Psicólogo y académico de la Universidad de Massachusetts Boston, se refirió a las consecuencias de las temperaturas extremas en la salud mental de las personas. Asimismo, sobre la resiliencia, comentó que tal como lo ha hecho Chile o Japón en cuanto a la preparación ante a los terremotos, se deberían crear las condiciones para hacer frente a la emergencia climática global.
RED ASIA PACIFICO OPINA, CAMBIO CLIMATICO, CALOREXTREMOPsicólogo y académico de la Universidad de Massachusetts Boston, se refirió a las consecuencias de las temperaturas extremas en la salud mental de las personas. Asimismo, sobre la resiliencia, comentó que tal como lo ha hecho Chile o Japón en cuanto a la preparación ante a los terremotos, se deberían crear las condiciones para hacer frente a la emergencia climática global.Biblioteca del Congreso Nacional de Chile
Gonzalo Bacigalupe es máster en salud pública en la Universidad de Harvard, además de académico e investigador asociado en Creasur de la Universidad de Concepción. Consultado sobre las consecuencias de fenómenos como el calor extremo que tal como sucedió en el caso australiano aumentaron la demanda por atención en salud mental, señaló que en nuestro país es necesario que haya más acceso a espacios verdes como parques, cerros o ríos para el descanso del ruido y el ajetreo de la vida urbana. Más de sus reflexiones, en la siguiente entrevista.
Manifestaciones psicológicas del cambio climático
”Cuando los psicólogos y los profesionales de la salud mental abordamos el tema de la emergencia climática desde dos perspectivas. En primer lugar, nos centramos en su impacto en la salud mental de las personas, especialmente en términos de ansiedad, preocupación y los traumas que originan sus efectos. En segundo lugar, nuestras propias conductas y cómo prevenir y mitigar la intensificación de esta emergencia. A menudo tenemos que tratar a personas que se sienten exhaustas o ansiosas por la situación.>
Pero también, un efecto notable se observa entre las personas involucradas en el activismo climático. Muchas veces, la magnitud de los problemas que enfrentan genera una sensación de que las acciones individuales son irrelevantes, lo que puede llevar a la desmotivación, a pesar de que existen acciones pequeñas que pueden tener un impacto significativo.
Por eso, en el contexto de la crisis ambiental es importante considerar lo que ocurre en las ciudades, donde vive la mayor parte de la población en Chile. La contaminación del aire y del agua, así como el ruido, son factores que afectan gravemente la salud física y mental. Además, el estilo de vida urbano asociado a esta crisis tiene un impacto considerable en la calidad de vida y la expectativa de vida de las personas, así como en la calidad de sus relaciones.
Es fundamental señalar que la vulnerabilidad social intensifica los efectos de la crisis climática. Por ejemplo, las altas temperaturas y los cambios climáticos extremos afectan más a quienes enfrentan situaciones precarias y tienen acceso limitado a vivienda de calidad. En Chile, hemos observado un incremento en las temperaturas en menos de una generación. Estas temperaturas elevadas, especialmente durante la noche, tienen un impacto significativo, y muchas personas no pueden acceder a aire acondicionado o sistemas de filtración de aire. Además, el acceso a áreas verdes es un gran desafío en nuestro país, ya que para la mayoría de las personas está bastante restringido”.
El ejemplo de las olas de calor extremo en Australia y una mayor demanda por atención en salud mental
”Está comprobado que, cuando la temperatura aumenta, las personas duermen menos y su calidad de sueño se ve afectada. Ello, a su vez, genera irritabilidad, disminuye la relajación y dificulta la regulación emocional. Esto es bastante evidente.
Sin embargo, hay que reconocer que no toda la población es consciente de que las temperaturas extremas están relacionadas con el cambio climático y que esto a su vez afecta a la salud. Algunos lo ven simplemente como un aumento de las temperaturas o parte de eventos extremos aislados, como las intensas lluvias que tuvimos hace más de un mes. Pero estas condiciones impactan la vida cotidiana de las personas, especialmente en áreas donde se depende de una cierta regularidad en el ambiente.
Es importante señalar que muchas personas viven en zonas densas. Si bien esto no es negativo en si mismo -ya que en muchas ciudades y pueblos de Europa la densidad es común-, es fundamental que en esos lugares haya acceso a espacios verdes como parques, cerros, ríos o lagos a poca distancia. Esto permite a los habitantes descansar del ruido y el tráfico característicos de la vida urbana.
En Chile, esta situación se complica por la percepción de que los entornos urbanos son inseguros. Así, la crisis climática se entrelaza con otras crisis sociales. Personalmente, creo que la crisis migratoria en Chile está relacionada en parte con el desplazamiento de poblaciones desde las zonas ecuatoriales hacia el sur o el norte”.
Mejorar la resiliencia de las comunidades urbanas y rurales
”Podría definir la resiliencia como la capacidad de las personas a adaptarse a las circunstancias, pero no podemos ser resilientes si no se dan las condiciones adecuadas. Por ejemplo, como país, hemos aprendido a ser resilientes frente a los terremotos. En los últimos cien años, especialmente desde el terremoto de Chillán, hemos ido descubriendo cómo construir ciudades más resilientes. Ahora sabemos que un terremoto de 7.0 no nos impactará de la misma manera que podría afectar a otros países.
