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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DE MONSEÑOR ENRIQUE ALVEAR EN EL DÉCIMO ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO

Autores

El señor DÍAZ .-

Señor Presidente , en un afán de destacar a las personas fallecidas, con frecuencia les damos títulos que no se justifican, quizás en compensación por nuestra mezquindad mientras vivían. Pero hoy, a 10 años de su muerte, afirmo que el hombre llamado Enrique Alvear Urrutia merece de sobra ser llamado el "Obispo de los Pobres".

Las cuatro décadas de su sacerdocio fueron de gozosa e infatigable entrega a sus hermanos más necesitados: los hambrientos del pan material y el del espíritu, pan que faltaba en el mundo, entonces convulsionado por la Primera Guerra Mundial, en el Invierno de 1916. En Europa, la nieve cubría los cuerpos de miles de víctimas del absurdo conflicto bélico. Allá, el hambre, el frío y la muerte; aquí, en Chile, quietud estival, cosechas y vida. Una nueva vida: un hijo nacido del matrimonio campesino Alvear Urrutia , de nombre Enrique. El curso del río de su Cauquenes natal acunó su infancia y el espejo de sus aguas midió su adolescencia.

Desde Otoño a Primavera, Enrique acude a la escuela rural, donde aprende con avidez. En Verano, el sol quema su rostro y madura la uva cosechada que luego será vino generoso y más tarde, sangre consagrada. Rostro asoleado y manos encallecidas en la siega de sementeras. Cosecha de trigo, amasijo de pan, consagración de hostia. Destino divino de la semilla que muere en el surco, tarea que siempre necesitará la mano del hombre.

Cursados los estudios primarios, debe repetir la eterna historia de los jóvenes de provincia: trasladarse a la capital para continuarlos. Ingresa al Instituto Luis Campino , plantel donde se han educado notables personalidades del país. Terminadas sus humanidades, estudia en la Escuela de Derecho de la Universidad Católica. No termina la carrera, porque la justicia que él busca no tiene respuesta allí, y el llamado vocacional le indica su camino: el Seminario Pontificio de Santiago.

Tiene ya 25 años. En un día en que los chilenos celebramos alborozados las Fiestas Patrias, la Iglesia agrega a estas alegrías una más: la ordenación sacerdotal de Enrique Alvear Urrutia. Es el 19 de septiembre de 1941, año en que el mundo, una vez más, y como pesadilla cíclica, enfrenta una guerra mundial. Un hombre de paz nacido a la vida y al servicio de Dios, en tiempos de guerra.

Su ferviente apostolado, dedicación a los desamparados, formación religiosa e ilustrada inteligencia, evidenciadas en todo terreno y ocasión, lo distinguen. Como no se ha hecho la luz para que sea colocada bajo el celemín, la Iglesia lo eleva y consagra como uno de sus pastores en abril de 1963. Se traslada a Talca y sirve, como Obispo Auxiliar , a Monseñor Manuel Larraín. En comunión de ideales y de estilos, con este último, ambos acometen la tarea pastoral. ¡Cómo araron los campos del Maule! ¡Cómo regaron con el agua bautismal las tierras secas! ¡Qué siembra de semillas evangélicas! ¡Qué cosechas prodigiosas de operarios incansables! ¡Qué milagrosa pesca, como la del Tiberíades!

Al igual que Monseñor Larraín, don Enrique Alvear fue catalogado como "Obispo conflictivo", sufriendo en carne propia persecuciones y atentados. Riobamba (Ecuador) y Pudahuel fueron algunos de los escenarios de los vejámenes por él sufridos.

El no hizo sino cumplir con su lema episcopal: "Cristo me ha enviado a evangelizar a los pobres". Pero pobre no es sólo el que carece de bienes materiales, sino también quien ha perdido afecto, trabajo, libertad y dignidad. A todos ellos atendió Monseñor Alvear : al hambriento sin familia, al perseguido sin partido, al encarcelado sin título, al allegado forastero en su propia tierra. Porque entendió la función de pastor como tarea católica, es decir universal.

¿Tenía intencionalidad política la invariable conducta de Monseñor Alvear ? Categóricamente, no. Si las víctimas de los detentores del poder de la época hubieran sido del signo opuesto, las habría atendido con idéntica caridad.

A diez años de su muerte, la respuesta a quienes lo catalogaron como conflictivo o político es la misma que otro de los Obispos así clasificados escribió en su testamento: "Muchos no me han comprendido en esta posición. Han creído que hacía política o demagogia. Era mi sufrimiento el alejamiento de la clase obrera de la Iglesia. Ante la majestad de la muerte afirmo que no he hecho ni lo uno ni lo otro. He cumplido con un deber de Iglesia: trabajar por que cese el gran escándalo del siglo XX, por que la clase obrera retorne al seno de su madre que los aguarda." (Testamento pastoral de Monseñor Manuel Larraín Errázuriz ).

En su tiempo, también fueron criticados otros dos ilustres provincianos -¡pareciera que la espiritualidad en Chile viene desde las provincias!-: el colchagüino José María Caro Rodríguez y el viñamarino Alberto Hurtado Cruchaga. El primer Cardenal chileno, Monseñor Caro, tuvo una relación cordial y amistosa con el gran Presidente radical y masón Pedro Aguirre Cerda. Mientras en el mundo se enfrentaban, en guerras absurdas, las ideologías globalizantes y excluyentes, el Prelado y el Mandatario vivían en nuestro país la amistad cívica, que nos mostraba un camino por seguir.

Más atacado aun fue el Padre Alberto Hurtado , fundador del Hogar de Cristo, quien, al igual que Monseñor Alvear, se preocupó de todas las personas y de toda la persona. Muchos de sus contemporáneos que fueron sus adversarios de ayer, en la perspectiva que dan los años y la obra fecunda del sacerdote jesuita, son hoy sus devotos admiradores.

Monseñor Alvear vivió geografías variadas y parecidas realidades. Compartió con los pobladores de los populosos barrios de la capital, con los campesinos de la tierra de sus ancestros, con los agricultores de los fértiles huertos del valle de Aconcagua. La geografía varía como el paisaje y el entorno.

La necesidad y la miseria tienen una faz común y él sabía descubrirla, aunque se colocara la máscara de la dignidad. Miró la miseria, pero no se detuvo a lamentarla; la acometió con fe de cruzado. Y su recuerdo está vivo entre sus predilectos: los pobres.

La presencia de Monseñor Alvear fue gravitante en Conferencias Episcopales latinoamericanas, continentales (Riobamba, en 1976), en el Concilio Vaticano II y en numerosas organizaciones eclesiales nacionales.

Vivió la necesidad, la combatió y la compartió.

En épocas de crisis, hizo suya la frase del Padre Hurtado: "Los tiempos están malos, seamos mejores y los tiempos serán mejores. Nosotros somos el tiempo.".

He dicho.

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