iniciativa particular en situaciones excepcionales, señala que su acción debe orientarse por los principios de subsidiariedad y solidaridad: La autoridad no debe interferir en el campo de acción de los grupos intermedios, pero está obligada a acudir en auxilio de los más pobres.

Renovación Nacional valora en todo el significado, profundidad y alcance, y hace suya las reflexiones y planteamientos de esta Encíclica, muy en especial en lo que se refiere a la opción preferencial por los más pobres, al respeto por la propiedad privada, a la persona humana en justicia y dignidad, al amor por el hombre, en primer lugar por el más necesitado, y a las formas económicas y sociales que se plantean para ir en su apoyo; a la importancia que se da a la complementaron entre el principio de subsidiariedad y solidaridad, como valores orientadores de la acción del Estado. Ello es aplicable muy especialmente en las tareas pendientes para nuestra Patria; la erradicación de la pobreza y la promoción efectiva para una igualdad de oportunidades.

Por eso es preciso aunar esfuerzos, perseverando sobre los ideologismos en aquellas acciones que se han demostrado ser más eficaces en la disminución de la pobreza, en el aumeno del crecimiento, del ahorro y de la inversión, y, lo más importante, sin olvidar nunca a los más pobres en todas las acciones, especialmente en las de aquellos que tienen ingerencia en la toma de decisiones, tanto a nivel público como privado, pues sólo de esta manera podremos aproximamos, verdaderamente, cada vez más a una sociedad más solidaria. Al respecto, vale la pena recordar las palabras del Santo Padre en Chile: "Trabajad unidos, integrad vuestros esfuerzos. No antepongáis un factor ideológico o un interés de grupo a la indigencia de los más pobres.". Una lección, señor Presidente, que viene muy bien a este Congreso Nacional.

En este contexto, no es sólo el Estado quien tiene un papel importante en la superación de la pobreza; muy por el contrario. Recojamos nuevamente las palabras de Su Santidad Juan Pablo II en la Cepal: "El desafío de la miseria es de tal magnitud que, para superarlo, hay que recurrir a fondos del dinamismo y de la creatividad de la empresa privada, a toda su potencial eficacia, a su capacidad de asignación eficiente de los recursos y a la plenitud de sus energías renovadoras.".

Coincidente con estos planteamientos, nuestro partido, Renovación Nacional, ha enunciado una propuesta para la privatización de algunas empresas estatales, que vendrían a liberar importante cantidad de recursos para ir en alivio de los más pobres, muy en especial en las áreas de salud, de vivienda, y de educación.

Por último, señor Presidente, quiero hacer resaltar las palabras de Su Santidad Juan Pablo II en relación con la familia. Dice Su Santidad que "Hay que considerar a la familia como el santuario de la vida". En efecto, es sagrada. Es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta y puede desarrollarse, según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Al respecto, recordemos sus palabras: "Queridos esposos y esposas de Chile, vuestra misión en la sociedad y en la Iglesia es sublime. Por eso habéis de ser creadores de hogares, de familias unidas por el amor y formadas en la fe. No os dejéis invadir por el contagioso cáncer del divorcio, el cual destroza la familia, esteriliza el amor y destruye la acción educativa de los padres cristianos. No separéis lo que Dios ha unido". Por otra parte, agregó: "La Iglesia considera que uno de los deberes más apreciados para la salvación del mundo es el testimonio de inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial.". El amor va unido intrínsecamente a la vida, se orienta hacia la vida. Por esto la familia es íntima comunidad de vida y amor. Ello se contradice con quienes hoy día promueven políticas divorcistas en nuestra Patria, que pueden debilitar la familia.

Señor Presidente, son múltiples y valiosos los principios vertidos en esta Encíclica. Ellos deben llevamos a reflexionar sobre su inmenso y profundo contenido. Difícilmente este Parlamento podría marginarse de un documento que reivindica nuestros debilitados valores, el cual, sin duda, constituye una lección de objetividad y sabiduría de tal profundidad que no podemos ignorar, y que marcará las políticas mundiales del siglo XIX.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Manuel José Matta.

El señor MATTA.-

Señor Presidente, hace cien años, cuando el Papa León XIII dio a conocer su Encíclica Rerum Novarum, sobre la cuestión obrera, el Diario Ilustrado, diario católico de la época, decidió no publicarla, porque, según apreció, ella no correspondía a la realidad chilena. Y la Encíclica, qué vista en perspectiva fue sorprendente para su tiempo y significó el inicio de un diálogo de la Iglesia con el mundo moderno, encontró, entonces, escasa acogida, incluso, entre sus fieles.

