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Antecedentes
  • Cámara de Diputados
  • Sesión Especial N° 20
  • Celebrada el
  • Legislatura Ordinaria año 1966
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Homenaje
HOMENAJE A LA MEMORIA DEL EX OBISPO DIOCESANO DE TALCA, ILUSTRISIMO MONSEÑOR MANUEL LARRAIN ERRAZURIZ, FALLECIDO RECIENTEMENTE.- NOTAS DE CONDOLENCIA

Autores

El señor LORENZINI (de pie).-

Señor Presidente.

Vivir en medio del mundo

sin desear sus placeres;

ser un miembro de cada familia,

aun sin pertenecer a ninguna;

compartir todos los sufrimientos;

penetrar todos los secretos;

curar todas las heridas ;

ir de los hombres a Dios

y ofrecerle sus plegarias;

volver de Dios a los hombres

y traerles el perdón y la esperanza;

enseñar y perdonar, consolar y

bendecir siempre...

¡ Oh Dios mío, qué vida!

¡ Y esa es la vida del

Sacerdote de Jesucristo!

Genialmente, Lacordaire condensó, en breves palabras, el ideal de vida de un sacerdote. Don Manuel Larraín fue eminentemente un sacerdote; y porque lo fue en grado sumo, su personalidad se agigantó; encumbrándose sobre sus limitaciones y debilidades humanas, alcanzó cumbres insospechadas.

Sólo podemos evocar algunos rasgos; tan múltiple fue su fuerza creadora, la profundidad de su fe en los hombres.

Haber recibido la inspiración de un hombre de la calidad del PadreAlberto Hurtado, cuando cursaba humanidades en el Colegio de San Ignacio y haber entrado de lleno en la vida bajo la dirección de otro hombre, de la calidad de don Manuel Larraín, son dones que imprimen carácter a la propia existencia.

¡ Qué trágica es la incapacidad de expresar las propias vivencias; los sentimientos íntimos que bullen en el corazón; las respuestas profundas del alma ante los ejemplos de seres capaces de abarcar con un mismo y real sentimiento de amor a la humanidad toda, y a cada una de las personas que la providencia coloca en su camino!

Terrible limitación, que nos impide comunicar a los seres humanos la plenitud de los ideales que uno lleva en su conciencia; que nos impide entregar a nuestros hermanos, sean quienes fueren, el profundo y sincero amor que es el distintivo del cristiano.

Monseñor Larraín recibió, de lo Alto, la gracia de penetrar los corazones, aun los más doloridos y amargados. Su secreto era simple: compartir auténticamente el dolor o la amargura. Pero también sabía alegrarse con los que reían; y, en una ocasión, con dolorosa angustia anidada en su espíritu por el fallecimiento de su amada madre, bebió solo, en su intimidad, el terrible cáliz, y acudió a incrementar con su presencia la alegría de un hermano en el sacerdocio, que era ungido Obispo, no dejando traslucir la tormenta que estremecía todas sus fibras sensibles y apasionadas.

Singular fenómeno ocurría a quienes le vieran y trataran aunque fuera una sola vez. Sentían que el Obispo era su particular amigo. Desde ese instante aquella persona expresaba: "Don Manuel es amigo mío; me tiene un gran cariño". Y lo asombroso es que decía la verdad. Tal era la intensidad de su afecto, que causaba impacto indeleble.

En esta Sala, en esta sesión extraordinariamente solemne, en que están presentes muchos de los que le conocieron en vida, quiero hablar, como parlamentario, de un hombre que, sin ser político, influyó en la historia política; más aún, cambió el curso de la Historia de Chile al evitar que la Falange Nacional fuera proscrita. Todavía, por lo próximo, no podemos tener una visión justa de su tremenda influencia en América Latina, en su calidad de Presidente de la Conferencia Episcopal de este continente que "entra en escena", al decir de Tibor Mende; y podemos agregar que entra tumultuosamente.

