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Antecedentes
  • Senado
  • Sesión Ordinaria N° 6
  • Celebrada el
  • Legislatura Ordinaria año 1968
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Intervención
ATENTADO AL SENADOR NORTEAMERICANO ROBERT KENNEDY.

Autores

El señor TEITELBOIM.-

En nombre del Comité Comunista, quiero solicitar la anuencia de la Sala para dedicar algunos minutos, un tiempo breve, a referirnos al acontecimiento que ha conmovido hoy a toda la humanidad el atentado al SenadorRobert Kennedy.

Lo hacemos por estimar que un cuerpo político como el Senado debe reaccionar con presteza y dar su opinión ante hechos que, como éste, producen conmoción en todos los seres civilizados.

No quiero que mi petición signifique ocupar demasiado tiempo ni obstruir el despacho de los asuntos en tabla. Por lo tanto, estoy perfectamente llano a aceptar que se limite mi tiempo y, en general, el de todos los Senadores y partidos que quieran participar en tal exposición de pensamientos.

El señor PALMA.-

Con relación a lo solicitado por el Honorable señor Teitelboim, no tenemos inconveniente en tratar este asunto, incluso en los primeros minutos de la sesión. De este modo no alteraríamos la tabla y podríamos constituirnos después en sesión secreta y tratar los puntos lº y 13 del Orden del Día.

El señor LUENGO (Vicepresidente).-

Si le parece a la Sala, se destinarán algunos minutos, antes de entrar á los asuntos en tabla, a tratar el asunto a que se ha referido el Honorable señor Teitelboim.

El señor PABLO.-

Debería establecerse algún límite de tiempo.

El señor LUENGO (Vicepresidente).-

¿Habría acuerdo para conceder hasta diez minutos por Comité y prorrogar el Orden del Día por el tiempo igual al empleado.

Acordado.

Tiene la palabra el Honorable señor Teitelboim.

El señor TEITELBOIM.-

Señor Presidente, debemos tratar en seguida el mensaje del Presidente de la República en que se propone el nombramiento de Embajador de Chile ante el Gobierno de los Estados Unidos. En el mismo día y en estos precisos momentos, esa nación ha sido nuevamente teatro de una gran tragedia mundial, de una gran tragedia humana.

El Senador Robert Kennedy se debate en la ciudad de Los Angeles, entre la vida y la muerte, después del atentado de que fue víctima por parte de un pistolero, sin duda, contratado. Recibió dos balas en la cabeza: una en el cerebro.

No creemos que ese proyectil de calibre 22 fuera simplemente disparado por el hombre que apretó el gatillo. Robert Kennedy sentía aún en esos instantes resonar en sus oídos los vítores consecuentes a su victoria en la elección primaria del Partido Demócrata, en el estado de California. Estaba, tal vez, en el camino de la Presidenciade los Estados Unidos de donde fue derribado a balazos su hermano John, hace menos de cinco años. Estaba en una línea semejante a la de aquel líder negro, Martin Luther King, ultimado también hace dos meses en los Estados Unidos, por defender los derechos civiles y la igualdad racial.

Cinco detonaciones derrumban al Senador por Nueva York, heredero del trágico sino político de su hermano John, destino que no está forjado por una fatalidad, por el azar ni por una maldición divina. Son los hábitos de violencia, aposentados profundamente en la entraña misma de amplios sectores de la vida norteamericana, los que, convertidos en verdaderas máquinas de matar, organizadas, conectadas y accionadas por un poder oculto tienden una línea de continuidad entre el homicidio de John Kennedy, el asesinato de Martin Luther King y, ahora, el atentado crimina] a la vida de Bob Kennedy.

Es sugestivo, es sospechoso, que esos tres hombres, alcanzados por las balas asesinas, respondieran a una filosofía política semejante. Por lo tanto, no se puede admitir, dentro de una lógica elemental, que este atentado sea simplemente la obra de un loco. Y si fuera así, más peligroso aún resultaría, pues querría decir que las semillas de la violencia y el sentido del asesinato han penetrado en círculos de esa nación en donde, por desgracia, la violencia se ha convertido en culto.