Cien años más tarde la Rerum Novarum no sólo demuestra al mundo entero la vigencia y lo profético de su mensaje, sino que Centesimus Annus, la nueva Encíclica del Papa Juan Pablo n, para conmemorarla y reafirmar su magisterio, ha sido publicada por diarios y revistas de distintas ideas, está en los hogares de miles de chilenos y se debate en centros académicos, organizaciones sociales y partidos políticos.

Nadie osaría decir que "no corresponde a nuestra realidad" y, en cambio, se percibe una disposición favorable para acogerla no sólo del mundo cristiano.

Este es un signo ciertamente positivo, revelador de que la siembra ha ido dando su cosecha. En este convulsionado Siglo XX no todo ha sido cizaña; también ha crecido el trigo. Y tal vez podamos ser tan optimistas de pensar que -aun con dificultades, avances y retrocesos- en este final de siglo la corriente de la historia parece ir en sentido de los valores proclamados por la Iglesia.

Lo cierto es que las concepciones que la Iglesia ha proclamado sobre la sociedad, el Estado y el trabajo, inspiradas en una antropología cristiana, han ido permeando la conciencia colectiva de los pueblos, especialmente a partir de experiencias históricas de índole diversa, cuyas consecuencias han demostrado la validez de sus principios.

Hay muchos aspectos significativos en tal sentido. Hoy día, sin duda existe una mayor conciencia universal acerca de la dignidad de la persona, expresada en palabras del Papa como un "sentimiento más vivo de los derechos humanos", o también en la legitimidad que han adquirido el sistema democrático o la libertad económica, aun con todas las transgresiones o distorsiones que subsisten. También nos habla de ello la superación de una larga época sustentada en la confrontación, ya sea a través de las luchas ideológicas o de la lucha de clases; la lógica de los bloques o de los imperios; la primacía de la fuerza sobre la razón y el derecho; el odio y la violencia como métodos para superar la injusticia o imponer la seguridad nacional han ido cediendo paso a un mundo mejor dispuesto a resolver los complejos problemas de nuestro tiempo a través del diálogo, la cooperación y la paz.

La caída de la mayoría de los regímenes del Este, y el mismo retomo a la democracia en Chile, han sido frutos de la lucha pacífica de pueblos enteros que, como lo señala el Papa, emplearon solamente "las armas de la verdad y de la justicia, intentando todas las vías de negociación y apelando a la conciencia del adversario para despertar en éste el sentido de la común dignidad humana".

A la vez, los cambios que se han producido en el orden internacional y en las nuevas relaciones de las economías y empresas modernas requieren cada vez más de la solidaridad y la cooperación para tener éxito.

Por cierto, este panorama no significa que se acabaron o que se acabarán los conflictos. El Papa señala, por una parte, que no existen los modelos perfectos y, por otra, que los conflictos surgen inevitablemente de la diversidad de intereses en la sociedad. El problema es que el conflicto -como toda actividad humana- debe estar limitado por consideraciones morales y jurídicas, lo que significa respetar la dignidad del otro; que el interés de una parte no puede suplantar al bien común ni aspirar a destruir lo que se le opone. Y aún más -como señala Juan Pablo II-, el mismo conflicto puede tener un papel positivo cuando se configura como "lucha por la justicia".

El tema de la justicia está presente en todo el magisterio de la Iglesia. El contenido esencial de la Rerum Novarum fue "proclamar las condiciones fundamentales de la justicia en la coyuntura económica y social de entonces". Es probablemente esta tarea de la justicia la que se perfila aún como el gran desafío pendiente de sociedades como la nuestra. Una justicia que tiene que ver con objetivos de crecimiento económico y de desarrollo, pero que no se agota en la elevación del nivel de los más pobres al nivel de los más ricos, sino que tiene como norte "fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a suy propia vocación, y, por tanto, a la llamada de Dios.". Contra esa justicia conspira la tentación de nuestra época de establecer el imperialismo del sistema económico, al convertir en centro de la vida social y en el único valor de la sociedad, la producción y el consumo de las mercancías, ignorando una dimensión humana integral, como lo advierte Su Santidad, el Papa Juan Pablo II.

Con todo, tras el derrumbe de los muros ideológicos que consumieron tantas de nuestras energías, podemos enfrentar mejor el desafío de derrumbar el muro -y éste sí que existe- de la pobreza. En esa tarea, cada uno toma su parte: el Estado, la sociedad, la familia, la empresa, el sindicato, el partido y la propia Iglesia. El amor por el hombre, dice el Papa, se concreta en la promoción efectiva de la justicia.

Saludamos el aniversario de esta Encíclica, que, como cristianos, nos marcó profundamente un compromiso de vida definitivo.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Orpis.

El señor ORPIS.-

Señor Presidente, antes de entrar a analizar el tema para el cual fue citada esta sesión, deseo señalar que considero lamentable la poca asistencia, sobre todo porque se trata de una materia que, especialmente como políticos, nos involucra en forma muy directa. Quizás quedará para la historia que se realizó esta sesión, pero para las conciencias estoy cierto de que prácticamente no habrá existido, porque no se ha producido debate y la asistencia ha sido escasa.

