11 marzo 2021
La necesidad de confinarse produjo nuevas condiciones laborales, familiares y sociales que intensificaron el desarrollo de patologías psiquiátricas como la depresión o la ansiedad, y su consecuente fallecimiento. Frente a esta realidad, el gobierno nipón creó una nueva cartera para reducir las muertes, producidas en un preocupante contexto de envejecimiento demográfico.
CORONAVIRUS COVID-19, PSICOLOGIA, JAPON, CORONAVIRUS, MINISTERIO DE LA SOLEDAD JAPON, MINISTERIO DE LA SOLEDAD, POLITICAS PUBLICAS ASIA PACIFICO La necesidad de confinarse produjo nuevas condiciones laborales, familiares y sociales que intensificaron el desarrollo de patologías psiquiátricas como la depresión o la ansiedad, y su consecuente fallecimiento. Frente a esta realidad, el gobierno nipón creó una nueva cartera para reducir las muertes, producidas en un preocupante contexto de envejecimiento demográfico. Biblioteca del Congreso Nacional de ChileEl Covid-19 puso una cuota significativa de presión a todos los países del mundo, sin embargo, en el caso de Japón esta nueva realidad afectó de sobremanera a una población culturalmente centrada en el éxito y en evitar a toda costa la vergüenza social del fracaso, incluso con la vida si es necesario. Hoy los japoneses cuentan con un Ministerio de la Soledad que pone un ojo a este fenómeno que día a día cobra más vidas producto del suicidio. Más detalles de este caso y su contraste con el caso chileno, en la siguiente nota.
Las medidas para controlar los contagios del Covid-19 han supuesto una reacomodación de la vida de las personas en varios aspectos, tanto en lo familiar como en lo laboral. Si bien esta situación es compartida por gran parte de la población mundial, hay realidades que han tenido características e intensidades propias, ya sea por una alta tasa de contagios, o porque existe una codificación cultural que hace de los cambios una experiencia peligrosamente traumática.
Esto es precisamente lo que ha sucedido en Japón, donde la difícil situación económica, sumada a las medidas de aislamiento preventivo y a mayores presiones impuestas por las compañías para que sus trabajadores mantengan sus ritmos productivos -a pesar de las complicaciones propias del teletrabajo- han llevado a un aumento de cuadros de angustia, depresión y suicidio entre los nipones.
Pero esta realidad no es exclusiva del país asiático, de hecho durante el segundo trimestre de 2020, pocos meses después de declaradas las medidas de confinamiento para impedir los contagios, la Organización Mundial de la Salud alertó sobre los estragos de la pandemia en la salud mental de las personas. Más aún, el 10 de octubre durante la conmemoración del Día Mundial de la Salud Mental, la Organización Panamericana de la Salud dio cuenta de datos alarmantes a nivel mundial, como que una persona se suicida en el mundo cada 40 segundos, aproximadamente.
En este caso, Japón es el sexto país de la OCDE con más suicidios -Corea del Sur ocupa el primer lugar- con casi 15 por cada 100 mil habitantes. Según el World Population Review en una reciente publicación, la tasa de suicidio entre los nipones está rozando el nivel de crisis. Y aunque el gobierno ha emprendido esfuerzos para evitarlos en las poblaciones más vulnerables, es la principal causa de muerte en hombres entre los 20 a los 44 años, y en mujeres entre los 15 y 34 años.
Una de las razones que explicaría esta situación es que los hombres -que por causa de la pandemia han perdido su ingreso- toman esta drástica decisión al verse impedidos de mantener a sus familias. Además de un agravante cultural, centrado en que la gran mayoría de los japoneses tiene expectativas de permanecer toda la vida en un mismo trabajo y casados con la misma persona, por lo tanto, frente a la presión de conservar esta condición, cualquier alteración es considerada como un fracaso irremediable.
Una interesante nota sobre la cultura solitaria de Japón fue escrita por Julián Varsavsky, autor del libro “Japón desde una Cápsula”, en el sitio argentino Página 12. En ella describe que en el país nipón hay más de ocho millones de casas vacías y que uno de cada tres habitantes vive sólo en un departamento pequeño. Ante esta masificación de la soledad, potenciada además por la decreciente natalidad, las altas tasas de suicidio en contexto de la pandemia son vistas por las autoridades de una manera más preocupante.
