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Antecedentes
  • Senado
  • Sesión Ordinaria N° 35
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  • Legislatura Extraordinaria periodo 1971-1972
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Intervención
VISITA A CHILE DEL PRIMER MINISTRO CUBANO, FIDEL CASTRO.

Autores

El señor TEITELBOIM.-

Señor Presidente, el 10 de noviembre llegó a nuestro país, procedente de su patria, el Primer Ministro de la República de Cuba, Fidel Castro.

A la recepción que se le brindó por parte del pueblo de Santiago, en su recorrido desde el aeropuerto por el camino de Pudahuel, por Barrancas, por las calles del centro de la Capital y por otros barrios, hasta la llegada del líder revolucionario a la Embajada cubana, se calcula que asistió un número aproximado a un millón de personas.

Por cierto, ese millón de santiaguinos no eran todos marxistas ni formaban todos parte de la Unidad Popular. Un número crecido e indeterminado de esas personas estaba mostrando el interés, la curiosidad positiva, el espíritu amistoso y el sentimiento hospitalario que caracteriza a nuestro país. Esa inmensa multitud, desparramada a través de un cordón casi

continuo de más de 20 kilómetros, dio la pauta del afecto, de la fraternidad, del sentimiento de entusiasta acogida con que se recibió al líder de la primera revolución socialista de América, no sólo en Santiago, sino en todos los puntos y regiones del país que pudo visitar.

El antiturista.

La verdad, Honorable Senado, es que virtualmente desde todas las provincias de Chile, de todas sus ciudades, de todos los minerales, de los distintos puntos donde hay actividades industriales, universidades y de muchas zonas campesinas, llegaron al Gobierno de la República invitaciones para que Fidel Castro los visitara. El dijo que le hubiera gustado haber podido acceder a esas peticiones, porque sentía el deseo de conocer esta nación, no como un turista al uso que llega a Santiago, está un fin de semana en el Hotel Carrera o en el Sheraton, y luego escribe un libro sobre nuestra tierra, tan compleja, tan complicada como cualquier país que no puede ser conocido en un lapso tan breve.

Fidel Castro quiso ir a todas partes. Por cierto, no pudo visitar sino puntos y zonas determinados de nuestro país que, siendo muy representativas, no son todo Chile, pero que sirven para dar una imagen de la diversidad profunda y rica que caracteriza a esta tierra larga y angosta, una especie de balcón de cuatro mil kilómetros sobre el mar, donde se suceden todos los climas; donde el desierto se trueca por la fertilidad del centro y del Sur del país; donde el subtrópico nortino contrasta, como el mismo Fidel Castro y su comitiva pudieron advertirlo en carne propia, con el viento helado y cortante de la estapa magallánica, con esa vecindad tan visible, tan evidente del Polo Sur, y también con ese declive violentísimo que convierte a este país en un plano inclinado que cae rápidamente desde los Andes hasta la costa, atravesando valles siempre estrechos y siempre pequeños.

Una visita diferente.

Vio un país distinto. Pero en todas partes vio un hombre parecido; vio un chileno que, viva en el extremo norte o en el extremo sur, es sustancialmente el mismo: el hombre de nuestra patria.

Y ese hombre de nuestra patria, y sustancialmente el trabajador, le brindó en Antofagasta, en Pedro de Valdivia, en María Elena, en Chuquicamata, en Victoria, en Iquique, la acogida que sólo se dispensa a los hombres por los cuales se tiene una muy alta estima. Muchos Jefes de Estado han llegado a lo largo de la historia a nuestro país. Todos ellos fueron recibidos con cortesía, aprecio y de buen modo, aun cuando no fueran acreedores a las simpatías políticas de grandes sectores del pueblo ni a las de la Izquierda.

Tal fue la conducta que observaron el país, el pueblo y también los partidos de Izquierda cuando visitaron a Chile personalidades como el ex Presidente De Gaulle, la Reina Isabel de Inglaterra y estadistas latinoamericanos de filiación derechista. Siempre esta nación respetó las normas de la convivencia respecto del visitante extranjero.

No fue una excepción la visita de Fidel Castro. Porque, en general, la inmensa mayoría y los partidos más representativos observaron respecto de él una actitud decorosa, congruente con nuestra tradición histórica y con nuestra habitual hospitalidad.

