Labor Parlamentaria

Participaciones

  • Alto contraste

Disponemos de documentos desde el año 1965 a la fecha

Antecedentes
  • Senado
  • Sesión Especial N° 109
  • Celebrada el
  • Legislatura Extraordinaria periodo 1965 -1966
Índice

Cargando mapa del documento

cargando árbol del navegación del documento

Intervención
PROBLEMAS INTERNACIONALES.

Autores

La señora CAMPUSANO.-

Señor Presidente, esta sesión ha sido convocada para analizar algunos aspectos de la situación internacional. Ella nos permite, con ocasión de la visita a nuestro país del señor Lincoln Gordon, Secretario Adjunto para América Latina del Gobierno de Estados Unidos, enjuiciar la política agresiva del imperialismo, especialmente en lo que se refiere a sus relaciones con los pueblos de América Latina.

Nuevos vientos soplan en América Latina. Los pueblos no están dispuestos a soportar eternamente la dominación imperialista que les significa hambre y miseria.

Las masas, paulatinamente, toman conciencia de que su enemigo principal es el imperialismo, sin cuya derrota será imposible avanzar por una senda progresista. Estas ansias de liberación se canalizan en un vasto movimiento revolucionario que se extiende en todo el continente. En diversas formas, con métodos propios adecuados a cada realidad nacional, la lucha revolucionaria toma auge incontenible; alcanza cada día a nuevas capas de la población, y su pujanza aterra al imperialismo y a las oligarquías nacionales. Esta pujanza del movimiento nacional-liberador hace que el imperialismo busque nuevas fórmulas militares y políticas que le permitan mantener su dominación. La idea de creación del ejército intervencionista continental; la declaración de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, para auspiciar la intervención militar en Santo Domingo, y su actual intervención política y electoral, etcétera, no son sino muestras de esta política que trata de responder al proceso revolucionario que se encuentra en marcha. Y esto lo reconocen incluso los líderes del Gobierno norteamericano.

En días pasados, hablando ante el Senado de Estados Unidos, Robert Kennedy, refiriéndose a la revolución en América Latina, dijo: "Podemos alterar su carácter, pero no podemos modificar su inevitabilidad. América Latina está en marcha".

La situación de extrema miseria de los pueblos latinoamericanos y el estado catastrófico de las economías de nuestros países, han sido suficientemente ejemplificados en los estudios realizados por CE-PAL y otros organismos de alto nivel.

Las tasas acumulativas anuales de crecimiento han ido descendiendo hasta llegar casi al estancamiento.

El informe de CEPAL al Consejo Económico y Social de la ONU (julio de 1964) verifica que el "ingreso por habitante" no creció en 1962 y tendió a decaer en 1963. La producción interna de bienes y servicios "per capita", entre 1959-1961, estaba ya en 2,5% anual y volvió a bajar en 1962 y 1963. En Mar del Plata, CEPAL, hace poco más de un año y medio, registraba

que las economías latinoamericanas "demostraban incapacidad para absorber productivamente el crecimiento de la fuerza de trabajo y mano de obra que se desplaza de la agricultura", y que la crisis económica sólo podría resolverse "mediante aumentos más acentuados de los ritmos de acumulación del capital". Y el señor Raúl Prebisch, en esa oportunidad, puso el dedo en la llaga al comprobar que el 50% de la población tiene dos décimos del consumo total de personas y el 5% disfruta de casi tres décimos del total.

Un hecho queda en pie: la inversión imperialista es mal negocio para los pueblos. A pesar de ella, de los préstamos, de las "ayudas", todavía somos países subdesarrollados. Para los inversionistas, es excelente negocio; pero para los pueblos, sólo significa la continuación del hambre y el saqueo imperialista.

Mediante el sistema de los préstamos externos y de la ayuda imperialista, nunca saldremos del subdesarrollo, sino que vamos en el camino de una mayor dependencia económica. El capital propio de nuestros países es cada vez menor. Las utilidades que exportan los consorcios imperialistas se llevan, incluso, lo poco que habíamos logrado capitalizar.

