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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DE SANTIAGO ARATA GANDOLFO, EX ALCALDE DE ARICA.

Autores

El señor LAGOS.-

Señor Presidente, Honorables colegas:

Deseo ocupar algunos minutos para rendir, desde el Senado de la República, un sincero homenaje a un hombre de excepción que, cumplida su misión terrenal, ha entrado en los insondables horizontes de la eternidad.

Don Santiago Arata Gandolfo , Alcalde de Arica , nos ha dejado, provocando en dicha ciudad un sentimiento de unánime pesar, no sólo porque se siente privada de uno de sus vecinos más notables, sino, además, porque miles de ariqueños, cualesquiera que fueren sus creencias, convicciones políticas, edad o condición, sienten que han perdido un amigo, un amigo en el más cabal y amplio sentido de la palabra.

Porque si algo caracterizó a este hombre excepcional, si algo le confiere títulos irrefutables como para reclamar un lugar de privilegio en el recuerdo imperecedero de su pueblo, más allá de su extraordinaria trayectoria como maestro, como vecino, como dirigente político -que ya sería suficiente-, él se ganó un lugar muy especial en el corazón del pueblo, por su tremenda hombría de bien, por una calidad humana que escapaba a raudales a través de su palabra, siempre amable y cordial; a través de su saludo afectuoso y de su limpia mirada.

El siempre fue el amigo de todos. Su disposición de servicio no hacía diferencias. Y porque nunca las hizo, su vida entera fue un acto permanente de servicio a los demás; o, lo que viene a ser lo mismo, su vida entera fue un acto de amor permanente a Chile, a Arica y a su gente. Desde la sala de clases; desde la añorada Junta de Adelanto de Arica; desde el Cuerpo de Bomberos; desde el Municipio ariqueño; desde las numerosas organizaciones a las que perteneció y dirigió, no hizo sino amar a los demás, en un gesto de generosa obediencia al imperativo evangélico.

Alguien ha dicho que Arica, más que una ciudad para vivir, es una modalidad de vida; un reto permanente a la naturaleza; una lucha interminable; un lugar remoto de la patria en donde el sentido de nacionalidad asume características de desafiante militancia. En Arica nadie puede darse el lujo de olvidar, ni un instante siquiera, la carga y las responsabilidades que implican algo aparentemente tan simple: ser chileno. Allí todo cuesta; nada se da sin el desvelo permanente de sus moradores. Nada se nos entrega sin grandes sudores ni quebrantos. Mantener la bandera de Chile al tope, en la cima del Morro; arrancarle un trozo siquiera al desierto para hacerlo sementera; romper la gruesa coraza de indiferencia e incomprensión de los poderes centrales respecto de esta tierra heroica, en esa lucha permanente, siempre estuvo Santiago Arata , encabezándola, orientándola, aportando nuevas ideas, sembrando nuevas esperanzas cuando ya no quedaba ninguna. Y, si es cierto que ser ariqueño es ser chileno dos veces, Santiago Arata ha sido el más chileno de todos.

Murió como Alcalde de la ciudad que tanto amó. Y como él creía que ser Alcalde , más que un honor, era una ocasión de servicio, murió sirviendo.

Desde esta tribuna deseo hacer llegar mis más sinceros sentimientos de pesar al Partido Radical, la vieja e histórica casa a la que Santiago Arata convirtió en el cauce a través del cual dio satisfacción a sus ansias de servicio público. Maestro, al fin, desde este Partido Santiago Arata le regaló al norte de Chile la más brillante cátedra de auténtica democracia, pero de una democracia real, de una democracia que no se agota en simples formalidades electorales. Porque la democracia de Santiago Arata fue una modalidad de vida, algo que brota, no de los textos de una Constitución o de leyes, que son esencialmente derogables, sino de las profundidades del alma, que es la morada natural de las mejores virtudes de un ciudadano.

Quiero, asimismo, testimoniar mis simpatías, en estos momentos de dolor, a la familia de Santiago Arata, especialmente a la señora América Becerra Carrasco , su compañera de toda una vida, compartida entre sueños y angustias, entre dolores y risas. Quiero compartir con ella y su hijo Santiago el dolor inmenso que les ha producido su desaparecimiento. Pero, igualmente, deseo compartir con ellos la esperanza en una vida más allá del tiempo.

En el fondo de mi espíritu abrigo la convicción de que Santiago Arata no ha muerto totalmente: lo que hemos ido a depositar afectuosamente en la tierra ariqueña no es sino su pura materialidad. Pero más allá de ella, Santiago Arata Gandolfo , de una manera tan misteriosa como real, vivirá no sólo en el recuerdo de los suyos, en el pensamiento de sus amigos y en el corazón de su pueblo; seguirá vigorosamente vivo en la ciudad de Arica o, lo que es igual, seguirá vivo combativamente en las luchas de Arica por días mejores. Llegará para nosotros el momento del consuelo, pero no el del olvido.

Santiago Arata Gandolfo puede descansar en paz, porque su testimonio permanente de vida se ha transformado, para los ariqueños, en una lección, en un desafío y en una idea. Y en Arica, para los ariqueños, las lecciones no se olvidan, los desafíos no se evitan, las ideas no mueren.

He dicho.

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