Difícil resulta referirse en tan poco tiempo a lo que ha sido y es la doctrina social de la Iglesia. Se han necesitado años para analizar en toda su profundidad y alcance temas de esta trascendencia; sin embargo, esta sesión tiene el mérito y demuestra la preocupación de los distintos sectores políticos por rendir homenaje a una Encíclica independiente de la visión religiosa, que marcó una huella imborrable en todo el mundo, y que hoy día, Su Santidad el Papa Juan Pablo II, al cumplirse cien años desde su formulación pretende actualizar sus enseñanzas acorde con las nuevas realidades.

Si las encíclicas sociales se analizan en un contexto y bajo un aspecto meramente formal, se llega a dos conclusiones: en primer lugar, ellas han surgido cuando se han producido cambios de tal magnitud en el mundo, que nos encontramos en el advenimiento de un nuevo orden social, político y económico. Así ocurrió con Rerum Novarum, así sucede hoy día con Centesimus Annus.

Desde un punto de vista formal, conviene resaltar un segundo aspecto: en las encíclicas se hace un profundo análisis de las causas que motivan los cambios y cuáles son los riesgos, fortalezas, debilidades y orientaciones que la luz de la Iglesia debe observar en esta nueva realidad para alcanzar el recto orden de las cosas en una sociedad cada vez más al servicio de la persona humana.

Al abordar los temas de contenido, debemos señalar que al dictarse la Rerum Novarum por el Papa León XIII, históricamente corresponde al desvanecimiento de una sociedad tradicional y el advenimiento de un nuevo orden social. El mundo se enfrentó a dos opciones extremas: la alternativa socialista y la alternativa capitalista. Consecuencia de este panorama, era la visión de la sociedad en dos clases separadas por un profundo abismo. El peligro inminente hizo que León XIII abordara íntegramente la cuestión obrera tanto en cuanto a su dignidad y derechos elementales del trabajador, reafirmando la libertad del hombre.

Pero si bien el punto de partida de la doctrina social fue la cuestión obrera, con el correr de los años esa misma doctrina fue mucho más allá para, en definitiva, entregar una visión integral del hombre y las condiciones básicas de un recto orden social, en un momento histórico determinado.

Ya la Rerum Novarum contiene planteamientos sobre la propiedad y la función del Estado. A partir de entonces, la Iglesia comienza a perfilar, cada vez con mayor precisión, las bases esenciales de una sociedad.

"Centesimus Annus" es un importante aporte al análisis social, político y económico de fines del siglo XX. De este análisis, conviene destacar la gran atención que el Papa dedica a las causas que originaron el fracaso del marxismo y de los socialismos reales.

Por otra parte, también nos hace presente los riesgos que implica asumir el capitalismo en su forma pura. Por eso, prefiere referirse a lo que es la economía de empresa.

"Centesimus Annus" define con mayor precisión aún los pilares de una sociedad libre, especialmente en materia económica, sobre los cuales el magisterio de la Iglesia hace una valoración como nunca antes la había realizado, particularmente en lo que se refiere a la economía social de mercado, al comercio internacional, a la situación del Tercer Mundo, etcétera.

En este nuevo orden social existe un tema capital que la Encíclica lo plantea como central en todo el ordenamiento económico. Me refiero a la subsidiariedad. Ya prácticamente superadas las concepciones totalitarias, colectivistas o comunitarias, en el presente y en el futuro, este será el tema de nuestros debates y los distintos enfoques que tendrán las diferentes corrientes políticas para afrontar la realidad.

Tal como lo señala la Declaración de Principios de la UDI y como lo expresan el Senador Jaime Guzmán en un discurso pronunciado el 10 de julio de 1990, la Unión Demócrata Independiente adhiere resueltamente al principio de subsidiariedad, asumiéndolo como clave en un orden social que respete la libertad y favorezca el progreso y la justicia.

Formulado por la doctrina social de la Iglesia, el principio de subsidiariedad postula que, así como no es lícito que las sociedades asuman lo que los individuos pueden realizar por sí mismos, tampoco es legítimo que el Estado absorba tareas que pueden llevar a cabo los particulares, sea en forma individual o mediante agrupaciones intermedias que las personas decidan formar.

En esta concepción, que el Papa reitera con mucha insistencia en la Encíclica, el Estado siempre tendrá tareas indelegables, como relaciones exteriores, defensa de la soberanía, defensa de los más pobres y desposeídos, la creación de mayores oportunidades, etcétera. También tendrás otras funciones que deberá ejercer por suplencia, que siendo propias de los particulares, en determinadas circunstancias, éstos no pueden asumir.