Pero debemos decir que la visita de Fidel Castro no fue como las de otros gobernantes extranjeros, desde el punto de vista del contacto profundo y rico con el pueblo chileno. Porque, generalmente, los visitantes de tal naturaleza se rigen por un criterio de estricto protocolo: se concentran en la Capital; se encuadran dentro de un programa restringido; el contacto con autoridades y personalidades se desarrolla en los grandes salones y en los centros más reputados de la vida social, condimentado con alguna visita a Valparaíso, o a alguna viña linajuda, o con alguna recepción en Palacio, sin que trascienda al fondo de la mina, al corazón del campo, a la estepa patagónica, sin que se advierta ese contacto directo con el trabajador.

Conversación y no monólogo.

En el Norte, sobre todo en Pedro de Valdivia y María Elena, Fidel Castro entabló el diálogo con los trabajadores del salitre. Y contra todo lo que ha tratado de establecer una malévola leyenda negra, muy bien orquestada, que pretende formar la imagen de un monologuista interminable, la verdad es que Fidel Castro -lo hemos visto en Chile- es un hombre que primero pregunta, interroga, observa, escucha, estudia, trata de interiorizarse acerca de la historia, de los problemas, de las inquietudes, de las necesidades, de los sueños de la gente con quien está enhebrando esa conversación junto a la mina, al lado de la faena.

En su intervención en Chuquicamata, que fue coronada por la conversación en el enorme anfiteatro, de varios centenares de metros de hondura, Fidel Castro, sobre esas inmensas cavidades, en el pulmón de la tierra, abiertas por el minero del cobre chileno a través de más de medio siglo para extraer de allí el metal rojo, de tanta significación para nuestro país, dijo que aquel espectáculo valía, a su juicio, más, como 'monumento, que las construcciones fastuosas y soberbias que, sobre la base del trabajo esclavo, pudieron levantar los faraones egipcios en las arenas del desierto.

Un monumento al trabajo.

Y es así. No es para nosotros un monumento desde el ángulo estético. Pero desde el punto de vista del esfuerzo humano, de la laboriosidad de un pueblo, sin duda, tiene una significación monumental, que no escapó a la sensibilidad ni al criterio valorizador del trabajo humano puestos de relieve allí por el líder de la revolución cubana.

Luego de un fatigoso viaje por tierra desde Chuquicamata con dirección a Iquique, trabajadores salitreros, que fueron a su encuentro, detuvieron a la comitiva en plena pampa, sobre la huella arenosa, con el objeto de pedir al Primer Ministro cubano que hiciera un alto para hablar a la gente de la oficina Victoria. Fidel Castro aceptó. Y fue recibido como un hermano mayor por los obreros del salitre de esa oficina que sobrevive en la provincia de Tarapacá.

Fuimos testigos de la recepción multitudinaria brindada a Fidel Castro en Concepción, donde se repitió la escena ya vivida a su llegada a Santiago.

Pero lo que más nos conmovió en esa zona fue la imponente visión de 20 mil obreros carboníferos que se encontraban congregados con sus familias en el anfiteatro natural de Playa Blanca, cerca de Lota, de espaldas al mar, sobre las colinas de la Cordillera de Nahuelbuta, a donde Fidel Castro llegó con el rostro tiznado todavía, recién emergido del fondo de los piques, vistiendo "overall" y usando el casco que le pusieron los trabajadores de la mina para que descendiera a ese mundo submarino, al centro de esas faenas valerosas descritas con tanto colorido negso por nuestro clásico Baldomero Lillo. Allí estaban los héroes, los nietos de los personajes de Baldomero Lillo, con la diferencia de que ahora el apir, el trabajador oscuro, era el gerente de la empresa. Y, contra todo lo que puedan decir algunos plumarios que nada limpio representan, allí vimos que el cariño y el afecto de los trabajadores de Chile, de aquellos que realmente hacen patria en la mejor forma y con la mayor dignidad, fue grande y profundo.

También advertimos cómo saludaron a

Fidel Castro, con esperanza y admiración, millares de obreros siderúrgicos de Huachipato, industria decisiva para nuestra economía, que el Primer Ministro cubano recorrió preguntándolo todo, con una curiosidad inextinguible, que es como una constante de su carácter.

Allende habla.

