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  • Senado
  • Sesión Ordinaria N° 5
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  • Legislatura Extraordinaria número 319
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Intervención
ANÁLISIS DE RESULTADOS Y PRINCIPALES PROBLEMAS CRÍTICOS DEL SECTOR SILVOAGROPECUARIO. OFICIOS

Autores
CIUDAD Y EDIFICIO SEDES DEL CONGRESO NACIONAL Y ACCIONES CONEXAS

El señor THAYER .-

Señor Presidente, tomaré muy pocos minutos. Y si me excediera, debo agradecer desde ya al Comité Independiente la gentileza de haberme cedido parte de su tiempo.

Quiero referirme a una vieja y siempre nueva cuestión: la sede del Congreso Nacional.

Considero un deber fijar mi posición frente al debate suscitado acerca de la ciudad y del edificio sedes del Congreso Nacional.

Insisto en lo de "ciudad" y "edificio" porque, en las discusiones que he escuchado o leído, me ha parecido advertir, desde luego, una inconsecuencia o desarmonía: se comparan las ventajas e inconvenientes del funcionamiento en Valparaíso, en el actual edificio inconcluso, con las ventajas e inconvenientes del funcionamiento del Parlamento en "algún edificio y lugar de Santiago", sin definirse si debe ser el antiguo edificio -hoy, Ministerio de Relaciones Exteriores-; el edificio Diego Portales -actualmente, sede del Ministerio de Defensa-, o algún otro que pudiera construirse.

Declarando mi respeto y consideración a toda otra opinión, quisiera resumir las razones que me inducen a propiciar que no se innove en cuanto a la sede actual del Congreso, en Valparaíso y en el edificio levantado con ese preciso fin. Sin embargo, empezaré por referirme a una cuestión previa que se relaciona con el cese sin tardanza de las discusiones al respecto y la adopción de una decisión definitiva.

Se trata de la penosa situación que afectará al personal que labora en la construcción del actual edificio si, con prudente anticipación a su término o al finalizar las distintas etapas programadas, no se ha resuelto de manera definitiva y total lo concerniente a la sede del Congreso Nacional.

Evidentemente, toda construcción demanda trabajo temporal, y, por lo mismo, es inevitable a su finalización un cese masivo de los contratos de un número importante de trabajadores. Tratándose de un edificio de la magnitud del destinado a albergar al Parlamento y sus dependencias -cerca de 60 mil metros cuadrados-, la cesantía alcanzará a un total aproximado de 1.400 personas, y quizá a un número igual de familias, si partimos del grado actual de avance de las obras, las cuales en algún momento ocuparon a alrededor de 2.600 trabajadores.

¿Qué solución tiene este problema? Sólo una: activar desde ya las múltiples iniciativas urbanísticas, viales, turísticas, comerciales, de construcción, vivienda, transporte y servicios de todo orden que implicarán la necesaria adecuación de todo el ámbito que rodea al nuevo edificio del Congreso Nacional, masía satisfacción de las exigencias y el aprovechamiento de las oportunidades zonales que nacerán de su funcionamiento y, eventualmente, del traslado y radicación en Valparaíso, Viña del Mar y ciudades aledañas de muchas familias que, por una u otra causa, preferirán establecerse cerca de este nuevo polo de atracción. Dos o tres veces mayor será el efecto si, en lugar de continuar los rumores negativos de que el Congreso se irá de Valparaíso, toman forma y consistencia la creencia y aspiración de muchos -entre los que me cuento- de que la red de ciudades cercanas a la costa que tienen por base Valparaíso y Viña del Mar será, más temprano que tarde, en la década que se inicia, sede de la nueva capital de Chile.

Nadie puede enojarse por las opiniones que en uno u otro sentido se emitan al respecto. Pero mucho menos podemos enojarnos en contra de los porfiados hechos. Y el hecho macizo, real, incontrovertible, está ahí, a pocos meses plazo: el edificio del Congreso marcha indefectiblemente hacia su terminación, y el fantasma de la cesantía empezará a acechar a un enorme número de trabajadores, a menos que acabemos esta discusión mucho antes que el edificio donde debatimos.

Es posible que a algunos con menos vivencias en asuntos laborales que la que tiene el Senador que habla esto les parezca una prevención excesiva o alarmista. Realmente, no lo creo así. Ya se conocieron los primeros atisbos del problema en la víspera del 11 de marzo, al terminarse la primera etapa de las obras. Entiendo que la segunda concluye el 21 de mayo. Por consiguiente, tenemos cercano un período de dificultades.

Deseo recordar ahora, como una contribución modesta a la conclusión de este debate, algunas de las principales razones que respaldan la opción que defendemos: el funcionamiento del Congreso en el edificio que se ha construido para ese fin y que actualmente ocupa.

