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Homenaje
HOMENAJE A LA CIUDAD DE RANCAGUA EN EL 250° ANIVERSARIO DE SU FUNDACION.

Autores

El señor MOLINA (Presidente).-

De conformidad con lo acordado por la Sala, a continuación corresponde rendir homenaje a la ciudad de Rancagua en el 250° aniversario de su fundación.

Se encuentran presentes en la tribuna el gobernador de Cachapoal, don Alejandro Carmona Rojas, el alcalde de Rancagua, don Esteban Valenzuela, los concejales, miembros del Consejo Económico Social, periodistas, dirigentes sindicales y otras personalidades de Gobierno y de la comunidad rancagüina.

Tiene la palabra el Diputado señor Olivares.

El señor OLIVARES (de pie).-

Señor Presidente, debo empezar por decir que el Diputado señor Federico Mekis deseaba intervenir y decir algunas palabras en esta oportunidad. Lamentablemente, una enfermedad lo ha obligado a guardar reposo. Ayer, por teléfono me solicitó que este homenaje que rendiré hoy con motivo de la fundación de nuestra ciudad, también lo hiciera en su nombre. De manera que, gustoso, trataré, modestamente, de interpretar en la mejor forma posible los pensamientos del colega Mekis, ya que ambos, si bien políticamente pertenecemos a tiendas distintas, estamos unidos por nuestra calidad de rancagüinos. Y en esta ocasión, como en otras, ello prevalece, como en algunas otras oportunidades, nuestra condición de chilenos. Por eso, con todo gusto trataré de interpretar al colega Federico Mekis; asimismo, aprovecho la ocasión para desearle sinceramente una pronta recuperación.

Aplausos.

El señor OLIVARES (de pie).-

Para nosotros, los rancagüinos, este año ha tenido una connotación muy especial, pues en el curso de él se han cumplido 250 años de la fundación de nuestra querida ciudad y, además, porque el 1 y 2 de octubre recién pasado hemos conmemorado el 179° aniversario de la Batalla de Rancagua. Por eso, en mi doble condición de hijo de esa comuna y Diputado por esta histórica y progresista ciudad, he querido rendir un sentido y sincero homenaje a mi tierra y a su gente, es decir, a toda la esforzada familia rancagüina, y resaltar de paso su valioso aporte en la gesta de la Independencia de Chile y su significativa contribución al incremento del patrimonio económico y cultural de nuestro país.

Con humildad, y sin pretender posar como un erudito en la materia, trataré de entregar una semblanza resumida de la fundación y posterior crecimiento y desarollo de la "muy leal nacional ciudad de Santa Cruz, capital del Partido de Rancagua", como la llamó el Libertador Bernardo O'Higgins, o de "Santa Cruz de Triana", como la bautizara don José Antonio Manso de Velasco, su fundador.

Debo recordar, según los textos consultados, que muchos antes de su fundación oficial como villa del Reino de Chile, Rancagua, como lugar, ya existía en voz indígena para el cronista español Pedro Fernández del Pulgar, aunque no lo describió. Así, sólo por el significado de los nombres aborígenes se pudo tener una idea de algunas características físicas de la zona. Por ejemplo Cachapoal significaría aguas que deliran o río loco; Machalí, piedras apelmazadas; Codegua, agua de pataguas o piedra de moler; Requínoa, tierra de mezquinos y de la quínoa; Corneo, lugar entre aguas; Guacarhue, lugar de tesoros; Pelequén, lugar donde hay barro; Malloa, lugar de greda blanca y el propio Rancahue, posteriormente, Rancagua, lugar de carrizales.

El fundador y su obra.

En noviembre de 1737 llegó a Chile el nuevo Gobernador español don José Antonio Manso de Velasco. Se puso de lleno a trabajar en la urgente tarea de reunir la mayor cantidad de habitantes dispersos de la zona central del reino, con la finalidad de fundar centros urbanos entre ciudades de mayor población e importancia. Este despoblamiento era muy evidente entre Santiago y Concepción, por lo que había sido motivo de gran preocupación en las anteriores administraciones, las que obedeciendo reales cédulas habían intentado fundar sin éxito los pueblos de Chimbarongo, Talca, Itata y Rere.

