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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DEL TENIENTE HERNÁN MERINO CORREA, EN EL 29° ANIVERSARIO DE SU MUERTE.

Autores

El señor WALKER (de pie).-

Señor Presidente, en nombre y representación de la bancada de Diputados del Partido Demócrata Cristiano, nos sumamos al sentido y merecido homenaje al Teniente Merino, al conmemorarse 29 años de los trágicos sucesos de Laguna del Desierto.

Rendimos un homenaje a él, a su familia y a su institución, algunos de cuyos representantes se encuentran presentes entre nosotros: su hermana, doña Ana María Merino Correa; su sobrino, Guillermo Felipe Merino; y parte de la promoción 1956-1957 de Carabineros, a la que perteneció el Teniente Merino.

Fueron el mayor Torres, el Teniente Merino, el sargento Manríquez, el cabo Menar y los carabineros Soto y Villagrán los que quedaron en el puesto de avanzada, tras la orden de levantar el campamento y volver a la casa de Juana Sepúlveda, comunicada por el carabinero Igor Víctor Schaf, en virtud de órdenes superiores y en medio de condiciones dificilísimas, en ese mismo sábado 6 de noviembre de 1965.

La orden se cumplía con la misma disciplina que algunos días antes había llevado a la patrulla de Carabineros a acudir, también en virtud de órdenes superiores, en ayuda del poblador Domingo Sepúlveda, quien ocupaba, junto a sus hermanos, el lote N° 22, ubicado en territorio chileno y entregado en dominio por el Estado de Chile, a su padre, don Ismael Sepúlveda Ríos, por decreto N°562, del Ministerio de Tierras y Colonización, con fecha de 13 de abril de 1937, dentro de un loteamiento realizado en la zona, en 1933, es decir, en territorio chileno.

La dotación de Carabineros se constituía en una verdadera avanzada de nuestra soberanía, en un patrullaje que, como es habitual en la institución, velaba por la integridad de nuestro territorio nacional.

Como ya habían advertido el movimiento de tropas argentinas y la presencia de aviones de la Armada del vecino país, y a fin de tomar los debidos resguardos para asegurar un traslado tranquilo al punto señalado, fue el propio Teniente Merino quien realizó la última ronda de vigilancia en la tarde de ese mismo 6 de noviembre, habiendo alcanzado a informar al mayor Torres que no había novedades.

A decir verdad, junto a la reducida dotación de Carabineros que había quedado en la avanzada de Arbilla, había también dos niños menores de edad, Román Héctor y Domingo Díaz Sepúlveda, de tan sólo 9 y 11 años, respectivamente, hijos de Juana Sepúlveda, la que había ido por provisiones, dejando a sus hijos en compañía de la dotación. Fue precisamente uno de estos niños el que avistó a los gendarmes argentinos, lo que transmitió a gritos a los carabineros chilenos.

En forma inmediata y lo más probable, sin presentir siquiera lo que ocurriría, el oficial a cargo de la dotación, el mayor Torres, salió prácticamente solo a investigar lo que ocurría y a parlamentar con los gendarmes argentinos. En ese preciso instante, en forma instantánea y tal vez intuyendo o previendo una celada, el Teniente Merino y el sargento Manríquez acudieron a prestar la mínima protección requerida por el mayor Torres, empuñando sus fusiles mientras se internaban en el espeso bosque.

En esa situación y en una fracción de segundo, sin mediar provocación alguna por parte de la dotación de Carabineros, el Teniente Merino recibió un disparo mortal, a la altura del pecho, propinado por el arma de uno de los más de noventa gendarmes argentinos que componían la avanzada contraria, que llevaban cascos y portaban ametralladoras y fusiles.

En medio del tiroteo incesante y unilateral que costara la vida al Teniente Merino, el sargento Manríquez cayó herido y el mayor Torres fue apresado, siendo conducidos todos ellos, junto con los demás carabineros, a territorio argentino en calidad de detenidos. En ese preciso instante, quedaba escrita una de las páginas de mayor heroísmo y auténtico patriotismo en lo que va del Siglo XX en nuestro país.

Hoy sabemos que, efectivamente, hubo una serie de infortunios que rodearon esos trágicos hechos. Sabemos, por ejemplo, que el avión Cessna 206, que conducía a una delegación del gobierno y al alto mando de la policía uniformada, dadas las difíciles condiciones de vuelo existentes y la accidentada geografía del lugar, no pudo maniobrar y aterrizar en la zona señalada, según era su misión. Sabemos también que la radio del lago O’Higgins, por economía de combustible y por funcionar sólo dos veces al día, no estaba en condiciones de recibir las comunicaciones desde Coihaique. Sabemos que los tripulantes del avión, pese a todos sus esfuerzo, heroicos en realidad, no dispusieron de la cantidad y calidad de combustible que necesitaban para cumplir, oportuna y eficientemente, con su difícil misión. Sabemos, en fin, que el avión despachado desde Santiago para comunicar el repliegue hasta el retén lago O'Higgins no llegó a su destino oportunamente y no pudo cumplir su misión.

