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Homenaje
HOMENAJE A LA MEMORIA DEL DOCTOR LORENZO SAZIE, CON MOTIVO DEL PRIMER CENTENARIO DE SU MUERTE.

Autores

El señor GUASTAVINO (poniéndose de pie).-

Señor Presidente, esta tarde se ha hecho, aquí, la semblanza, y el recuerdo del doctor Lorenzo Sazie; y nosotros, parlamentarios comunistas, que en esta oportunidad hablamos en representación del Frente de Acción Popular, no podemos sino expresar nuestra satisfacción por el hecho de que la Honorable Cámara de Diputados de Chile tenga una palabra de recuerdo, de reconocimiento, gratitud y exaltación para la figura y la obra de un pionero maestro de la medicina en nuestra patria.

Ya se ha dicho que Lorenzo Sazie, apóstol de generaciones y por generaciones, nació en los Bajos Pirineos. Muchacho y joven de físico valetudinario, débil, él mismo enfermizo, supo, sin embargo, acrecer, vigorizar su propia energía y su capacidad realizadora, sobre la base de un trabajo intelectual extraordinario.

Antes de recibir su título, como ejemplo para el futuro, ya Lorenzo Sazie era un sabio. Estudioso profundo, sumergido en la cultura, milenaria, permanentemente revisando los clásicos y estudiando filosofía, gasta o mejor dicho, economiza sus ratos de ocio en el estudio de la música. De esta manera, fue cultivando su personalidad multifacética y multivariada, para constituirse en un intelectual que, si supo usar el escalpelo en su profesión, mejor lo supo usar en sí mismo, en su auto-formación, con la rigurosidad, seriedad y honestidad del hombre que entiende que la vida no es sino el desafío para prepararse y forjarse, con el ánimo de servir, de ser útil, de codearse con los demás, en una emulación persistente por dar de sí lo mejor del sentimiento humano.

Cuando rememoramos la vida de este maestro, de este médico y de este hombre, recordamos aquel episodio en que, nervioso todavía, se acerca al estudio ele su maestro, en París, para saber su opinión acerca del trabajo, del ensayo, del estudio que, sobre materia médica, había realizado. A los diez días, volvía, tembloroso y nervioso, para recibir el visto bueno, el aplauso, la felicitación o la represión de su maestro.

Cuando evocamos esas ocasiones en que Sazie recibía el estímulo y la aprobación de su maestro, que le decía que no sólo deseaba que le dejara el trabajo para su lectura, sino, además, que se lo dedicara; entonces, nosotros no podemos dejar de recordar a Aníbal Ponce, ese hombre, ese prohombre egregio, epónimo, que, muerto, joven, a los 38 años de edad, tremendamente joven, habría entrado también al estudio del maestro José Ingeniero, esperando recibir su aplauso o su represión. Así como Ingeniero abría cauce al desarrollo del joven Aníbal Ponce, también el maestro francés abría los cauces del desarrollo de su alumno Lorenzo Sazie.

En 1832, Sazie fue al lazareto, en Francia, para recibir, después de un trabajo verdaderamente extraordinario, los estímulos del gobierno francés de la época.

En el decenio del PresidentePrieto, en nuestro país, cuando Portales y los ministros de la época comprendieron que había que seguir impulsando el espíritu forjador de la República, de los revolucionarios de 1810, y que a la salud pública había que atenderla con sistemas y con método; se dieron cuenta de que no había otro camino para ello que organizar y establecer una escuela de medicina, forma-dora de médicos. Entonces, encargaron a don Miguel de la Barra, diplomático chileno acreditado en Francia, que buscara un profesor adecuado para esta Escuela de Medicina del Instituto Nacional. Y allí, con el consejo de don Mateo Orfila, se contrató a Lorenzo Sazie, quien aunque no había recibido su título y era apenas un muchacho de 27 años -había nacido en 1807- en 1834 era ya Director de la Escuela de. Medicina de nuestro país. Posteriormente, fue Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Y su labor creadora, su labor en la maestranza de la pedagogía, en la docencia y la formación de profesionales al servicio de la sociedad, se desarrolló, vigorosa y emocionante.

Todos quienes han escrito sobre su vida y su obra, han reconocido la trascendencia de ella. Por ejemplo, el doctor Adolfo Valderrama, en un emocionado discurso, publicado en los "Anales de la Universidad de Chile", recordaba el estimulante ejemplo que significa la vida y la obra del doctor Sazie, y reconocía que si la historia de la medicina tuvo un viraje, cambió de ritmo y adquirió sentido de apostolado en Chile, fue gracias a la labor modesta, ajena a toda pretensión personal, del doctor Lorenzo Sazie.