Lo decimos porque el inmenso aparato publicitario plasma, desde su más temprana infancia, al niño de los Estados Unidos, por medio de la televisión ante cuya pantalla pasa varias horas del día, durante años y años; por medio de la prensa, y de un cinematógrafo que ha olvidado los valores humanos. ¡Publicidad monstruosa que inculca la adoración del "gángster" y el asesino! Todo esto ha hecho mal a la sociedad' estadounidense.

La guerra de Vietnam ha obligado a buena parte de la juventud norteamericana, en un estado de inmadurez psicológica, a ir a un país lejano a matar por deber, en una especie de deporte patriótico.

Todo ello se paga terriblemente. Creemos que detrás de este atentado, como de los otros, está el negocio de la sangre humana, porque hay gente que ve la paz de Vietnam como la más catastrófica de las desgracias políticas y la más ruinosa de las pérdidas financieras, puesto que significaría un detente en la industria de armamentos. Son los enemigos jurados de los derechos civiles para los negros y de la paz internacional los que movieron la mano en el atentado de esta mañana; son los descendientes directos de los que mataron a Lincoln.

El corazón del caído puede defenderse hasta el último, y parece que trata de hacerlo, por instinto de conservación; su respiración pugna por vivir, según los últimos cables; la presión sanguínea se mantiene en niveles de esperanza y desesperanza, a juzgar por las declaraciones de los médicos.

La operación de largas horas para extirpar la bala del cerebro a Bob Kennedy puede tener éxito, y puede no tenerlo. Pero ¿quién extirpará del cerebro de ciertos sectores regresivos de los Estados Unidos el tumor del crimen institucionalizado, de la violencia convertida en método político, en sistema de convicción, en arma de triunfo ? ¿Quién extirpará del alma de esa nación, de los profesionales del terror, el delito convertido en ley suprema, que, por otra parte, goza de impunidad, porque, a juzgar por la opinión de la mayoría de los norteamericanos, el asesinato de John Kennedy no está esclarecido aún? ¡Y el homicidio de Martín Luther King no tiene todavía responsable!

Ese proyectil, seguramente, puede haber inferido a Kennedy una lesión cerebral grave, pero el daño encefálico más hondo radica en la sociedad enferma donde está incrustado en ese sistema de vida en que prospere la propaganda de la muerte y del pistolero, aquel terrible negocio de la sangre.

El cable angustioso de las últimas horas habla de que Robert Kennedy está resucitando. Pero lo que debe resucitar sobre todo, junto con él, es la salud mental y el respeto a la vida en ese mundo corrompido hasta los huesos por el dinero, dinero que también allí es producido por la violencia porque el negocio es un crimen y se ejerce, el asesinato pagado, por encargo.

Lejos estamos del "american way of life" como una receta recomendada para el mundo entero. No es el concepto nuestro, ni es tampoco la idea de los cristianos.

Por eso, el Papa Pablo VI ha declarado una voluntad común de hacer desaparecer los métodos de violencia y el homicidio, voluntad que debiera suceder a la indignación que está reinando en el mundo después de este episodio doloroso y condenable. Temo que no será oído, como no se escucharon las palabras del Sumo Pontífice después del homicidio de John Kennedy, ni tampoco después del asesinato de Martin Luther King. Se han levantado ya muchos ruegos, muchas preces, muchos votos; pero no han sido oídos.

El PresidenteJohnson ha manifestado también su consternación, pero ¿qué hizo él por agotar la investigación del homicidio de su antecesor en Dallas y por establecer quién fue el responsable de la muerte de King?

A menos de cinco años del asesinato de John Kennedy y a menos de sesenta días del homicidio de Martin Luther King, la humanidad recibe de los Estados Unidos esta noticia terrible. Lamentablemente, creemos que no será la última.

Por eso, oportunamente, cuando se trata la proposición del Presidente de la República de Chile para nombrar el Embajador de nuestro país en Estados Unidos, los Senadores comunistas propondremos postergar esa designación. No creo que éste sea el día más indicado para ello.

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