Antes de seguir adelante, debemos aclarar que no toda la inversión extranjera juega el papel nefasto de la inversión imperialista. También puede suceder que el país que invierte ponga parte de su capital excedente a disposición del país receptor, capital que éste aprovecha para acelerar su desarrollo económico. El país inversionista recibe intereses o dividendos, y así ambos resultan beneficiados. Esto ocurre en la práctica. Tal es el caso de las relaciones económicas entre Cuba y la URSS: ésta presta dinero a aquélla, para que Cuba consolide su capacidad productiva. Los préstamos tienen el bajo interés de 2,5% y son reembolsables en un lapso de doce años, al cabo de los cuales tanto la capacidad agregada como la producción global queda a disposición de la economía cubana.

Sin embargo, en el mundo capitalista la inversión funciona al revés: la transferencia final de capitales se realiza hacia el país que invierte. O sea, el país rico se hace más rico a costa del pobre; y éste pierde, en vez de ganar.

Una de las formas de invertir consiste en una concesión acordada por el país huésped. Huelga decir que estas concesiones se consiguen generalmente mediante la corrupción y el chantaje político. Tal es el caso del petróleo: todo su fabuloso capital se ha formado en el mismo país del cual exportan riqueza. Y así se ha constituido un inmenso imperio financiero, con inversiones iniciales casi nulas o que no guardan relación con las utilidades obtenidas.

Estos no son infundios. Veamos lo que dice el "New York Times" del 19 de noviembre último: "Probablemente a ninguna industria norteamericana le haya ido tan bien en el extranjero como a la industria petrolera. De 1957 a 1962, las compañías petroleras norteamericanas gastaron en naciones extranjeras 4.200 millones de dólares, y remitieron a casa ganancias por valor de 7.600 millones".

El caso del petróleo no es el único ni la excepción. Por ejemplo, Gran Bretaña, en su mejor época capitalista, entre 1870 y 1913, realizó una exportación neta de capital de 2.400 millones de libras esterlinas. Pero estas inversiones le reportaron un ingreso de 4.100 millones de libras esterlinas. O sea, ese país extrajo al resto del mundo 1.700 millones de libras esterlinas. Esto y no otra cosa ha sido, y es, el saqueo imperialista que Estados Unidos ahora practica en escala mucho mayor.

En 1950, el activo total de las corporaciones norteamericanas en el exterior era de 11.800 millones de dólares. En 1963, había aumentado a 40.600 millones. Es decir, en 13 años creció en 244%. Según cifras oficiales, sólo la mitad de este aumentó, 17.400 millones, representa exportación neta de capital. La otra mitad fue robada a los propios países fuente de inversión.

Pero eso no es todo: la renta de la inversión directa, que fluye desde el exterior hacia los Estados Unidos, fue en ese período de 29.400 millones de dólares. En otras palabras, en el período 1950-1963, las corporaciones norteamericanas sustrajeron del resto del mundo 17.400 millones de dólares más de los que invirtieron en él, mientras expandían sus activos extranjeros en 28.800 millones de dólares.

Estas cifras generales, que demuestran la penetración imperialista en todo el mundo, se reproducen en nuestro continente, el más expoliado por el imperialismo yanqui. Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, los préstamos y "ayudas" del imperialismo yanqui han ido en crecimiento. Con algunos altibajos, todos los países han recibido préstamos que aparecen cuantiosos. Sin embargo, ¿cuál es el resultado de esos préstamos e inversiones norteamericanos? ¿Hemos resuelto nuestros problemas de subdesarrollo económico? ¿No existe ya el hambre en nuestro continente? ¿Todos los latinoamericanos tienen asegurado su derecho a la salud, a la vivienda, a la educación, a una vida feliz? ¿Hemos dejado de ser países mono productores de materias primas?

