Labor Parlamentaria
Participaciones
Disponemos de documentos desde el año 1965 a la fecha
Antecedentes
- Senado
- Sesión Ordinaria N° 76
- Celebrada el 13 de mayo de 1970
- Legislatura Extraordinaria periodo 1969 -1970
Índice
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El señor
Tiene la palabra el Honorable señor Teitelboim.
El señor
Señor Presidente, el hombre del cual hablo no murió repentinamente. La más terrible de las enfermedades fue ahogando su inteligencia poderosa, destruyendo durante meses inexorables una humanidad hecha a las austeridades, a los rigores del estudio y a la meditación creadora.
Sin embargo, la noticia de su fin llenó de un sentimiento de desolada congoja a muchos, más allá del círculo trémulo de los afectos familiares.
Un rumor de música ascendió en sus funerales. El espacio de la última despedida fue surcado por mensajes de los vivos que hablaban del hombre que se había vuelto silencio, pero que dejaba en cuantos lo conocieron y amaron la vibración de un espíritu incomparable en su sencilla grandeza. Legó un eco, un lenguaje inolvidable destinado a persistir, como una pulgada de permanencia serena, en medio de la infinita angustia del adiós y del abandono de todo lo suyo.
Allí, en el camposanto, sus .padres, sus compañeros y sus discípulos, pasajeros de la corriente en que viajan los vivos y los muertos, dominando el luto de sus voces evocaron el luminoso ser y quehacer de ese hombre misteriosamente cortado de súbito, Julio Cabello.Ruz.
El descubridor callado.
Catedrático de Química Fisiológica de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, donde sucedió a Eduardo CruzCoke; investigador en bioquímica, con contribuciones originales a las propiedades de la arginasa, su nombradla científica desbordó a las afueras de la patria. Países lejanos, sociedades doctas, congresos internacionales; el mundo de esencias en trance de perpetua búsqueda y ansia de descubrimiento, cubrió su pecho de recompensas hondas y doradas, colmó su "curriculum" con títulos de sabiduría.
Otro se habría sentido arrastrado por el vértigo del orgullo. Otro se hubiera sentido monarca de un pequeño reino.
Ninguno menos poseído del signo de su importancia.
Nadie lo aventajó en el arte de pasar en sigilo, de nunca autoinvocarse, de jamás decir: "Ustedes no saben quién soy".
Científico y ciudadano.
Por eso, a la hora de cerrar la puerta, el Decano de la Facultad de Medicina, profesor doctor Alfredo Jadresic, luego de proclamarse su alumno y discípulo, propuso su nombre a los estudiantes de hoy y del futuro como acreedor ele una leyenda; no de una historia elegiaca, motivo para llorar a un muerto, ni para recordar en frío el rostro de un docente, de un investigador caído en el vacío y en la nada, sino como aquel que vive, a su manera, inmortal, resplandeciente. Porque fue hombre que arrojó lejos todos los atavíos para cultivar, pura y desnuda, la parcela del alma, de la fraternidad sin mácula del que, sin saberlo, lleva una estrella para iluminar el camino de muchos.
Su riqueza íntima, su ansia de perfecciones no lo mantuvo al margen del clima de tormentas en que vivimos, no lo encerró de modo exclusivo en los recintos del enigma aún no revelado, en los éxtasis fraguados de fatiga y vigilia de la creación científica, en las exigentes y morosas introspecciones del microscopio.
Una vida en la brecha.
Siempre en su actitud y en su laboratorio hubo una ventana abierta a la vida total, para mirar y compartir el destino de los hombres que marchan por la calle buscando algo que sea bueno para todos nosotros, los hombres.
Por eso, Julio Cabello no profesó el culto del hermetismo académico. Al contrario, buscó terminar con el desconsuelo y la impotencia de la soledad, de la desdicha y de la alienación humana, tomando su puesto entre aquellos que quieren caminar hacia un nuevo mundo.
Fue nuestro compañero de siempre, por conciencia de sí mismo y por conciencia de la historia.
Más de cuarenta años en la brecha, sin ceder nunca, sin empobrecer jamás la altura y hondura de su densa sustancia. La Revolución fue para él un intento de retomar el sentido de la Unidad, de hacerse uno con el otro, de romper sus propios límites para conquistar espacio, pan, amor, conocimiento, patria y vida para millones de sus hermanos que transcurren penosamente, como una máscara que no se llena con un rostro, ni menos con un alma, y jamás con un destino logrado.
Honró a su pueblo y a su patria.
Sé que para los suyos el camino se ha hecho solitario.
Su distancia se ha tornado grande y dura; pero la imagen de su ser alimentará, como un pan inagotable. Su recuerdo se redondeará como una imagen que, más que las tristezas de la muerte, contendrá las afirmaciones de la vida. Será un espejo irrompible y cristalino donde los suyos, al mirarse, podrán divisar su sonrisa, el amor de un hombre puro, que se fue fugitivo antes que nosotros.
El Senado en este minuto oye cruzar las palabras errantes que van tras la sombra, la estela de un hombre doblegado por la presencia temprana de la muerte. Pero a su vez esté cierto de que este noble chileno de pueblo sabio le tejió a la patria algunas hebras de honor y dignidad, ayudó a escribir la letra inicial de su nombre. Aunque ya duerma en el cementerio, se sobrevive porque vivió más allá de sí mismo y se ganó un hueco perdurable y cálido en el corazón de cuantos lo conocieron.
Sus camaradas comunistas no llevan franja de luto por Julio Cabello Ruz, ni necesitan embalsamar su cuerpo en urna propicia para sentirlo prolongarse y vivir, porque lo llevamos en los hombros de nuestra memoria. Nos acompaña por la senda sin reposo de una lucha que es como la cinta de un sinfín minero. Sobrevive más allá de los destinos individuales, formando fila en esta carrera de postas. Pasará también a las nuevas generaciones la antorcha inextinguible.
Es una bandera límpida el nombre de este claro sabio chileno, que fue fruto germinal y lúcido del pueblo. Hasta que la muerte le cerró sus párpados, honró a Chile en todo, le fue fiel como un hijo, o como un padre leal, como un héroe sin estatua o un artista de la vida que nunca quiso hacer historia y, sin embargo escribió en ella una página viva, estremecida, generosa y suscitadora de las más entrañables resonancias.