Las tareas que el Estado realiza por la vía de la suplencia, denotan una falla del cuerpo social, que debe aspirarse a superar. De acuerdo con esta concepción, el Estado no se convierte en más activo o pasivo, como algunos equivocadamente denuncian; ni menos ni más absorbente, pero sí más eficaz.

En esta parte, conviene recordar la advertencia que hace el Papa sobre la intervención indiscriminada del Estado, en lo que denomina el "Estado del bienestar".

Por esta razón, asumimos íntegramente los roles de un Estado subsidiario como base de una sociedad libre.

Tal como asumimos completamente la visión papal sobre la economía, la política y la democracia, sostenemos que toda la estructura social está al servicio de la persona humana, lo que implica tener presente los riesgos que este nuevo orden nos impone.

De acuerdo con lo que señala el Papa, lo social y lo político no está ajeno a un orden moral objetivo. Una sociedad al servicio de la persona humana debe tener necesariamente una dimensión ética de valores trascendentes. Fue precisamente el ateísmo y la falta de la dimensión espiritual del hombre lo que en definitiva terminó por destruir a las doctrinas materiales.

Para la UDI, no es indiferente el tema de los valores. Por tal motivo, como lo señala el Papa, asumimos íntegramente lo que él denomina "la cultura del ser" con todas sus consecuencias.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Carlos Kuschel.

El señor KUSCHEL.-

Señor Presidente, el 15 de mayo de 1891, hace exactamente cien años, en la época de nuestros bisabuelos, cuando el mundo, Chile, eran tan distintos; cuando el conocimiento empezaba a abrirse en tantas direcciones y profundidades; cuando el mundo era más lejano y las noticias lentas, el conocimiento y la riqueza restringidos a pocos, el Papa León XIII formuló la Encíclica Rerum Novarum.

También se marcaba a nuestro mundo americano con este pronunciamiento, fruto de la preocupación de la Iglesia Católica Universal, inspirada en nuestra doctrina revelada por Dios en los Diez Mandamientos.

La noticia de la Encíclica Rerum Novarum fue, como su mundo, lenta y, a veces, confusa. Claramente rechazaba el socialismo, pero no preveía su exacerbación en el comunismo, que recién parece desaparecer formalmente en sus manifestaciones materiales.

En el mundo de hoy, en sus condiciones actuales, el Papa Juan Pablo II nos entrega la Encíclica Centesimus Annus, que ya está difundida, analizada y "hecha carne" en nuestro quehacer. Es una Encíclica para un mundo sin marxismo, sin socialismo, sin socialismo comunitario, sin estatismo, sin centralismo y sin totalitarismo.

Estamos hablando de una nueva etapa de libertades amplias, responsabilidades profundas hacia las cosas nuevas de hoy, con el hombre como camino de la Iglesia, la familia como semilla del compromiso concreto de solidaridad y caridad y lo que el Papa llama "la ecología social del trabajo".

El Papa Juan Pablo II es una de las personalidades más relevantes e influyentes del inundó, no sólo por su calidad de Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que ha definido a nuestro mundo americano desde hace 500 años, sino también por ser un hombre al que Chile le debe la mayor porción de la paz exterior e interior, la indicación del camino de encuentro, de acuerdo y de diálogo que hemos seguido, trazado en nuestra Constitución de 1980, pero remarcado en la estremecedora y renovadora visita que nos hizo el Papa en 1987.

Hoy invitamos a todos los chilenos, sin excepción ni diferencia, a leer y releer la Encíclica "Centesimus Annus" y la homilía sobre la evangelización del Papa Juan Pablo II durante su celebración eucarística en Puerto Montt, frente al océano Pacífico el sábado 4 de abril, donde nos dejó un mensaje de paz y amor que nos confirma como nación marcada por la fe católica.

He dicho.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Rubén Gajardo.

El señor GAJARDO.-

Señor Presidente, cuando el mundo tomó conocimiento de la Encíclica "Rerum Novarum", Chile vivía uno de los episodios más dramáticos de su historia: se había desencadenado la guerra civil que dividió tan profundamente a la familia chilena.

En ese tiempo surgían los primeros conflictos obreros y los trabajadores asumían tímidamente la organización de sus agrupaciones de defensa. En un principio, se conocieron las mutuales y, después, las mancomúnales obreras.

El liberalismo económico constituía el pensamiento dominante en todas las esferas intelectuales. También, experimentábamos el fenómeno de la proletarización de nuestra sociedad, propia del desarrollo del capitalismo primitivo. En el mundo imperaban, sin atenuantes, las leyes del mercado.

El derecho de propiedad, en su expresión marcada por el Derecho Romano, comprensivo de los atributos para usar, gozar y disponer arbitrariamente de los bienes, se concebía en términos absolutos.

