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  • Legislatura Ordinaria año 1971
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Homenaje
HOMENAJE AL TRIGESIMO ANIVERSARIO DEL DEPARTAMENTO DE TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE.

Autores

El señor JEREZ.-

Señor Presidente, intervengo en mi propio nombre, en el del SenadorRafael Agustín Gumucio y, también, en representación de los Partidos Socialista y Comunista.

En estos días se conmemoran treinta años de existencia del DETUCH, Departamento del Teatro de la Universidad de Chile, que nació a la vida teatral y artística con el nombre de Teatro Experimental y que en el ya lejano año 1941 inició su secuencia de obras estrenadas con "La Guardia Cuidadosa", de Cervantes.

No ha existido en el ámbito de América Latina una institución a la que su patria deba tanto, en el campo de la creación y de la actividad teatral, como al DETUCH, que se confunde en género y espíritu de manera inseparable con su creador, Pedro de la Barra.

El DETUCH, en sus orígenes, corresponde a la más o menos lenta maduración de un movimiento cultural y artístico apoyado en el proceso social desatado por la primera experiencia de gobierno adverso al sistema social y político imperante, como fue el Frente Popular; y pudo nacer, vivir y permanecer con el patrocinio de la Universidad de Chile. Son los años de las primeras tentativas en otros campos del arte y la cultura, que dieron vida, por ejemplo, a la Orquesta Sinfónica de Chile y al Ballet Nacional.

Podemos recorrer el itinerario de sus esfuerzos, de sus éxitos y aun de sus fracasos, los que no detuvieron su andar. Ya en 1942 se acomete la realización de "El Caballero de Olmedo", de Lope de Vega, la primera obra de largo aliento, por usar una expresión. "Nuestro Pueblo", de Thornton Wilder, y "Seis personajes en busca de autor", de Pirandello, son los primeros éxitos de público verdaderos, y ello ya en 1947 permite al Teatro Experimental entregar a sus seguidores una pieza clásica chilena de gran repercusión: "Como en Santiago", de Barros Grez, hasta llegar en 1971 a la presentación de su 138? estreno. En su recorrido no se pueden dejar de mencionar aciertos como "Fuente Ovejuna", "Mamá Rosa", "La Opera de Tres Centavos", "Romeo y Julieta", "El Círculo de Tiza Caucasiano", "¿Quién le tiene miedo al lobo?", "Marat Sade".

El aniversario del DETUCH permite valorar los propósitos de sus creadores y el papel que ha desempeñado en su ámbito, y establecer las relaciones y consecuencias entre ambos fenómenos. El tema es muy complejo, porque todo ello se entrelaza con las concepciones que sobre el arte y la cultura se generan en la mente de cada artista, de cada creador, y con las relaciones entre el arte, la sociedad, los hombres, las instituciones, el pueblo.

No alcanzo, ni por el tiempo de que dispongo ni por mi propia idoneidad para un tema de tanta significación, a entregar una visión cabal de la aventura del espíritu y de la comunicación entre los seres humanos a través de la "belleza, como ha sido la del DETUCH.

Se formó como un movimiento cultural y teatral renovador de las tradicionales compañías basadas en la actuación de una "estrella", en la que toda la responsabilidad artística recaía en uno o dos buenos actores, o en alguno sobresaliente, apoyados, muchas veces, en un conjunto de personas sin mayor técnica ni talento, con un repertorio determinado por la tiranía de la taquilla.

Esa era, hasta entonces, en general, la historia del teatro profesional, el que, por otra parte nos ha legado auténticas glorias de la escena como Alejandro Flores, Jorge Quevedo, Pepe Rojas, Lucho Córdova, Rafael Frontaura, Américo Vargas.

Pedro de la Barra parte de la formación de la conciencia del trabajo en conjunto valorando en el arte teatral, por sobre todo, el esfuerzo colectivo. "Aquí nadie es estrella, sólo la obra", solía decir, y así llega a convertir al entonces Teatro Experimental en la primera compañía profesional universitaria no comercial de América Latina.

