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Asia Pacífico | Observatorio Parlamentario

Las implicaciones del acuerdo de libre comercio entre China Popular y Taiwán, según Roberto Durán

02 agosto 2010

A comienzos de julio, la República Popular China y Taiwán firmaron un tratado de libre comercio que fortalecerá las relaciones comerciales. Frente a la pregunta sobre qué efectos políticos podría tener este acuerdo, el académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Roberto Durán, escribió el siguiente análisis.

A comienzos de julio, la República Popular China y Taiwán firmaron un tratado de libre comercio que fortalecerá las relaciones comerciales. Frente a la pregunta sobre qué efectos políticos podría tener este acuerdo, el académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Roberto Durán, escribió el siguiente análisis.

 

Las implicaciones del acuerdo de libre comercio entre China Popular y Taiwán

 

Entre los efectos de segunda generación del proceso globalizador de la economía mundial destaca la emergencia de nuevos estilos en la negociación de acuerdos y tratados entre países, fenómeno particularmente visible durante esta primera década del siglo XXI. Los acuerdos se gestan en torno a metas viables, al tenor de plazos alcanzables y haciendo un uso racional de los recursos políticos, diplomáticos y económico-comerciales que se comprometen. La confección de las agendas negociadoras se atiene a criterios pragmáticos, acentuando las ventajas reales y concretas de los acuerdos, sin mayores miramientos abstractos o doctrinarios, por cuanto el tiempo útil de estos acuerdos está en consonancia con los requerimientos de una realidad internacional dinámica y crecientemente cambiante. Este es el marco en el cual se negoció el reciente acuerdo de libre comercio entre la República Popular China (RPC) y Taiwán.

Históricamente, las relaciones entre la RPC y Taiwán nunca han estado revestidas de las mejores señales. Luego de la seguidilla de enfrentamientos militares y diplomáticos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial y hasta fines de los años 70, sus vínculos bilaterales durante los años siguientes se esforzaron por elaborar una fórmula de acercamiento y cooperación mutuamente satisfactoria. Por el lado del gobierno de la RPC hubo mayor consistencia que por el de su homónimo en Taiwán. El carácter democrático-representativo del régimen político de este último inducía a un persistente debate acerca del “carácter independiente de Taiwán”, tópico –obviamente- nunca bien acogido por parte de la RPC. 

La absorción soberana de Hong-Kong y Macao en los años 90, bajo la rúbrica “un país y dos sistemas” daba cuenta de una lógica histórica y política que no era ni es aplicable al caso de Taiwán. Los datos históricos tienen un peso real, por lo que no es pertinente olvidar que el régimen político taiwanés fue reconocido como el Estado-Nación que representaba los intereses de la sociedad china durante casi 20 años. Ciertamente, durante ese período hubo un intenso debate de cuán real o pertinente era el status jurídico-diplomático de la isla de Taiwán, a raíz de lo cual se impuso una vez más el realismo político y la representatividad de la sociedad china tomo el curso racional en el reconocimiento internacional de la RPC. Con todo y no obstante la consolidación de tal proceso, el status internacional de Taiwán siguió su singular y muy propio camino. Hoy en día es del todo imposible desconocer que la economía y el comercio taiwanés siguen siendo reconocidos soberanamente por varias decenas de países, independientes de la forma específica que tome ese reconocimiento en cada caso.

Ahora bien, el progresivo deterioro de la situación en la península coreana desde el 2005, los abruptos cambios en la política de defensa del Japón entre el 2006 y el 2007 y las insondables consecuencias del nuevo status económico-comercial de la RPC en la post-crisis financiera del 2008 configuraban los prominentes rasgos de una inquietante nueva realidad. Era y sigue siendo imperativo neutralizar tales proyecciones, en la medida en que su posible continuidad podría amenazar la frágil estabilidad diplomática y político-estratégica de la región nor-asiática en su totalidad. Sin duda, tal diagnóstico estaba presente en las negociaciones RPC-Taiwán.

Actualmente, la voluntad política de los Estados privilegia la consecución de consensos, aunque estos refuercen más los vínculos entre sociedades y/o entre actores sociales y menos los estrictamente estatales. Esta realidad ha puesto y sigue poniendo en tela de juicio la soberanía y la incidencia del interés nacional, al menos en sus concepciones clásicas. Por cierto, no hay una neta obsolescencia de ambos conceptos, pero indudablemente están conminados a un ineludible aggiornamento, toda vez que la expansión del comercio mundial y la sofisticación de los medios de comunicación generan nuevas condiciones en la política internacional.

Así las cosas, atendida la preeminencia del comercio internacional y una pragmática postura respecto del tema independentista de Taiwán, se empezó a tejer un nuevo espíritu en los nexos bilaterales con la RPC. La innegable presencia de Taiwán en el comercio y en la economía mundial, así como el reconocible éxito de su economía y bienestar de sus habitantes, la eficiencia de su desarrollo científico-tecnológico fueron los argumentos de peso esgrimidos por los principales actores políticos y económico-comerciales de la RPC en su reacercamiento hacia Taiwán. No obstante estos y otros argumentos en su favor, la presencia y el peso de la economía y del comercio taiwanés topaban cada vez más con el contrapeso político y diplomático ejercido por la RPC. Desde el 2003-2005 era crecientemente difícil para la “diplomacia comercial” de Taiwán obviar o minimizar la creciente incidencia de la RPC en los diferentes planos del comercio mundial, por lo que su margen de acción o influencia tendían paulatinamente a disminuir. Era imperativo elaborar un mecanismo de buen entendimiento y de constante contacto bilateral y ello no podría darse sino en el ámbito de los vínculos comerciales. Es en este peculiar contexto que la República Popular China y la isla de Taiwán deciden dar curso a un inédito acuerdo de libre comercio entre sus respectivas economías. La forma que tome este acuerdo y sus obligaciones han sido motivo de un ácido debate parlamentario y en la prensa de Taiwán, como era de esperar en una sociedad democrática. Todo indica que este instrumento es una realidad plausible y conforme pasen los días deberían esclarecerse sus mecanismos.

Visto en perspectiva, este acuerdo es el resultado de una necesidad funcional en las relaciones bilaterales de la RPC y Taiwán, por cuanto configura un procedimiento eficaz para reforzar sus nexos de cooperación y subsume –pragmáticamente- las discordancias inducidas por el debate independentista en Taiwán. Una vez más se imponen los términos de la cooperación internacional y se realza el espíritu imperante en el nuevo estilo de las negociaciones internacionales. Hipotéticamente, éste podría entenderse como el primer paso en la formalización de una plena relación política y diplomática. Hay que recordar el precedente de las relaciones establecidas en los años 70 entre la Alemania Federal y la Alemania Democrática, después de dos decenios de mutuas descalificaciones políticas e ideológicas. No todos los casos son extrapolables, ciertamente. Pero la exitosa consecución de este acuerdo pone de relieve cuán insondables son las posibilidades de la globalización.


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