Rousseau había proclamado que el derecho de propiedad era el más sagrado de todos los derechos ciudadanos, llegando a sostener, incluso, que bajo ciertos aspectos era más importante que la libertad misma.

Esta concepción del dominio como derecho absoluto, unido a la expresión jurídica de la libertad en las relaciones contractuales, manifestada por el imperio del principio de la autonomía de la voluntad en los vínculos laborales, generaron profundas desigualdades e injusticias y provocaron enormes sufrimientos a millones de personas.

El viejo orden medieval hacía tiempo que estaba derrumbado, y novedosas formas políticas, sociales, económicas, culturales y jurídicas habían emergido en el mundo entero generando nuevos desafíos a los pueblos y a sus gobiernos.

Frente a los vacíos del capitalismo en vías de consolidación se alzaba la respuesta del marxismo. El primero, al promover la libertad generó desigualdad e injusticia; la llamada "cuestión social" constituyó, en esencia, una situación de egoísmo y marginación. El segundo, al buscar la igualdad, despreció la libertad del hombre y su propia humanidad.

La experiencia posterior de los socialismos reales mostró hasta qué extremos de opresión se podría llegar cuando el ser humano dejaba de ser respetado en su dignidad esencial.

El tema de propiedad privada o propiedad colectiva, llegó a constituir la gran disyuntiva que estaba por resolver para dar forma a un nuevo orden económico y social.

León XIII, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, plantea en esta materia la importante distinción entre la propiedad y el uso de los bienes, y reconoce por una parte, la plena licitud del derecho a la propiedad privada de aquéllos; pero por la otra, pone especialmente de relieve el destino común de los mismos en cuanto a su uso.

Surge así el concepto de la función social de la propiedad que el magisterio posterior de la Iglesia ha llegado a calificar como de una verdadera hipoteca social.

León XIII aboga por la intervención del Estado, a través de la legislación, para mejorar la condición de los trabajadores y estimula el perfeccionamiento de los sindicatos como mecanismos autónomos de defensa. En la relación capital-trabajo ve un vínculo de complementación, en reemplazo de la subordinación a aquél impuesta por el capitalismo y a la confrontación, mediante la lucha de clases, promovida por el marxismo.

El gran mérito de la obra de León XIII radica en haberse constituido en la precursora de una posición formal de la Iglesia que, interesada también en el destino terreno del ser humano, entrega, inspirada en el Evangelio de Jesucristo, juicios de reflexión, criterios y directrices de acción que sirvan a los pueblos de orientaciones para formular las respuestas cristianas al curso de la historia.

En tomo de Remm Novarum y de su continuación con la obra de los sucesores de León XIII, se ha ido estructurando un cuerpo armónico de ideas, en permanente proceso de actualización ante las cambiantes realidades de los tiempos, que conforman la doctrina social de la Iglesia. A su amparo se han gestado significativas corrientes cristianas de pensamiento, y sus principios y contenidos básicos han influido poderosamente en la acción de los gobiernos y en la toma de conciencia por parte de importantes núcleos de trabajadores y empresarios.

No cabe duda que se han humanizado las relaciones del trabajo. Esta no es, ciertamente, una tarea terminada y nunca lo será, porque ni el hombre ni la sociedad alcanzarán la plena perfección en el tránsito peregrino de su existencia temporal.

El trigo y la cizaña crecen juntos. Promover la justicia constituye un desafío permanente, abierto a todos los hombres de buena voluntad, pero que compromete especialmente a quienes asumimos la fe en Jesucristo Nuestro Señor.

He dicho.

El señor ROJO.-

Señor Presidente, un mundo en gestación espera del cristianismo su forma definitiva.

Somos actores en una sociedad donde existen culturas de desarrollo diferente, donde se producen injusticias que aten- tan en contra de la persona humana, donde hay ausencia de solidaridad. El homo hominis lupus no ha sido eliminado de nuestro medio.

La Iglesia, madre y maestra, señaló un camino. El texto de los "Hechos de los Apóstoles" nos da cuenta de las primitivas comunidades cristianas; la acción de los primeros cristianos logró restaurar la dignidad de la persona, abolió la esclavitud, estableció los derechos de la mujer, del niño e inició la construcción de la sociedad futura sobre la base de la familia.

Se dio a la tarea de extender las civilizaciones a través de las misiones, y su acción fue preferente para los pobres, los enfermos, los encarcelados, la enseñanza. Congregaciones religiosas especializadas en estas acciones se expandieron por el mundo. Formaron a los príncipes, a los gobernantes, a los políticos.

Construyeron una sociedad justa y participativa en la Edad Media. Los gremios, las corporaciones, fueron la materialización de efectivos derechos laborales. El humanismo llegaba a una expresión máxima.