El cuadro es muy distinto. No han hecho sino agravarse todos los males endémicos de nuestro continente. Seguimos constituyendo economías subdesarrolladas, o mejor dicho, economías super explotadas. El único beneficiado con la "ayuda" ha sido el poderoso, el país de los grandes "truts" y de los infantes de marina.

Y esto ocurre en todos los países de América. En Brasil, por ejemplo, las inversiones directas de los Estados Unidos, en 1929, eran de 129 millones de dólares. En 1959, de 1.411 millones de dólares. ¿Acaso Brasil ha tenido un desarrollo paralelo a ese gran aumento de las inversiones? Bien sabemos que no.

Wendell Berge, ex procurador del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, escribió: "Los monopolios son responsables de los siguientes crímenes: retardan el desenvolvimiento tecnológico, adulteran los productos, poniendo en peligro la salud y la vida de los consumidores, amenazan subvertir las autoridades constituidas". Los latinoamericanos tenemos que soportar todos estos crímenes en aras del aumento de las ganancias de los "trusts" imperialistas.

Ante la realidad de la revolución en América Latina, el imperialismo reacciona con la vuelta a los métodos de la época en que en este continente hacía y deshacía gobiernos. Los planes de la llamada cooperación económica, cuya última forma ha sido la Alianza para el Progreso, no le dan ya resultados en su esfuerzo por perpetuar su dominio económico en el continente latinoamericano. Ese tipo de armas ya no posee la eficacia que se les atribuyó, por lo cual, sin perjuicio de maniobrar también mediante ellas, el imperialismo se desliza hacia la violencia armada, hacia la intervención.

El desarrollo de los movimientos populares en cada país latinoamericano y la influencia esclarecedora de la Revolución Cubana, desde el punto de vista de los pueblos, han hecho variar en forma notable la situación. El otro ángulo, el del imperialismo, de la potencia que succiona y aprovecha las riquezas del continente, muestra una regresión a los métodos que se declararon superados con la llamada "política del buen vecino".

En efecto, el imperialismo yanqui, por efecto de sus derrotas y retrocesos en todos los continentes y del temor al avance del movimiento de liberación de los pueblos, vive un proceso de "fascitización" tanto en lo interno como en lo externo. Sabemos que dentro de los Estados Unidos existen monopolios que ganan a manos llenas con la guerra de Vietnam y nos es conocido el ambiente de tensión bélica que alienta el imperialismo y su secuela de ayuda militar y de venta de armamentos. Esos círculos exaltan la guerra y tienen el anticomunismo como meollo ideológico de su demencia bélica, para lo cual utilizan la formidable máquina de propaganda y mentira de que dispone el gran poder financiero norteamericano. Frente a ellos, se ha ido formando y creciendo, en desigualdad de condiciones por cierto, un movimiento interno en pro de la paz; de relaciones de mínimo respeto y convivencia con los demás pueblos, y de término de la agresión a Vietnam, que significa la inútil pérdida de jóvenes norteamericanos. Las preguntas de qué hacen los soldados yanquis en Vietnam y por qué éstos deben estar asesinando vietnamitas y dominicanos, se las hacen ya muchos padres y madres, a los cuales la noticia de la muerte de sus hijos debe impresionar más que la aplastante propaganda oficial. En lo externo, el proceso de "fascítización" ha tenido sus principales manifestaciones en dos hechos, principalmente. En primer lugar, en la vuelta a la política de patrocinar dictaduras militares, con el objeto de tener mayor seguridad de que toda rebeldía popular será reprimida en forma enérgica y de que serán garantizadas adecuadamente las inversiones norteamericanas.

La llamada "democracia representativa" -en nombre de la cual se empezó a atacar a Cuba ya desde comienzos de 1960-, ha quedado en el olvido. Ni siquiera se ha tratado de conservar apariencias de alguna representatividad. Es así como, a partir de 1963, los yanquis han patrocinado los golpes de Estado contra regímenes civiles e intervenido abiertamente a favor del establecimiento de dictaduras. En menos de tres años, cayeron los gobiernos civiles de Argentina, Perú, Ecuador, Bolivia, Guatemala, Honduras, Santo Domingo, Brasil y El Salvador. En

el último año y medio, una serie de golpes, semejantes en lo numérico, se han producido en África, y es de público conocimiento que no ha sido ajena a ellos la mano de la Agencia Central de Inteligencia y del Departamento de Estado.

