Labor Parlamentaria
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Antecedentes
- Cámara de Diputados
- Sesión Ordinaria N° 28
- Celebrada el 29 de agosto de 1990
- Legislatura Ordinaria número 320
Índice
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El señor NAVARRETE (de pie).-
Señor Presidente, cerca de la calle Pedro de Valdivia, en la comuna de Macul, se alza una hermosa construcción. Es un centro abierto que proporciona atención integral a más de 200 menores en situación deprimida y que una comunidad agradecida hizo edificar. En la muralla de acceso, y escrito en letras de bronce, se lee lo siguiente: "Tengo las manos limpias, nada que ocultar y mucho que mostrar. Carol Urzúa Ibáñez, Mayor General, Intendente de Santiago".
En estas sencillas palabras podemos encontrar, retratada fielmente, la personalidad de este soldado, sacrificado por manos terroristas el 30 de agosto de 1983, en las puertas de su casa, delante de su esposa, de la cual se había despedido, como todas las mañanas, antes de ir a ocupar su puesto en la Intendencia de la Región Metropolitana.
Carol Urzúa Ibáñez nació en Parral el 7 de febrero de 1926. Era hijo de Miguel Urzúa, ilustre abogado y jurisconsulto, y de doña Margot Ibáñez, noble dama curicana, hija y nieta de agricultores. De ellos heredó su profundo amor por la justicia y por el campo chileno.
A los 15 años, ingresó como cadete a la Escuela Militar, de la cual egresó como Alférez en 1944, en el Arma de Ingenieros. En esa Escuela se forjó su amor a la Patria, a las tradiciones, al espíritu de servicio y al honor militar, como norma permanente de conducta.
Toda su carrera militar estuvo jalonada del éxito que se gana peldaño a peldaño, paso a paso, sin saltos espectaculares, y entregando en cada día de su vida esa irreemplazable cuota de esfuerzo personal.
Copiapó, Curicó, Quillota, Valdivia, Antofagasta y Santiago fueron testigos de su vida militar, ciudades en las que dejó legiones de jóvenes soldados que recibieron sus enseñanzas inolvidables. Ellos todavía recuerdan sus palabras finales cuando despedía a los jóvenes Oficiales alumnos de la Escuela de Ingenieros, donde era profesor: "No olviden, jóvenes Capitanes decía que ningún jefe lo será nunca si no lo es primero en el corazón de sus subalternos".
Y ése fue uno de sus rasgos más sobresalientes. Su autoridad no se cimentaba en la facultad reglamentaria para aplicar sanciones, sino que en la fuerza de sus argumentos. "Hay una sola manera de predicar repetía, y ésta no es otra que el ejemplo personal. Lo demás es charlatanería".
Cuando alcanzó el grado de Oficial Superior de Ejército, la Superioridad le encomendó esas delicadas tareas que se reservan siempre para los mejores hombres:
Comandante del Regimiento de Ingenieros de Aconcagua.
Comandante del Regimiento de Ingenieros del Ejército y del Cuerpo Militar del Trabajo. Son cientos los kilómetros de la Carretera Austral que él construyó a lo largo de nuestra Patria.
Presidente del Club Aéreo del Ejército.
Agregado Militar y Jefe de la Misión Militar de Chile en los Estados Unidos de Norteamérica.
Delegado del Ejército ante la Junta Interamericana de Defensa.
Director del Personal del Ejército.
Al respecto, séame permitido un recuerdo muy íntimo. "Amigo me decía, el Director del Personal no está para tramitar y firmar decretos de ascenso, traslado, retiro o papeles parecidos. Su misión es mantener la moral de la tropa, asegurar su permanencia en el Ejército y el orgullo de ser soldado. La calificación, por ejemplo, no es un instrumento de amedrentamiento, sino un estímulo para que el hombre sienta que su esfuerzo es reconocido y que alguien se interesa por su trabajo".
En 1964, contrajo matrimonio con una noble dama, doña María Eliana Scheggia Sánchez, ilustre abogada copiapina. De este amor nacieron dos hijos: Carol Cristián, hoy gallardo Teniente del Arma de Ingenieros del Ejército, quien ha heredado de su padre toda la nobleza de su espíritu y la prestancia de su físico privilegiado; y su hija, Verónica Loreto, hermosa joven e inteligente señorita que heredó de su padre este intransable sentido de la responsabilidad y anhelo de superación que, sobre la base del esfuerzo perseverante, en la vida todo lo consigue.