Pero el hombre no es perfecto: está herido, dislocado en su naturaleza e irrumpe en la historia el egoísmo, el individualismo, el afán desmedido de lucro y la máquina, el industrialismo, causan la cuestión social. Se rompe la unidad, y el hombre, con su soberbia, destruye las comunidades intermedias y pretende entenderse directamente con Dios, y la nueva sociedad fue destruida e imperó la injusticia, el odio y la destrucción. La explotación reivindicó sus derechos en nombre de un libertinaje sin medidas, y los obreros fueron reducidos a una nueva esclavitud en nombre del progreso, la ciencia y un supuesto renacimiento.

Antes de que Marx y Engels lanzaran sus famosos manifiestos, ya la Iglesia había protestado y actuado. El Obispo Von Ketteler, en Alemania, 40 años antes había denunciado las injusticias del sistema imperante. No hubo nación europea que no contara con varios pioneros que salieron en defensa de sus hermanos.

La Iglesia -porque es apostólica- no puede permanecer inactiva en el silencio de los templos, ni puede abandonar su misión de formar al hombre nuevo y debe actuar para dar un sello de cristianismo al mundo político, social y económico, y por ello a través de Actas Conciliares de Decretos de Congregaciones Romanas, de Discursos oficiales y en especial a través de las Encíclicas, que son cartas que el sucesor de San Pedro envía a los cristianos del mundo, y que toman el nombre de su primera frase, insistió, señaló, ordenó y estableció los fundamentos de sus enseñanzas.

Destruida la Edad Media, quisieron los hombres construir una sociedad sin Dios, sin justicia, sin libertad, sin solidaridad y León XIII se dirigió a los cristianos del mundo para hablarles de las cosas nuevas, de las cosas que tienen sentido y trascendencia y que siempre son nuevas para quien ha olvidado sus obligaciones. "Rerum Novarum" fue una Encíclica total. Señaló que la solución no era la construcción de un sistema socialista, que negaba los derechos esenciales de la persona, que pretendía abolir la propiedad privada, que se fundamentaba en la lucha de clases; sostuvo que el sistema liberal- capitalista tampoco era la solución y que además era la causante de las injusticias imperantes y reiteró que la única solución estaba en la doctrina social de la Iglesia. El trabajo no debe ser tratado y valorado como una mercancía, sino como la expresión de la persona humana; la propiedad privada es un derecho natural y el Estado no puede suprimirla; las relaciones entre obreros y patrones debe regularse según el principio de solidaridad.

"Roma locuta causa finita". Roma había hablado y su palabra como la semilla cayó en tierra fértil y se inicia todo un proceso de reconstrucción. Toma forma el sindicalismo cristiano, nacen los partidos demócratas cristianos en el mundo, se inician todos los movimientos de la Acción Católica, en el campo social, estudiantil y laboral.

Nuevas encíclicas van entregando los fundamentos para la acción de los cristianos. "Cuadragessimo Anno", "Mater et Magistra", "Pacem in Terris", por señalar las principales, y hoy "Centesimus annus".

En Chile se inician los primeros movimientos sociales, la liga de la tierra, las primeras cooperativas, los patronatos, los sindicatos cristianos y cuando pretenden realizar una acción política se encuentran con la oposición del Partido Conservador, que se declaraba depositario de la doctrina social de la Iglesia. Recurrieron a Roma, le escribieron al Cardenal Eugenio Pacelli, reclamando pluralismo y libertad para organizarse políticamente, y la Iglesia señaló que nadie puede arrogarse su representación y que los cristianos son libres de organizarse en diversos partidos, y nacen: el Partido Social Sindicalista, el Partido Social Cristiano, el Grupo Germen y finalmente el Partido Corporativo Popular, quienes más tarde se incorporan a Falange Nacional, la que termina transformándose en el Partido Demócrata Cristiano.

"Rerum Novarum". Sus enseñanzas se expandieron por los continentes; el tomismo, a través de Jacques Maritain, reivindicó sus fueros; Lugi Sturzo, Charles Peguy y tantos otros dieron forma definitiva al pensamiento socialcristiano.

El marxismo, el nacionalsocialismo, el fascismo se imponían en el mundo y el liberalismo se batía en retirada. Pero los cristianos con la fuerza que da la fe, la esperanza y la caridad continuaban trabajando y formándose.

Hoy a cien años de distancia, podemos mirar el camino recorrido. El nazismo y el fascismo fueron derrotados. El marxismo se ha autodestruido porque llevaba el germen en sí de la destrucción, y sólo quedan uno que otro baluarte sin importancia. El liberalismo y capitalismo en su más pura expresión ha sido reducido sólo a Hong Kong.

En el mundo imperan hoy los principios sociales, políticos, acción subsidiaria del Estado; acción preferente por los pobres; pluralismo; participación efectiva; construcción de la sociedad en base a comunidades intermedias; primacía de lo espiritual.