Pero Manso de Velasco no habría de fallar. Recorrió con detención el centro del país, estudiando la distribución de sus habitantes, la topografía, los ríos, las comunicaciones y luego comenzó su labor fundadora con verdadero ahínco.

Así, el 4 de agosto de 1740 trazó el plan de la nueva Villa de San Felipe el Real. En febrero de 1742 fundó y echó las bases de Nuestra Señora de Los Angeles y poco después hizo lo mismo con Nuestra Señora de Las Mercedes de Tutuvén o Cauquenes. Luego, ese mismo año, a partir de un modesto grupo de casas, creó la nueva ciudad de San Agustín de Talca.

Desde Santiago, también en 1742, Manso de Velasco dispuso la fundación de la Villa de San Femando de Tinguiririca y en 1743 fundó Logroño de San José, Melipilla, y la Villa de San José de Buena Vista de Curicó. En agosto de 1744 le tocó el tumo a San Francisco de la Selva de Copiapó, pero antes, el 5 de octubre de 1743, fundó, en el valle de Rancagua, la Villa de Santa Cruz de Triana. Su fundación se realizó sobre la aldea indígena de Rancagua, como se denominaba a un insignificante caserío existente en los alrededores, rodeado de grandes latifundios de encomenderos y en las cercanías de la Hacienda La Compañía, así llamada por pertenecer a la Compañía de Jesús, de enorme extensión y asiento de variadas faenas e industrias artesanales, además de las agrícolas. Puede estimarse que, sin lugar a dudas, la iglesia y las construcciones que albergaban a los miembros de la Orden, sus peones, artesanos, cultivos, ganados e industrias varias, eran el principal centro productivo del país.

Pese a que no hay acuerdo entre los investigadores e historiadores acerca de la fecha exacta de la fundación de la ciudad de Rancagua, de acuerdo con los documentos e información existentes, puede afirmarse que oficialmente fue el 5 de octubre de 1743, o sea, el 5 de octubre de 1993, se cumplieron 250 años desde la fundación de nuestra ciudad.

En la fecha primera, Manso de Velasco trazó las calles y los límites de la nueva villa, encerrando en su perímetro ocho manzanas por lado, o sea, 64 en total, de conformidad con las instrucciones que para tal efecto contenía la ordenanza de la Real Cédula de 1703. Un escribano -notario-, en su calidad de ministro de fe certificó el acto y después de una misa de gracias culminó la obligada intervención de la Iglesia Católica en tan solemne acto.

A los cincuenta años de su fundación, Rancagua proporcionaba a la corona importantes ingresos, superiores incluso a otras zonas mejor dotadas agrícolamente. No es de extrañar esta situación, pues, hasta en el día de hoy, Rancagua y su región proporcionan al Estado un ingreso relevante, derivado principalmente de su empresa El Teniente y la producción agrícola y hortofrutícola exportable.

Siguió un período en que la villa entró nuevamente en decadencia, al punto de que no habían interesados en los remates de los cargos administrativos del cabildo. El desfinanciamiento permanente del presupuesto se debía, en realidad, a la incapacidad del cabildo y a su mala administración, y no a la falta de empuje y de iniciativa de los vecinos.

La administración continuó un largo período sin orientación. Pequeñas querellas vecinales, envidias e intrigas produjeron un abandono tal, que en las calles de la villa se veían hacinamientos de desperdicios y lodazales, que en el invierno las hacían intransitables y que en el verano, con el paso de carretas y cabalgaduras, hacían el ambiente insoportable con la polvareda que su paso provocaba.

Tal situación se mantuvo hasta que se logró nuevamente una administración más o menos regular, recobrando la autoridad misma del cabildo su perdido prestigio, con medidas extremadamente severas para remediar estos males.

A comienzos de 1809, llegaron a la villa de Rancagua las primeras noticias de la invasión de España por el ejército de Napoleón y las primeras manifestaciones de inquietud revolucionaria.

A fines de septiembre de 1810, se efectuó en Santiago la constitución del Gobierno patriota. Desde ese momento, las familias comenzaron a dividirse: una parte considerable por su cantidad, simpatizó con la Junta de Gobierno, y las ideas de emancipación prendieron principalmente dentro de los criollos y mestizos. Se hizo pública la prédica de Manuel Rodríguez, que recorría incesantemente las villas y las aldeas, desde Santiago a Concepción. Se dice, incluso, que el guerrillero obtuvo hospedaje en una gran casa colonial de la calle Ibieta en Rancagua.