Primero: Santiago se ha transformado en una ciudad que requiere imperiosamente, no sólo detener el ritmo loco de crecimiento de su población, sino disminuirlo razonablemente. Aparte de los graves trastornos que generan problemas como la restricción vehicular -evidencia palpable de lo que vengo expresando-, los altos índices de contaminación del aire están dañando gravemente a la población adulta y destruyendo el legítimo derecho a una existencia sana y prolongada de la niñez y la juventud que hoy vive en la capital de Chile.

Como es evidente, la situación se agrava aún más en el centro de la ciudad. Y las calles Bandera, Compañía, Catedral y Morandé , que rodean el antiguo edificio del Congreso, se llevan las palmas entre las más deletéreas. Naturalmente, con el Parlamento en pleno funcionamiento, la situación sería más prohibitiva.

Estudios acuciosos han demostrado que Santiago es, en la actualidad, la ciudad más poblada del mundo con relación al resto de la población del país (38%), seguida de lejos por Buenos Aires (32%). Sin embargo, todos sabemos que esta última, quizá haciendo honor a su nombre, es un puerto barrido por vientos y brisas que mantienen la ventilación de la ciudad, lo que no ocurre en Santiago durante la mayor parte del año.

Segundo: el crecimiento anómalo que hemos destacado proviene de que Santiago es la capital de Chile, y no de otra causa. Santiago se ha ido comiendo al resto del territorio, no porque sea el principal centro minero, o agroindustrial, o forestal, ni, obviamente, pesquero (los cuatro pilares de la economía nacional). Tampoco podríamos decir que su emplazamiento natural lo hace más atractivo que Valdivia o Valparaíso; o que su clima es más benigno que el de Arica, Antofagasta o Quilpué. Santiago ha crecido por una causa política, y es de ese orden el remedio que debe ponerse a la enfermedad.

Tercero: no existe alternativa estudiada ni actual para permitir el funcionamiento del Congreso en Santiago. El antiguo edificio -aparte su ubicación en pleno centro de la contaminación atmosférica y acústica y de la congestión vehicular- se ha hecho definitivamente inadecuado para las exigencias actuales. Sus 16 mil metros cuadrados deben compararse con los 59 mil del nuevo edificio en Valparaíso. No tiene estacionamiento de automóviles, ni oficinas para los parlamentarios, ni salas de recibo (para este efecto hay que usar los pasillos). Repitámoslo: es menos de una tercera parte del edificio nuevo que hoy ocupamos.

El edificio Diego Portales, moderno y adecuado para sus fines, con poco más de 10 mil metros cuadrados, es entre una quinta y una sexta parte del de Valparaíso.

Las dificultades provenientes de la separación de sedes de los Poderes Ejecutivo y Legislativo deben evaluarse considerando los siguientes aspectos.

Ante todo, debemos pensar que se trata de una situación temporal, porque todo aconseja y nada impide que Valparaíso sea la capital de Chile en el milenio que pronto se iniciará. Sabemos que la era del Atlántico está desplazándose hacia el Pacífico, y mil razones aconsejan no dar la espalda a nuestro futuro.

Los avances tecnológicos, científicos y económicos van acercando las distancias. En el futuro tendremos un ferrocarril de alta velocidad que en menos de media hora conectará a Santiago y Valparaíso, como hoy se puede hacer en avión o helicóptero, sistemas de transporte que, sin duda, se generalizarán.

Por último (para no extenderme), el sistema constitucional que nos rige acentúa benéficamente la separación de los Poderes, evitando la enojosa y a veces viciosa actividad parlamentaria de actuar como agente de presiones administrativas ante funcionarios de servicios públicos. Deberemos acostumbrarnos a la idea de que son los intendentes regionales, y no los directores centrales de los servicios públicos, el contacto directo con el Presidente de la República para agilizar la marcha del país, y a la de que el desenvolvimiento deberá canalizarse a través de los Consejos Regionales de Desarrollo.

Naturalmente, lo expresado y lo mucho más que se podría agregar en apoyo de las sólidas razones que justifican la opción del Congreso en Valparaíso requieren una indispensable dosis de buena voluntad para adaptarse a una situación transitoria. Pero las mayores incomodidades derivan de la incertidumbre y de su prima hermana, la suspicacia.

Por eso, la discusión sobre la sede del Congreso debe terminar. Hay parlamentarios, padres de familia, estudiantes, comerciantes, industriales, a la expectativa para adoptar decisiones de interés personal y social, muchas de las cuales inciden en lo recientemente dicho sobre la necesidad de que, al término, de la construcción del edificio del Congreso, se encuentren en pleno desarrollo todas las actividades subsecuentes a la instalación de este importante Poder del Estado en el primer puerto del país.

Nada más, señor Presidente .

--(Aplausos en tribunas).

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