Hoy los cristianos en política, al iniciar la nueva etapa debemos preparamos para luchar contra nuevas formas de explotación, contra la sociedad de consumo, contra los antivalores y ya Roma nos ha señalado los fundamentos de nuestra acción, a través de su nueva Encíclica "Centesimus Annus".

He dicho.

El señor SABAG.-

Señor Presidente, al cumplirse, exactamente en el día de hoy, el primer centenario de la Encíclica Rerum Novarum, mensaje de redención social entregado al mundo por el Papa León XIII el 15 de mayo de 1891 y que revolucionó la mente y la conciencia de todos los hombres, que trajo alegría y esperanza a los explotados y rabia y soberbia a los explotadores, es motivo de gran contentamiento para los cristianos y los hombres de buena voluntad.

De gran contentamiento, porque nos recuerda el hecho histórico y trascendente para la humanidad en que la Iglesia Católica levanta su voz poderosa para implantar su doctrina social y romper con un orden injusto y cruel de tantos miles de años. Y lo hace a la luz del Evangelio y las enseñanzas de Cristo.

Cuarenta y tres años después del Movimiento Comunista, en que Marx y Engels exponen su doctrina de violencia y de odio de clases en contra de la explotación del hombre por el hombre, la Iglesia reacciona con su Mensaje de Justicia y de amor para tratar de conseguir los mismos fines. Tal vez la Iglesia lo hizo con retraso, pero lo hizo al fin. Y en la hora más oportuna. Cuando el abuso, la explotación y las crueldades más inicuas de los poderosos dueños de la riqueza hacían carne en los trabajadores inermes y desamparados.

Desde entonces hasta hoy diversos documentos de otros Pontífices han complementado y adecuado a los tiempos el Mensaje de la "Rerum Novarum", y en cada ocasión los hombres de todas las latitudes, y los Estados y los diversos regímenes de Gobierno tratan de ajustar sus conductas y procedimientos con los trabajadores en consonancia con las normas morales que emanan de esos documentos de la Iglesia.

Pero, ciertamente, las injusticias y los abusos aún continúan y los trabajadores viven en permanente búsqueda de condiciones justas y dignas para sí y los suyos.

Juan Pablo II ha querido celebrar y rendir homenaje a León 'XIII entregando la Encíclica "Centesimus Annus", renovando en ella los contenidos de la "Rerum Novarum". Es decir, cien años después ese primer mensaje social de la Iglesia no se agota.

Entonces los trabajadores, seguramente muchos de los cuales viven la angustia permanente de un salario tan insuficiente, se estarán preguntando, ¿qué sacamos con mensajes de tan buenas intenciones si en la práctica real se sigúen imponiendo el egoísmo, la insensibilidad, la injusticia?.

Asimismo, la Encíclica y la Iglesia, por lo tanto, nos advierten sobre los peligros que involucre una teoría económica basada en la explotación del ser humano en la que se la considera mercancía. Nos señala en forma clara que el consumismo no constituye un valor serio, precisamente, un antivalor.

La Encíclica "Centesimus Annus", al expresar su complacencia por el fracaso y caída histórica del socialismo marxista, no entrega al libre mercado ni al capitalismo supremacía absoluta "como único modelo de organización económica". Y dice que es "deber del Estado proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos". "El Estado tiene la obligación de velar por el bien común y cuidar que todas las esferas de la vida social, sin excluir lo económico, contribuyan a promoverlo". Y dice también que "el derecho al salario justo no puede dejarse al libre acuerdo entre las partes, porque en ello le cabe un rol a la autoridad pública".

Es decir, entre el fracaso del "socialismo marxista", el triunfalismo inconsistente de los "libre mercadistas", surge y permanece latente, para ser adoptada en definitiva por todos los hombres y todas las naciones, la doctrina social de la Iglesia, que se sustenta en la equidad y el amor. Y en una verdad de 2 mil años que la enseñó Cristo: la justicia.

He dicho.

El señor VELASCO.-

Señor Presidente, en horas muy difíciles para Chile ve la luz la Encíclica "Rerum Novarum". Las negras sombras del dolor se batían con saña sobre la joven nación. Las garras de la incomprensión, las ansias de poder político y económico habían lanzado a hermanos contra hermanos.

La Encíclica pasó totalmente inadvertida en nuestro país. No podía ser de otra manera. En ese momento sólo había lugar para el dolor, el llanto y la desesperación. Por muchos años no hubo lugar para ella, porque representaba un peligro vivo para la oligarquía criolla. El obispo Casanueva fue una voz en el desierto, y moriría lamentando que nadie quisiera oír las enseñanzas de la Iglesia.

