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Antecedentes
  • Cámara de Diputados
  • Sesión ordinaria N° 1
  • Celebrada el
  • Legislatura Extraordinaria periodo 1970 -1971
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Homenaje
HOMENAJE EN MEMORIA DEL EX PRESIDENTE DE LA REPUBLICA FRANCESA, GENERAL CHARLES DE GAULLE

Autores

El señor IBAÑEZ (Presidente).-

Tiene la palabra el señor Maira.

El señor MAIRA (de pie).-

La Democracia Cristiana se asocia al homenaje que la Cámara de Diputados rinde en memoria de Charles de Gaulle, héroe y estadista, símbolo de la lucha por la independencia del pueblo francés y figura culminante en la historia contemporánea.

Se ha dicho que la grandeza histórica no consiste en otra cosa que en la capacidad para encarnar los valores e ideales de una nación en forma consistente.

Charles de Gaulle no escogió las horas fáciles para labrar su destino. Llegó a la historia en momentos de angustia y dolor para su patria. Con mil quinientos hombres inició en Londres la tarea gigantesca de preparar un ejército para enfrentar al nacismo triunfante, que contaba con la maquinaria militar más poderosa que la humanidad había conocido hasta entonces. Cuando otros, los que formaban el gobierno de Petain, claudicaron y entregaron el honor y la libertad de Francia al invasor, De Gaulle se llevó el espíritu de Francia, su vocación de libertad y de independencia, y desde su célebre proclama del 18 de junio de 1940, su mensaje galvanizó el alma del pueblo francés, que creyó siempre en sus palabras: "Pase lo que pase, la llama de la resistencia francesa no debe morir ni morirá.".

Saludamos en esta hora de su partida, con emoción, al héroe de la lucha contra el nacismo, al militar indomable que llevó a su patria a la liberación, al símbolo de la resistencia contra el conquistador naci, que ganó en la acción el título unánime de héroe nacional que le confirió el pueblo.

Hombre duro, arrogante, seguro de sí mismo, De Gaulle mostró ya en esos años algunas de las características que harían de su personalidad, más tarde, en la dirección de Francia, un personaje singular y atractivo, capaz de concitar la atención, el interés y la admiración del mundo entero.

Su amor a su patria, su fe en la Francia eterna, en cuyo destino imperial creyó por sobre todo, lo llevaron a la actividad política, que originalmente no le atrajo. En ella se definió con afirmaciones que, en cualquier otro, resultarían sorprendentes, pero que en De Gaulle resultan casi naturales. Hablando de sí mismo en tercera persona y nombrándose por su apellido, como acostumbraba a hacerlo, cuando fue interrogado acerca de su ubicación en el esquema político francés, manifestó: "De Gaulle no está en la derecha, ni en el centro, ni en la izquierda; De Gaulle está encima.".

La política de De Gaulle es la política de la ambición nacional. Lucha contra los que ya no creen en Francia, dispuestos a aceptar disolverse en el conjunto de la confusión apatrida.

Regresó a la vida pública en otra hora comprometida. Cuando en 1958 la Cuarta República se caía a pedazos, por la falta de visión y la pequeñez de los líderes parlamentaristas, el viejo militar volvió por el cauce institucional a la dirección de su patria. Rechazando las ofertas de un golpe militar con su frase ya célebre: "El poder no se toma, sino que se recoge de las cenizas", fue investido como Primer Ministro en junio de 1958, y durante doce años trabajó por devolverle a Francia un sitio entre los grandes del mundo.

Etapa singular y apasionante, que no permite un juicio absoluto, mezcla constante de luces y de sombras, la era degaullista tiene, sin embargo, algunos rasgos que nadie puede dejar de reconocer en su importancia.

En esos años Francia renovó su esquema institucional con la Constitución de la Quinta República; volvió al sitial de las potencias del mundo; resolvió la liquidación de su poderío colonial y la guerra de Argelia, cuya lucha por la independencia desangraba y dividía al país desde 1954, y contribuyó a diseñar en términos enteramente distintos la política internacional contemporánea.

