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  • Cámara de Diputados
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Intervención
CREACIÓN DEL MINISTERIO DE LA MUJER Y LA EQUIDAD DE GÉNERO (PRIMER TRÁMITE CONSTITUCIONAL. BOLETÍN N° 9287‐06)

Autores

La señorita VALLEJO (doña Camila) .-

Señor Presidente, en primer lugar, saludo a las mujeres que nos acompañan en las tribunas para escuchar esta importante e histórica discusión, así como a las ministras, ministros y subsecretarias presentes en la Sala. Vaya un especial saludo a Claudia Pascual, ministra directora del Sernam.

Es bueno recordar la pregunta que surgió desde el inicio: ¿Por qué es necesario crear un Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y, consecuente con ello, por qué no crear un Ministerio de la Mujer y de la Familia? Un examen breve de la realidad social de nuestro país respecto de las desigualdades y discriminaciones de género resulta revelador para comprender por qué es tan importante que en Chile exista un Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género.

Es indispensable comprender que, a pesar de los avances y las luchas de las mujeres, del movimiento feminista y las conquistas que han logrado, nuestra sociedad todavía tiene una gran deuda con las mujeres. La inequidad de género está profundamente enraizada y se manifiesta desde la primera infancia, luego en la educación formal, en los estereotipos de género que abundan en los medios de comunicación, en la violencia contra la mujer, en el acoso callejero, en la inequidad en los salarios, en la desigualdad ante el empleo y en tantas otras situaciones que perduran, que se mantienen y reproducen una lógica patriarcal, machista y conservadora entre nosotros, incluso, lamentablemente, entre las mismas mujeres.

Revisemos más en detalle este diagnóstico. Durante el siglo XX, en el mundo se produjo una feminización de la fuerza de trabajo. Como dijo una gran pensadora rusa a principios del siglo pasado, “El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de los cuidados de ama de casa y madre.”.

En estricto rigor, el desarrollo económico acabó con los designios oscurantistas de la Iglesia que naturalizaban el rol de las mujeres como garantes del “fuego del hogar”, sacándolas de la esfera privada en la que se hallaban sometidas. Sin embargo, este proceso se concretó sin quitar a las mujeres la responsabilidad histórica por el trabajo doméstico no remunerado, lo que las recarga con una doble jornada laboral y provoca que constituyan uno de los sectores más explotados de la sociedad, pues además de la doble jornada laboral, sus condiciones salariales son las de mayor precarización y flexibilización, aun hoy en nuestra sociedad.

Basta un ejemplo para clarificar esta discriminación que todavía vive la mujer. Por ejemplo, en la llamada “edad fértil”, a la misma edad, las mujeres deben pagar mayores montos por sus planes de salud y tienen menos posibilidades de ser contratadas que los hombres. Para el libre mercado, ser mujer es una carga que trae aparejado un mayor costo, lo cual vemos en los planes de seguros de salud y de las isapres. La mujer en edad fértil es más riesgosa y, por lo tanto, para ella es más caro acceder a un seguro de salud. También lo vemos en el caso de las pensiones, pues hay discriminación por sexo entre las pensiones que reciben los jubilados y las jubiladas.

Desde la infancia temprana, el proceso de socialización inicial de niños y niñas marca la primera señal de inequidad social, al establecerse y reproducirse estereotipos de género que sitúan a la mujer en el plano de la debilidad, de la ternura y de las habilidades “blandas”, y a los hombres en el de la producción, el abastecimiento y las habilidades “duras”. De esta manera, los niños y las niñas aprenden a cumplir con determinados roles absolutamente estereotipados, con las limitaciones propias de un lenguaje que los constituye en lo uno o lo otro y que los determina en su vida futura. Estoy segura de que todas hemos escuchado a adultos decir que “las niñas no deben hacer esto” o que “los niños no pueden llorar, porque llorar es para las niñitas”, frases que nos modelaron en torno a una comprensión sesgada del género y de la sexualidad.