Y Manuel Larraín fue un hombre de Iglesia. Por eso, siguió la tradición de la Iglesia Católica, depositaría del mensaje de Cristo, mensaje de amor al extremo de amar incluso a los enemigos. Contadas veces, en trágicos instantes de la historia, no supo encontrar la justa expresión de la justicia que forja la libertad.

La Iglesia, desde su nacimiento, fue el baluarte y, muchas veces, al través de los siglos, el único escudo, el solitario adalid de los desvalidos.

Los dos mil años de historia posterior a Cristo son un largo bregar del catolicismo para obtener el respeto a la dignidad del hombre, cualquiera fuese su estado o condición social, riqueza o pobreza, ignorancia o cultura.

Héroe, sacerdote, profeta, revolucionario y amigo. Eso fue Monseñor Larraín.

Los antiguos decían: "Es dulce morir por la patria". Más meritorio es vivir para ella; construir minuto a minuto un país en su dimensión humana, con la oración, el verbo y la acción, entregando la existencia toda, sin reservas, sin dejarse nada para sí.

Este héroe, sin oropeles ni trompetas, fue don Manuel.

Porque amó a Dios, amó a su patria. Porque amó a su patria, se sacrificó amorosamente por su pueblo. Su voz viril se alzó proclamando la justicia; defendiendo los derechos de los obreros, de los campesinos ; exigiendo trato humano y civilizado para los pobladores; trazando un camino de vida para la juventud.

Con energía incansable, buscaba la defensa y el desarrollo del hogar, para que la mujer desempeñara su papel maravilloso, incomparable, pero duro, de abnegación total, que exige el ser madre.

Epoca la nuestra de placeres, comodidades y cobardías, no es propicia a la generosidad. Y la vergüenza que siente en lo íntimo la mujer que huyó de su misión de formar el alma de sus hijos se traduce, impúdicamente, en gesto de suficiencia frente a las madres, a las pocas madres que tienen el coraje, la inteligencia, la decisión y el amor para ir cotidianamente, en el silencio y en el anonimato, forjando ios héroes y santos que América necesita.

Un solo gesto retrata a la mujer admirable que fue la madre de Monseñor. ¡ Con cáncer en la garganta se sometió al calvario de aceptar que traspasaran su lengua con agujas conteniendo radium, con el solo objeto de conservar la vida para sus hijos! ¡Sacrificio laudable! Sus retoños transformáronse en frondosos árboles que fructificaron en virtud y patriotismo, en bien para todos.

Con cuánta razón Monseñor, en su testamento, con acentos apremiantes, nos dice: "Defended la Iglesia, defendiendo la familia. "Todo conspira contra ella. Guardad la fidelidad del amor cristiano. Apreciad el don de los hijos. Educadlos cristianamente. Haced de vuestros hogares un templo y una escuela".

Ideario que completa, al decir en sus consejos póstumos: "No os dejéis vencer por el mal, sino que venced al mal con el bien. Que el paganismo del ambiente no os contamine. Cerrad la puerta a las lecturas, los grabados, las conversaciones, los espectáculos o las modas que degradan vuestra dignidad cristiana".

No sólo recibió el aliento vivificante de su inteligencia agorera, el hombre y la familia. Los cuerpos intermedios y la sociedad fueron objeto de sus intensas meditaciones.

Chileno auténtico, "chilenazo", al decir de sus campesinos, no pudo limitarse a predicar. Su palabra, a la que juntó impaciente su acción, ha repercutido hondamente en este medio siglo de nuestro Chile, y sus intervenciones más decisivas enderezaron el acontecer de la historia.

El profeta Isaías lo cautiva cuando dice: "Y como el centinela apostado en las torres de la ciudad, escrutaba la lejanía, anunciando él nuevo día"; sentencia que pronunciaba continuamente don Manuel ; y en sus labios tenía un sentido peyorativo. Monseñor Larraín es el resultado de la definición del hombre prudente, no del cobarde, que Santo Tomás describiera al decir: "Prudente significa el que ve de lejos, que es perspicaz y prevé con certeza a través de las incertidumbres de los sucesos".