Entre otros factores que alimentan esta preocupación estarían los culturales, pues se produce una conjunción de elementos que favorecen conductas y pensamientos suicidas. Por ejemplo, el concepto de muerte voluntaria heredado de la cultura samurai, construido sobre una imagen de purificación del honor ante un fracaso. Algo de esta sensación y su proyección social se evidencia en los hikikomoris, jóvenes deprimidos que viven encerrados en sus habitaciones. Aún mantenidos por sus padres, podrían pasar alrededor de 13 años encerrados. Hoy existen cerca de dos millones de hikokomoris y si el Estado nipón no hace nada al respecto, podrían alcanzar los 10 millones.
En todos estos casos, la necesidad de escapar de la realidad se explica por una razón: vergüenza ante el fracaso. Tanto las presiones familiares, escolares, como las laborales, la alta competencia y el acoso, generan una sensación de inferioridad en aquellos que no han sabido demostrar aptitudes a tiempo, por lo que se sienten relegados a una sensación de ostracismo y su consecuente depresión suicida.
Más aún, el miedo de acabar en medio esta condición de fracaso lleva a otro fenómeno cultural: la muerte por exceso de trabajo, o conocida por el término Karoshi en japonés. Se trata de personas que fallecen de un paro cardíaco o de un accidente cerebral -comenta Varsavsky en su nota- causado por exceso de estrés, o a la fatiga por estar tantas horas sin descanso. A esto se suma el Karoshisatsu que es el suicidio por la depresión o fatiga causada por el trabajo extremo.
Para Mariane Krause, doctora en psicología de la Universidad Abierta de Berlín y decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica, la soledad es una causa significativa para comprender algunas de las patologías de salud mental desarrolladas durante la pandemia. “Hay que partir por la base, y la base es que los seres humanos somos seres vinculares, vale decir que el tener vínculos con otros es una necesidad básica, como lo pueden ser otras cosas como dormir, ejercitarse, etc. Los vínculos interpersonales son eso, y cuando se ven amenazados se producen problemas de salud mental, eso pasa en todas las culturas", explicó.
En este contexto cultural afectado por las medidas de aislamiento para enfrentar la crisis sanitaria de la pandemia, pero también en consideración de la experiencia británica, el primer ministro nipón, Yoshihide Suga, nombró a Tetsushi Sakamoto como Ministro de la Soledad, con el propósito de darle seguimiento y revertir creciente aumento de la tasa de suicidios.
La pandemia no sólo supuso un gran desafío a la productividad de los japoneses a través de las exigencias del teletrabajo, sino también a su estado anímico, pues a la pérdida de socialización producida en el contexto laboral se suma la prohibición de reuniones sociales con el fin de evitar los contagios. Tales impedimentos y reacomodos en la vida diaria han hecho que la población nipona se sienta cada vez más estresada y también más sola.
Una nota del Asia Nikkei señala que la principal tarea encomendada por el Primer Ministro a Sakamoto es examinar en profundidad este fenómeno y presentar una estrategia integral. Para ello, el nuevo ministerio tiene programada la reunión de un equipo especialmente dedicado a la comunicación entre agencias y liderar un foro de emergencia conformado por distintos actores para evitar la soledad y el aislamiento social.
Pero también será de preocupación del nuevo ministerio la compleja realidad que viven las mujeres, pues casi siete mil se quitaron la vida. Según describen Motoko Rich y Hikari Hida en The New York Times, la incesante lucha de madres y esposas por las disparidades en el reparto del trabajo doméstico y la crianza, genera también situaciones de violencia doméstica agresiones sexuales.
El suicidio para estas mujeres ha sido la vía de escape, sobre todo porque fuera de sus hogares, la presión de cumplir con las exigencias sanitarias y evitar los contagios recae en las mujeres, consideradas las principales cuidadoras. Por lo tanto, frente a los contagios de cualquier miembro de la familia, la humillación pública se deposita sobre las mujeres.
De tal manera, esta realidad que afecta a toda una sociedad culturalmente condicionada y que poco a poco cobra una mayor cantidad de víctimas, hace que este nuevo ministerio tenga un gran desafío por delante: cambiar percepciones en el corto plazo, modificar patrones culturales y reducir los crecientes suicidios. Para lograr aquello, atender la salud mental de los japoneses es fundamental.
Si bien la salud mental de los chilenos se ha visto afectada durante la pandemia y ha habido un aumento significativo de licencias médicas asociadas a problemas de salud mental, a diferencia de Japón en nuestro país se ha registrado una disminución de los suicidios durante la pandemia. Según cifras del Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS), durante 2020 se registraron 1.582 fallecimientos por lesión autoinfligida intencionalmente. Esta cifra es menor en comparación con los 1.894 de 2019.