Quizás lo que más grafique la situación' nacional será lo que ocurra en 1907 en la heroica ciudad de Iquique. El salitre era sacado con el sudor y la sangre de muchos para el provecho de muy pocos, que ni siquiera eran chilenos, pero todos sabemos que el capital no tiene fronteras. Muchos campesinos de la zona central y del sur del país habían viajado deslumbrados por la esperanza de una vida mejor. La realidad los había golpeado duramente: no solamente el salario era mísero, sino que el trato muchas veces era inhumano, con jomadas de trabajo que en no pocas oportunidades superaban las 12 horas.

Tal situación algún día tenía que reventar. Miles de trabajadores, acompañados con mujeres e hijos no soportaron la situación y exigieron su regreso al sur. No tenían donde ir, no tenían donde cobijarse. Sólo en la escuela Santa María encontraron un asilo precario. Era obvio que el gobierno no podía aceptar tal situación, y así envió contra los indefensos mineros y familiares cuatro regimientos. El desalojo no se dejó esperar; se masacró sin piedad. Vivo se encuentra en mi mente el relato que hiciese en mi niñez un oficial que participó en la matanza. Regado en un solo revoltijo quedarían para siempre los miles de cadáveres de hombres mujeres y niños. La matanza es un fiel reflejo de la conciencia social de la época. Una época en que los católicos destacaban como un hecho de la Divina Providencia el que hubiese pocos ricos y muchos pobres.

En estas condiciones no podía ser chileno quien rompiese el silencio en que se encontraba sumida la Encíclica. Un sacerdote, jesuita español, el padre Femando Vives, profesor del Colegio San Ignacio, cometerá el terrible "sacrilegio" de enseñar la doctrina social de la Iglesia. Entre sus alumnos se encontrará el sacerdote Oscar Larson, el padre Alberto Hurtado y muchos estudiantes que con el tiempo se convertirían en grandes figuras del acontecer nacional, como el joven Eduardo Frei Montalva. Todos se convirtieron en arduos defensores de la doctrina social de la Iglesia; todos, de una manera u otra deberán pagar el terrible pecado que ello constituía. En aquellos años se estimaba que el católico no tenía otra opción que militar en el partido Conservador, el cual sería durante toda su existencia un firme defensor del sistema capitalista, por lo que la "Rerum Novarum" fue considerada un serio desliz de Su Santidad.

El padre Femando Vives, durante 11 años deberá conocer el destierro, para regresar con nuevos bríos que sólo la muerte interrumpirían. El Padre Alberto Hurtado, también conocerá en carne propia la persecución: obligado a dejar la asesoría de la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos. Cuando el joven Eduardo Frei comenzó a destacarse, no faltaron voces que solicitasen incluso su excomunión.

Si las personas eran cuestionadas por defender la doctrina social de la Iglesia, menos se podía esperar que la prensa le diese si quiera una mínima cabida. El partido Conservador poseía el Diario Ilustrado donde tanto las actividades católicas, como los comentarios religiosos siempre tuvieron un lugar destacado. Sin embargo, en forma sistemática, el católico periódico se negó a darle cabida. La doctrina social de la Iglesia era simplemente perniciosa; debía se castigada con el desprecio y el silencio. Sin embargo, como han dicho los Padres de la Iglesia, "Los caminos de Dios son inescrutables". El viejo partido Conservador, que se oponía tenazmente a las enseñanzas sociales de la Iglesia, terminaría por perder la confianza del electorado, para sumirse en la muerte del olvido. Olvidando sus principios, se unió con su más tenaz adversario, el partido Liberal, formando el Partido Nacional, de efímera vida. Restos de los soberbios conservadores sobreviven hoy entre los Senadores designados y otros de Derecha, lo que es más de lamentar, sin querer asimilar las terribles lecciones de la Historia. En una trayectoria sin destino, siguen apegados a sus ideas capitalistas tradicionales, explotadoras del hombre, sumiendo en el olvido el desgarrador lamento de Su Santidad que los pobres no pueden esperar.

He dicho.

El señor ALESSANDRI BALMACEDA.-

¿Me permite, señor Presidente?

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Diputado señor Alessandri, para plantear un asunto reglamentario.

El señor ALESSANDRI BALMACEDA.-

Señor Presidente, solamente deseo pedir, para los efectos de dejar constancia en el Acta, que se tome nota de los parlamentarios presentes al término de esta sesión, a fin de que tengan prioridad para integrar las Comisiones de Reja y Pórtico, en caso de que se produzca la visita del Papa Juan Pablo II a Chile, en 1992.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Se dejará constancia de lo planteado por Su Señoría.

Por haberse cumplido con el objeto de la sesión, se levanta.

-Se levantó a las 12:37 horas.

JORGE VERDUGO NARANJO,

Jefe de la Redacción de Sesiones.

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