Mas yo diría que el doctor Sazie, en su labor, fue llevado por algo más que un sentimiento caritativo, como se ha expresado esta tarde en la Honorable Cámara, sino por un sentimiento de solidaridad humana, de solidaridad social. Era un hombre que sabía abrir su conciencia y su corazón a las brisas y a les vientos históricos de la Europa de 1830. Aquí se ha aludido a su caridad. Pues bien, los comunistas miramos estas cosas con otro criterio, con otro sentido. Para nosotros, no fue un sentimiento de caridad, sino de solidaridad social el que inspiró su obra. Así lo revela el relato de este hecho: al salir de su casa, se le acerca un joven acomodado, pidiéndole que vaya a ver a un familiar suyo perteneciente a la aristocracia chilena de la época; pero él le dice: "Ustedes pueden buscar a otro médico, al cual paguen; ustedes tienen dinero para hacerlo. Yo voy a ver a un joven estudiante que se está muriendo; voy a ver a un hombre, hijo del pueblo, que en estos momentos no tendría otra atención".

Nosotros creemos que estos hechos de su vida rubrican el criterio con que le rendimos homenaje, esta tarde, a Lorenzo Sazie, por lo que significa como profesional, como médico, como forjador; por lo que significa como ejemplo para las generaciones futuras, para los médicos y los profesionales del mañana y para los hombres en general, en mérito de este nítido y limpio sentimiento de solidaridad social que demuestra en su vida y en su obra.

Señor Presidente, que la presente ocasión, cuando rendimos este homenaje, estamos seguros de que si él estuviera en la testera de la, Sala detrás de ella, observando esta sesión, y le preguntáramos si desea que se le recuerde con las palabras que aquí se pronuncien; él contestaría que no, que no es ése el mejor homenaje que se puede rendir a un ser humano que dio tanto, de su vida y de sus sentimientos, al servicio de los demás.

Los comunistas creemos que el verdadero homenaje que el doctor Sazie merece debe ser uno de tipo práctico, que se materialice en la vida misma. Porque si él viera nuestras maternidades -en su oportunidad, laboró como profesor de obstetricia y Director de esa Escuela- y se encontrara con dos parturientas acostadas en una misma cama, como sucede actualmente en nuestro país, desearía que el homenaje que se le rindiese fuere la terminación de este escarnio, terrible y dramático, de esta tragedia oprobiosa que soportan aquéllos a quienes tanto quiso y por los cuales entregó lo mejor de su energía. Si él advirtiera nuestra falta de hospitales o si los viera a medio construir; si él visitara nuestros hospitales con malos elementos y deficientes servicios, desde el punto de vista material -ya que los trabajadores de la salud ponen todo su empeño para cubrir esta carencia de medios-, diría que el mejor homenaje para un luchador de la medicina social sería, justamente, el salirle el paso a este drama para abordarlo y darle solución. Si él viera cómo los estudiantes de la Escuela de Medicina de Valparaíso deben, una vez que llegan al segundo año, trasladarse a Santiago para proseguir su carrera, diría que el mejor homenaje para él, que le proyectaría vibrante hacia la historia, sería la fundación de escuelas de medicina completas en Valparaíso y en otras partes del país, para que siguieran floreciendo en nuestro país profesionales y médicos que, realmente, continúen la proyección vivificante de la obra que alentó en nuestra Patria.

Y como sucede con los grandes hombres, la muerte lo sorprendió en acto de servicio, según lo recordara el Honorable señor Garay. Ella le sobrevino durante la epidemia tífica de 1865, en Santiago, en circunstancias que faltaban médicos para atender los enfermos. El, desde su prominente cargo, altísimo en la estirpe de la medicina del país, e, incluso, en la vida administrativa, dijo: "Voy a cubrir una sala". Y el día 20 de noviembre ingresaba a una, pero enfermo de tifus; captado ya por el virus. Durante los días 25, 26 y 27 de ese mes, empezó a apagarse esta antorcha. Y así lo hizo, prontamente. Pero la verdad es que el 30 de noviembre, a raíz de su lamentable y sentido deceso, se inflamó de nuevo el sentimiento del

pueblo, que, con el luto colocado en las solapas, salió a la calle y llevó al doctor Sazie; porque los hombres grandes, en la profesión y en el intelecto, lo son de verdad cuando se proyectan y son queridos por la masa, por el pueblo. Y éste recorrió las calles de Santiago y lo fue a dejar allá, al Cementerio General, donde hoy se levanta un monumento a su memoria.

Pero yo insisto, señor Presidente, en que creo que el verdadero homenaje al doctor Lorenzo Sazie está por realizarse, no aquí y esta tarde, en que hemos destinado sólo unos cuantos minutos a recordar su memoria, sino en la lucha de nuestro pueblo y de todos los chilenos, para llevar a cabo realmente los anhelos que él tuvo, lo que él quiso y aquello por lo cual él tanto luchó, y en la sensibilidad y comprensión de este Parlamento para hacerlo posible.

Nosotros expresamos todo nuestro reconocimiento a esta figura señera y magnífica ; pero creemos, como Schiller, el gran poeta y filósofo alemán, que crece el hombre por la magnitud de los fines que persiga, así también crecerá cada uno de los que aquí participan en este homenaje, en la medida en que cada uno contribuya a hacer realidad estos anhelos y sepan coger los frutos de este viento que él lanzó por la geografía humana de Chile, para dar vida, en el día de mañana, en nuestra patria, a los sueños del maestro, del pa-dagogo y del médico Lorenzo Sazie.

Nada más, y muchas gracias, señor Presidente.

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