Otro hecho demostrativo del proceso de "fascitización" a que me refiero, es la práctica del imperialismo de intervenir, no sólo indirectamente, como siempre lo ha hecho, sino en forma abierta. La intervención militar ha revivido la época del "gran garrote", del atropello abierto a todos los principios y normas del derecho internacional, de la supresión de las fronteras entre las naciones, para reemplazarlas por las "ideológicas", confeccionadas a su amaño por el Gobierno yanqui.

Pero este renovado "gran garrote" del imperialismo, ahora se descarga con la fuerza destructiva de una maquinaria bélica mucho más perfeccionada, destinada a matar y hacer trizas el producto del trabajo humano. Esa máquina terrible, día a día se está descargando en Vietnam -a más de mil millas del territorio norteamericano-, segando la vida de niños, mujeres, jóvenes y ancianos, y reduciendo a cenizas pueblos, escuelas, iglesias, hospitales, etcétera. Es la que se descargó sobre Cuba en abril de 1961, mediante la invasión armada que vanamente se quiso disimular al pintar como cubanos los aviones yanquis que bombardearon La Habana. Este crimen, que dejó un saldo de muertos, heridos y ruinas materiales, fue perpetrado a sangre fría y, para vergüenza nuestra, cohonestado por la actitud servil de los títeres de la OEA, quienes se reunieron poco después para condenar, no al invasor, sino a la víctima.

Con posterioridad, la intervención yanqui ha continuado en Cuba, con incursiones piratas a los puertos, incendio de cañaverales y, sobre todo, el bloqueo establecido por los Estados Unidos, con violación de las más elementales normas del derecho internacional.

El año pasado, a raíz de una insurrección constitucionalista contra la dictadura militar que, apoyada por los yanquis, había reemplazado al gobierno de Juan Bosch por medio de un golpe militar, actuando nuevamente como dueño absoluto del destino de los pueblos, lanzó 45 mil hombres, pertrechados con los más destructivos armamentos, equipados con tanques y vehículos blindados y protegidos por una poderosa flota. Sólo así, al precio de más de 3 mil dominicanos asesinados en las calles de la capital, pudo el imperialismo detener el movimiento en pro de la restauración constitucional. Y a pesar de su feroz poderío y de la saña con que actuaron, no pudieron aplastar la resistencia popular, que continuó en un sector de la ciudad de Santo Domingo y en localidades interiores.

El heroico pueblo dominicano, que ya había conocido invasiones yanquis en 1898, 1903, 1904, 1916 y 1924, hubo de experimentar, en 1965, después de haberse proclamado la Carta de las Naciones Unidas, después de haberse consagrado reiteradamente el principio del respeto a la autodeterminación de los pueblos, establecido incluso en la propia Carta de la OEA, hubo de experimentar, digo, la visita indeseada y sangrienta de los marinos yanquis. Y la sangre latinoamericana volvió a correr, como había corrido en Playa Girón en 1961, y en Panamá en 1964.

Estas intervenciones no son casuales. Reflejan una mayor agresividad del imperialismo, producto, a su vez, de su desesperación ante el avance incontenible de los pueblos, que en todas las latitudes están dispuestos a poner fin a su dominio económico y político.

Esta nueva forma, más agresiva, con que el imperialismo pretende atajar la marcha liberadora de los pueblos, es diferente a las usuales agresiones armadas de Estados Unidos contra nuestro continente. La actual política de Estados Unidos significa un nuevo peligro para la paz mundial; apunta a crear un nuevo foco de guerra en el continente americano. Porque no otra cosa significa que se auto confiera el derecho de intervenir en cualquier país cuyo gobierno no se someta a sus designios bélicos. Estados Unidos, en su papel de gendarme internacional, en su papel de defensor de las causas más reaccionarias y antipopulares de la tierra, trata de revivir la fatídica Santa Alianza del siglo XIX.