En determinado momento, alguien pensó que Fidel Castro no debía visitar a Tomé, porque la reunión con los universitarios de Concepción se había prolongado en exceso. Pero él mismo insistió en llegar hasta allí. Y lo recibió un pueblo vibrante y volcado por entero. Tuvo un trato amistoso, respetuoso y serio con las autoridades civiles, militares y eclesiásticas. No vino a hacer proselitismo, sino a conocer nuestro país, a expresar su amistad por nuestra tierra, nuestro pueblo y nuestro Gobierno, y a decir también la verdad revolucionaria cubana y su filosofía acerca del destino de América Latina.

Vimos también la acogida masiva que le brindó Puerto Montt, donde, frente al Hotel Pérez Rosales, en la vasta explanada de la playa, de espaldas al mar también, Fidel Castro saludó a la muchedumbre enfervorizada. Y luego, en un gesto profundamente respetuoso para con el dueño de casa, pidió al Presidente Allende hablar en nombre de Chile y de Cuba.

El mismo fenómeno se produjo en O'Higgins y Colchagua con los campesinos de Santa Cruz, los mineros de Sewell y el pueblo de Rancagua.

Y ayer Valparaíso, concentrado en la plaza Sotomayor, frente a los balcones de la Intendencia, demostró su espíritu acogedor, patriótico, internacionalista a la vez, del primer puerto de la República.

Gente que no se respeta.

Hay gente que no respeta a los demás, porque ha perdido hace tiempo el respeto por sí misma y no tiene ninguna noción del valor de la verdad ni del sentido del decoro. Son los mismos que de alguna manera ambientaron -y algunos participaron en él- el homicidio del General Schneider. Ellos se impacientan porque Fidel Castro visita a Chile. Pero la verdad es que no es una actitud de ahora. En rigor, hicieron lo posible y lo imposible por impedir el viaje, y no descartaban en sus planes la posibilidad de un atentado. Fracasaron. Chile lo recibió como a un amigo y demuestra que no fue una actitud unilateral de un Presidente de la República que invita a un Primer Ministro de un país amigo, sino que se trata de algo más: de la ratificación de esa actitud por todo un pueblo. En grandes ciudades, en localidades pequeñas, en las minas, en fábricas, en universidades, en asentamientos, en poblaciones se recibió con entrañable cariño la visita del ilustre revolucionario. Y éste es el sentimiento real de la inmensa mayoría del país, lo cual se comprende, porque Fidel Castro es, hoy por hoy, una máxima figura histórica en América. Su obra, su acción, que interpreta, hasta el heroísmo, a su pueblo, y también el sentido de la época, configuran poderosamente el futuro de este continente. Se trata de una personalidad gigantesca; que en los tiempos modernos asume los contornos que tuvieron, en los albores del siglo XIX, los más insignes libertadores de nuestras patrias. Es la encarnación del político revolucionario, y como tal, plenamente .responsable, que ha dignificado al más alto nivel el quehacer público y que, por cierto, en virtud de ese mismo valor suyo, suscita el odio, el resentimiento ciego de los politicastros sin ideas, de los oportunistas, de los medradores, de los traficantes que se han enriquecido en el quehacer ciudadano. Ayunos de toda dignidad, traidores de toda esperanza, claudicantes de todo principio. Esos mismos que pululan en nuestras repúblicas, y que, desde el punto de vista de la historia, son mediocridades impotentes, que no representan nada, sino la parálisis intelectual, ideológica y ética de una clase en completa y corrupta decadencia.

Un maestro que no vino como profesor.

Fidel Castro ha entablado con nuestro pueblo un diálogo responsable, sin escapes vulgares de demagogia, Algún enemigo acérrimo dijo antes que llegara que él no podía venir a dar lecciones a Chile. Pocos días después de su arribo, Fidel Castro advirtió: "Hay alguien que pretende que yo vengo como profesor. Yo no vengo a dar lecciones a nadie. No vengo a sentar cátedra, Vengo a conocer. Vengo a expresar un sentimiento amistoso. Vengo a conversar. Vengo a respetar. Vengo a decir mi opinión sobre los problemas de mi país".