Pero también sabemos, y con mayor propiedad que todo lo anterior, que el Teniente Merino no entregó su vida por error. Lejos de ello, y con auténtico patriotismo, hoy estamos aquí reunidos en la Cámara para afirmar de manera muy categórica, ante la nación entera, que el Teniente Merino no entregó su vida por error. ¡El Teniente Hernán Merino Correa entregó su vida y derramó su sangre como un héroe, y los héroes no mueren por error!

Ese y no otro es el sentido profundo de este acto, en que conmemoramos los 29 años de ese trágico acontecimiento en la vida de la nación.

No es éste el momento para revisar la historia, para analizar cómo se pudieron haber hecho mejor las cosas, o quién o quiénes tienen mayor o menor responsabilidad en los hechos que hoy conmemoramos. Este es el momento para inclinamos con respeto, admiración y auténtico sentido patriótico ante la memoria de ese mártir de nuestra Patria que fue y que es porque vive entre nosotros, el Teniente Merino.

Nuestro héroe fue un chileno que, como muchos otros, nació y se crio en una familia modesta. Adquirió una educación pública y abrazó la carrera militar para ponerse, desde muy temprano, al servicio de la Patria.

Hernán Merino Correa nació en Antofagasta el 17 de julio de 1936. Cursó sus primeros estudios en una escuelita de Limache, provincia de Quillota, los que completó en la Escuela Superior de Hombres N° 92 y en el Liceo Coeducacional Abrahám Vera. Cursó sexto humanidades en el Liceo de Aplicación y realizó estudios superiores de técnico mecánico industrial en la Universidad Técnica, adquiriendo, además, conocimientos de inglés y francés.

Como muchos que ven surgir su vocación desde el seno de la familia, siguió los pasos de su padre, el entonces capitán de Carabineros Carlos Merino Carpentier, casado con doña Ana Rosa Correa de la Fuente, quien lo supo imbuir de los valores, la doctrina y la mística de la carrera militar.

Fue así como ingresó a la Escuela de Carabineros el 16 de marzo de 1956, tras haber cumplido con sus obligaciones militares en el Regimiento Coraceros, en la especialidad de caballería. Antes, pues, de cumplidos los 20 años de edad ya había optado por el servicio a la Patria desde el Cuerpo de Carabineros, al que se entregó por entero, recibiendo las máximas distinciones y contando siempre con el reconocimiento y la amistad de sus superiores y compañeros de armas, algunos de los cuales se encuentran con nosotros en este acto.

Desde que en 1959 egresó como subteniente y rindió su primer examen de promoción con nota de mérito, nuestro héroe supo de la lealtad y el coraje, como cuando arriesga su propia vida al cruzar un río para salvar una vida, o emprende, en 1963, la difícil y arriesgada tarea de intentar el rescate de los sobrevivientes de un avión de la Fach que se precipitó a tierra en la Región de los Hielos Continentales de la entonces provincia de Aisén, en que el mismo cargó sobre sus hombros al único sobreviviente de esta tragedia.

No debe, pues, extrañarnos su comportamiento ejemplar, su enorme patriotismo y la decisión, ya mucho antes asumida, de entregar la propia vida si fuere necesario.

En esta tierra de héroes y poetas, y ahora último de santos, nos inclinamos con emoción ante quien ofrendó su vida en defensa de la patria, a los pies de ese magnífico cerro sagrado, tan temido por los tehuelches, el Chaitén o Fitz Roy.

Rendimos homenaje también a los colonos anónimos, como don Ismael Sepúlveda Rivas y sus descendientes, quienes, renunciando a toda comodidad y adentrándose en las zonas más inhóspitas de nuestro territorio nacional, hacen patria y reafirman nuestra soberanía poblando los lugares más recónditos de esta larga y angosta, pero digna y libre, llena de riqueza y belleza, que es Chile.

Rendimos asimismo un homenaje muy especial a Carabineros de Chile, que, desde su creación en la década de 1920, se ha confundido con los hombres y mujeres de este país, de sur a norte y de cordillera a mar, haciendo de su promesa de servicio un verdadero credo al servicio de la patria.

Teniente Hernán Merino Correa, tu misión fue de paz y concordia, avalada por el aplomo y el coraje de quien no claudica en el servicio de la patria. Sólo así podemos entender que junto a tus armas e insignias, las que luego fueron devueltas acompañadas de un acta junto a tus ropas ensangrentadas, estuvieran también el Código de Justicia Militar y el de Derecho Internacional. Ellos señalan no sólo tu nobleza personal, sino también la invariable conducta de apego al derecho en la búsqueda constante de la justicia, de la noble institución que te acogió y la patria que amaste hasta entregar tu vida y derramar tu sangre.

¡Que tu ejemplo valeroso nos sirva de guía e inspiración a nosotros y a las generaciones venideras en el servicio permanente y desinteresado de los altos valores morales y espirituales, que son el legado de quienes como tú lo entregaron todo a cambio de nada!

He dicho.

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