En la misma época se tomó conocimiento de que el virrey, desde el Perú, había enviado tropas para combatir a los patriotas, con el consiguiente alivio y seguridad de los españoles, todo esto agravado por las noticias de las disensiones entre O'Higgins y los Carrera. Las desconfianzas recíprocas y la precariedad de los pertrechos bélicos de los patriotas y su carencia de oficiales capacitados o conocedores de la ciencia militar, hacían vislumbrar la trágica jomada del 1 y 2 de octubre de 1814. O'Higgins mantenía en forma intransigente su posición en cuanto a que la defensa de la capital, y, por ende, la suerte de la Patria, debía jugarse en una acción bélica tendiente a impedir a las tropas españolas el cruce del río Cachapoal, defendiendo los vados; en cambio, Carrera era partidario de defender el acceso a la capital en el Paso de Angostura, no obstante que el General en Jefe del Ejército patriota era este último y, por lo tanto, pudo haber impuesto su criterio. En definitiva, se impuso la estrategia de O'Higgins, que, al parecer y según opinión de los expertos, era la menos adecuada.

Por su parte, las tropas españolas habían avanzado desde Concepción prácticamente sin encontrar resistencia. El ejército español, al mando del General Mariano Osorio, a diferencia del ejército patriota, estaba constituido por tropas adiestradas, bien provistas de víveres y agua, con pertrechos muy superiores en calidad y en cantidad a los del ejército patriota, y contaba con 4 mil efectivos de infantería y con bastante artillería. Si bien es cierto que Osorio no era ningún genio militar, ni mucho menos, sus oficiales eran militares competentes y disciplinados.

Para agravar las cosas, las disposiciones tomadas por O'Higgins para la defensa de la plaza no fueron del todo atinadas. Todo se suplió con el valor a toda prueba del ejército patriota y, en especial, de su General Bernardo O'Higgins. Pese a la inferioridad del número y la carencia de municiones y pertrechos, los patriotas resistieron cinco asaltos, donde los españoles fueron rechazados, perdiendo considerable número de hombres. Lo demás es conocido: después de 30 horas de incesante combate, el procer ordenó abandonar la plaza, haciendo frente al enemigo, rompiendo sus filas y logrando la retirada de una parte importante del ejército.

No juzgaremos la inexplicable conducta de don Juan José Carrera en esta acción ocurrida en nuestra ciudad de Rancagua, que marcó el fin de la Patria Vieja, por cuanto no hay elementos suficientes para efectuar un juicio a quien demostró con anterioridad y posterioridad una valentía y un patriotismo singulares.

La ocupación española de la ciudad de Rancagua fue un episodio deshonroso para la fama de los españoles. Toda clase de vejámenes, pillajes, violaciones y ensañamientos fueron cometidos contra la población compuesta principalmente de ancianos, mujeres y niños, e incluso poco después los propios criollos realistas fueron objeto de toda clase de abusos.

El ejército patriota fue dispersado completamente, y no hubo organización militar hasta años posteriores, cuando las primeras tropas chilenas después del desastre comenzaron a reorganizarse en Mendoza.

Considero de suma importancia señalar que cuando el 1 y 2 de octubre de 1814 se libró la Batalla de Rancagua, en la misma plaza que el siglo anterior demarcara José Antonio Manso de Velasco, dos futuros jefes de Estado de Chile combatirían contra los españoles con valor y heroísmo: Bernardo O'Higgins y Ramón Freiré. Es más, el primero ya había probado mucho antes su decidida adhesión a la causa de la Independencia de Chile, cuando ejerció como Diputado por Los Angeles en el Primer Congreso Nacional del 4 de julio de 1811. Posteriormente, el propio Director Supremo Bernardo O'Higgins, quien además diseñó el escudo de la ciudad, la llamó por decreto del 27 de mayo de 1818, "La muy leal nacional ciudad de Santa Cruz, capital del Partido de Rancagua"; pero en el Gobierno del Director Supremo, Ramón Freire, se le llamó solamente Rancagua.