Pero los pueblos han recorrido un gran camino en la lucha por su liberación definitiva. La solidaridad internacional es inmensa. Ningún pueblo de la tierra está solo. El poderoso campo socialista es garantía de la paz y del derecho de cada pueblo a darse el gobierno que libremente desee. Las fuerzas de la revolución son hoy día más poderosas que las fuerzas de la reacción. Los tradicionales métodos de Estados Unidos para sojuzgar a nuestro continente han fracasado. Se mostraron incapaces de derrotar a la revolución cubana; no han podido aplastar la lucha armada de los pueblos de Venezuela, Colombia, Guatemala y Perú, y han salido muy mal parados y desprestigiados de su aventura dominicana.

En lo político, la OEA se encuentra en franca crisis. Por primera vez en la historia de las relaciones interamericanas, varios influyentes países de América Latina se oponen a la política yanqui en el hemisferio. Todo esto no es sino el resultado de la creciente influencia que los movimientos liberadores, encabezados por la clase obrera, tienen en cada una de las naciones de América. La brutalidad de la intervención militar actúa como catalizador y ayuda a la más amplia unión de todos los grupos que se oponen a la agresión imperialista, borrando sus discrepancias doctrinarias. Incluso, algunos gobiernos latinoamericanos no han podido menos que oír las voces de sus pueblos, y se han opuesto a la aventura yanqui. Nuestro Gobierno, por boca del Subsecretario de Relaciones Exteriores, ha dicho que "es inquebrantable la resolución del Gobierno chileno respecto a la no intervención y a la libertad de los pueblos para darse los gobiernos que estimen convenientes". Y el Congreso colombiano aprobó una resolución que dice: "Rechazamos el retorno a la política del gran garrote y una vez más proclamamos nuestro apoyo a las normas de no intervención". Algo similar aprobó la Cámara de Diputados del Perú. Y el Ministro de Relaciones de Méjico ha sido taxativo al condenar la intervención unilateral y defender el principio de no intervención y soberanía nacional. Todas estas declaraciones deben anotarse como un triunfo de los pueblos en su lucha contra la política agresiva y belicista del imperialismo.

Es por todo esto por lo que la visita del señor Lincoln Gordon, Subsecretario de Estado para América Latina, no puede ser, en ningún caso, motivo de alegría para nuestro pueblo.

El representa los objetivos de la política exterior de Estados Unidos y llega a nuestro país en su calidad de enviado del PresidenteJohnson para tratar de imponer nuevas exigencias a nuestro país.

El prontuario político del señor Gordon es verdaderamente siniestro; su participación en la conjura militar que puso término al gobierno de Goulart, en Brasil, para instaurar una dictadura sanguinaria, ha quedado totalmente al descubierto en una investigación hecha por el Senado norteamericano. Ante una pregunta formulada por el SenadorAlbert Gore, demócrata por Tennessee, Gordon, en un rasgo de sinceridad y orgullo, declaró: "Cooperé con los militares brasileños en el derrocamiento del PresidenteGoulart".

Su visita debe vincularse a los más recientes acontecimientos ocurridos en América Latina: a los intentos de organizar la llamada Fuerza Interamericana de Paz; al propósito de mantener la ocupación yanqui en Santo Domingo; al deseo de salvar en parte siquiera la crisis de la Alianza para el Progreso, y, en resumen, a la estrategia norteamericana, que persigue perpetuar la dominación de Estados Unidos en esta parte de la tierra, como especie de reducto fortificado, en tanto crece la marea liberadora de los pueblos.

El propósito declarado del viaje del señor Gordon consiste en examinar y analizar los problemas que habría producido la "impasse" de Panamá, donde se han estancado, de hecho, los esfuerzos por modernizar la estructura carcomida y estéril de la Organización de Estados Americanos.

No cabe duda de que la crisis del sistema interamericano se hace a cada instante más evidente.