Un segundo elemento determinante está en la búsqueda de una forma de actuación que se arraiga en nuestra propia idiosincrasia, en un "estilo chileno" de actuación. Hay en esto, además, un intento de compromiso no sólo estético, sino político con el pueblo, con todo lo que ello implica en cuanto a educación y culturización de la masa, en un proceso recíproco. Todo ello hace del Teatro Experimental no una compañía más, sino un movimiento creativo, responsable del alto nivel del teatro chileno de hoy.

Si bien Pedro de la Barra, fiel a sus propias convicciones, encontró la manera de crear "en conjunto", con hombres como Roberto Parada, Emilio Martínez, Domingo Piga, Agustín Siré, Domingo Tessier, y otros, es justo destacar, de manera simbólica, su incomparable labor personal.

No buscó su propia valoración. Su empeño consistió en formar conciencia, crear un estilo y preparar el terreno para una siembra que produjo un tronco, generador, en el hecho, de todas las ramas en que se ha proyectado el teatro chileno. Todo ello en su propio desmedro, renunciando a posibilidades personales, aquí y en el extranjero, para dedicar todo lo suyo a un inmenso esfuerzo que aún repercute en Chile entero. Vocación y vida consecuente de maestro. Maestro de todos, directa e indirectamente.

A los nombres ya citados de la primera generación, agreguemos a Jorge Lillo, Bélgica Castro, María Maluenda, Coca Melnick, Alicia Quiroga, Marees González, los hermanos Duvauchelle, Rubén Sotoconil, Mario Lorca, Marcelo Romo, María Cánepa, Virginia Fischer, María Teresa Fricke, Kerry Keller, Claudia Paz, entre otros.

Cuando Pedro de la Barra se hizo cargo en 1959 de la Dirección del Departamento de Teatro de la Universidad de Concepción, demostró su característico espíritu renovador y tomó a su cargo un grupo de actores y actrices jóvenes, recién egresados de diversas academias teatrales. Mediante enorme dedicación y trabajo les inculcó sus principios de búsqueda de "lo nuestro", amén de técnica y disciplina, y consiguió dar forma a un conjunto teatral, quizás el de más alto nivel que ha tenido hasta ahora el teatro chileno. Ellos son Nelson Villagra, Tennyson Ferrada, Jaime Vadell, Shenda Román, Delfina Guzmán, Luis Alarcón, Andrés Rojas Murphy, Brisolia Herrera, Vicente Santa María.

Por otra parte, podría decirse que prácticamente no hay director de teatro, cine o televisión que no haya sido su discípulo. Entre los más directos mencionamos a Eugenio Guzmán, Hugo Milier, Charles Elsesser, Fernando Josseau.

Valor esencial en las tareas ininterrumpidas del DETUCH ha sido su divulgación del autor nacional, estimulado por un concurso anual de obras teatrales y la representación de las obras premiadas. Desde Enrique Bunster, en los primeros tiempos, hasta Edmundo Villarroel, autor joven del actual estreno del DETUCH "El Degenéresis", han desfilado por el escenario del Teatro Antonio Varas y en giras a barrios y provincias, los nombres de Fernando Debesa, Egon Wolff, Alejandro Sieveking, Fernando Cuadra, Jaime Silva, María Asunción Requena, Isidora Aguirre, Luis Alberto Heiremans, José Donoso, José Pinedo, etcétera. Todos ellos han sábido dar testimonio del momento que viven y han planteado interrogantes sobre la indignidad o la libertad, sobre la posible patria hecha o por hacerse a la medida del hombre chileno.

También el DETUCH, con su Escuela de Teatro, donde forma técnicos, actores, escenógrafos, directores e instructores teatrales, germina dialécticamente un semillero de hombres nuevos.

A la vez, organiza encuentros nacionales de conjuntos aficionados de todo el país, en los que estimula la participación y la creación del fenómeno teatral como arte social en niveles vocacionales.