La Patria Nueva sorprendió a la villa de Rancagua sin rehacerse aún del desastre ocurrido en Octubre de 1814. El incendio de la villa mostraba sus efectos en pleno centro y la población dejaba una impresión de pobreza y abandono; la falta de reconstrucción de dependencias y habitaciones se debió como antaño a la escasez de materiales.

El Director Supremo, Bernardo O'Higgins, para impulsar su rápido desarrollo, decretó, el 27 de mayo de 1818, su reconocimiento como ciudad, otorgándole, además, un escudo de armas, y declarando: "Rancagua renace de sus cenizas porque su patriotismo la inmortalizó".

En 1831, ya la ciudad de Rancagua mostraba superación de la época de abandono y ruinas, e importantes obras urbanas y construcciones extendieron calles y casas hasta los límites de La Cañadilla. Ese mismo año se diseñó y dio comienzo a una alameda en la cañada norte, nuestra actual Alameda Bernardo O'Higgins.

La educación.

La educación laica y pública tomó impulso y dejó de ser monopolio de la Iglesia. Se creó la Escuela Municipal, nombrándose director de ella a Pedro Larenas. En 1846 se creó el Colegio de Instrucción Superior, siendo sus primeros directores Romualdo Lillo y Gregorio Orrego. En 1858 se creó el Liceo y el Colegio de Niñas.

Recursos financieros.

Las finanzas y servicios de tesorerías fueron problemas que causaron muchos desvelos e inquietud por sus frecuentes irregularidades. En 1855 se regularizó su funcionamiento con la designación de Ramón Condée y se pudo afrontar regularmente el gasto público. El presupuesto era de 3.798 pesos, pero los gastos siempre excedían esa suma. El precio de la carne era de 5 centavos la libra, con huesos, y el lomo, 7 centavos.

Salud pública.

La salud Pública, con la construcción del hospital San Juan de Dios, gracias al legado de don José María de la Carrera, superó la atención de los lazaretos. Fue inaugurado en 1853, dirigido por el doctor Isidro Cock y recibido con alegría por la población, ya que atendía a los indigentes con las instalaciones y adelantos más avanzados que podían ofrecerse en aquel tiempo.

Periódicos y periodistas.

El primer periódico de que se tenga noticia fue "El Porvenir", editado en 1871 por Pedro Donoso. En 1872 se edita "El Fénix" de Abraham Valenzuela, que se mantuvo hasta 1889, y en el que se publicaban trabajos literarios. "El Lautaro", diario balmacedista, publicado en 1882 por Balbino Castro; "El Heraldo", en 1890; "El Crepúsculo", de Eulogia Aravena de Rojas; "El Patriota", en 1893, dirigido por Rafael Rojas; "El Progreso y La Voz del Pueblo", de Luciano García. El más importante fue "El Patriota", por sus campañas de bien público, críticas y fiscalización, divulgación de conocimientos generales, comentarios internacionales y acogida a trabajos literarios.

Surgen también el mutualismo y las primeras sociedades obreras, con gran escándalo de los conservadores.

La Revolución de 1891.

El programa de gobierno y el liberalismo de Balmaceda sólo tenían arraigo en un reducido grupo de gente más ilustrada, y sólo instintiva en algunos sectores populares. El clero y los conservadores eran numerosos y beligerantes. Estos últimos calificaron a Balmaceda como un "hereje, producto del demonio.". En Rancagua, en cambio unos pocos hombres conocían el programa de Balmaceda, y por falta de organización no alcanzaron a educar políticamente a las masas populares. De esto se derivó un desequilibrio notable entre ambas corrientes.

"El Lautaro", dirigido por Balbino Castro, quien además era el notario de la ciudad, se convirtió en el baluarte del balmacedismo. Su pluma, incisiva y mordaz, sostuvo la causa del presidente mártir. No obstante ello, los odios alimentados y desatados por los conservadores, triunfante la revolución, hicieron que sus partidarios invadieran la imprenta y destrozaran las instalaciones donde se imprimía el periódico. Asimismo, la casa y bienes de su director fueron arrasados por la turba. También lo fueron las casas pertenecientes a los partidarios de Balmaceda, acción vandálica que se extendió incluso hasta los campos y haciendas circundantes.

Aporte cultural.

Las inquietudes culturales e intelectuales en la ciudad tuvieron sus primeras manifestaciones dentro del profesorado del Colegio de Instrucción Superior, inspiradas por ese gran rancagüino que fue don José Victorino Lastarria.

