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  • Sesión Ordinaria N° 71
  • Celebrada el
  • Legislatura Extraordinaria periodo 1967 -1968
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Homenaje
HOMENAJE A LA MEMORIA DEL DOCTOR GALVARINO ROSSI OSSES.

Autores

El señor LUENGO (Vicepresidente).-

Tiene la palabra el Honorable señor Gómez.

El señor GOMEZ.-

Señor Presidente, es lo usual que en esta tribuna se rinda homenaje a figuras de gran relieve nacional e internacional.

Sin embargo, quiero salirme esta tarde de los sólitos marcos de la norma para volcar mi mirada y mis recuerdos hacia un hombre provinciano, un antofagastino, un médico, que acaba de ser acogido en el seno del arenal de su tierra.

Galvarino Rossi Osses era un hombre excepcional, de ideas y cultura universales, universalmente conocido en las provincias del norte y más bien desconocido en el resto del país, salvo en las esferas médicas y científicas, en que gozaba de justificada nombradía.

Alumno de Jiménez Díaz, en Madrid, realizó en Antofagasta hace muchos años, antes que ningún otro lo hiciera en Iberoamérica, una operación impresionante. Un modesto zapatero había recibido, en una reyerta, una herida mortal en el corazón. Pues bien, Galvarino Rossi, animado por el coraje de nuestro pueblo y asistido por la imaginación y la inteligencia de sus ancestros italianos, sin elementos, en el desvencijado hospital provinciano, abrió el pecho del herido, sacó su corazón y lo mantuvo en pulsación con movimientos acompasados de su mano izquierda, mientras con su derecha suturaba la herida. El enfermo curó y muy pronto regresó a la vida normal. La medicina mundial aplaudió la hazaña.

Esta era la calidad del cirujano desaparecido. Millares de vidas antofagastinas salvaron ante las delicadas incisiones de su sabio y sereno bisturí. El pueblo se volcó a despedirlo. Había viejos de las poblaciones modestas, con lágrimas corriendo por su mejillas, obreros, mujeres desconsoladas, al paso del féretro por las calles nortinas rumbo al camposanto. La ciudad hizo un alto en sus afanes y las cabezas se inclinaron y las manos se extendieron en honor del querido y eminente "doctor".

Modestamente vivió y murió pobre. A la verdad, no hubo relación alguna entre los servicios que prestó y el bien que hizo y los saldos "al rojo" de su cuenta bancaria. Cayó víctima de su abnegación. El cáncer penetró por sus dedos transmitido' por el aparato de rayos en que diariamente observaba a sus pacientes. Mejor que nadie sabía él de la peligrosidad de los fluidos, mas el concepto que tenía del deber y el amor a sus prójimos le hicieron permanecer al pie del detector, así como el soldado lo hace al píe del cañón cuando la patria está en peligro. Cosa de cuatro años hará que debió sufrir la amputación de los tres dedos centrales de su mano izquierda y la incursión quirúrgica en todo el sistema ganglionar del mismo lado. Se repuso al cabo de unos meses y volvió a la mesa de operaciones a cumplir su noble oficio y a seguir enseñando a los jóvenes. Meñique y dedo gordo los utilizaba cual pinzas para disponer los algodones y hacer las suturas, en tanto con su diestra, muy diestra, seguía provocando la admiración de los entendidos en el uso del bisturí.

He aquí un sesgo de la personalidad de este hombre que nos permite columbrar su temple. Se le ha considerado el padre de la cirugía antofagastina. Junto a él practicaron y perfeccionaron sus conocimientos numerosos médicos brillantes que hoy sirven en Antofagasta y otros lugares del país.

Bondadoso como el que más, los enfermos encontraban en él un sostén y un amigo. Murió pobre, ya lo dijimos. Eso basta, en un hombre de sus excepcionales calidades profesionales, para medir su desprendimiento y generosidad.

Le traté en todas partes, pero lo conocí en las logias masónicas. Fue el instructor de mis comienzos. Desde entonces le profesé un afecto que no sabría cómo describir. Fluía de sus lecciones una inquietud profunda por los problemas y el destino del hombre. Fino y recio a la vez, predicaba la tolerancia y el respeto a tedas las creencias con verdadera convicción. Los símbolos, ante su juicio sereno y analítico, se abrían de par en par para entregar toda su verdad, belleza y sabiduría. En las manos directrices de su memoria prodigiosa, los rituales adquirían una majestad y un brillo que jamás he conocido. Los trabajos que él presidía eran siempre cordiales, justos, perfectos.

En el hacer de todos los días, jamás le vi en actitud de pasiva contemplación del bien. Era un soldado de la libertad, presto siempre a combatir el mal y el error. Era un maestro, un forjador y orientador de inquietos y rebeldes.

Su maravillosa fuerza se volcó en la Liga de Estudiantes Pobres, a la que contribuyó a hacer grande y generosa. Y se manifestó también en la dirección del Hospital Regional, donde luchó no sólo contra la muerte y las enfermedades, sino también contra el abandono, la escasez, la incomprensión y la incuria centralista. En ese medio formó a sus discípulos; en ese medio se recortaron los perfiles de su ciencia y su personalidad.

Conversé con él poco antes de morir. La enfermedad había cubierto su rostro de pálidos azufres. Su sonrisa de siempre estaba en su labios; su optimismo sin límites invadió todos los ámbitos de nuestra conversación. A los pocos días se levantó y se marchó a Antofagasta para tomar exámenes en la Universidad de Chile, donde era profesor. Se echó a la espalda sus dolores para irse a cumplir con su deber. Así era siempre. No tuvo otro armisticio que la muerte.

Duerme ya sin fin. Sus ojos se han cerrado para siempre. Hoy recorre ámbitos que nos son desconocidos y ha dejado entre los hombres de su pueblo, que es el mío, una estela de emoción, recuerdos, admiración y gratitud.

El sábado al mediodía los francmasones de Antofagasta, las cabezas levantadas y los ojos entornados, ramas de acacia en los ojales, formaron triste cadena, para despedir a uno de los mejores de los suyos, en el momento de cruzar los umbrales que habría de llevarlo al más allá .

No pude unirme a esa cadena. Una falla mecánica del avión LAN en que viajaba me trajo de regreso a Santiago cuando la multitud, a pie, comenzaba a empinarse hacia el alcor en cuya falda el noble sol nortino calcina el cementerio.

Cumpliendo un mandato de voces anónimas, ofrendo a Galvarino Rossi Osses, en este recinto, el homenaje de una emoción que involuntariamente no pude poner a sus plantas quebradas por la muerte en los significativos actos del sábado recién pasado en Antofagasta, y hago llegar a su atribulada esposa e hijos las expresiones del profundo dolor que siente el Partido Radical ante la pérdida de uno de sus mejores valores en el norte del país.

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