Monseñor contestaba con el vigía de la ciudad, a la pregunta de "¿Qué ves en la noche?" "¡Amanece!".

Vivió en el presente y señaló los caminos por donde la historia tendría que caminar.

Fue un profeta que se anticipó largamente a los acontecimientos y, con visión clara, fue erigiendo los hitos que hoy tenemos que ubicar para comprender el sentido profundo de su mensaje, el transcurrir del pasado, los problemas del presente y las soluciones que el futuro nos entregará.

En agosto de 1946, escribía una carta a su amigo y gran maestro de juventudes, Monseñor Francisco Vives, en la que, adelantándose a los tiempos, expresaba ideas que hoy forman patrimonio de la comunidad, pero que otrora eran novedades, por algunos rechazadas, perseguidas por los más; y sólo comprendidas y anheladas por espíritus de selección.

Bebió su doctrina en los grandes visionarios de los tiempos modernos, como él mismo lo dice en su coloquio con Monseñor Vives: "El Cardenal Mercier, junto con Maritain, Clerissac y Guardini, nos han dado en sus diversos aspectos el sentido del Cristianismo y la misión del Cristiano. En nuestra pequeñez, hemos logrado entrever, en esta vocación de nuestra generación, que lo que Cristo necesita son "testigos y no demostradores", como decía León Bloy".

Agrega más adelante: "Creo que sin esperar tanto, el mundo está propicio para que la Democracia Cristiana lo salve...". (Aún no existía el Partido Demócrata Cristiano; referíase, en consecuencia, al sistema doctrinario). Continuaba: "...a condición de que ésta lo sea de verdad".

"Por eso, mirando el futuro, quiero decirte, en esta carta, que más que tal es conversación en alta voz conmigo mismo, cómo comprendo y siento la Democracia Cristiana.

"Las notas características que veo en ella son las siguientes: ruptura con el régimen capitalista y su sustitución por un régimen humano; democracia económica, como complemento indispensable a la democracia política; la función social de la propiedad realizada no sólo como un deber del que posee, sino como un derecho, hecho realidad al alcanzar su posesión; reconocimiento práctico de la ascensión del pueblo al poder y normas constantes de justicia social y caridad cristiana para enfrentar y resolver los problemas sociales y económicos que se presentan.".

Más adelante completa su pensamiento: "El primer punto, pues, de una democracia cristiana auténtica es ir a la creación de un régimen no capitalista y a la instauración de otro, donde el factor hombre, sus derechos, el respeto a su personalidad, su justo progreso y elevación, sean plena y totalmente amparados y promovidos, no sólo por leyes..., sino por realizaciones efectivas.

"Consecuencia inmediata de esta idea es la orientación de la economía, no hacia el lucro como actualmente lo es, sino hacia el consumo, o sea, hacia la satisfacción de las necesidades del hombre".

En esta oportunidad, don Manuel Larraín expone su concepto de la propiedad y posesión de la tierra, que en años posteriores lo llevará a iniciar la reforma agraria en Chile.

Siguiendo con los conceptos vertidos en esta carta, debemos destacar aquellos párrafos en los que se refiere a la democracia económica: "Nada se saca con arrojarle al pueblo los oropeles de un poder político que no disfruta, o llamarlo "pueblo soberano", cuando la única soberanía que sobre él se cierne es la de la miseria. La igualdad política es ilusión si no existe la económica, no en el sentido de poseer igual, que es algo imposible, sino el de hallarse en condiciones iguales para adquirir la posesión de los bienes".

¡Qué claras ideas tenía el Obispo de Talca sobre el sindicalismo! Oigamos sus frases precisas, hoy con pleno valor para Chile y América: "La Democracia Cristiana, como tú bien sabes, reposa como pilar básico sobre la organización gremial. El sindicato puede constituir un peligro, pero es un derecho innegable, más aún, es el medio que el obrero tiene para su triunfo. El contacto con la clase obrera se realiza hoy a través del sindicato. La Democracia Cristiana debe ser de base sindical, sin más limitaciones que las que la ley moral y el bien común le impone".

