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Intervención
CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ. PROYECTO DE ACUERDO.

Autores

El señor PAREDES.-

Señor Presidente, el primer día del mes de septiembre recién pasado, trajo, en los medios de comunicación internacionales, una escueta noticia en la que se daba cuenta de la muerte de cuatro personas y de las graves heridas de otras ocho, a causa de un enfrentamiento entre israelíes y palestinos, cuando estos últimos reptaban dijo el comunicado sospechosamente en la franja de Gaza, cerca del asentamiento judío de Netzarim. Claro está, sin ninguna duda, que los muertos y heridos eran solamente palestinos.

Pero lo que no fue explicitado fueron las declaraciones de médicos que asistieron a esta familia. No eran terroristas ni guerrilleros ni combatientes, sino era la familia AlJavín. Tampoco dijeron que no se arrastraban de manera sospechosa, sino que descansaban en una casa y en algunas tiendas de campaña después de una agotadora jornada en su viña.

“Los cuerpos estaban destrozados y hecho jirones”, afirmaron los profesionales. ¿Cómo fueron así destrozados? ¿Cuál fue el arma utilizada para conseguir tan terrible resultado? Es una especie de obús que, al estallar, dispersa a gran velocidad cerca de cinco mil pequeños dardos metálicos que despedazan todo lo que encuentran a su paso en una área de ciento por trescientos metros. Un modelo de proyectil de dispersión de flechas, modificado y utilizado por el ejército israelí, de fabricación estadounidense que, en su manual de instrucciones, indica que es un arma “diseñada para repeler un ataque masivo de infantería”, que, en ningún caso, era lo que representaba la familia AlJavín ese fatídico primer miércoles de septiembre.

Pero esa intención de manipular la información no es nueva. Basta recordar las palabras del entonces Primer Ministro israelí, Menahem Begin , en 1982, ante su parlamento pleno, cuando dijo que “en Chatila y en Sabra, unos nojudíos han masacrado a unos nojudíos? ¿En qué nos concierne eso a nosotros?”. ¿O tendrá que ver con una actitud de permanente segregación y discriminación colindante a los fanatismos nazis, que asesinaron al mismo pueblo judío. No puedo olvidar las insultantes declaraciones que hiciera Golda Meir , el 15 de junio de 1969, asegurando que “no existe el pueblo Palestino... ellos no existen”.

Lo que olvidaba la horrible negación de Golda Meir y la indiferencia cómplice de Menahem Begin, es que los pueblos existen no por un decreto o una dádiva circunstancial entregada por otro más poderoso.

Los pueblos existen por historia construida y respetada, existen por identidad y sabiduría acumulada, existen y permanecen por herencia, orgullosos de luchas y esfuerzos por hacer realidad el derecho a vivir y trascender en su propia tierra. No es otra cosa la tremenda dignidad del pueblo palestino, que se desangra humedeciendo las arenas del desierto, porque una cosa es insistir en la supervisión y destrucción de armas biológicas que pudieran tener las fuerzas militares de Saddam Hussein, y otra muy distinta es buscar una excusa para masacrar, invadir y dominar a todo un pueblo.

¿Por qué nadie dice nada de las armas de destrucción masiva de Israel, con sus más de 200 cabezas nucleares reconocidas por sus propios gobernantes, armas que se encuentran totalmente al margen de la ley y de la inspección internacional?

¿Por qué nadie dice nada de la negación, desde siempre, de estos mismos gobernantes, a la inspección de sus instalaciones nucleares por parte de la Agencia de Energía Atómica, con sede en Viena, y se resisten a firmar cualquier tratado internacional sobre limitación o proliferación de armas nucleares?

Está en juego, nada más ni nada menos, que la libre determinación de los pueblos.

Por eso quiero insistir como ya lo dije en una anterior intervención sobre el mismo tema en que no me impulsa en absoluto una animadversión hacia el pueblo israelí. Por el contrario, tengo gran respeto y admiración por lo que ha logrado construir en desarrollo y bienestar después de la terrible persecución y los horribles crímenes de que fue objeto en el tiempo del holocausto.

No es ése el punto en discusión. El asunto en debate es el derecho inalienable del pueblo palestino a existir y trascender en el derecho a su libertad, en el derecho a regirse por su propia justicia, en el derecho de entregarle educación a sus hijos, y por último, en el derecho de construir sus propios sueños y de hacerlos realidad en su propio Estado. ¡No es otra cosa!

El Estado de Chile tiene la obligación ética de hacer escuchar su voz que hemos recuperado gracias a la democracia, respetada en el concierto internacional, para exigir el derecho no sólo del pueblo palestino, sino de todos los pueblos del mundo a diseñar y a construir su propio destino.

En ese sentido, quiero traer a la memoria al olvidado escritor ruso, Bruno Yasenski , quien en una de sus obras, “La conspiración de los indiferentes”, dijo: “No tengas miedo de los enemigos, en el peor de los casos, te pueden matar...

“No tengas miedo de los amigos, en el peor de los casos, te pueden traicionar...

“Ten miedo de los indiferentes, que no matan ni traicionan, pero que por su silencio cómplice...existe la traición y la matanza en la Tierra”.

Por eso mismo, Chile no puede guardar silencio y debe exigir el cumplimiento de las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas y de su Consejo de Seguridad, ante el desprecio mostrado por los gobernantes de Israel desde 1948, que dice relación con el abandono de los territorios palestinos ocupados, el inmediato término de una colonización atroz, y el derecho a la existencia del Estado Palestino.

Lo contrario significará ser parte de “la conspiración de los indiferentes” y de una siniestra complicidad ante tamaña barbarie y desprecio a la libre determinación de los pueblos.

He dicho.

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