Y en verdad, él ha conversado y ha hablado ante vastas multitudes, en muchos actos de nuestro país. Pero siempre, siempre, primero ha escuchado. Creo que todos lo hemos oído. Sea porque participamos en uno o más actos en donde él ha hecho uso de la palabra, o porque escuchamos la integridad o trozos de sus discursos, a través de la radio o de la televisión. Me parece que todos estamos de acuerdo en que no es la suya la oratoria "floripondiosa" de un Gambetta, de un Castelar. No es de esas oratorias cursis, chismosas o vacías, que ponen flores de papel allí donde no hay frutos carnosos, donde no hay pulpa de conceptos ni meollo de ideas. Habló de Cuba, de su experiencia, sin intervenir en lo nuestro, pero sin rehuir tampoco la derecha contestación a las preguntas que se le formularon. Y cuando estas preguntas incidían de lleno o de refilón en los problemas chilenos, Fidel Castro siempre dijo a ese interlocutor, a ese interrogador, ante el público, que debía tener presente su condición de invitado, de persona que, a lo sumo, pretendía hacer una reflexión sobre el fondo del problema, sin tocar la incidencia nacional o local.

Lo suyo no fue un diálogo entre sordos, porque siempre preguntó, averiguó, trató de compenetrarse del problema y de la realidad. Y sus respuestas tampoco fueron las de un orador tartamudo de alma, porque no evade las cuestiones candentes. No saca el cuerpo a las definiciones tajantes. Como un revolucionario pleno, sincero y completo, siempre su pensamiento irradia una concepción revolucionaria identifica y filosófica integral.

Su apasionado interés por Chile.

Creo que los chilenos tenemos que agradecerle que se haya apasionado por conocer tan a fondo a nuestro país. Y quien mira profundamente, quien interroga con interés, quien bucea en lo hondo de los problemas, quien no hace preguntas triviales, esperando respuestas retóricas, sino que se proyecta hacia la entraña misma, hacia la sustancia del aconteceder de un país, ese hombre pregunta profundamente, porque él mismo es un ser profundo. Porque no es un simple espectador. Porque Fidel Castro no intervino en nuestros problemas; pero tampoco es un neutral frente a la historia que se está procesando en Chile, frente a este movimiento de nuestro pueblo y de nuestra patria que quiere ganar para sí plenamente los derechos del siglo XX, el reinado de la justicia social, de los cambios profundos de estructuras, de una revolución que tiene por agente fundamental al pueblo mismo de Chile.

Por eso, Fidel Castro, un revolucionario de América, no puede ser un hipócrita que simule desinteresarse de nuestro proceso, de nuestra historia, de nuestro progreso, de nuestro avance, de la realización plena de la tarea histórica, titánica, que el pueblo chileno ha tomado en sus manos. Pero lo hace como un hombre que no viene a dar línea, que no viene a enseñar cómo se hace el proceso chileno, respecto del cual él ha insistido mil veces que es tan sustancialmente distinto del proceso cubano, configurando un camino diferente, peculiariades propias e intransferibles, que no permiten calcos, copias, imitaciones serviles, y que determina que sean los chilenos los que conocen mejor sus problemas que el más distinguido o ilustre de los estadistas de otros pauses. El señor FERRANDO (Vicepresidente).- Ha terminado el tiempo del Comité Comunista. Puede continuar Su Señoría en el del Comité Independiente.

Comunicación instantánea.

El señor TEITELBOIM.-

Creo que ha valido en esta visita su capacidad de comunicación instantánea. Ese proyectarse humano tan directo, que le permite conversar saltándose todas las barreras del desconocimiento, con todo el mundo, sea un obrero, un campesino, un Presidente de la República, un general, un almirante, un rector de Universidad, sea la mujer de la población, el niño o el estudiante. Y este hablar, este diálogo inmediato, esta corriente de comprensión que se establece al segundo, no es una pose, porque una pose no se puede mantener veinte horas diarias durante más de veinte días. Este hombre ha hecho de su visita a Chile no un jolgorio, no un pasarlo bien, no un descanso del gobernante fatigado del exceso de trabajo en su país, que viene a respirar aires distintos y a disfrutar de las brisas de un "dolce farniente" en el extranjero.

La verdad es que Fidel Castro ha aprovechado muchas de las horas del día y de la noche para trabar este conocimiento con la gente de nuestro país. Ello responde a su temperamento, a su curiosidad intelectual inagotable, a su interés político sin límites, a esa pasión latinoamericana honda, constructiva y físicamente arrolladura que lo traspasa.