Monseñor deja claramente establecido cuáles son los posibles errores de la Democracia Cristiana, cuáles son sus riesgos de extraviar el camino, al decir -y estas son sus palabras: "La Democracia Cristiana es algo más que subir los salarios en un tanto por ciento o hacer viviendas higiénicas: es mezclarse con el pueblo, con sus dolores y, sobre todo, con sus justas ansias de redención. La "redención del proletariado" -la frase es de Pío XI- es comprender las ansias de liberación y justicia del pueblo y servirlas sin claudicaciones ni distingos.

'"La Democracia Cristiana no puede ser emplasto para adormecer heridas, pues es la continuación en el siglo XX del movimiento renovador del primero. El cristianismo está hecho a base de inconformismo et nolite conforman huic saeculo".

"La Democracia Cristiana tiene que situarse en lo que va a redimir: el pueblo. No se dicta desde cátedras. Se la vive en la lucha angustiosa y dura donde la clase obrera combate".

En la misma idea se inspira el padre Lebret en "Dimensiones de la caridad", al afirmar: "El experto desdeñoso no suscita el agradecimiento ni el afecto".

Este hombre lleno de virtudes, pero no por eso ajeno a los, defectos y debilidades humanas, nos lleva a recordar, con tremenda emoción, aquellos rasgos que, a través de la anécdota, cobran hoy vitalidad y gracejo. Había un anciano sacerdote, a quien le gustaba una determinada marca de coñac, que le traía recuerdo de su tierra. Y Monseñor Manuel Larraín, Obispo de Talca, Presidente del CELAM, comprometido en sesudos y profundos estudios que, a través del Concilio, podían afectar a toda la cristiandad, tenía el tiempo necesario para encontrar la botella de coñac, que llevaría personalmente, con ternura de padre, al anciano sacerdote de su diócesis.

El Obispo conocía a cada una de las personas que trabajaban con él; las conocía y amaba profundamente. Si el portero, en quien nadie reparaba, tenía un problema, aunque fueran las primeras ilusiones que la juventud levanta en el corazón, Monseñor se preocupaba en detalle de cómo marchaba, y estaba siempre dispuesto a prestar la ayuda de un consuelo, de un consejo y de otras de carácter más material.

Nunca desdeñó el diario vivir. Y tuvo muy presente que el destino eterno comienza en este tiempo, y que es necesario comprometerse para conquistarlo. Sólo los que hacen fuerza consiguen el cielo.

Al orgulloso egoísta, que, pagado de sí mismo, se contempla en su aparente perfección, le aplicaba aquello, referente a las Monjas de Port Royal:

"Puras como ángeles, soberbias como demonios. Tienen las manos puras, pero no tienen manos."

Tenía, como todos los seres humanos, sus pequeñas manías, como aquélla de sacarse el calzado, disimuladamente, debajo del escritorio, mientras conversaba. Es curioso cuanto más lo admirábamos porque conocíamos sus defectos.

Su Secretario particular, Gustavo Saball, que convivió junto a él, enterándose de todas sus grandezas, pero también de sus fallas, no sólo siente por él una admiración extraordinaria, sino que el más profundo y sincero afecto lo liga al que fuera un verdadero padre, con lazos tan estrechos que el tiempo no podrá desatar.

Chileno, vastago de una familia de agricultores, llevaba el huaso ladino y cazurro en la sangre. Al respecto, quiero recordar, digamos en campesino, "un chascarro" que le ocurrió con un sacerdote de sangre árabe, hombre tesonero, trabajador, incansable, que, por donde ha pasado, ha ido construyendo obras para el bien de la comunidad, y que, por ese entusiasmo suyo, urgía a Monseñor por dineros para una labor que calificaba de "cruzada". El Obispo, sin medios económicos para satisfacer sus deseos, resignadamente ponía atención al requerimiento y la palabra "cruzada" lo perseguía con la obstinación de un tábano en verano, hasta que, brotándole el huaso, le dijo: "No olvide, Padre, que la primera cruzada fue contra los turcos".