Su esposa y sus hijos están presentes esta tarde en las tribunas de esta Corporación, y junto a ellos, formando simbólica guardia de honor, sus compañeros de curso en la Escuela Militar y sus esposas, curso militar de 1944, que tiene, entre otros, el honor de haber entregado al Ejército 11 Generales de la República.
Quiso el destino, para suerte de la Patria, que el General Urzúa fuera designado, en 1975, para desempeñarse como Intendente de Antofagasta, y entre 1981 y 1983, como Intendente de la Región Metropolitana.
En el desempeño de estas tareas afloraron virtudes ocultas de este extraordinario soldado, su capacidad política y su profundo conocimiento de la idiosincrasia de la gente común.
Su apego a las leyes, al Derecho, su caballerosidad, la confianza en su propia capacidad y su visión de futuro, le permitieron ganarse el afecto y la adhesión de la ciudadanía, y el respeto de los más tenaces y obcecados opositores al Gobierno militar.
Su intuición y capacidad para ver las cosas más allá del inmediatismo demagógico, le permitieron conformar un equipo asesor del más alto nivel, buscando sus colaboradores dondequiera que estuviera el talento, sin mirar color o tendencia política. Profundamente pragmático y realista, nunca se dejó impresionar por los tecnócratas ni por los teorizantes de la vida.
En esos largos coloquios y horas de reflexión con los alcaldes, repetía constantemente: "Mientras seguí mis impulsos me fue bien. El día que empecé a hacerles caso a los tecnócratas, me empezó a ir mal".
Desde la Intendencia de la Región Metropolitana dio una nueva muestra de su sensibilidad y comprensión por los sectores más deprimidos, al impulsar proyectos específicos para sanear las poblaciones en situación de campamento.
El programa de mejoramiento de barrios y de lotes con servicios destinados fundamentalmente a reducir las condiciones de marginalidad para las familias de escasos recursos, de probado éxito, continuado por quienes le sucedieron en el cargo, y repetido y recogido por el actual Gobierno a Dios, gracias es su máximo legado y su realización más concreta.
Este padre ejemplar, esposo responsable, amigo a carta cabal, servidor público incorruptible, y soldado por encima de todas las cosas, fue la víctima de manos asesinas que lo eligieron como el blanco de sus bajos instintos, seguramente temerosos de que el ejemplo personal se multiplicara y de que el éxito de su gestión contribuyera a consolidar el prestigio del gobierno de las Fuerzas Armadas.
Por eso, señor Presidente, nos duele que sus asesinos que se escudaron y refugiaron en la Embajada del Vaticano, y que por ello obtuvieron salvoconducto para salir del país, hoy se paseen por el mundo alardeando de su despreciable acción y que sean recogidos como refugiados políticos por naciones que se dicen amigas nuestras y que, retóricamente, condenan el terrorismo.
Nos revela, señor Presidente, que en nombre de una democracia mal entendida, otro de sus asesinos sea el vocero de la terrorista organización que se hace llamar "Manuel Rodríguez", y que este asesino, que se hace pasar por preso político, conceda conferencias de prensa en la cárcel, con todo el apoyo administrativo y el aparataje proporcionado por las autoridades penitenciarias, dependientes del Ministerio de Justicia.
Sentimos, un profundo dolor, señor Presidente, cuando vemos a líderes políticos e, incluso, a autoridades, que amparan y avalan moralmente a estos terroristas al calificarlos de héroes o de combatientes.
Por respeto a lo que la persona del General Carol Urzúa Ibáñez representa, nos callaremos, por esta vez, de expresar en esta Sala tantas reflexiones que nos gustaría agregar.
Por lo que hasta aquí he dicho, hoy sus compañeros de curso, presentes en esta Sala, se ponen de pie para guardar un minuto de silencio en su memoria.
Por éstas y por mil razones más que el país conoce, Renovación Nacional, por mi intermedio, rinde este homenaje de recuerdo agradecido a este chileno, a este soldado y a este ciudadano ejemplar caído en acto de servicio, junto con sus escoltas, Cabos José Aguayo y Carlos Rivera.
Por ello, señor Presidente, en nuestros actos más solemnes cantaremos siempre con agradecido respeto: "Vuestros nombres valientes soldados, que habéis sido de Chile el sostén, nuestros pechos los llevan grabados, lo sabrán nuestros hijos también".
He dicho, señor Presidente.
Aplausos en la Sala, y en las tribunas.