En sus distintas intervenciones en Chile, se ha confirmado el concepto de que no se trata del orador interminable, del coleccionador de vaciedades bien vestidas, del expositor superficial, ducho en buenas maneras y en lisonjas baratas. El pueblo chileno lo ha visto. Lo ha oído diciendo verdades enteras y necesarias; nunca una mentira, jamás un halago vacío, una falsa alabanza. Ha proclamado la verdad clarificadora en todas partes por donde pasó.

Se rompen los cordones.

Se decía que Fidel Castro pasaría por Chile parapetado entre varías líneas de seguridad que harían imposible su contacto directo con el pueblo. La verdad es que no sólo el pueblo, afectuoso, ganoso de una comunicación directa, sino que también el mismo Primer Ministro cubano rompieron en innumerables ocasiones los cordones, y las manos se estrecharon con verdaderos amigos, mil veces en el camino. Y así quedó en claro que este pueblo no recibía a un huésped odioso que le fuera impuesto por disposición suprema, sino a un hombre a quien realmente apreciaba y quería conocer. Hemos visto cómo lo han saludado con afecto en las calles, desde las panderetas de las casas repletas de familias que lo vivaban y querían conocer. Para el pueblo, para la gente sencilla y limpia de nuestro país y, quiero insistir, de cualquier partido o de ningún partido, marxista y no marxista, cristianos y no cristianos, la presencia de Fidel Castro, la posibilidad de oírlo de viva voz, el haber podido trabar contacto con la personalidad y el pensamiento de un hombre de 45 años que desde hace casi 20 llena páginas indispensables de la historia contemporánea de nuestra América, constituirá sin duda un episodio inolvidable.

Los profesionales de la injuria.

Cierta publicidad procaz, carente de toda representatividad genuina y condenada con indignación y repugnancia por la opinión pública sana de nuestro país, ha pretendido enlodar la reputación de nuestra patria recurriendo a la diatriba más impúdica y ruin. Ella pertenece al gran negocio de la pornografía politiquera, movido desde bambalinas por los asustados que asisten al fin de sus privilegios y recurren al embuste, a la calumnia, a la infamia, para poder mantener su imperio, injusto. Todo esto responde a un plan sincronizado, que se orquestó mucho antes de la llegada de Fidel Castro, a fin de hacer imposible su visita y de hacerla fracasar, como dije.

Pero a la luz de los resultados de la permanencia de Fidel Castro, que tocará a su fin esta semana, los fracasados son ellos, esos que se revuelven en la sentina de la injuria, en la atmósfera mefítica de los espíritus sucios que ven la historia como un negocio equívoco, porque ellos son equívocos, reconocidamente equívocos, y quisieran hacer creer a todos que la especie humana, e incluso sus más egregios representantes, los hombres más eminentes, son de su misma mísera y canallesca condición. Son hombres con cuentas pendientes con el Código Penal; son hombres que están inscritos en la clínica de las desviaciones morales; son los que escupen al cielo y ladran a los que hacen historia, precisamente porque la hacen. Y por eso los detestan: porque todo lo que es grande; les indigna, porque son pigmeos, y porque la historia los deja tendidos como detritus a la vera de su camino.

Todo lo que en Chile es digno, aunque no profese su misma ideología política, recibió a Fidel Castro con respeto, con simpatía. Y así lo ha hecho, por Chile, por la dignidad de nuestro país, por la decencia fundamental de nuestra gente y, también, por la calidad humana rica, por la acción revolucionaria, leal, de un hombre fiel a sus principios, que se jugó la vida cien veces por defenderlos, que protagonizó una hazaña increíble del siglo XX para derribar una tiranía y abrir paso al socialismo en su patria.

El pueblo chileno lo ha recibido con la mano tendida y con el espíritu alerta, claro y amistoso, porque siente respeto por ese pensamiento, por esa obra, que ha abierto una nueva época en la vida de los pueblos latinoamericanos. Fidel Castro llegó hace veinte días recibiendo el afecto de nuestro pueblo; se irá dentro de poco llevándose la admiración y el cariño de todo nuestro pueblo, que ha visto directamente esta vez que la dimensión del personaje legendario no resultaba superior a la dimensión de la personalidad histórica de carne y hueso. Porque muchas veces hombres famosos, de publicidad bien orquestada, con un pedestal, con un prestigio en el mundo, cuando se les conoce de cerca se desmoronan, porque son estatuas de marmolina, de yeso. Pero este hombre está a la altura de su signo; y ello no porque sea un ser estatuario, no porque sea un ser protocolar, no porque cultive el fantasmón, el respeto de sí mismo como una norma sagrada, sino que precisamente por lo contrario: porque es espontáneo, natural, extrovertido, lleno de sentimiento a flor de piel, de afecto que se expresa, de espíritu que se dice a primera vista, que no oculta nada y que pretende ser nada más que el hombre llamado Fidel Castro.