Y éste fue un chileno en quien el sacerdocio purificó las cualidades y las desarrolló hasta convertirlo en "La Voz de América Latina" ; en amigo de los Obispos franceses, que le enviaban todas sus resoluciones. Respetado en Estados Unidos, en Roma fue un hijo predilecto. El Santo Padre lo distinguía con singular afecto.

Es preciso señalar que don Manuel fue un revolucionario. Era un cristiano y afirmaba: "El Cristianismo está hecho a base de inconformismo".

No sólo predicó la revolución, sino que la inició, al efectuar la reforma agraria en tierras del Obispado de Talca.

Campeó, con verbo y presencia propios, en lo social, no porque fuera un sociólogo ni un especialista, ni un técnico ni un experto, sino porque su calidad de hombre y de chileno lo llevaba a comprobar la grave realidad social de nuestro país. Muchas veces, asumió él las responsabilidades, en defecto de otros que debieron haberlo hecho, pero que fueron inhibidos por temor a las consecuencias.

Sus lecciones en materia social abarcan lo académico y discursivo, como asimismo, el testimonio de su propia vida, plena de ejemplificadores actos de justicia y caridad. Entre los primeros, son notables sus discursos en la "Semana Social" del Uruguay, que, con el título de "Una posición, un programa y un espíritu", exponen con prístina pureza el mensaje social del Cristianismo.

Qué claro fue al decir, en una época en que los más audaces apenas incursionaban en el campo de las declaraciones: "No basta con proclamar nuestra doctrina social. Debemos enfrentarla con los hechos modernos. El Cristianismo se desarrolla en el tiempo. Las doctrinas sociales han de enfrentarse con la historia. Nuestra posición social sería vaga y amorfa si no la colocáramos ante las condiciones actuales del mundo y no diéramos ante ella, en forma precisa, nuestro juicio. Y ese juicio nos hace afirmar:

"1°.- No queremos la permanencia del actual estado económico y social, porque el aceptarlo nos significaría traicionar el mensaje cristiano.

"Nada hay tan lejano del espíritu cristiano como la actitud meramente conformista, con un orden social viciado, actitud que lleva fatalmente a esa esclerosis de la vida, signo seguro de vejez.

"2°.- Ese sistema que se opone al orden divino y contra el cual el obrero quiere mejorar su condición de estrella.

"El capitalismo podemos definirlo así: "Un régimen económico y social caracterizado por la fecundidad de las especies monetarias, por el primado del capital-dinero en la economía, por la separación entre los trabajadores y los instrumentos de producción, en fin, por la división de la sociedad en clases cuyas diferencias provienen de los modos diferentes, según los cuales participan de la propiedad de los capitales y en la distribución de los intereses".

"A su vez, la realidad histórica del capitalismo se llama primado del lucro, concepción materialista del trabajo, inseguridad y servidumbre de la vida obrera; proletariado".

Conforme con sus planteamientos y por fidelidad a la doctrina que encarnaba, don Manuel habló, intervino y se comprometió, también, con los sujetos de la injusticia, salió en su defensa y no temió las críticas, ni las calumnias, algunas intensamente crueles.

A los maledicientes, contumaces en la conservación de sus privilegios, sublimando la naturaleza humana, les perdonó sus ofensas e intencionados rumores que echaban a correr protegidos en el anonimato, olvidándose que en "pueblo chico, todo termina por saberse."

Los nombres son conocidos de muchos. Grande es la tentación de manifestarlos; pero Monseñor, en varias oportunidades, me recriminó, porque en el entusiasmo que la lucha enciende, he faltado a la caridad.

Don Manuel no se dejó vencer ni por la amenaza ni por el halago; ni, pusilánime, se retiró con las manos limpias a la vera del camino; ni dejó jamás que su temperamento apasionado borrara la dulzura de sus palabras. La gracia obraba maravillas en él.