En 1854 nace en Rancagua otro personaje ilustre, don Germán Riesco, quien destacó en la abogacía y en la política: fue Ministro de Justicia, Senador por Talca y Presidente de la República.

El cabildo, por su parte, en 1856 designó a Ramón Sotomayor para dirigir y formar una biblioteca popular, ordenada por un decreto del gobierno. No obstante, la vida intelectual languidece entre los años 1856 y 1871. En este último año, junto con el periódico "El Porvenir", nace un centro cultural que comienza a funcionar en un caserón ubicado en la antigua calle Del Crucero. Antonio Ortega Jiménez fue el impulsor de reuniones de músicos, pintores, artistas, poetas e intelectuales, en cuyo ambiente crecía Eulogia Aravena Zamorano.

Antonio Ortega, hombre de dotes singulares, músico, matemático y filósofo, fue tildado de demoníaco y de sectario masónico, pernicioso para la religión y las buenas costumbres. La angostura de espíritu que caracterizaba a las clases reaccionarias no podía concebir que el culto a la belleza y a las ciencias fuera otra cosa que culto al demonio.

El caserón de marras fue centro cultural tan importante, que su fama alcanzó a la capital del país, y todos los veranos venían en busca de paz y sabiduría José Victorino Lastarria, Eduardo de la Barra, Alfredo Valenzuela Puelma, Alfredo Harris, Valentín del Campo y muchos otros intelectuales y artistas.

Eulogia Aravena, desde niña se formó en los valores señalados. Más tarde, el Gobierno, conocedor de su prestigio en el extranjero, la designó Directora de la Escuela Superior de Mujeres. En 1893, comenzó sus labores periodísticas con Rafael Rojas, con quien publicara "El Patriota", que defendía la causa de los caídos en la Revolución del 91. Su talento superior primó sobre la diatriba, la intriga y las injurias. Su cultura vastísima, muy por encima de lo común en las mujeres de la época, pronto la convirtió en líder de las mujeres y de sus problemas. Podemos señalar, entonces, a esta rancagüina ilustre como la fundadora del feminismo en Chile.

El doctor Eduardo De Geyter llega a Rancagua en 1892, y al año siguiente es designado médico de la ciudad por la Municipalidad. Había, además, otros dos, los doctores Patricio Venegas y Lindor Miranda; junto con ellos, De Geyter ejerció un verdadero apostolado de su profesión, que con el tiempo le granjeó el cariño incondicional del pueblo.

En 1896 se publican sus primeros trabajos literarios. El doctor lee sus poemas en reuniones con Julio Augier, Pedro Vergara y Alfredo Vásquez, también incursores en el género, todos rancagüinos: Pronto, las dotes morales e intelectuales del doctor De Geyter trascienden los límites de la ciudad de Rancagua, y poetas como Víctor Domingo Silva, Manuel Magallanes Moure y el compositor Osmán Pérez Freire, son asiduos visitantes de su cenáculo literario. No existe prácticamente ninguna actividad artística, intelectual, educacional y de bien público en la ciudad de Rancagua que no dirija, inspire o realice ese ilustre médico, al que más tarde, en 1943, el Parlamento, con motivo del Bicentenario de Rancagua, rinde homenaje y otorga fondos para la erección de un monumento en su memoria.

Industria y comercio.

A principios del presente siglo, la ciudad ya mostraba los signos de una creciente prosperidad. En la calle Independencia los locales comerciales abundaban; la vida de la comunidad se hacía más puertas afuera. El Club Social, el Club Musical y el Teatro de la Plaza proporcionaban más solaz que las pocas fiestas oficiales de antaño. La administración municipal, a cargo de Pedro Nolasco Vergara, era más eficaz y organizada, y sus fuentes de ingresos más regulares y ordenadas.

Las halagüeñas perspectivas de la explotación del mineral de El Teniente y una industria aún modesta pero de seguro porvenir, como la Fundición Mangelsdorff y la fábrica de conservas de Nicolás Rubio, barracas de madera y otras instalaciones de materiales de construcción, incentivadas por los requerimientos de edificaciones de la Braden Copper, hacen surgir casas y oficinas.

Bicentenario de Rancagua.