Esta tendencia es explicada en un artículo publicado en Ciper Académico por Fabián Duarte, Álvaro Jiménez y Vania Martínez, quienes con datos del “Termómetro Social”, una encuesta longitudinal realizada en el Núcleo Milenio en Desarrollo Social (Desoc), analizan parte de la situación actual en nuestro país. En la publicación señalan que las tasas de suicidio tienden a disminuir en el marco de crisis o desastres socioculturales a gran escala. Ello porque la experiencia compartida de la crisis conduciría a las personas a apoyarse mutuamente y, en consecuencia, fortalecer sus vínculos sociales.
De igual manera, en las personas se crearía una percepción distinta sobre la muerte, debido a una valoración diferente sobre la salud frente a la expansión del virus. No obstante, los autores aclaran que esta disminución puede ser auspiciosa, pero es posible que luego de esta baja se produzca “un aumento sostenido en los meses siguientes”, pues el suicidio más que un acto individual es un hecho social.
Cabe destacar que el Desoc desde mayo de 2020 monitorea la salud mental de chilenas y chilenos mayores de 18 años. Entre sus principales conclusiones se extrae que el Covid-19 ha traído más incertidumbre a los hogares, por lo tanto, se asocia a síntomas de ansiedad y depresión. Sin embargo, la cuarta versión del Termómetro Social realizada entre septiembre y octubre de 2020, señaló que solo un 6,7 por ciento de los participantes declaró haber tenido pensamientos suicidas o autolesivos durante las dos últimas semanas.
Asimismo, las ideas suicidas son más frecuentes en jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y 35 años. Más aún, entre quienes se sienten excluidos o aislados (22,5 por ciento) en comparación a quienes no se sienten de esa manera (1,6 por ciento). Pero también cuando se percibe un bajo apoyo social (12,9 por ciento) en contraste con quienes lo sienten alto (2,9 por ciento). A esto se agrega la variable económica, pues se produce una tendencia mayor en quienes viven en hogares con ingresos menores a 540 mil pesos (7,1 por ciento) en comparación con quienes superan los 940 mil pesos (2,9 por ciento). Además de todo esto, las ideas suicidas son recurrentes entre quienes se sienten sobrecargados de deudas.
Los autores en la publicación sostienen que sólo el 17,2 por ciento de las personas que han presentado pensamientos suicidas o autolesivos ha logrado acceder a tratamientos durante los últimos meses.
Un interesante análisis sobre el rol de las políticas públicas en la prevención o mitigación del suicidio en el contexto de la pandemia tuvo la doctora en psicología Mariane Krause, para quien es bien complejo prevenir desde las instituciones. “Hay desde medidas tan puntuales como tener lugares de fácil acceso donde pedir ayuda. Esto existe en muchos países europeos, son lugares de atención muy accesible y las personas no tienen que identificarse, incluso se les brinda atención telefónica rápida. Eso ayuda en momentos de crisis puntuales que se pueden gatillar. Pero en términos del sustrato, lo que podemos hacer desde la política pública -porque eso no solamente incide favorablemente en disminuir o mitigar las tasas de suicidios sino que en el bienestar psicosocial- es favorecer iniciativas colectivas”, señaló.
Sobre esta idea, afirmó que en nuestro país existe cierta complejidad cultural. “En Chile tenemos una historia particular con lo colectivo porque antes éramos más colectivistas, pero ahora no lo somos. También hay mucha desconfianza. Todas las encuestas y distintos estudios que se han hecho en el último tiempo muestran lo mismo: la confianza en los demás va en retroceso. Un individuo que tiene vínculos sociales frágiles y que además no confía, no está en muy buenas condiciones para reconstruirlos y ahí pienso que la política pública si puede ayudar, en términos de intentar restablecer las confianzas”, sostuvo la decana.
En complemento de lo anterior, comentó que el aspecto comunicacional es muy importante. “En la medida de que seamos capaces de tener mensajes claros para la población en términos de qué hacer con la pandemia, pero también de proyectos a través de los cuales se pueden vincular con otros, con incentivos claros, también en la línea de la veracidad de la información, podemos lentamente reconstruir parte de esta confianza. Para ello se requiere de mucho trabajo porque en Chile eso está casi destruido”, aseveró.
A diferencia de Japón, en nuestro país no se ha planteado la posibilidad de crear una institución orientada a mitigar los efectos nocivos de la soledad en el suicidio, sin embargo la experiencia nipona es útil a la hora de abordar los efectos de la pandemia en la realidad chilena. En opinión de Mariane Krause, un ministerio para atender problemas de salud mental debería tener un enfoque diferente. “Jamás le pondría “Ministerio de la Soledad” porque los mensajes son muy importantes y si le ponemos un nombre por el problema en vez de nombrarlo por su solución, lo estaríamos instalando más aún. Una cosa son las tasas de depresión que tenemos, pero otra cosa es destacar que en Chile hay un problema de soledad grave”, afirmó.
