Labor Parlamentaria

Participaciones

  • Alto contraste

Disponemos de documentos desde el año 1965 a la fecha

Antecedentes
  • Cámara de Diputados
  • Sesión Ordinaria N° 40
  • Celebrada el
  • Legislatura Ordinaria número 335
Índice

Cargando mapa del documento

cargando árbol del navegación del documento

Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DE DON CLODOMIRO ALMEYDA MEDINA

Autores

El señor ROCHA (Vicepresidente).-

En nombre del Comité Socialista, tiene la palabra el Diputado señor Camilo Escalona.

El señor ESCALONA (de pie).-

Señor Presidente , como socialista, compañero y amigo de Clodomiro Almeyda y su familia, agradezco las innumerables y generosas muestras de respeto, cariño y valoración que hemos recibido en las horas y días posteriores a su muerte. En particular, queremos expresar, con gratitud, nuestro reconocimiento al Presidente Frei , a su Gobierno y a ambas cámaras del Parlamento. En estas circunstancias dolorosas hemos reafirmado, a través del homenaje de miles de personas, el lugar especial que ocupaba en el corazón de chilenos y chilenas por su trayectoria intachable.

Inquieto pero acucioso actor social desde su juventud, abogado y periodista, fue diputado y profesor universitario, ministro en dos gobiernos, embajador y Vicepresidente de la República . Fue un luchador, un pensador y un hombre de Estado.

Ávido y profundo conocedor de la situación internacional, fue genuinamente chileno. Cabal internacionalista y solidario con las causas democráticas y antiimperialistas, asumía, como el que más, el proceso de globalización que abarca a toda la humanidad. Sin embargo, no perdía la cabeza ante tan colosales cambios y, a pesar de Internet, no dejaba de ser chileno. Hombre de raíces y sólidas convicciones, no sucumbió al vértigo de una seudomodernidad. Siempre rechazó la conducta de aquellos que, basados en el dogma neoliberal y educados en Chicago, pensaron que la solución de Chile era llegar a ser una nueva versión de anexión -esta vez financiera- a los Estados Unidos, con una democracia sometida a lo formal y su soberanía nacional sobrepasada. Por eso, nunca se dejó llevar por la frase arrogante, acuñada a fines de los 80 de que Chile era una buena casa en un mal barrio, refiriéndose al continente.

Quiso y luchó por un sitial para Chile, en cuanto nación latinoamericana solidaria, democrática y con justicia social. Fue latinoamericanista y bolivariano, partidario de la integración del cono sur, adversario de quienes intentan sembrar artificialmente la discordia con nuestros vecinos. Su gestión como canciller socavó profundamente la teoría de las fronteras ideológicas de ese período, y la paz tuvo en él a un abanderado de excelencia.

Una de sus últimas y memorables actuaciones fue, precisamente, en homenaje del exilio aprista peruano en Chile.

Almeyda bregó tesoneramente por hacer de cuatro mil kilómetros de fronteras un punto de unión y no de separación con Argentina. Se rebelaba contra el chovinismo, el falso nacionalismo y el armamentismo, que se nutre de la división de nuestros pueblos. Pero su desvelo fue Chile.

Así lo recuerdo en tantas jornadas bajo la copiosa incertidumbre que marca la vida en el exilio. Era un chileno bondadoso, pero terco en sus principios. Por ello, jamás lo vi sucumbir a esa pena persistente que nunca abandona el corazón cuando se vive en el destierro.

Este hombre singular tenía la virtud de ver el lado oculto de la adversidad. Al comentar su encierro en el regimiento Tacna, después del golpe de Estado, ironizaba diciendo que pocas veces había tenido horas de ocio como aquéllas. Al relatar los interrogatorios a que fue sometido, se reía de aquellos que lo apremiaban, preguntándole si su nombre político o de chapa era el de Venancio. Le causaba risa que sus captores, en las conferencias que dictaba en la isla Dawson, no fueran capaces de identificar los personajes que mencionaba en sus relatos.

Lo acompañé en su reingreso clandestino, el año 87. Al regresar a Chile, le impactó la militarización sufrida por el país, tantas instalaciones custodiadas, tanto vehículo blindado, tanto camuflaje en las calles, tantas patrullas pidiendo identificación. Pero no se amilanó. Resultó paradójico que un hombre como él, un pensador para muchos retraído y absorto en su esfuerzo intelectual, fuera el actor de una acción tremenda por sus efectos, pero limpia y audaz, sin herir ni dañar a nadie: el acto memorable de arrojo cívico y de desobediencia civil de presentarse a los tribunales, terminando con su conducta por echar abajo el exilio.