En las actas de la sesión 24a, ordinaria, del Senado, celebrada el 19 de julio de 1943, con motivo de cumplirse el 5 de octubre de ese año, doscientos años desde la fundación de la ciudad, encontramos un proyecto de ley, aprobado por la Cámara, mediante el cual se destina la suma de dos millones de pesos para celebrar la ocasión. La Comisión informante estima que debe contribuirse a la celebración de tal fecha, atendido el mérito de tan progresista y laboriosa ciudad. Además, la inversión de los recursos en diversas obras públicas y para la realización de torneos, servirán para demostrar al país "el alto nivel cultural y material alcanzado por sus habitantes." El gasto se imputó al rendimiento del impuesto extraordinario a la renta de las empresas productoras de cobre en barras (ley N° 7.160).

Durante el debate, los representantes de la región hicieron presente lo exiguo de la suma asignada, que no guardaba relación alguna con la contribución que hacía la zona, en especial El Teniente, al presupuesto nacional.

En la actualidad, con no poca desilusión, los rancagüinos vemos que la situación sólo ha variado en una mínima parte, y tanto hoy como ayer, nosotros, los rancagüinos y la Sexta Región, entregamos más de lo que se nos otorga.

Planteamos la situación, porque ella también forma parte de la historia recurrente de nuestra zona y ciudad: le dimos, le damos y le daremos a nuestra patria más de lo que hemos recibido, y no sólo en bienes, sino también en sangre y heroísmo, como quedó inmortalizado en el Sitio de Rancagua en los gloriosos días del 1 y 2 de octubre de 1814.

Antes de finalizar, debo manifestar que estimo que no sería honesto de mi parte dejar de agradecer a quienes me facilitaron el acceso a las fuentes de información que hicieron posible este homenaje. Vaya, pues, mi sincero reconocimiento al señor alcalde de Rancagua, don Esteban Valenzuela Van Treck, aquí presente; al señor Pablo Valderrama, Analista de Estudios de la Biblioteca del Congreso, y al señor Jorge Ocampo, abogado de nuestra Oficina de Informaciones.

Don Carlos Ruiz-Tagle, ex miembro de la Academia Chilena de la Lengua, en el prólogo de la Antología de Rancagua, dice: "Si tuviéramos que elegir a un solo rancagüino para representar a su ciudad, escogeríamos, sin duda, al poeta Oscar Castro, hijo ilustre de Rancagua; iluminador del valle donde vivo, lo transfigura y lo da a conocer a los que vienen de otros valles, lo hace universal."

Al respecto, puedo afirmar que sumamos miles los rancagüinos que compartimos este aserto del señor Ruiz-Tagle.

Por ello, he resuelto terminar el homenaje, que con mi colega Federico Mekis rendimos a nuestra tierra, a su gente y a su fundador, con irnos versos del "Romance del Fundador", dedicados a José Antonio Manso de Velasco, por nuestro gran poeta Oscar Castro Zúñiga, que en una de sus partes dice:

"Del Cachapoal a la vera,

en tierras de carrizales,

detuviéronse sus pasos

en una trémula tarde.

Y mirando el Río Loco,

entre boldos y arrayanes,

recordó al Guadalquivir

allá en su tierra distante

y el rostro de una mujer

que prometiera aguardarle:

una mujer sevillana,

joven, hermosa y amante.

Y en memoria de un recuerdo,

su mano alzada en el aire,

mandó fundar un poblado

que Santa Cruz se llamase.

"Santa Cruz de Triana, dijo,

como esa tierra distante,

y en medio una bella plaza

con una cruz de dos calles."

Señor Presidente, éste es el homenaje que en esta ocasión entrego -repito-, en nombre del Diputado Federico Mekis y en el mío propio, en respuesta a la generosidad, a la pluralidad, al espíritu democrático y al cariño a la tierra que nos legaron en el pasado y que han recogido también las actuales autoridades aquí presentes.

El señor intendente, por diversas razones, no pudo asistir; pero se encuentran en las tribunas el gobernador, el alcalde, los concejales, los miembros del consejo económico y social, periodistas, deportistas, etcétera; en suma, toda la familia rancagüina, más allá de nuestras respectivas militancias políticas, con una sola meta, un solo objetivo y un solo fin: nuestro cariño a Rancagua y nuestros deseos de seguir trabajando por su progreso.

He dicho.

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