Diálogo con otros mandatarios.

Por eso, para centenares de miles de chilenos ha resultado una experiencia ennoblecedora haberlo conocido directamente, de cuerpo presente, y haberlo escuchado. Por eso, su visita ha sido bien venida en todas partes. Haberlo oído de viva voz, conocer de su propia boca el pensar y el sentir de un héroe tan señalado de nuestro tiempo constituye una experiencia que los seres humanos no olvidan fácilmente.

Creo, pues, que la fábrica de mentiras impresas ha fracasado. La visita de Fidel Castro a Chile ha sido un gran éxito para nuestra patria, y ha contribuido a romper ese cerco injusto respecto de una nación hermana, como Cuba, quebrando el bloqueo. Porque en camino de vuelta a La Habana, el Primer Ministro va a conversar en Lima con el Presidente del Perú, General Velasco Alvarado, y luego con el Presidente de la República de Ecuador, señor Velasco Ibarra. O sea, aquella infausta política determinada desde Washington, rechazada a su hora sólo por Méjico, que obligó a todos los países de América Latina a romper con Cuba, toca a su fin.

La visita de Fidel Castro tiene un significado latinoamericano y mundial. Latinoamericano, porque este hombre, que describe a su Cuba como el Polo Norte de América Latina, ha venido a este extremo sur de nuestro continente volando por el cielo de otros pueblos que también lo rea-petan como a un hermano y que quieren que sus países restablezcan relaciones con Cuba.

Noticia mundial.

Po lo tanto, esta visita tiene valor Cuba. Por lo tanto, esta visita tiene valor nacional, valor latinoamericano y, también, repercusión mundial.

La política de la guerra fría, de las fronteras ideológicas, de la segregación de los países, excluyente de la posibilidad de que el socialismo pueda florecer en América Latina, ha fracasado.

Estados Unidos sufrió una estrepitosa derrota en las Naciones Unidas al ser aceptado, incluso por sus mejores amigos, el ingreso de la República Popular China a ese foro mundial.

Si en este momento Cuba no ingresa a la Organización de Estados Americanos, es porque Cuba no quiere, y no porque la OEA no lo quiera. Y Cuba no quiere, porque estima que ese organismo carece aún de independencia, de autonomía, para representar de manera limpia y exacta el destino de una América Latina que no es un tercer patio de la casa señorial de Estados Unidos, sino un mundo por sí mismo, con derecho a la dignidad y a la independencia.

Por lo tanto, no es de extrañar que la visita de Fidel Castro a Chile haya sido destacada por los órganos más representativos de la prensa mundial de Occidente y Oriente como una señal del cambio de los tiempos. Los tiempos han cambiado. Chile y Cuba están significando algo en la historia contemporánea, un algo positivo, la hora de los pueblos. Y, dentro de esta hora de los pueblos, Fidel Castro, al visitar a Chile, realizando su primer viaje fuera de su isla natal en cerca de ocho años, ha reconocido el valor que tiene la experiencia chilena, como una experiencia, repito, distinta de la cubana, llevada adelante por un camino muy diferente, pero que tiene el signo común de ser una revolución de los pueblos que quieren ser dueños de sí mismos, que quieren implantar la justicia social y abrir la puerta a una sociedad nueva: a la sociedad socialista. He dicho.

El señor FERRANDO (Vicepresidente).-

Se va dar lectura a una indicación.

El señor FIGUEROA (Secretario).-

Ha llegado a la Mesa una indicación del Honorable señor Lorca para publicar in extenso los discursos pronunciados en la hora de Incidentes de la sesión de ayer, martes 30 de noviembre, y de la de hoy, miércoles 1º de diciembre, por el Honorable señor Musalem.

El señor FERRANDO (Vicepresidente).-

Queda para el Tiempo de Votaciones de la próxima sesión ordinaria.

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