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Intervención
CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ. PROYECTO DE ACUERDO.

Autores

El señor MOREIRA.-

Señor Presidente, hoy quizás no fue el mejor día para analizar este tema en la Cámara de Diputados, porque simultáneamente están funcionando casi todas las comisiones. Eso implica que no estén presentes muchos de nuestros colegas, pero estoy cierto de que mis opiniones van a interpretar a muchos de los ausentes. No estamos todos, pero sí los que debemos estar presentes.

La causa palestina es humanitaria. Así lo entiende hoy la Unión Demócrata Independiente, y no como en el pasado, en que sólo se consideraba una causa ideológica abrazada por un sector. Así también entendió la causa la Organización de las Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1977, cuando proclamó el día internacional de la solidaridad con el pueblo palestino.

Los esfuerzos que se están desarrollando en pro de la paz señalan que tenemos una esperanza, un derecho y un deber insoslayable para conmemorar en un futuro cercano, ya no el día internacional de solidaridad con el pueblo palestino, sino el día internacional de solidaridad con el estado palestino.

(Aplausos).

Lo planteo porque luego de un análisis realista de la evolución del conflicto y del complejo y dramático escenario internacional en que vivimos, particularmente en la región del Medio Oriente, cabe preguntarse si lo que hemos afirmado en varias oportunidades tiene aún hoy igual vigencia y si se mantendrá en los años venideros. Es decir, si es válido sostener que aún existe esa gran esperanza y ese deber insoslayable de que los esfuerzos internacionales den sus frutos, se alcance la anhelada paz y se logre la creación de un Estado Palestino viable, en el cual se respeten los derechos de los ciudadanos y éstos puedan coexistir con sus vecinos en paz y armonía.

A primera vista, la lógica pareciera indicar que estamos frente a un postulado utópico y que la historia y la porfía de los hechos no hacen sino confirmar todo lo contrario, es decir, que la paz es un objetivo inalcanzable y que serán la fuerza y la violencia las que prevalecerán sobre el diálogo y la legalidad internacional en la solución de la crisis del Medio Oriente.

Aun a riesgo de parecer demasiado ingenuo, permítanme expresar mi más absoluto y categórico rechazo a este postulado fatalista y desesperanzador. Estoy convencido de que, aunque sean muchos los obstáculos que se interpongan en el camino de la paz y del entendimiento, serán la razón y el derecho los que en definitiva se impondrán para solucionar la crisis entre palestinos e israelíes.

Afirmo lo anterior por cuanto Chile y la inmensa mayoría de los países de la comunidad internacional tienen vocación por la paz y por el respeto del derecho y de la legalidad internacionales y, sobre todo, porque tienen la voluntad política y una fuerte y sólida determinación para agotar todos los medios legales e institucionales tendientes a reiniciar y potenciar el hoy desfalleciente proceso de paz. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas, en numerosas resoluciones, ha reconocido los legítimos derechos del pueblo palestino, y tejido una red de normas jurídicamente obligatorias y constitutivas de una legalidad internacional.

Estamos ciertos de que, aunque muchas dificultades aparecen como insalvables, éstas terminarán siendo superadas por la justicia y la equidad. No basta la sola voluntad política para poner la paz en el sitial que corresponde. A mi juicio, para lograrla, se requiere de varios instrumentos jurídicos eficaces.

Frente al conflicto del Medio Oriente, Chile ha desarrollado y articulado, con bastante discreción y eficiencia, una serie de materias jurídicas tendientes a llevar una pronta solución a la crisis del Medio Oriente.

La instauración de políticas de represalia, en una y otra parte, ha ido creando una verdadera espiral de violencia, que amenaza no sólo a las partes involucradas, sino también las condiciones de seguridad y de estabilidad regionales y mundiales. Se vulneran, así, las expectativas de paz, y se influye en crear condiciones de fragilidad y de terror a nivel global, como lo demuestran los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.

Este enfrentamiento, sin duda alguna, está constituido por la colisión de las apreciaciones de las partes sobre factores políticos, territoriales y de seguridad, la que deriva en actos de violencia, como las incursiones armadas a territorios palestinos, asesinatos políticos selectivos y atentados suicidas de grupos extremistas palestinos, con lo que aumenta progresivamente el número de víctimas civiles y las violaciones a los principios básicos del derecho internacional.