Supo distinguir, con toda precisión, la caridad, que es amor, del gesto humillante del que muchas veces da la limosna, sin haber cumplido previamente con los mandatos de la justicia. Monseñor solía repetir :

"El señor don Juan de Robles de caridad sin igual por amor hacia los pobres quiso hacer este hospital, pero antes hizo a los pobres."

Entre las múltiples ocasiones en que jugó en defensa de los trabajadores, recordaré una, relacionada con una huelga de más de 20 fundos; otra, que afectó a los empleados del Banco de Talca; y, por último, sin señalar detalles, por ser demasiado reciente, otra, de un sindicato de obreros industriales.

En la primera huelga de campesinos que hubo en Chile y que afectó simultáneamente a varios fundos, producida en Molina, en 1953, su actitud fue la del Pastor: llamó, habló, persuadió. Como no obtuviera resultado, conminó y amenazó. Ordenó que la colecta del día domingo en todas las iglesias de su Diócesis se destinara a socorrer a los huelguistas y sus familias.

Ante la inminencia del encarcelamiento de un sacerdote que atendía a los campesinos, amenazó con aplicar una medida canónica de tal gravedad, el entredicho, que priva a la zona afectada de tocios los recursos religiosos y de los sacerdotes, salvo para una persona en peligro de fallecer. La autoridad reconsideró la medida, y el sacerdote conservó su libertad.

No terminó ahí su actuación. Con el respaldo del Cardenal Monseñor Caro, obtuvo del Presidente de la República, don Carlos Ibáñez, la libertad de los que estábamos presos en Talca en virtud de la Ley de Defensa de la Democracia. En esa oportunidad, Ramón Venegas y Williams Thayer actuaron junto al Primado de la Iglesia en nuestra defensa.

La Ley de Defensa de la Democracia le dio una nueva oportunidad de mostrar la amplitud de su criterio y la sinceridad de su catolicismo. Llegaron a Talca relegados dirigentes comunistas, y Monseñor de inmediato se puso a su entera disposición y prestó su desinteresada ayuda. Le inquietaba seriamente el problema de aquellos hogares cuyos padres se encontraban lejos. Sobre las diferencias ideológicas él tendía el manto del amor: todos tenemos un padre común: somos verdaderamente hermanos.

Al producirse el conflicto laboral del Banco de Talca, en 1959, el Obispado era uno de los accionistas más fuertes de esa empresa, pero estaba muy lejos de tener su control. Monseñor, desde el primer momento, intervino en favor de los empleados en huelga, contando con su entera confianza, fundada en el conocimiento de una limpia trayectoria al servicio de la justicia. Fue designado arbitro y falló con firme ecuanimidad, reconociendo los derechos de los empleados. Desgraciadamente, fue anulado el fallo. Al resultar infructuosas sus gestiones, volcó entonces todo su esfuerzo en ayudar con alimentos y otros medios a los empleados y sus familias.

Don Manuel no concebía, una vez presente en un problema, abandonarlo o dejarlo a medio camino. Llegaba hasta las últimas consecuencias.

Pasaron los años y don Manuel seguía pendiente de la situación personal del dirigente de los empleados bancarios, Marcos Rojas Cancino, hasta que obtuvo que se le pagara una indemnización. Así terminó este triste triunfo del capitalismo talquino.

Los obreros industriales de Talca cada vez que presentaron pliegos de peticiones y que tuvieron que declararse en huelga, siempre encontraron presente y alerta a don Manuel, no sólo para entregarles ayuda material o respaldo moral, sino para hacer causa común con las peticiones justas que ellos planteaban.

Lorenzo Corvalán, dirigente obrero industrial, encontró en Monseñor decidido apoyo cada vez que, representando los diversos sindicatos o grupos de obreros industriales, acudió a él.