Es fundamental aprender de esta experiencia y preguntarnos cómo podemos prevenir y prepararnos para lo que se avecina. Sabemos que enfrentaremos veranos intensos, con temperaturas altas desde noviembre hasta marzo, lo que significa que debemos actuar para ayudar a las personas vulnerables a fortalecer su resiliencia. Es crucial pensar en cómo garantizar el acceso al agua, especialmente en un contexto de sequía permanente. Recuerdo que, siendo niño, viví la sequía de mediados de los años 60, que duró varios años. Ahora, sin embargo, estamos en una situación de sequía que se ha extendido por décadas.
Debemos aplicar el conocimiento adquirido sobre cómo enfrentar desastres naturales, como los terremotos. Hemos aprendido lecciones valiosas en este aspecto, similar a lo que ha hecho Japón. Esas lecciones deben traducirse en acciones frente a la crisis climática actual. Por ejemplo, no podemos esperar a diciembre para pensar en los incendios forestales; debemos comenzar a planificar ahora. Aunque se están haciendo esfuerzos, es necesario reflexionar seriamente sobre cómo prevenir y mitigar los incendios, así como restringir ciertas actividades humanas en áreas vulnerables.
Los incendios son amenazas que son parte normal de la naturaleza, pero debemos enfocarnos en evitar aquellos que son provocados por la actividad humana. Recientemente, hemos visto desastres significativos, como el ocurrido en Viña del Mar. Debemos considerar los escenarios más adversos y actuar en consecuencia. No podemos asumir que simplemente reaccionaremos ante una emergencia, aunque somos bastante buenos en eso, pero esa mentalidad no resuelve nada”.
Educación ambiental y resiliencia ante desastres
”Creo que los currículos de las escuelas, tanto de educación básica como secundaria, deben ser adaptados a las realidades locales. Esto es algo en lo que trabajé justo antes de la pandemia y considero que es muy importante. Por ejemplo, si un liceo o escuela se encuentra en una zona de tsunami, es fundamental que la institución participe activamente en la prevención, especialmente en caso de evacuación. Los alumnos y profesores deben adquirir conocimientos que formen parte de la cultura del lugar. La resiliencia es una cuestión cultural.
Esto implica que el currículo debe ajustarse a la localidad. En el caso de una escuela en La Florida o Peñalolén, por ejemplo, se debe pensar en cómo manejar los desplazamientos masivos tras un evento extremo, como un aumento considerable de temperatura en la cordillera. Es vital entender qué medidas tomar en caso de desastres en esas áreas.
Asimismo, en lugares como Cartagena, San Antonio o San Sebastián, donde hay escuelas ubicadas a pocos metros del mar, es esencial conocer el territorio desde la perspectiva del riesgo de tsunami y saber cómo reaccionar ante esta amenaza. Esto no solo proporciona información científica, sino que también involucra aspectos sociales y culturales. La misma lógica aplica para el centro-sur y el sur del país en relación con los incendios forestales.
Es crucial que todos nos convirtamos en actores activos en la prevención y mitigación de desastres. No solo debemos ser solidarios cuando ocurre una tragedia, sino también sentirnos parte del proceso preventivo. Un aspecto importante relacionado con la salud mental es la sensación de agencia y control sobre el entorno, lo cual empodera a las comunidades y familias. La generación de conocimiento práctico puede hacer que las personas se sientan más seguras, reduzcan su ansiedad y mejoren su calidad de vida. Esto es vital no solo para salvar vidas durante una amenaza, sino también para afrontar las situaciones cotidianas.
Además, es fundamental conocer nuestra historia. Por ejemplo, muy pocas personas en Santiago saben lo que ocurrió en la Iglesia de la Compañía, donde falleció una gran cantidad de la población femenina de la época. Necesitamos socializar más sobre estos eventos no para generar miedo, sino para preguntarnos cómo podemos prevenirlos.
La sociedad civil tiene un rol central en este proceso, colaborando con organismos competentes como bomberos y equipos de emergencia costera. Hay un vasto potencial sin explotar para potenciar el aprendizaje y la alfabetización sobre desastres. Un documental que realizamos antes de la rebelión de octubre aborda cómo los desastres son parte de nuestra identidad, al igual que la empanada y el vino tinto. Debemos asumir esta realidad desde una perspectiva positiva y no como una condena inevitable”.
Consideraciones para el trabajo parlamentario
Una de las cuestiones que debemos considerar es que hay que abordarlo de manera positiva. No se trata de preguntarnos qué hacemos con el drama, sino de cómo prevenimos estas tragedias. Invertir en prevención y mitigación puede no parecer evidente, pero es mucho más económico que enfrentar las consecuencias de un desastre. Es más costoso para el Estado responder únicamente a emergencias, ya que esta respuesta siempre será insuficiente.
Propongo que la terminología relacionada con desastres y la reducción del riesgo, que también se aplica a la crisis climática, debería ser un componente fundamental de nuestra Constitución. Sin embargo, a menudo la vemos como algo adicional, como si no tuviéramos control sobre la situación. Un aspecto educativo central es entender que la crisis climática y los desastres no son fenómenos naturales, sino más bien resultados de nuestras vulnerabilidades y de nuestras incapacidades para enfrentar esas amenazas.
No puede ser que en la capital, donde viven siete millones de personas, llueva y haya cortes de luz. Esta situación es inconcebible, ya que la falta de electricidad implica también la falta de agua. Esto no debería ocurrir, independientemente de quien esté a cargo, ya sea en el ámbito público o privado, es simplemente inaceptable. Del mismo modo, es inaceptable para nosotros los chilenos aceptar que el agua potable no sea accesible”.
Por equipo Asia Pacífico: asiapacifico@bcn.cl
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