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Asia Pacífico | Observatorio Parlamentario

Juegos Olímpicos y la Imagen país

08 agosto 2008

Al abrirse la competencia oficial de los Juegos Olímpicos el liderazgo de Beijing puede tomar aire, al menos por un tiempo.

Al abrirse la competencia oficial de los Juegos Olímpicos el liderazgo de Beijing puede tomar aire, al menos por un tiempo.

Es que los meses de preparación para estos Juegos se han vuelto insoportablemente largos para la dirigencia china. Lo que sería un mega evento destinado a promover una nueva imagen de China, moderna e incorporada al mundo, se transformó en un boomerang.

Era evidente que las Olimpiadas darían alta visibilidad a China, pero ¿sería ella positiva o negativa en el saldo final? Se sabe que la visibilidad en comunicaciones no es un bien en sí mismo, y en esta primera fase parece claro que ha traído un saldo negativo a China.

Hoy la opinión pública está más informada y sensibilizada a varios temas problemáticos para el gobierno chino: la situación del Tibet y del Dalai Lama, su actitud en Sudán, los derechos humanos y las libertades políticas, sus problemas ambientales, la seguridad de los productos que exporta, la pobreza del interior que contrasta con la floreciente costa, etc.

¿Por qué Beijing realizó una apuesta de esta magnitud, en que varios de los hechos ocurridos eran predecibles? Más allá de que había una lista de adversarios del régimen que tomaría ventaja de esta coyuntura, es sabido que los medios de comunicación internacionales generalmente se centran en aspectos desagradables para los gobiernos y que son especialmente renuentes a ser instrumentos de campañas oficialistas.

Aquí aparecen los sesgos de cada élite política. En el caso chino, el diseñar unas Olimpiadas es algo relativamente simple al lado de las grandes empresas económicas y políticas que han realizado. Existe una historia de masiva movilización en torno a grandes proyectos de infraestructura y objetivos simbólicos.

Además Beijing ha acumulado una gran habilidad en el manejo interestatal, en parte debido a su enorme capacidad compradora de una variedad de commodities. La presión de China se siente cuando la ejerce.

Todo ello, sumado a la convicción de que China es una civilización de tal peso que quien la conozca solo puede sentir admiración por ella, ha estimulado al liderazgo chino a tener confianza en las propias capacidades para manejar las Olimpiadas.

Con esta confianza, el gran dragón no percibió su Talón de Aquiles: su inexperiencia en la lucha comunicacional internacional. Entró en una arena movediza, llena de actores difusos, con lógicas que se escapan a presiones interestatales, con una opinión pública sin domicilio conocido.

Sin embargo, Beijing tiene una segunda oportunidad. El desarrollo de los Juegos cambia el ambiente, el clima deportivo tiende a primar. La China se vuelve amable nuevamente.
Aunque haya protestas e incidentes, serán opacados por el interés en las medallas, por el despliegue de asombrosas habilidades y competencias en una amplia gama de deportes, y por cientos de programas misceláneos que mostrarán un rostro amigable de China.

Obviamente, un atentado terrorista en Beijing mismo o en lugares de alto simbolismo para China cambiaría totalmente el cuadro, y sería una humillación sin precedentes para el liderazgo chino. Por ello, la seguridad desde hoy comienza a ser la prioridad uno para el gobierno.

Aunque Beijing no lo ha explicitado, intenta ser el ganador de los Juegos en el número de medallas y superar a Estados Unidos. Si lo logra, obtendrá una gran inyección de alegría, optimismo y orgullo nacionalista que compensaría los malos ratos vividos hasta ahora.

Le daría a Beijing legitimidad interna, algo que le importa más que su imagen internacional.

Reforzaría el contrato social no escrito en China: el pueblo aprovecha las oportunidades económicas creadas y el Partido Comunista tiene el derecho exclusivo a gobernar. Así cada uno puede volver a lo suyo con energías renovadas.

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