Y otra reflexión en torno del teatro nacional. Las primeras obras, en los años 40, se dieron ante no más de 3 mil ó 4 mil espectadores cuando lograron repercusión. Hoy una obra nacional como "El Degenéresis", explotada desde diciembre del año pasado a tablero vuelto, arroja la asistencia contabilizada de 60.000 espectadores, y debe retirarse, a teatro lleno repetimos para permitir el cumplimiento del repertorio de estrenos anuales. Este sentido de renuncia de los beneficios económicos por cumplir con un programa y con un sentido de divulgación merece ser subrayado.

En un importante semanario, el destacado crítico Hans Ehrmann escribe: "Su aniversario no encuentra al DETUCH en una etapa de pleno auge y crecimiento. Actualmente atraviesa por un período que exige una revisión de sus metas y métodos". Luego señala algunas causas de lo que estima como un proceso de estancamiento, aunque reconoce como hecho netamente positivo el que, dentro del límite del Teatro Antonio Varas, sea el único conjunto que se haya forjado un público sólido que lo acompaña en la buena y en la mala.

El mencionado semanario "Ahora" estimó oportuno ofrecer sus páginas a un debate en que se recogen variadas opiniones, las que, partiendo del aniversario del DETUCH, se refieren al contenido y estilo que deberían tener el arte teatral chileno y, en lo subyacente, todos los medios de expresión del arte. Problema fundamental que no es materia de estas palabras, pero que exige un enfrentamiento pronto y a fondo. El arte y la cultura no son el problema de los artistas e intelectuales, sino un valor profundo de la nación entera, sin cuya presencia las transformaciones económico sociales carecen de cierto contenido; contenido de belleza, de espíritu creador.

El hombre nuevo a que aspiran los movimientos revolucionarios y humanistas, no se verá realizado sólo por la conquista de un lugar digno de su condición en el medio social y en el proceso económico, sino, además, por su adhesión a nuevos valores culturales, siendo de gran importancia la inevitable interrelación entre ambos fenómenos.

El papel del arte como elemento básico de la nueva cultura y el de ésta como playa de arribo de todo proceso de cambio realmente transformador, no ya sólo del medio y sus circunstancias, sino del hombre mismo, sólo ha sido apreciado históricamente por los grandes gobernantes.

En Chile el problema de fondo no ha sido enfrentado, y urge el gran debate con la participación de los artistas, del pueblo y de los responsables del manejo de los instrumentos que crean o difunden el arte y la cultura. Pero no como fenómeno instantáneo, sino como producto de un proceso lento, seguramente con alternativas positivas y negativas, pero del cual no es posible prescindir para el futuro. Y en este proceso, el DETUCH, en su tiempo, jugó el papel que hoy les corresponde desempeñar a las nuevas generaciones a la luz de ideas más definidas, en una realidad social distinta y con el apoyo de nuevos valores inspirados en una tradición que se puede discutir, pero, fundamentalmente, sin desconocer su aporte de vanguardia creadora.

Los artistas tienen conciencia de que la cultura debe dejar de ser el monopolio de la clase privilegiada para ponerse al alcance de todas las capas de la sociedad. Hace 80 años ésa fue una motivación determinante en quienes crearon el Teatro Experimental, y los desdibujamientos técnicos o conceptuales experimentados a través del tiempo no opacan su mérito original. A los artistas de hoy como a su medida lo hicieron los de hace 30 años les corresponde reclamar su participación activa en el proceso integral de cambio que exige Chile; luchar contra los vicios de la rutina y la burocracia inherentes a toda obra humana con proyección social; reclamar perspectivas, el aumento y racionalización de los recursos, y hacer realidad su derecho inalienable a toda creación del espíritu: el máximo de libertad en el máximo de responsabilidad social.

Nuestro homenaje al DETUCH es esencialmente el reconocimiento a su aporte histórico y no nos compromete necesariamente con todo su desenvolvimiento posterior. No procede, tampoco, exigir que los artistas e instituciones más tradicionales asuman las responsabilidades que atañen a las generaciones de hoy.