En la conferencia extraordinaria de Río de Janeiro, celebrada el año pasado, emergieron a la superficie diferencias entre países latinoamericanos y Estados Unidos. Allí, la delegación yanqui no pudo obtener la aprobación de la Fuerza ínter-americana de Paz y, ante la posibilidad de un fracaso, prefirió posponer la discusión de una serie de problema vitales, aunque aceptando la discusión de una posible reforma de la OEA, para lo cual impuso la realización de reuniones de expertos como antesala de la conferencia definitiva de Buenos Aires, en que se resolverían las cosas.

Pero las reuniones de Panamá y Buenos Aires resultaron otros tantos fracasos para el imperialismo.

En Panamá, apareció claramente la tendencia de casi todos los países latinoamericanos de introducir enmiendas en la carta de la OEA, destinadas a dar prioridad a la colaboración económica y social, dejando un poco de lado los aspectos políticos que más interesaban a Estados Unidos. Este último maniobró para obtener, bajo una nueva forma, su acariciado "ejército intervencionista", para lo cual incluso aparentó transigir con los planteamientos sociales y económicos de los latinoamericanos, hasta que, al ver rechazada su moción, negó brutalmente su apoyo a la unanimidad, cuando ya la mayoría de los expertos habían regresado a sus países.

Las cosas no anduvieron mejor para los yanquis en la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) en Buenos Aires. Se formó allí un bloque latinoamericano bastante unido frente a la política "proteccionista" de Estados Unidos. Se lanzaron críticas a la competencia desleal yanqui en el mercado mundial, al "dumping" en los productos agropecuarios, etcétera. Por último, la delegación norteamericana no aumentó las cuotas de la Alianza para el Progreso, ya bastante miserables.

Una vez más debió postergarse la conferencia de Buenos Aires. Y se han iniciado, por parte del imperialismo, trajines sigilosos para lograr sus fines por otros medios. Incluso se ha planteado una reunión a nivel de Jefes de Estado, para tratar de asegurar "por arriba" el éxito en Buenos Aires.

Entretanto, se manifiestan otros signos de la crisis.

El pasado 28 de abril, los Embajadores de once países latinoamericanos protestaron, precisamente ante el señor Gordon, por la verdadera agresión económica de que habían sido víctimas por Estados Unidos, al reducir éste unilateralmente los precios de exportación del algodón de Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Méjico, Paraguay y Perú.

Casi al mismo tiempo, los Nueve Sabios de la Alianza para el Progreso presentaron colectivamente sus renuncias, sosteniendo que el citado programa, destinado a atajar la revolución en el continente, "está atravesando por un momento crítico" y que es necesario que los dirigentes panamericanos adopten medidas urgentes "para darle una nueva cohesión e imprimirle un nuevo dinamismo".

El mismo día renunciaba Thomas Mann a su cargo de Subsecretario de Estado, aduciendo razones de salud y el deseo de dedicarse a sus asuntos personales.

Detrás de estos hechos hay una cosa clara. La crisis interamericana no puede ser resuelta con dádivas, consejos interesados o palabras solemnes. El problema de fondo de los pueblos de América Latina es el imperialismo yanqui, y no es posible continuar indefinidamente hablando de realizar un profundo cambio de estructuras sin que real y efectivamente no haya revolución.

A este respecto, es bastante esclarece-dor un editorial del diario "Miami Herald", del día 13 de abril recién pasado. En él se dice que "Estados Unidos tiene en sus manos un garrote bastante grande mientras discute con sus vecinos del sur". Agrega seguidamente que "ellos -los latinoamericanos- pueden aprobar toda suerte de reglas acerca del comercio y la ayuda, pero las mismas no tendrán significado alguno a menos que Estados Unidos las acepte".

A pesar de las inexactitudes del diario norteamericano, se traslucen algunas cuestiones incontrovertibles. La ayuda norteamericana es una ayuda condicionada, que en última instancia favorece más a la propia economía yanqui. Existe una abierta discriminación para los precios de nuestras exportaciones y, por último, la ayuda es una nueva forma de presión política esgrimida por el imperialismo norteamericano.