Cuando la reforma agraria era sólo un deseo y para muchos una amenaza disolvente del orden que pretendían mantener, Monseñor Larraín, como siempre, anticipándose, impulsado por su hambre y sed de justicia al imperativo de la Historia, realiza la parcelación de la propiedad más importante del Obispado de Talca: los Silos de Pirque.

Es indispensable y aleccionador rememorar sus palabras al inaugurarse la Cooperativa Los Silos: "No puedo ocultarles mi emoción al hablarles. Hoy, en esta propiedad pequeña, ante un grupo también pequeño de campesinos y de amigos que nos acompañan, se está haciendo algo grande para el futuro de Chile. Hoy se termina en esta propiedad el sistema de inquilinaje. Hoy comienza una nueva forma de trabajo más conforme con las necesidades actuales. Hoy se abre a un grupo de campesinos la posibilidad de ser propietarios agrícolas. Hoy se está dando un paso más para hacer realidad las enseñanzas de Cristo y las Doctrinas sociales de la Iglesia.

"La tierra no está bien repartida en Chile y en América Latina. Es una llaga abierta en las entrañas de este continente,

que es de urgencia sanar. Pero para remediar este mal no hay que caer en el error de decir: "que no haya propietarios", sino todo lo contrario, "que haya muchos propietarios". Porque si el hombre necesita la propiedad para poder viva-una vida realmente humana, son igualmente absurdas las soluciones de los que quieren suprimirla o de los que quieren concentrarla en manos de unos pocos.

"El Papa ha hablado recientemente en su encíclica "Mater et Magistra" y ha dicho que el obrero campesino "es un sector que está deprimido". Los Obispos de Chile hemos hablado hace tres meses "sobre el problema del Campesinado Chileno" y hemos dicho: "A menudo comprobamos la injusta situación de vida y de trabajo y la consiguiente carencia de porvenir de quienes trabajan hoy la tierra en Chile".

En estos últimos años, su gran preocupación, entre otras, era el desarrollo. Tenía clara conciencia del problema y no encontró mejor forma de manifestar su presencia y su lección, que escribiendo una Pastoral que lleva por título "Desarrollo, éxito o fracaso en América Latina".

En su introducción comienza "¿Por qué escribo?". Y se responde: "Con el escritor de la antigua Cristiandad confieso que nada de lo que es humano lo reputo extraño a mí". Y agrega: "El tema del desarrollo toca al hombre, a su vida terrena y a su destino eterno. En él, se juegan sus valores fundamentales: dignidad de la persona, familia, educación, etc. En él se juega sobre el problema de la Paz. No puedo en consecuencia, permanecer indiferente".

Tenía muy clara la proporción exacta de su deber y la magnitud precisa de su misión. Así lo expresó: "Sufrid con la Iglesia. La Iglesia tiene hoy un sufrimiento especial: el alejamiento de la clase obrera de ella. Hay que hacer que retorne. La Iglesia tiene su doctrina social.

Debe enseñarse con valentía; debe aplicarse con decisión."

"Muchos no me han comprendido en esta posición. Han creído que hacía política o demagogia."

"Ante la majestad de la muerte, afirmo que no he hecho ni lo uno ni lo otro. He cumplido con un deber de Iglesia; trabajar porque cese "el gran escándalo del siglo XX". Porque la clase obrera retorne al seno de su madre que les aguarda."

Amaba profundamente a su pueblo, y con él, y para él vivía y la medida de ese amor se manifestaba en hechos innumerables que ocurren en su vida, acontecimientos a los que les salía al encuentro sin rehuir jamás su responsabilidad.

Era un hombre de su tiempo. Se sucedían los años, pero él siempre estaba alerta, indefectiblemente en la primera línea, oteando el porvenir, para en el presente marcar los rumbos adecuados para irrumpir con éxito en el futuro.

Extraño hombre, don Manuel detentó el poder en grado extraordinario y jamás lo usó en beneficio personal. Su vida fue un claro mentís al refrán popular de que: "Autoridad que no abusa se desprestigia". Concibió y realizó la autoridad como servicio. El mando lo ejerció con tacto extraordinario para respetar la dignidad de las personas que debían obedecer. Las órdenes, en su rostro, sin perder la fuerza, tomaban el cariz de un consejo.