La necesidad de una nueva cultura que nazca del pueblo, de nuevas formas de expresión del arte, crea hechos y problemas a los cuales ni siquiera puede escapar la intimidad de los trabajadores del arte.

Días atrás el actor Nelson Villagra declaraba a un entrevistador: "Me retiré del teatro profesional, de las salas del centro, porque es necesario integrarse al proceso que se gesta... No queremos quedarnos, como artistas, al margen del proceso que empieza a vivir el proletariado... Nuestra profesión va perdiendo sentido como tal. Ser actor en el futuro, en plena revolución, deberá ser algo diferente. El arte debe ser una práctica social." Aspectos éstos que van de lo personal a lo social, pero en una misma línea. "Nada se solucionará con injertarle al poblador una cultura clasista y burguesa que poco tiene que ver con sus vivencias", señala Hans Ehrmann, y agrega: "Llevar espectáculos a las poblaciones sólo es una parte de la labor que deberá emprenderse. Más importante aún es estimular la creatividad de los sectores hasta ahora privados de contacto con el arte y la cultura, para que ese mundo halle su expresión a través de las preocupaciones, problemas e inquietudes de quienes lo conocen mejor que nadie".

En el propio DETUCH no faltan quienes reconocen que no se hace, quizás, todo lo que se podría hacer, pero, como afirma el director Eugenio Guzmán, "estamos haciendo siempre una buena parte de lo que nos corresponde. Hay que terminar con la castración que significa servir sólo al público burgués, pero para ello, aparte la voluntad, hay que contar con recursos. ¿De qué disponemos realmente para aumentar nuestro radio de acción? No se opone a la existencia del Antonio Varas, la de salas en los barrios y sectores populares. Hay que hacer teatro proletario, pero limitarse a ello es utópico y demagógico. Lo importante es que el hombre que haga teatro sea hombre de teatro, y que el compromiso social y político de este hombre de teatro tienda a servir a toda la comunidad, bajo las formas de su arte que es específicamente eso: un esparcimiento teatral donde se plantean todas las interrogantes del hombre. Un arte que ni es política, ni clases de literatura, ni tribuna eclesiástica, ni diván de analista, sino todo eso y mucho más, pero que debe ser ante todo teatro. En suma, el hombre de teatro, desde su trinchera, debe ayudar a la transformación de la sociedad y a la creación de una conciencia crítica y autocrítica del ser social".

Se puede observar que en los criterios centrales hay elementos esenciales de entendimiento, lo que no debe extrañarnos, porque los anhelos de renovación que se expresan en nuestra sociedad conmueven, lógicamente, a todos los seres con sensibilidad y, en cierta medida, todo está en tela de juicio. De allí que el aniversario del DETUCH haya abierto un diálogo en el que participan opiniones favorables juntamente con juicios reticentes, y en el cual se enjuicia todo el quehacer artístico.

Pero insistimos en que al DETUCH se le debe considerar como un aporte creador de amplios alcances, como una simiente de la cual nacieron prácticamente todos los artistas que hoy profesan en Chile, y como una escuela que no se agota en sí misma, sino que perdura como una fuente de enseñanzas de la que siempre habrá algo que aprender.

Esto es tan cierto como que Pedro de la Barra es el hombre que más decisiva influencia ha tenido en el teatro chileno.

Por ello, pensamos que dentro de su completa libertad para enjuiciarlas, nuestros artistas de hoy deben, eso sí, a instituciones como el DETUCH y a quienes lo formaron, el homenaje de su empeño por revivir en las actuales circunstancias y bajo el imperio de nuevas ideas, una tarea que en 1941 constituyó una aventura y que en nuestros días es el deber de todo artista comprometido.

En la deshumanización de la sociedad industrial avanzada, el artista encuentra barreras y obstáculos aún más difíciles para realizar su obra que aquellos que le presentaba la situación histórica anterior del capitalismo pretecnológico.