Si bien es cierto de que todos los hechos referidos son ejemplos bastante elocuentes de los medios que utiliza el imperialismo norteamericano para consumar sus propósitos de dominación, ninguna alcanza siquiera a bosquejar la magnitud de la barbarie que ha desencadenado sobre Vietnam.

Confieso que no conocía la guerra hasta que puse pie en el territorio vietnamita. Ahora puedo decir que la conozco en su verdadera expresión de horror y crueldad. Sin embargo, junto con recoger una extraordinaria experiencia, se me ha conferido el honor de conocer a un pueblo que es todo un símbolo del valor y del heroísmo revolucionario.

Hace poco más de dos meses, integré una delegación de ocho países que representaba a la Federación Internacional de Mujeres. Fuimos a Vietnam del Norte a entregar al pueblo, en especial a sus mujeres, la inmensa y cálida solidaridad que surge impetuosa en el corazón de sus hermanas de todos los rincones del mundo, como asimismo para conocer de cerca, de sus labios, el testimonio de su drama.

Antes de salir de Chile, tuve ocasión de leer las declaraciones del presidenteLyndon Johnson en que reiteraba que en Vietnam del Norte sólo se destruían objetivos militares. Ahora puedo manifestar, con absoluta propiedad, que tales afirmaciones son falsas y miserables. En Vietnam del Norte, en una guerra no declarada, arremete contra su desarrollo económico, contra su base familiar, contra todo lo que representa la vida y la esperanza de un pueblo redimido.

Estuvimos en tres provincias de la República Popular de Vietnam del Norte: Than Hoa, Nam Hoa y Hanoi. En todas ellas asoma el espectral rostro de la guerra, la obra cumbre de estos modernos cruzados que vienen desde el cielo con sus mensajes de muerte y de dolor.

La vida no ha podido ser asesinada por la metralla, aunque ya no florece a la luz del día. Esa vida ahora comienza con la noche y se detiene antes del mediodía. Mientras en todos los lugares del mundo a esa hora se duerme, allá comienzan las fábricas a producir sus manufacturas; las escuelas abren sus puertas; se comienza a reparar lo destruido o a construir lo que la guerra pretende postergar. Surge entonces una actividad inusitada, casi se podría decir normal: es lo que ellos llaman el combate por la producción y el desarrollo de la educación. Sólo decrece al mediodía, cuando el sol comienza a despejar la densa niebla que cubre sus ciudades. Es la hora en que los escuadrones agresores comienzan su macabra tarea.

Estas son algunas de las razones que podrían explicar la resistencia increíble que Vietnam del Norte opone a los imperialistas yanquis. Resistencia que adquiere múltiples formas de lucha en Vietnam del Sur, a través del Frente de la Patria. Toda una fuerza arrolladora que constituye otra rotunda expresión de lo que es capaz un pueblo cuando se decide a ser libre, cuando manifiesta su vocación de libertad y su fe en el porvenir de sus hijos. A la barbarie fascista, la violencia revolucionaria; a la metralla imperialista, el coraje de las mayorías populares; a la muerte, el amor a la vida y la confianza en el futuro.

Señor Presidente:

Los comunistas declaramos aquí que, en la persona del señor Lincoln Gordon, repudiamos al imperialismo yanqui, autor de los crímenes cuyas consecuencias he visto con mis propios ojos en Vietnam; de los crímenes que han ensangrentado a países latinoamericanos, de habla española, hermanos nuestros. El señor Gordon representa a ese gendarme internacional. Por eso, no puede ser bien recibido por el pueblo chileno, ni por ningún pueblo latinoamericano. De todos los rincones, de todos los pueblos y, también, por cierto, del chileno, brota la frase que con su saqueo y sus crímenes les ha enseñado el- propio imperialismo: "Yanqui, vuelve a tu casa".

He dicho.

Top