En la misma línea, agregó que sería idónea una institución que remarque metas como felicidad o bienestar. “Podría ser un Ministerio de la Calidad de Vida, pero planteado en términos amplios porque no me refiero solamente al bienestar económico que también es muy importante. Tenemos que tener siempre presente que los problemas de salud mental se distribuyen desigualmente en función de los niveles de ingreso, es decir que a menor ingreso, mayores problemas de salud mental, eso es un dato muy importante para nuestro país. Lo económico es muy importante, el acceso a educación, la cultura también, pero si nosotros tuviéramos una entidad preocupada del bienestar socioemocional, de la calidad de vida, pienso que avanzaríamos muchísimo porque podríamos generar políticas que apunten a eso, a que los individuos se sientan contentos y estemos conformes con nuestras vidas”, concluyó.
Una visión desde el Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz sobre la realidad en nuestro país, fue compartida por Francisco Hernández Cerda, psicólogo clínico de la Universidad Católica, quien actualmente se desempeña en dicho instituto, específicamente en la atención cerrada. Desde su experiencia comentó que en efecto en los meses de pandemia hubo una percepción de cierta disminución de casos suicidales, aunque otras patologías tuvieron mayor necesidad de hospitalización. “Llegaban personas con desencadenamientos de sus psicosis -por lo que significa muchas veces perder el cotidiano- pero después y ahora con las aperturas de las ciudades volvimos a ver los casos que veíamos usualmente respecto de -fallidos- intentos de suicidio. El fenómeno señalado anteriormente obligó a repensar cuestiones en torno a lo social, al mismo tiempo que sabemos que los indicadores asociados a sucidio están en relación con aristas socioeconómicas. Ahora, respecto de la pregunta por la soledad, a propósito de lo señalado de Japón, en las poblaciones más vulnerables a nivel socioeconómico, encontramos hogares que más que caracterizarse por una soledad entendida como una falta de personas, comúnmente viven en hacinamiento, por lo que podríamos entrar a discutir si se puede sentir soledad o desesperanza aún estando con gente al lado”, comentó.
De igual manera, supone estar atestiguando lo señalado por Jiménez, Duarte y Martínez en cuanto a que existe la posibilidad respecto de un posible aumento de la tasa de suicidios luego de la pandemia y su necesidad de confinamiento. “Muchos de los pacientes nominados como psicóticos que tuvieron que hacer cuarentena no lo pasaron tan mal porque eran pacientes que ya estaban acostumbrados a estar encerrados, o bien, en algún momento de la trayectoria de su padecer necesitaron de alguna hospitalización, para ellos era una cosa conocida. Pero luego de que se empezó a abrir Santiago, empezaron a llegar más problemáticas suicidas, pacientes con temas más bien caracterológicos, con conflictos siempre asociados al desgaste de las relaciones familiares o al aburrimiento. Por eso pienso que a medida que se vaya abriendo la ciudad, las tendencias suicidas podrían ir aumentando en la medida que el malestar que les aqueja tenga un lugar”, añadió.
En relación a la forma cómo se ha atendido esta situación desde las instituciones, explicó que existe una voluntad por parte de los trabajadores en atender los problemas en tanto de que se han realizado iniciativas para sopesar como la situación ha afectado a la red de salud mental -dificultad expresada en falta de camas, dificultad de circulación y pérdida de la presencia. Sin embargo, señala problemas antiguos asociados a salud mental. “La visión bajo la cual se implementan políticas en torno a salud mental son totalmente de costo-eficiencia, entonces nos encontramos con un empuje a tratamientos de corto plazo, basados en evidencia que no se condice muchas veces con la realidad de los territorios a los cuales pertenecen los pacientes. En paralelo, la gente que tiene acceso a tratamientos de largo aliento, con fármacos de última generación, tienen mucho mejor pronóstico que aquellos que reciben tratamientos en un sistema que está totalmente agotado, cuestión que da cuenta de que la Salud Mental está en profunda relación con problemas socio-políticos. Bajo esa premisa, lo que se sugiere, al menos con lo que uno se encuentra bibliográficamente, es que las políticas de salud que se elaboren siempre deben estar orientadas a corregir inequidades asociadas a estas brechas”, explicó.
Por equipo Asia Pacífico: asiapacifico@bcn.cl
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