Labor Parlamentaria
Participaciones
Disponemos de documentos desde el año 1965 a la fecha
Antecedentes
- Cámara de Diputados
- Sesión Especial N° 33
- Celebrada el 28 de abril de 1971
- Legislatura Extraordinaria periodo 1970 -1971
Índice
Cargando mapa del documento
El señor
Tiene la palabra el señor Pontigo.
El señor
Señor Presidente, hoy rendimos homenaje a un nuevo aniversario del nacimiento de la más digna hija del valle de Elqui, de Gabriela Mistral, la maestra rural, la Gabriela que cantara a los niños y que compusiera rondas.
Su capacidad y su verso, su sensibilidad y su decisión, su amor a la vida, no a la vida personal, sino a la vida en todo su esplendor, con sus alegrías y sus tristezas, con sus cuatro estaciones en el año, con sus siembras y sus cosechas, a través del tiempo y de los años, han hecho cambiar la imagen de la humilde campesina del valle elquino, a la que la sociedad de su época, la sociedad formada por los ricos y poderosos, quiso postergar, infiriéndole las más injustas humillaciones.
Hoy es un alto honor hablar de ella, en sus aniversarios. Ayer, su nombre era poco menos que borrado. En su juventud, se le impedía ingresar a la Escuela Normal de La Serena. La misma clase que ayer quiso cruzarse en su camino, porque su verso era un grito de esperanza para los pobres, hoy, se siente honrada honrando su memoria. Es que el verso de Gabriela ha vencido, ha roto las montañas, ha despedazado las murallas que los ricos pretendieron construir para imponerle el anonimato, para que el eco de su poesía y de su pensamiento quedara apagado entre los cerros de la tierra donde nació.
Es que Gabriela cantó y compuso su verso junto al río, y el agua recogió sus estrofas, las llevó hasta el mar y éste, generoso, las extendió por el mundo, y un día, el 10 de diciembre de 1945, recibió el más alto honor que un poeta puede alcanzar: el Premio Nobel de Literatura.
Mientras el mundo le concede el más alto galardón, la pequeñez de la clase social que pretendió atajarla en su paso todavía duda en Chile y recién, bajo el peso de su obra, no tanto por el volumen, sino por su contenido, por el mensaje que envía a los humildes, a los que mañana serán poderosos, tardíamente, en 1951, se le hace el honor de concederle -el Premio Nacional de Literatura.
Los poderosos de su época entendieron que, no por casualidad, Gabriela escribía su verso: Piececitos. No se trataba, y ellos lo comprendían, de cantar º simplemente a los bellos piececitos descalzos de los niños y niñas campesinos de su tierra. Se trataba de poner de relieve que había alguien que impedía calzar esos piececitos.
Piececitos de niños,
azulosos de frío,
cómo os ven y no os cubren,
Dios mío! .
Son versos que, mientras más fuerte se recitan, más fuertemente llegan, como un latigazo, a los explotadores del campesino, de su mujer y de sus hijos.
Esos versos resonaban y resuenan todavía, porque ella era cristiana, como el látigo de Jesucristo cuando echó a azotes a los mercaderes del templo. El verso de Gabriela era y sigue siendo una acusación de fuego contra el explotador, contra el abuso y la arbitrariedad. Era y sigue siendo el grito, el clamor por una reforma agraria que pusiera término a la lacra del latifundio, a la explotación que durante siglo y medio pesaba sobre el campesino a partir del nacimiento de la República.
En el tierno poema El Niño Solo, como arrullando un niño, como cantando la más hermosa canción, dando rienda suelta a sus más hondos sentimientos, dice:
Como escuchase un llanto, me paré en el repecho
y me acerqué a la puerta del rancho del camino
Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho
¡y una ternura inmensa me embriagó como el vino!
Por eso los ricos de su época no la quisieron, por eso fue perseguida por los que dominaban en los medios literarios o artísticos Y los que, desde corrompidos pupitres, manejaban los instrumentos para honrar o deshonrar la ignoraron, pretendiendo con ello que el mundo y, principalmente, nuestro pueblo la ignoraran.
Pero las generosas aguas del río, el caudaloso río, de los pueblos desparramaron su verso, pasando por sobre los pigmeos que quisieron minimizar la obra que Gabriela, con tanto amor, ha legado a su pueblo, a su querida tierra natal, a los niños y a la esperanza.
Federico de Onís, al referirse a ella con singular acierto, expresó las siguientes palabras: Alma tremenda, apasionada, grande en todo, después de vaciar en unas cuantas poesías el dolor de su íntima desolación, ha llenado ese vacío con sus preocupaciones por la educación de los niños, la redención de los humildes y el destino de los pueblos hispánicos.
Ella habló siempre del niño, pero en forma especial del niño campesino, porque ella era de ese origen, y en sus poesías habla de sí misma y de su origen con ejemplar orgullo.
Sí, habló del niño, escribió sobre él, se inspiró en él y reclamó sus derechos, porque comprendió -como lo ha comprendido el movimiento popular y revolucionario de todas las épocas- que sólo cuando le sean concedidos todos sus derechos al niño habremos transformado la sociedad y abierto, en forma definitiva, hacia el porvenir las puertas del progreso y de la verdadera vida.
He dicho.