Marcuse ha dicho que esta sociedad está eliminando las prerrogativas y los privilegios de la cultura feudal aristocrática junto con su contenido. En la época del capitalismo individualista, las verdades trascendentes de las bellas artes eran accesibles sólo a unos pocos ricos y educados, debido a una sociedad esencialmente represiva. Esta culpa, ha dicho el autor del "Hombre Unidimensional", no se corrige mediante libros de bolsillo, educación masiva y la abolición de la etiqueta en el teatro. La alienación artística ha llegado a ser funcional como la arquitectura de las nuevas salas de concierto y teatros en los que se representa.

Cuando se tienen las bellas artes al alcance de la mano apretando sólo un botón, éstas se convierten en engranajes de una máquina cultural que deforma su contenido.

El artista de hoy, pese a la divulgación y extensión de los medios culturales, sigue siendo un solitario, un incomprendido y, muchas veces, un quijote que debe enfrentar todo un aparato, un sistema, dependencia de intereses comerciales, trabas legales, monopolios internacionales de exposiciones artísticas y otras formas que implican un control de la libertad creadora, que interfieren en la relación pueblo-artista y no dejan lugar a la integración entre la fuente natural de toda creación y el creador de belleza, que Gabriela Mistral interpretó con su poética sentencia: "La tierra hace con el cuerpo lo que el artista hace con su pueblo".

Un verdadero artista debe nutrirse con aquellos valores que laten en el alma de su pueblo y de su tiempo. Una sociedad no enajenada, una sociedad verdaderamente libre, será aquella donde el músico, el pintor, el hombre de escenario aporte la expresión de su genio creador al patrimonio espiritual de la comunidad, y donde, al mismo tiempo, la comunidad pueda exigir de sus miembros esa entrega que habrá de enriquecer el acervo cultural de todo el pueblo.

Hay que tener conciencia cabal de que cada vez que, por intereses ajenos a la cultura, la obra de un escritor no sale a la luz y que un artista no puede, por dificultades económicas, entregarse de lleno al ejercicio de su vocación íntima, nuestra sociedad se está empobreciendo en su patrimonio espiritual: acervo de valores estéticos y también morales sin el cual no son posibles el desarrollo de la cultura y la educación profunda del hombre.

Debemos comprender y actuar para que toda la sociedad, a través del Estado dé al artista el lugar que le corresponde en la construcción de una sociedad verdaderamente humanizada, colocando al alcance de quienes buscan entregar su verdad, esa alta verdad que es la verdad del arte, los medios más aptos para que la obra del escritor, del artista, del poeta, sea el vehículo eficaz para que nuevas ideas, nuevas imágenes, nuevas concepciones de la cultura y de la vida, se integren con aquellos valores sociales que hacen y configuran a una nación libre y avanzada en lo cultural.

El artista debe estar siempre comprometido con su pueblo, con la misión de la comunidad, que es su medio de acción e influencia; pero ese compromiso nunca debe originar la despersonalización de su arte. La primera misión del Estado ante la vida del artista, será la de darle la posibilidad real de ejercer su labor forjadora de cultura y educadora del espíritu.

El hombre de teatro, el pintor, el artesano que deja en la madera, en la greda o en el hierro una expresión de sí mismo y de un valor estético, está incorporando en su creación, siempre en alguna medida, a su raza, a su pueblo y a elementos múltiples que conforman su propia idiosincrasia.

Compartidas o no, estas palabras son el fruto de mi convicción más profunda acerca de la necesidad de que hoy día en la época de un Gobierno popular se creen las condiciones para revisar todo el expediente del compromiso, de la deuda que la nación entera tiene no sólo con los artistas, sino esencialmente con el pueblo en su derecho a tener acceso al arte y a la cultura; más aún, a ser su protagonista, y a que, a través de ellos, se realicen los valores de una convivencia humana más bella y más fraterna.

Nuestro empeño por llegar a entrever los contornos de ese mundo, los perfiles de esas imágenes, es el homenaje que todos debemos al DETUCH en su aniversario y a los artistas en su noble tarea.

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