Es en este campo donde estamos seguros de que la acción del General Charles de Gaulle alcanzará un mérito más duradero. Con él renació el nacionalismo, un nacionalismo agresivo y de afirmación, que enfrentó derechamente el esquema vigente de la política de bloques, hasta inferirle una derrota insuperable.

Saludamos en esta hora al hombre independiente y nacionalista que fue Charles de Gaulle. De su esfuerzo en este campo nos hemos beneficiado todos los hombres del mundo. Su actitud desafiante ante los Estados Unidos y el retiro de Francia de la OTAN, su planteamiento del derecho de todas las naciones para decidir libremente sus relaciones comerciales y culturales con todos los países de la tierra, su aliento a las naciones del Tercer Mundo, su condenación de la guerra del Vietnam y su reconocimiento del hecho inmenso que es la República Popular China, constituyen hitos decisivos para la vida futura de la comunidad internacional.

Ante América Latina particularmente, De Gaulle asumió una actitud de respaldo en la tarea de nuestros pueblos por liquidar la dependencia externa que nos agobia.

Hombres valiente, indomable y tenaz, Charles de Gaulle se lleva con él una época de la historia de su patria y del mundo.

No obstante su grandeza, Charles de Gaulle pudo comprobar, en el ocaso de su vida, cómo las ideas son más fuertes que los hombres, aun los más grandes. Ya un compatriota suyo, Víctor Hugo, lo había dicho: "No hay nada más fuerte en, el mundo que una idea a la cual le ha llegado su hora.".

De Gaulle clausura una etapa de la historia contemporánea: la del influjo de los grandes líderes. Delante de él y de nosotros se abrió otro tiempo, marcado por otro signo: era sociocéntrica la han llamado los historiadores, para significar que en ella el poder no pertenecerá más a las altas individualidades, sino a los pueblos y a sus organizaciones, nuevos protagonistas multitudinarios de la vida que se inicia.

De Gaulle creyó firmemente en una política de carácter autoritario y contralizador, basada en la firmeza del Jefe del Estado, y la practicó como el que más. Desvalorizaba relativamente el papel de los partidos políticos y de las fuerzas sociales en la dirección del país. Sin embargo, sorpresivamente, estos grupos, en los que él, llevado por los principios de los años de su formación, no hacía fe, le asestaron golpes que terminaron con su liderato en la conducción de Francia.

Bruscamente, en mayo de 1968 los trabajadores se alzaron, tomaron las fábricas; los estudiantes mostraron su rebelión, levantando hasta los adoquines de las calles de París y pintando sus muros con las consignas de la nueva era. Fue una revolución de eco mundial, apasionante por la fuerza y la espontaneidad con que surgió y se mantuvo, al margen, incluso, de respaldos oficiales. Fue una advertencia; como si los trabajadores le dijeran: "Aquí estamos, y nuestro es el porvenir.".

Meses más tarde, De Gaulle experimentó el revés político, propinado por el electorado de su patria, el mismo que lo venera y lo respeta desde los años de la segunda guerra mundial, cuando oía ansioso su voz desde Inglaterra, arriesgando para ello su propia vida. Su pueblo, en una decisión difícil, le dijo que aun para el más grande de los franceses no había una cuota de confianza ilimitada, y que prefería continuar su experiencia bajo otra dirección; le dijo que los gobernantes no eran sino conductores de pueblos, pero que eran los pueblos mismos los que forjaban su destino.

De Gaulle entendió que sus ideas habían perdido, pero sólo luego de dar lo mejor de sí mismo al destino de Francia y de la humanidad.

Fue a morir a Colombey-les-Deux-Eglises, en el seno de la tierra francesa, que tanto amara.

La Democracia Cristiana saluda su memoria y su obra, y hace llegar a la colectividad francesa residente y al Gobierno de Francia, representado por su Embajador, sus expresiones de condolencia, las que extiende al pueblo francés, que sabemos siente dolor en el corazón por su partida.

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