En este sentido, un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo analizó quince libros entregados en 2013 por el Ministerio de Educación, en el cual detectó una constante de desigualdad en el tratamiento de género, en que se invisibiliza a las mujeres y se muestran estereotipos de funciones, roles sociales y características personales. Concretamente, en los libros que leen nuestros niños y nuestras niñas hay una reducida presencia de mujeres en roles protagónicos y su participación se centra en lo doméstico. ¿Qué dice esto de la formación educativa de nuestras mujeres? Claramente, representa una carencia que nuestra sociedad debe enfrentar y que el Ministerio de la Mujer representará en todas las políticas públicas.

Sin ser suficiente lo anterior, la inequidad de género simbólica se expresa de manera brutal en los medios de comunicación y en la publicidad, que bombardean a nuestros niños, niñas y jóvenes con estereotipos de género marcados, por un cuerpo femenino reducido a objeto sexual y vacío de contenido. ¡Cuántas horas destinan los medios de comunicación para mantener y reproducir ese estereotipo de género! Además, observamos una subrepresentación de las mujeres en cosas tan usuales para los niños como, por ejemplo, los dibujos animados o las películas, donde por cada cuatro personajes masculinos con parlamento hay solo una mujer. ¡Para qué hablar de las películas de Walt Disney, que también reproducen esos estereotipos!

Con estos datos, que dejan de manifiesto las inequidades de género, no debiera extrañarnos que solo el 15 por ciento de las mujeres elija estudiar carreras ligadas a la ingeniería y a la informática -tradicionalmente masculinas-, y el 70 por ciento escoja las áreas de docencia, salud y servicios. ¿Cómo podemos extrañarnos si nuestras jóvenes han escuchado durante toda su vida que las mujeres tienen ciertas cualidades y limitaciones que los hombres no tienen, que somos mejores para ciertas cosas o que hay cosas que simplemente no podemos hacer porque estamos predeterminadas genéticamente? Ante esto último, quiero decir fuerte y claro: ¡No existe nada en este mundo que las mujeres no podamos hacer!

Por otra parte, como señalé -por falta de tiempo, no quiero profundizar en ello; en todo caso, mi compañera Karol Cariola también se refirió al tema-, existen muchas inequidades de género y de clase en el mundo del trabajo, que se reproducen diariamente en las diferencias salariales y en la precariedad laboral a que son sometidas las mujeres al momento de ingresar a trabajar. Ellas no lo están haciendo bajo las mismas condiciones que los hombres.

Todos los elementos culturales, sociales y educacionales a los que me he referido, lamentablemente, reproducen la inequidad de género de manera violenta en nuestra sociedad. De nuestra pesada carga histórica, cultural y política de discriminación a las mujeres debe hacerse cargo un Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, de manera que nos permita construir un Chile distinto, porque un país que promueve la igualdad de género da vida a una sociedad mejor. En esa perspectiva, resalto lo señalado por la diputada Alejandra Sepúlveda , en el sentido de que dicho ministerio necesitará recursos para hacer efectivo el derecho a que las mujeres no sean discriminadas.

(Aplausos)

En relación con esta revisión histórica y las condiciones actuales de nuestro país, cabe volver a la pregunta inicial: ¿Por qué crear un Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y no un Ministerio de la Mujer y la Familia? Porque la inequidad de género que vive la mujer no se reduce al plano meramente doméstico, del núcleo familiar, el que, por cierto, tiene una demostración de inequidad de género, al no estar garantizada la corresponsabilidad en el cuidado y mantención de la familia. Pero dicha inequidad excede el plano doméstico de la familia y -como indiquése reproduce en las condiciones laborales, en el acceso a la salud, en la educación formal en los establecimientos educacionales y, ciertamente, en los estereotipos que marcan los medios de comunicación de manera muy fuerte, lo que obviamente debe ser abordado en el futuro Ministerio de la Mujer.

Por último, quiero resaltar este último punto con algunas palabras de Julieta Kirkwood , quien señaló: “Un primer paso para superar el peso de la historiografía masculina en la conciencia política femenina habrá de ser -junto con mostrar esa característica de masculinidadreconocer, tornar visible todo lo registrado y experimentado por las mujeres que tuvieron que luchar por alcanzar un espacio en el mundo de la política. Es decir, como dicen las feministas, ver y hacer ver lo que otros están haciendo invisible.”.

He dicho.

-Aplausos.

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