Señor Presidente, dentro de este marco global, por otra parte, se insertan aspectos tales como la amenaza de un eventual ataque a Irak y el surgimiento del fenómeno terrorista en grupos radicales islámicos, los que debilitan, de manera importante, las expectativas en el proceso de paz entre Palestina e Israel, pues obligan a la comunidad internacional a desarrollar mayor actividad diplomática frente a las partes en conflicto.

Finalmente, debemos recordar que, hasta la fecha, las víctimas de la violencia suman aproximadamente 1.900 palestinos, más de 600 israelíes, y que hay cerca de 50 mil heridos de ambas partes, a los que deben agregarse alrededor de 6 mil viviendas palestinas demolidas.

Debemos recordar, también, cómo fuerzas israelíes han sitiado al presidente Arafat , humillándolo, y demolido una serie de viviendas.

Recordemos, por ejemplo, los dolorosos hechos ocurridos durante el asedio a la Basílica de la Natividad, en Belén, y las violentas incursiones en otras ciudades, como Gaza, Cisjordania, Yemin y Naplusa. No obstante, y aunque resulte incómodo, debemos reconocer que la actividad de los grupos extremistas árabes y palestinos, a través de sucesivos atentados suicidas en territorios de Israel o emboscadas contra colonos judíos en los asentamientos, han provocado víctimas inocentes y constituyen hechos que en nada favorecen las expectativas de paz. Incluso, ellos han sido repudiados por la Autoridad Nacional Palestina y por Yasser Arafat .

Debemos, como nación, evitar dicho conflicto en nuestras fronteras y sus eventuales repercusiones en el orden público interno, por cuanto Chile es un testigo privilegiado de que la convivencia pacífica y mancomunada de ambas colectividades es posible y viable.

Lo anterior nos motiva a demostrar gratitud a más de 400 mil ciudadanos de origen palestino que han entregado un inmenso aporte a nuestra sociedad.

Creemos que es posible la paz; se necesita la voluntad del mundo para lograrla.

Quiero repetir en la Sala una reflexión que hice en la Cepal, con motivo del día de la solidaridad con el pueblo palestino:

“Más que nunca en nuestro siglo la angustia ha llegado a ser el sentimiento básico de la humanidad. El hombre moderno siente en su interior la angustia como un poder que domina su corazón, y al mundo entero esta angustia se muestra en diferentes formas, por ejemplo, por la destrucción paulatina de la tierra, por la incertidumbre del porvenir, por la pérdida del sentido de la vida, por el propio fracaso, por la soledad, por la enfermedad y la muerte, por la culpabilidad, por el sufrimiento, por la cesantía, por los apuros económicos, etcétera.

“La guerra es sinónimo de muerte, y trae consigo el sufrimiento de los niños, quienes no pueden defenderse. Quizás la raíz más profunda de toda esta angustia radica en la gran pérdida de fe y del espíritu filial frente a Dios, cualquiera sea su semejanza o credo.

“Los grandes progresos técnicos y científicos de los últimos decenios han fomentado sobremanera la autosuficiencia del hombre; ya el hombre no necesita a Dios ni una fe permanente; puede bastarse a sí mismo. Por ende, se ha alejado de Él, y como le molestan sus mandamientos inscritos en la naturaleza humana, lo ha matado. Así se creyó libre para actuar a su antojo.

“Como resultado final, poco a poco ha perdido también el respeto a cada persona y a sí mismo y, por lo tanto, toda la alegría de vivir, porque nada le satisface ya y todo le produce miedo y angustia.

“Obrar es fácil, pensar es difícil; obrar lo que se piensa es aún más difícil”.

Fuerte y claro. Así como Israel tiene derecho a existir, también lo tiene soberanamente, libremente, el pueblo palestino.

Reitero una frase que siempre he sostenido a lo largo del conocimiento de la causa palestina: un pueblo no debe morir para volver a nacer.

Es posible cosechar una semilla de paz en el Medio Oriente; una semilla de fe y de esperanza, que permita que las nuevas generaciones de niños palestinos tengan un porvenir y un futuro.

No tenemos ninguna capacidad de parar la guerra desde aquí; sólo de expresar solidaridad, sumada a la de todos los países del mundo. Lo único que vemos en las pantallas de televisión es sufrimiento.

No más sufrimiento. Quizás la imagen que más puede conmover a un hombre o a una mujer es cuando ve llorar a un niño. Para que ese niño no siga llorando, hagamos quizás lo imposible, un cambio, derramar una lágrima y brindar una sonrisa para los niños del pueblo palestino, que merecen ser atendidos por el mundo.

He dicho.

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