Aunó la energía indomable con la ternura exquisita del padre. Fue obedecido, respetado y amado por cuantos le conocieron.

Hoy, hasta quienes vieron amenazados sus privilegios por su acción y sus prédicas, lloran a un amigo que cruzó su existencia, y al cual no supieron comprender cuando recorría los caminos de Chile y el mundo, portando la luz de una nueva aurora

Para él fueron dichas las palabras del castizo poeta Felipe León, que gustaba recitar con frecuencia:

"Que no te hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.

No acostumbrarse al tablado de la farsa ni a la losa de los templos."

Fue en un atardecer de invierno, el miércoles 22 de junio, cuando se tendió a descansar junto al camino de Chile. Y su último encuentro fue con los campesinos.

La Patria se estremeció. Increíble. Los ojos del pueblo se agrandaron de sorpresa y se nublaron de pena. El corazón de la patria se apretó y un sollozo contenido gimió a lo largo de Chile. Desde su Presidente hasta el campesino de la costa o de la Cordillera lloraron al amigo, al revolucionario, al pastor y al profeta.

El día del último adiós, la ciudad de Talca, su ciudad amada, fue testigo del amor de todo un pueblo, de todo un país, por don Manuel. Allí estaba el Gobierno, representando a la Patria que lloraba a su hijo con ardiente corazón de patriota. Allí estaba la Iglesia Católica con su Cardenal, Obispos, sacerdotes y fieles, llorando al Buen Pastor, al jefe valiente, al amigo de toda una vida. Allí estaban los campesinos y sus modestos letreros de la Unión de Campesinos de Chile, Asociación Nacional de Obreros Campesinos y del Movimiento de Campesinos Independientes, que, con la mirada perdida, lloraban al que siempre los defendió. Allí estaban los pobladores que le decían "Adiós, señor Obispo, padre de los pobres."

¿Por qué esa muchacha liceana tiene llanto en sus ojos jóvenes? ¿Por qué el arriero de Vilches esconde su cabeza? ¿Por qué Juan Rebolledo llevó nervioso la manga al rostro? ¿Por qué los sacerdotes, los adultos, la juventud, los pobres y los obreros tienen el corazón herido? Porque se fue un amigo que tuvo un corazón como una puerta abierta para todos... porque se fue un pastor que orientó las inquietudes y señaló caminos para todos... porque se fue un profeta cuya voz llenó Talca, Chile y América...

En Talca vi el dolor, vi la amargura de la ausencia, pero también divisé la esperanza y la antorcha que encendió don Manuel y que esa tarde pasaba a nuevas manos; porque la antorcha de la justicia y la dignidad humanas, la antorcha de la lucha por los derechos de los pobres, la antorcha de la verdad y la fraternidad, en esa tarde seguía ardiendo con fuerza tremenda y pasaba a las manos de otras generaciones, a nuestras manos.

su luz es aurora por los caminos de la Patria y América Latina.

su fuego hace arder los corazones de las generaciones formadas por él y una nueva falange se lanza a la conquista de la justicia, de la fraternidad, de la verdad, la dignidad y la paz.

Un hombre pasó fulgurante como una estrella y su luz ha quedado.

Un revolucionario pasó como una esperanza y ella se está encarnando.

Un sacerdote pasó como un pastor y el camino queda señalado.

Un Obispo pasó como un amigo y el amor ha quedado sembrado.

En lo material, sólo tenía de su propiedad una radiola y una cama.

La historia sigue y nosotros, tras sus huellas, llevando en nuestro corazón los versos aplicados a los peregrinos, que tantas veces citó y que son un resumen de su vida, un programa para la nuestra:

"Sólo tres cosas tenía para su viaje el romero; los ojos fijos en la lejanía, atento el oído y el paso ligero."

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