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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DE DON EDMUNDO PEREZ ZUJOVIC , EN EL DECIMONOVENO ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO.

Autores

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Entrando en la Hora de Incidentes, ofrezco la palabra, en el tiempo del Comité Democratacristiano.

El señor VELASCO.-

Pido la palabra.

El señor DUPRE (Vicepresidente).-

Tiene la palabra Su Señoría.

El señor VELASCO.-

Señor Presidente, Honorables colegas, el 8 de este mes se cumplieron diecinueve años de la muerte de Edmundo Pérez Zujovic. En un momento en que el país se encuentra inmerso en descubrimientos de penosos atropellos políticos, o cuando dementes colocan bombas o disparan a mansalva en defensa de no sé qué torpe ideario, vale la pena detenernos un momento para recordar a este hombre cuya vida y muerte nos sensibilizó a todos.

Edmundo Pérez era como muchos chilenos, y a la vez, especial. Fue un hombre de empresa, emprendedor y esforzado. Nada le fue regalado. Pero, además, tenía cualidades que lo hacían sobresaliente y que le valieron las responsabilidades que supo asumir. Era honesto, valiente, y sobre todo, un gran luchador. Un hombre que esperaba algo mejor. Así llegó a ser Ministro del Interior, de Economía, de Obras Públicas, y por último, Vicepresidente de la República. Quienes lo conocimos, despertamos a nuestra vida política bajo el ejemplo de un gran humanista, de un gran cristiano, que hizo tanto por el norte, de donde provino, y por los valores por los que luchó.

Su muerte, fue un claro ejemplo de cómo, tras un asesinato político, no sólo está quien jala del gatillo, sino un entorno que todos ayudan a crear y del cual todos son responsables. Edmundo Pérez fue víctima de una campaña de desprestigio; se creó en torno de él una imagen que distó absolutamente de la realidad; poco importaba que fuera verdad o no, con tal de crear un daño irreparable con propósitos mezquinos y hasta siniestros.

Señor Presidente, la violencia sólo puede existir donde falta solidaridad, donde reina la mentira y priman los reacomodos y los que siempre quieren mandar. Siempre podrá entenderse cuando los dirigentes de una Nación no reconocen límites de lo que pueden o no pueden hacer. Es fácil cometer un crimen en un clima semejante. El criminal tendrá la certeza de que, si lo llegan a juzgar, toda la sociedad deberá colocarse una mano en el corazón y hacer su propia "mea culpa".

¡Qué garantía más notable para la impunidad! ¡Cuántos ejemplos podríamos dar hoy! Desde las muertes del Ministro Portales, de Balmaceda, de Salvador Allende; de los asesinatos de los Generales Schneider y Prats, y de Letelier; de la horrorosa muerte de Parada, Natino y Guerrero; del intento de matar a un hombre como Bernardo Leighton ; de la muerte en acto de servicio de carabineros, algunos muy jóvenes, que eligieron la vocación de proteger a los demás; o de la estremecedora realidad que conocimos de Pisagua, uno se pregunta, señor Presidente, ¿qué mueve a alguien a matar a otro? ¿Qué resuelve una muerte? ¿Por qué se elige a políticos, a carabineros, a empresarios, a dirigentes sindicales, a profesores, a los servidores más destacados y a quienes son más que ejemplo para todos?

Después de 19 años, en que periódicamente debemos lamentar la muerte de alguien, ¿cómo podremos detener esto? ¿Qué podemos hacer para que muertes como la de Edmundo Pérez Zujovic no sean en vano? ¿Qué no debemos hacer? Son preguntas que ya han aguardado demasiados años para encontrar una sola Respuesta satisfactoria.

Los asesinos nunca pasan a la historia; a lo más, logran una pequeña crónica en la prensa roja; pero no pasan a la historia. Ningún grupo violentista logra más que el repudio con una estrategia semejante. Son sus muertos los que conquistan un lugar en el corazón de un pueblo. Son ellos los que logran estatuas, monumentos y testimonios. Son ellos a quienes los jóvenes, invariablemente, imitan como modelos en sus vidas diarias. Los héroes contemporáneos no son producto de una alquimia sofisticada. Son iguales que cualesquiera de nosotros. Simplemente, viven según sus principios y entregan sus vidas si esos principios chocan con la realidad que quiere doblegarlos.

Alguien podría preguntarse: ¿qué pasaría si cada torturado, cada asesinado, cada víctima de atropellos parecidos tuviera una estatua destacada y a la vista de todos? Les aseguro que enseñaría. Todos aprenderían dónde están los verdaderos ejemplos. Nadie olvidaría y, probablemente, nuestra sociedad sería el fiel reflejo de los homenajes que rinde.

Nuestra labor consiste en dar pautas, en dar señales claras acerca de las prioridades en nuestra escala de valores.

Edmundo Pérez Zujovic dedicó su vida a los demás, y perdió su vida por los demás. En él se producía esa mezcla de gran político y de gran realizador; pero, por sobre todo, fue un hombre sensible, criterioso, abnegado, honesto y a quien nunca olvidaremos los que fuimos sus amigos y camaradas del Partido Demócrata Cristiano.

He dicho.

Muchas gracias.

Aplausos en la Sala.

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