Luego de ello, aquel hombre sencillo, poseedor de una cultura vasta y potente, fue capaz, desde la relegación primero y desde la cárcel después, de preparar y realizar el más brillante, conmovedor y definitivo alegato contra el artículo 8º de la Constitución de 1980, concluyendo con su irrevocable deslegitimación y generando las condiciones para que, en 1989, fuera definitivamente eliminado del ordenamiento constitucional.

En 1989, pudo aspirar a ser el abanderado presidencial de la Izquierda y de amplios sectores progresistas; no obstante, su vocación nacional y su ímpetu democrático lo indujeron a declinar cualquiera legítima aspiración personal, para confluir él y las fuerzas sociales y populares que representaba, en la designación de un abanderado común que asegurara la derrota del continuismo dictatorial. Almeyda no sólo pensó la derrota política del régimen militar, sino que transitó con energía y resolución por ese camino, coadyuvando decisivamente en la movilización social de la gran mayoría de los chilenos, que culminó con la reinstalación de la democracia.

No fue sólo un lúcido estadista y un pensador sobresaliente, sino que también un luchador generoso. A él debemos, de manera primordial, la reunificación del socialismo chileno.

Almeyda , como pocos, poseía un innato sentido del realismo, pero fue un hombre guiado por grandes valores. Por todo ello, reconocemos en él a un maestro admirable y a un infatigable animador del proceso de consolidación de la democracia y de búsqueda de aquellas inexploradas rutas que se encaminan a la emancipación del ser humano, a la eliminación de las trabas, abusos, atropellos y desigualdades que frenan su pleno desarrollo. Por eso, fue socialista toda su vida.

Su perseverancia en la brega por la superación de las desigualdades lo llevó a entender como esencial el rol del Estado, y el valor de la política como acción consciente y organizada de bloques, alianzas políticas y mayorías sociales, capaces de transformar la realidad. Almeyda fue tenaz adversario de aquello que definía como testimonialismo infecundo. Creía en las fuerzas populares, en su unidad, conciencia y organización, y repugnaba del verbalismo, del populismo insensato y de la demagogia estéril.

Concluida la dictadura y reinstalada la democracia, eran fértiles las condiciones para conductas vociferantes, pero estériles.

Fue un luchador agudo y perspicaz, un educador de generaciones, un hombre innovador, un revolucionario en el sentido cabal de la palabra. Le dolía el cinismo y la hiprocresía que el país heredó de tantos años de apagón cultural. Le irritaba un sistema democrático débil frente a poderes anónimos que desbordan y cercenan la soberanía popular. Amaba la vida y la lectura. No obstante, sobrio y sereno, fue el lado opuesto del consumismo y la frivolidad. Hombre de mirada amplia, capaz de distinguir, casi sin proponérselo, lo principal de lo accesorio. Protagonista de luchas intensas y de polémicas formidables, jamás llevó éstas al terreno de la descalificación personal. Murió con el alma limpia y como un hombre intachable.

Almeyda enseñaba a pensar; pero no sólo a reflexionar, sino también a hacer. Pensar para él era reflexionar y hacer; pensar era adoptar una opción capaz de lograr la fusión entre el decir y el actuar. Por eso, la consecuencia marcó su vida, asumiendo un compromiso no sólo intelectual, sino que práctico, con aquella inagotable vocación de lograr la justicia social.

Lejos de lo que muchos piensan, no entendía el socialismo como un dogma. Para él, el socialismo fue, en propiedad, una opción política por la razón, la justicia y la libertad para dar la adecuada respuesta al vacío espiritual y a la crisis de valores de una sociedad sobretensionada por el consumismo, incapaz de resolver esos bolsones de pobreza que la avergüenzan, y convocaba de manera apremiante a resolver el creciente deterioro medioambiental.

Hombres como él son irremplazables; son parte de la historia de los pueblos, de sus afanes y quebrantos, de sus avances y derrotas; son de aquellos que hacen camino al andar.

He dicho.

-Aplausos.

Top